
En cada costumbre están cifradas porciones de nuestra historia como individuos y como integrantes de colectividades: tal vez por eso parezca imposible que nadie esté a salvo de manifestar, incluso sin percatarse, conductas que carecen de toda explicación.
Se dice que Kant era tan estricto en el cumplimiento de los hábitos que se había impuesto a sí mismo que los habitantes de su ciudad, Königsberg, estaban pendientes de sus paseos para poner la hora en sus relojes. Interesado en la metafísica de las costumbres, acaso el filósofo encontrara en la rigurosa observancia de las suyas una tranquilizadora defensa ante las amenazas de lo imprevisible —se resguardaba, al menos, de distracciones, para concentrarse denodadamente en el trabajo.
En cada costumbre están cifradas porciones de nuestra historia como individuos y como integrantes de colectividades: tal vez por eso parezca imposible que nadie esté a salvo de manifestar, incluso sin percatarse, conductas que carecen de toda explicación. Y es que la existencia de toda costumbre es tautológica: termina afirmándose únicamente porque existe. De ahí su fuerza, mayor que la del amor —como quería la canción de Juan Gabriel.
A todo se acostumbra uno, se dice, menos a no comer. m.
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