Rebeca Lane: Libre, atrevida y loca
Rogelio Villarreal – Edición 461
“La música es una vía para sanar”, afirma la cantante guatemalteca, quien ha encontrado en el hip hop una forma óptima de cuestionar la realidad violenta de la que emergió y una posibilidad para luchar por cambiarla
Se llama Rebeca Eunice Vargas, aunque es más conocida como Rebeca Lane. Nació en Ciudad de Guatemala en 1984. Un año antes, el dictador Efraín Ríos Montt fue derrocado por su ministro de Defensa, Óscar Humberto Mejía Víctores. “Nació en medio de una guerra y fue nombrada en honor a su tía, que fue secuestrada y desaparecida por el gobierno militar en 1981 debido a su militancia política en la guerrilla”, se lee en su sitio web. Sus amigos la llamaban Miss Penny Lane, como la canción de los Beatles, y ella se quedó con el apellido.
Rebeca estudió sociología y empezaba a hacer una carrera académica, pero decidió abandonarla. “No sé aquí, pero allá son un montón de señores machistas”, dice. Denunció a uno de ellos por acoso sexual. La echaron. Tenía ya varias publicaciones académicas y un espacio en la maestría en Estudios Culturales. Además, sigue, está el problema del lenguaje académico, “inaccesible y elitista”, que “me pareció muy alejado de la gente […] ya ves todos los requisitos que le ponen a uno para escribir, primero que escribas en tercera persona: ‘como se ha visto…’. ¡Yo he visto! ¡Yo he visto, yo he notado yo, yo, yo, yo noté esto porque yo soy yo, porque yo soy feminista, porque yo soy mestiza, indígena, porque yo soy, ¡porque yo lo vi!”. “Me decían que lo que yo pensaba no era teoría”, continúa. “La investigación está muy bien, lo que está mal es el delivery, a quién se lo devolvemos… Un amigo me decía: ‘Fijate que me duré un mes en leer el ensayo y entendí un poquito y me gustó’. O sea que estaba haciendo conocimiento para mí y unos pocos más”.
Foto: Lalis Jiménez
En esta conversación, que tuvo lugar antes de la actuación de Rebeca Lane en el XV Festival Universitario del ITESO, en octubre pasado, la exsocióloga y ahora cantante, artista y activista guatemalteca habla de guerra, de música, de jóvenes pandilleros, de la violencia contra las mujeres y de la Guatemala en la que le gustaría vivir. Después de la presentación y antes de la primera pregunta, Rebeca agradece que no haya mencionado a Ricardo Arjona, y el público ríe…
Rebeca, ¿qué ha pasado en Guatemala en los últimos años?
¿Qué ha pasado? Cada vez hay más pobreza, más corrupción. Demasiada violencia sistémica y miles de exiliados. También hay resistencia: amplios sectores de la sociedad se han unido, desde empresarios hasta gente muy pobre, harta y cansada de la corrupción. Guatemala es un país de derecha, allá aman al ejército, aman a la patria y todas esas cosas, y la gente no se cuestiona qué es la derecha, la que históricamente ha estado en el poder y tiene al país como está.
El presidente es Jimmy Morales, por el que votaron jóvenes de entre 18 y 25 años, la mayoría; fue la primera vez que votaron, es una generación sin memoria histórica. En las escuelas, en la historia oficial no está escrita la guerra, y quien impulsó a Jimmy Morales es un grupo llamado Funda Terror —¡imagínate qué nombre!—, de militares retirados, anticomunistas, los autores de la política genocida del ejército, y que llegó nuevamente al poder gracias a una figura como Morales, que era un comediante, machista y racista que los domingos tenía un programa de televisión. La gente, como le parecía conocido, le fue a votar.
¿Cómo llegó el hip hop a tus oídos?
Lo primero que escuché de rap era lo que venía de Estados Unidos: Eminem, Lauryn Hill, lo más comercial, pero no me enganchó. Cuando me impactó fue cuando escuché, en 2002 o 2003, a un grupo argentino que se llama Actitud María Marta, que participa en H.I.J.O.S., una organización de hijos e hijas que pelean contra el olvido y el silencio: hijos, hijas y familiares de personas que fueron desaparecidas o asesinadas por el ejército de Guatemala durante la guerra. Malena D’Alessio, de Actitud María Marta, es de H.I.J.O.S. Argentina. Cuando escuché sus letras, como la de “Hijos de desaparecidos”, sentí que estaba hablando también de mi historia. Es un rap hecho por mujeres y con letras anticapitalistas, antimilitaristas. Luego escuché a Makiza, un grupo chileno, del que salió Ana Tijoux. Fue el rap político en español el que me enganchó a la cultura hip hop.
Cuando empecé a ver que en Guatemala también había una cultura hip hop me enganché, y más porque se trataba de jóvenes de barrios marginados. La energía, la vibra, era muy irreverente. Yo era una apasionada de la cultura, me dedicaba a la investigación, tenía un programa de radio, organizaba foros sobre hip hop y cosas así, y después me decidí a cantar.
Foto: La Calle.
Recuerdo a un grupo de rock guatemalteco, Alux Nahual, que tocaba al final de los setenta y los ochenta…
Sí, todavía tocan, y de los pocos lugares que nos prestan para hacer conciertos es donde ellos ensayan. Hubo un importante movimiento de rock nacional en Guatemala luego de la firma de los acuerdos de paz en los noventa, y fue la antesala de movimientos como el hip hop, porque durante la guerra los jóvenes no se podían organizar para nada: no podían hacer periódicos estudiantiles ni teatro ni música, nada, porque a todos los mataban o se tenían que ir al exilio. El rock fue el primer espacio en el que los jóvenes podían tener participación sin que hubiera represión, y eso le dio cabida a otros movimientos artísticos, como el hip hop, el teatro, la poesía.
¿Cómo entiendes tú el hip hop?
La idea que se tiene del hip hop es lo que se ve en los videos gringos: hombres con lentes oscuros en un gran carro, tirando billetes, con chicas en bikini. En Estados Unidos se explotó más el gangsta rap, el rap que habla de las pandillas, de la calle, de las drogas. A Centroamérica, el hip hop llegó con las pandillas, con los deportados. El hip hop ha salvado a muchos jóvenes de las pandillas; tenemos muchos jóvenes que están con un piecito en la pandilla y otro en el hip hop, y nosotros los jalamos para que ese piecito lo metan de lleno al hip hop y dejen la pandilla. Pero no podemos decirles: “Mira, te vamos a dar dinero, lo que vos necesitás durante el mes para sostener a tu familia”. Es muy difícil porque no hay empleo, no hay estudios…
Guatemala es una sociedad racista, y no te van a dar trabajo si vienes de un barrio rojo. El hip hop les ha dado esperanza a varias generaciones de jóvenes que vienen de lugares donde les han dicho que sus vidas son desechables, que se vayan a trabajar a una maquila. Muchos jóvenes son asesinados por comandos de limpieza social y no pasa nada; asesinados por estos comandos porque están bailando y cantando, porque hacen activismo tratando de sacar a otros jóvenes de las pandillas. Hay una disputa territorial con las pandillas —no contra las pandillas, porque nos terminan de matar a todos—; tenemos que negociar el espacio para que podamos hacer arte, y decirle a un joven, al que le han dicho que no sirve para nada, que puede ser artista y que no necesita una universidad o una academia de baile, de pintura, de canto o escritura para ser artista y para decir lo que no están diciendo los medios…
Foto: Lalis Jiménez
En uno de tus ensayos dices que la situación es quizá más difícil que cuando había guerra. ¿Hay más muertos ahora?
Hay más, hay muchas más muertes ahora que cuando había una guerra abierta. A nosotros también nos ha alcanzado la guerra al narco, estamos en un territorio en disputa en el que se han hecho terribles matanzas. Las cifras de asesinatos y de violencia están disparadas. Hay violencia por pandillas, hay violencia estatal y limpieza social; hay tráfico de personas, hay tráfico de armas. Durante la guerra por lo menos había autodefensa, la gente estaba armada y defendía su territorio, tenía estrategias de resistencia de la vida comunitaria; no era sólo la guerrilla. Ahora no tenemos eso, estamos luchando sólo con las manos, con la voz, un poco en lo jurídico, lo que se puede.
Y en un contexto tan complicado, ¿cómo se compone una canción de hip hop?
Yo compongo por emociones, lo primero que siento es una emoción y luego trato de ponerle palabras, y como estoy muy enojada por las cosas que pasan en Guatemala, que me llenan de rabia, esa rabia que siento, si no la saco, voy a explotar. Me he dado cuenta, sobre todo al interactuar con el público, de que si tú les compartís dolor, se quedan con el dolor; si tú compartís rabia, la gente se queda con esa rabia; entonces trato de equilibrar un poco y escribir también temas desde los cuales pueda sanarme.
¡Y no hemos hablado de la violencia feminicida, que en Guatemala, en El Salvador, en Honduras y en México es terrible! La música es una vía para sanar, y siento que, cuando comparto canciones que a mí me inspiran sanación, el sentimiento con el que se queda el público también es otro; trato de equilibrar. A veces me dan ganas de, ¡puta!, ¡ir a tirar una bomba al Congreso!, pero eso se queda conmigo, es sólo un sentimiento. Elijo muy bien las palabras, y sobre todo las emociones y los sentimientos que quiero dejar en una pieza, y eso es lo que comparto.
Foto: Paula Morales
Una de tus canciones es “Libre, atrevida y loca”. ¿Cómo ejerces tu libertad?
La libertad la ejerzo cuando soy feliz, cuando estoy plenamente entregada al momento, cuando no estoy atrapada en la mente, sino que estoy conmigo misma, con mis emociones y sentimientos; ahí me siento libre, sin juzgarme ni culpabilizarme, con sólo estar y sentir, y eso lo siento cantando. Son momentos en los que simplemente estás tú y lo que estás creando [La pintora angelina] Audrey [Kawasaki] lo explica como erotismo, un momento erótico de creación que no es genital, sino un erotismo absoluto.
Siento libertad cuando no espero gustarle a nadie, ya no me preocupo de cómo me veo, de si me depilo o no… mi preocupación ya no es gustarle a nadie, y si les gusta, les gusta, ¡y si no, no!
¿A qué te has atrevido?
Yo fui educada en un colegio católico, y el prototipo de mujer que nos enseñaron era el de una callada, sumisa, humilde; ser una vasija de Dios, así nos decían, que la Virgen María era una vasija de Dios donde él depositó la gracia, y que en la medida en que nosotras fuéramos vasijas de Dios él se iba a fijar en nosotras. Vasijas, objetos, floreros. Desde pequeñita yo me atreví a decir: “No, gracias”.
A veces, incluso estando en la disidencia, una intenta ser algo que no es. Yo estuve mucho tiempo en el activismo de izquierda y era algo que no era, hasta que dije: “¿Saben qué? Qué me importa si no me escuchan en sus asambleas, no me importa si lo que yo dije lo acaba decir el man, a él le aplaudieron y a mí no, qué me importa. Voy a hacer lo que yo quiera, y mi cuerpecito es muy mío”.
¿Cuál es tu forma preferida de la locura?
Pues que no me importe lo que dice la gente, salvo la gente que amo y que me ama. Yo no acepto, no dejo que entren en mí las opiniones de gente que no me quiere bien, o quieren que yo sea la imagen. Pasa hasta en el feminismo, algunas compañeras quieren que vos seas algo que no sos: “¿Por qué no eres poliamorosa?”, “¿Por qué no eres lesbiana?”. A veces una sólo es lo que es, y para mí ser loca es un poco eso, dejarme llevar por mi instinto. Es como confiar más en la tripa.
Foto: Paula Morales
Tú empezaste como activista muy joven. ¿Cuáles son tus causas?
En el colegio fui activista, sólo que yo no lo sabía. Primero éramos pocas, luego un montón. Comencé a involucrarme a los 14 o 15 años con grupos como Memoria Histórica. Yo tenía una tía, hermana de mi papá, que fue guerrillera, y poeta también, desaparecida por el ejército en 1981. Conocí a otros jóvenes a los que les había pasado lo mismo con sus papás, sus mamás, sus hermanos, o que habían crecido en el exilio; empecé a reivindicar mi historia familiar y a tratar de sacar eso, porque la estrategia de mi familia fue el silencio —claro, estaban en un contexto de guerra y no era fácil tomar la decisión de hablar y de exigir justicia—.
La memoria histórica es una de las luchas más importantes que trato de plasmar en la música; es una lucha anticapitalista y anarquista, pero de una anarquía entendida no desde la racionalidad occidental, sino una anarquía que he aprendido con la gente de los pueblos originarios que tienen formas propias de organización, que tienen que ver con su cultura y con el territorio. He leído a Kropotkin, a Bakunin, a Proudhon, a Malatesta, a Emma Goldman, y eso me dio luces. Pero cuando me di cuenta de que otra sociedad es posible, fue a partir de la experiencia de los pueblos originarios y de su resistencia en un contexto tan jodido. Es una anarquía que construye comunidad, que cuestiona las categorías y las identidades, en mí misma y en los demás, en un contexto donde te piden que seas algo para complacer a alguien más.
También soy feminista, pero un feminismo vivido, no sólo el feminismo teórico, sino el de la lucha cotidiana en estas sociedades feminicidas en que vivimos.
¿Cuándo escuchaste por primera vez la palabra feminismo?
Vieras que no sé dónde la escuché… pero cuando la escuché yo sabía que era feminista. A los doce años yo sabía que era feminista y bisexual: como que las palabras me resonaron y me las quedé.
En tu blog escribiste este poema que me produjo cierto desasosiego: “no quiero hacer el amor / sólo coger / comer chocolate / fumar desde que me levanto / llorar / si pudiera llorar, lloraría todo el día / encerrarme fuera del wi–fi y la electricidad / quedarme con la instrumental triste de la piel / y dejar que la luna negra / me escriba sus sueños en la espalda”.
La poesía que tengo en ese blog es de cuando yo todavía estaba muy bloqueada, no sabía de qué forma dejar salir mis emociones. Era adicta a las drogas, al alcohol, a la motita, y era muy depresiva. Yo no sabía por qué estaba triste, y no me daba cuenta de que, mientras más motita fumaba, la tristeza duraba más. Lo que estaba haciendo era anestesiarme, no quería sentir emociones. Dejaba entrar a cualquiera, para mí coger era como consumir otra droga, era buscar emociones o sensaciones que me anestesiaran. Ahora ya no lloro todo el día, lloro un ratito ¡y lloro con ganas! Lloro, lloro, lloro, y después se me pasa; me como un helado, un chocolate o abrazo a alguien a quien quiero mucho, y ya estuvo.
La música me sanó mucho, porque logré sacar todo lo que yo tenía adentro, lo de mi tía, la violencia machista que sufrí desde pequeñita, muchas cosas que yo no sabía cómo dejar salir. La verdad es que ya no necesito ninguna sustancia ni consumir ningún cuerpo para sentirme bien, ya no necesito llorar todo el día.
Foto: Luis Ponciano
En tu canción “Ni una menos” hay una frase que dice: “el hombre que la amaba en realidad la odiaba”. ¿Ves cambios a partir del trabajo de organizaciones feministas, de derechos humanos, de los propios gobiernos?
Veo una generación que tiene menos miedo de expresar su sexualidad, aunque sigue siendo una cosa minoritaria, pero no es la misma experiencia que tuvieron nuestras abuelas, nuestras madres. Hay una generación más joven que está escuchando la música que hacemos y que participa en los espacios de empoderamiento. De chica a mí me gustaba esa canción del “Pelo suelto”, de Gloria Trevi, porque yo siempre tenía el pelo desastroso y todo el mundo me molestaba por despeinada… ¡Y qué!, y las medias rotas y los zapatos viejos, ¡y qué! A mí me influyó mucho en cómo me expresaba. Muchas chicas que escuchan música que denuncia la violencia machista van a tener otras herramientas al momento de entablar una relación.
Mucha gente me escribe para contarme cómo las canciones las han acompañado en un proceso. Una chica me dijo que su mamá había vivido una relación violenta durante muchos años, y por más que sus hijas le hablaban, ella no se daba cuenta de que lo que estaba pasando, hasta que escuchó “Este cuerpo es mío”, y vio el video. En ese momento, con una canción de tres minutos y medio, le cayó el veinte. Dijo: “¡Eso lo estoy viviendo yo, eso es lo que me está pasando!”. Estas piezas de tres minutos son herramientas pedagógicas, de transformación. Eso me da esperanza.
¿En qué Guatemala te gustaría vivir?
Quisiera una Guatemala plurinacional, donde todos los pueblos originarios tuvieran derechos culturales, derecho sobre su territorio, derecho a organizarse según las tradiciones y costumbres…
Allá son mayoría los pueblos originarios, ¿verdad?
Sí, 60 por ciento más o menos de la población del país. Quisiera un país donde los pueblos originarios guiaran la transformación. Mis compañeras indígenas activistas tienen mucha esperanza porque tienen comunidad. Yo quisiera vivir en comunidad, quisiera tener la experiencia de saber que mi comunidad me respalda, y de que nuestros territorios, nuestros idiomas y nuestra cultura se respetan. Me gustaría un país donde las mujeres indígenas fueran a la cabeza, como está pasando aquí con Marichuy. m.
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