Un mundo de riesgos

Un mundo de riesgos

– Edición 483

La nueva generación ha comenzado a exigir un mayor cuidado del medio ambiente

La incapacidad de los Estados nacionales para afrontar los problemas globales, por otra parte, se convierte en una fuente de riesgos ante las consecuencias no pretendidas de las políticas aplicadas. Su inefectividad provoca desilusión o pérdida de confianza.

Nuestras sociedades están marcadas por el riesgo, que, de acuerdo con Ulrich Beck,1 es producido socialmente de manera concomitante a la producción social de riqueza y al desarrollo de las formas de vida contemporáneas. No nos referimos a las sociedades industriales clásicas, sino a las actuales que combinan, en la hegemonía de dinamismos globales, diversas formas de organización y producción. Estas nuevas configuraciones productivas traen consigo riesgos incalculables que tienen como consecuencia la percepción de la realidad a partir de un esquema que los opone a la seguridad.

Son memorables las escenas de activistas que protestan contra la instalación de plantas nucleares, o de comunidades que se oponen a las actividades extractivas que implican riesgos sociales y ambientales. De la misma manera que diversos movimientos alertan acerca de los riesgos de los organismos genéticamente modificados, variadas voces se pronuncian contra las vacunas o las tecnologías digitales, y una amplia movilización mundial exige acciones firmes de los estados frente al cambio climático. Algunos procesos humanos, como la migración o la reivindicación de derechos, son percibidos también como hechos amenazantes.

Debido a que hay cierta confusión en el uso de términos relacionados con el riesgo, retomo la distinción conceptual de riesgo, peligro y amenaza elaborada por Battistelli y Galantino.2 Estos tres elementos tienen en común su referencia al daño que provocan y la incertidumbre con respecto a la posibilidad de que se concreten. Lo que distingue al peligro es la falta de agencia e intencionalidad, es decir, escapa al control humano, al menos en su origen. En cambio, el riesgo y la amenaza sí implican una intencionalidad. El riesgo consiste en una consecuencia no pretendida de decisiones benéficas. La amenaza, por lo contrario, tiene la intención deliberada de ocasionar daño.

Esta distinción parece importante porque en la esfera pública algunos agentes tienen especial interés en categorizar los peligros y riesgos como amenazas con el fin de reforzar sus estrategias o legitimar decisiones políticas. Principalmente, medidas populistas como las de mano dura en seguridad, el cierre de fronteras o la creación de estados de excepción.

Para lograr este efecto, sus promotores crean un enemigo público que legitima y concita el apoyo social para actuar contra él: un agente biológico, las personas inmigrantes, quienes se manifiestan en las calles o las personas de origen extranjero. Generalmente se hace con el uso del lenguaje bélico que moviliza recursos para derrotar al enemigo.

Hecha esta precisión sobre el empleo de los términos, cabe hacer una advertencia acerca de la forma en que los riesgos son tratados. Beck3 propone que el nacionalismo metodológico conduce a plantear soluciones desfasadas en su alcance con respecto a los riesgos que se pretende afrontar. Este sesgo nos hace pensar la sociedad, el derecho, las relaciones internacionales, la justicia, la política y la seguridad como tareas estrictas de los estados nacionales.

Desde esta lógica se generan disputas interestatales para asegurar recursos y energía, o para levantar barreras y tomar medidas excluyentes, por lo general en una lógica de guerra, a pesar de que los eventos que son percibidos como generadores de riesgo no se reducen a los límites territoriales ni pueden ser abarcados por las instituciones clásicas.

La incapacidad de los Estados nacionales para afrontar los problemas globales, por otra parte, se convierte en una fuente de riesgos ante las consecuencias no pretendidas de las políticas aplicadas. Su inefectividad provoca desilusión o pérdida de confianza.

La acción climática, por ejemplo, puesta en manos de los Estados por medio de las contribuciones nacionalmente determinadas, deja sin protección a numerosos territorios y pueblos que no son altos emisores de gases de efecto invernadero. Otras actividades benéficas para quienes las promueven, como la extracción de hidrocarburos y metales, la explotación forestal o actividades industriales muy contaminantes, contribuyen al deterioro planetario. Y esta degradación no conoce fronteras.

Desde 2006, el Foro Económico Mundial presenta anualmente el Informe de Riesgos Globales a partir de una encuesta sobre su percepción alrededor del mundo, con el fin de comprender y mitigar los riesgos a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos en los años por venir. A lo largo del tiempo, una línea consistente recoge y alerta sobre situaciones relacionadas con la salud, el cambio climático, las tecnologías digitales y el creciente descontento ante la ineficiencia de los estados y las instituciones multilaterales, así como frente a las rupturas sociales con frecuencia asociadas a la violencia.

En su edición de 2021, el Informe de Riesgos Globales4 destaca que la pandemia actual ha puesto de relieve que la cohesión social es débil. Al menos esto es lo que se ha reflejado en la intensidad de la colaboración global. Las personas emergen de este periodo con una conciencia de mayores riesgos a causa de la pérdida de empleos, por el agravamiento de la brecha digital, por la disrupción de las interacciones sociales y por los cambios abruptos en los mercados.

El mundo parece inconforme, de manera que es conveniente no dejar pasar que existe un ambiente social perturbado, fragmentación política y tensiones geopolíticas que dan forma a nuestras respuestas. En los últimos años, las manifestaciones y protestas a lo largo de las Américas ponen de manifiesto que se debe actuar de forma eficiente y quizás haya que hacerlo al amparo de otros paradigmas.

Entre los riesgos registrados en el informe del Foro Económico Mundial tienen un papel primordial el cambio climático, las ineficiencias de la acción climática, los daños ambientales de origen antrópico, la concentración del poder digital, las inequidades en el acceso a la tecnología y los ataques cibernéticos. También aparecen la erosión de la cohesión social, los conflictos geopolíticos ocasionados por la disputa de recursos y el declive de los estados y los organismos multilaterales.

Entre los principales afectados por esta situación están los jóvenes, que se encuentran ante un mundo que cierra caminos a las oportunidades y ofrece motivos para desconfiar de las instituciones económicas y políticas.

Frente a este panorama, es necesario mantener los ojos abiertos, concentrar los esfuerzos en mitigar los riesgos y mejorar la forma en que éstos se comunican, de tal manera que se ofrezca toda la información disponible y necesaria para tomar las mejores decisiones. Para lograrlo tenemos que hacer hincapié en la solidaridad global, el cuidado de quienes no son ciudadanos de los estados y la convivencia con las múltiples identidades. Fortalecer la cohesión social podría contribuir a afrontar los riesgos actuales. .

Ilustración de Hugo García Sahagún

Notas al pie

1. U. Beck, La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona, 1998.

2.  F. Battistelli y M. G. Galantino, “Dangers, Risks and Threats: An Alternative Conceptualization to the Catch-all Concept of Risk”, Current Sociology 67(1), 64-78, 2018. DOI: 10.1177/0011392118793675

3. U. Beck, “The Terrorist Threat”, Theory, Culture & Society, 19(4), 39-55, 2002. DOI: 10.1177/0263276402019004003

4. The Global Risks Report 2021, Foro Económico Mundial, Ginebra, 2021.

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