La luz del espíritu crea colores
Juan Pablo Gil – Edición 465
Contemplamos nuestra vida como en una cascada de colores donde se derraman el trabajo, el descanso, la lectura, las charlas, las tristezas, las pérdidas, los errores, los logros, los sueños por realizar, los abrazos, los veranos… Todo es parte de un paisaje bellísimo
Una forma de transformar los colores opacos de nuestra existencia es aprender a habitar nuestra rutina y abrazarla así como es. Lo monocromático es parte de la vida y hay que asumirlo. El desafío radica en colorear nuestra vida como un lienzo abierto al pintor, ahí donde estamos y como somos. Es el desafío de ser pintor y pintura. ¿Lo aceptas?
El primer color de esta pintura es la vida. Con sorpresa podemos exclamar: “¡Existo!”, y lo digo así, con sorpresa, porque existo y podría no existir. Pero ya estoy aquí. Y si estoy aquí es porque alguien lo quiso; soy obra de una voluntad. Alguien me pensó, me imaginó, me esbozó con su libertad por amor; no por capricho, sino por puro y auténtico amor. Ésta es la base del lienzo.
Ahora, es un amor que se narra en esta vida que es la mía. Éste es el segundo color: la historia narrada. ¿Cómo me hablo a mí misma? ¿Me acepto como soy? ¿Amé o me dejé amar el día de hoy? ¿Reconocí mis fallas y me propongo enmendarlas? En nuestra vida hay acontecimientos muy significativos que nos han marcado, por eso es importante volver a ellos y recogerlos, re-narrarlos. ¿Qué me digo a mí misma hoy, a mis 27 años, de aquello que viví en mis nueve o en mis 12? Siempre es un buen detalle para con uno, el ejercicio de la autobiografía vista con ojos de amor y comprensión.
El tercer color, sustraído de esa narrativa propia, es el sentido. Es éste el eje transversal que me sostiene en medio de tormentas escandalosas o de sinsabores monótonos. El sentido me ayuda a pintar mi vida con viveza, a aprender a tomarle sabor a lo cotidiano, a ser paciente y a saberme frenar para no culpar a otros cuando la irritación me invade porque algo no funciona como yo quisiera. El sentido me ayuda a ser perseverante en la felicidad, aunque ésta no sea diversión. ¿Cuál es el sentido que mi vida me ha regalado? ¿Lo sé?
El cuarto color es el otro o la otra: amigos, familiares, compañeros de escuela o de trabajo, una desconocida en el autobús urbano o un trabajador de una tienda departamental que me ofrece ayuda para que haga mi compra. El otro, que sin él yo no puedo ser. Aun cuando las relaciones humanas son difíciles, ese otro, al hablarnos de él también nos habla de nosotros mismos. Un coraje que ese otro me provoca, a veces sin él saberlo, me ayuda a conocerme mejor. Y qué decir de un delicioso silencio o unas buenas carcajadas con los amigos, que la imagen se pinta por sí sola.
Y finalmente, como desborde de potes de pinturas en el lienzo que el pintor se apresura a esparcir para no desperdiciarlo, contemplamos nuestra vida como en una cascada de colores donde se derraman el trabajo, el descanso, la lectura, las charlas, las tristezas, las pérdidas, los errores, los logros, la paz interior, los sueños por realizar, los abrazos, las lluvias, los veranos… Todo es parte de un paisaje bellísimo que soy yo.
Alguien nos llama, sabemos reconocer su voz porque ha soplado para infundirnos vida. Nos habita, nos congrega, nos impulsa, nos pinta. Es la luz del espíritu que crea colores.