Cuando la cinematografía camina junto a la etnografía
Hugo Hernández – Edición 444
El documental que cabría calificar como etnográfico ha dejado ver una flexibilidad y una imaginación prodigiosas. Va más allá del registro del folclore y busca más que la memoriosa conservación
El escocés John Grierson, considerado el padre del documental, propuso en un manifiesto de 1932 (“Principios del documental”) la ontología y el valor del cine de no ficción. En él ponderaba “las historias verdaderas con escenas en vivo” como la “mejor pauta para una interpretación del mundo moderno” y subrayaba su capacidad extraordinaria para amplificar “el movimiento formado por la tradición o que el tiempo ha ido creando poco a poco”; hacía una propuesta filosófica en la que establecía la equivalencia entre lo real y lo verdadero. Como productor y realizador se dio a la tarea de registrar actividades y costumbres en parajes diversos y distantes. El conjunto permitía una mejor comprensión del fenómeno humano: el cine como un medio de investigación antropológica.
Grierson era sensible al abanico formal que permitía el documental, si bien tenía sus preferencias (apuntaba insuficiencias en Berlín, sinfonía de una ciudad, de Walter Ruttmann, y era más laxo con los procedimientos de Flaherty). En adelante, el documental que cabría calificar como etnográfico ha dejado ver una flexibilidad y una imaginación prodigiosas. Va más allá del registro del folclore y busca más que la memoriosa conservación; toma distancia de lo documentado, pero también penetra en la intimidad y cabe el ensayo, lo mismo que la poesía.
Los cineastas que aparecen en el siguiente listado, que conciben sus documentales como espejos —fascinantes—, dan fe de ello.
Frederick Wiseman (Estados Unidos, 1930)
Si bien él nunca se sintió cómodo dentro de los parámetros del cine observacional, sus películas son sólidos documentos de aliento etnográfico. Ve su trabajo como “una historia natural de la forma como vivimos”. Y ahí cabe la norma pero también la excepción. No es raro, así, que se asome lo mismo a una prisión para enfermos mentales que a una institución dedicada a hospedar a personas de escasos recursos, a una compañía de ballet que a un zoológico. Su cine invita al espectador a la participación y, así, no es raro que el descubrimiento lleve al reconocimiento.
:: Titicut Follies, 1967
:: Zoo, 1993
:: Ballet, 1995
Godfrey Reggio (Estados Unidos, 1940)
Hizo de un recurso técnico un principio poético: la cámara lenta y el time-lapse (registro de una imagen cada determinado tiempo) se conjugan para dar plasticidad a la fugacidad. Sus primeros tres largometrajes (Koyaanisqatsi, Powaqqatsi y Naqoyqatsi) hacen una rigurosa exploración de la Tierra y el ser humano, que ahí ha prosperado como un parásito con iniciativa. Apenas uno se detiene a observar (y estas cintas son hipnóticas) el tránsito de la naturaleza a la ciudad, de la contemplación al trabajo, del individuo a la masa, la vida resulta sorprendente.
:: Koyaanisqatsi, 1982
:: Powaqqatsi, 1988
:: Naqoyqatsi, 2002
Werner Herzog (Alemania, 1942)
Es un investigador incansable de lo humano. Rastrea dondequiera que sea necesario (y el mapa geográfico y antropológico es en verdad extenso) y está atento al rasgo que ayude a conformar un retrato de cuerpo entero. En la Antártica cuestiona al hielo y a los que por allá se han asentado; en el Tíbet da cuenta del peso de la religión y del valor del ritual; en una cueva francesa “conversa” con el hombre de las cavernas. La conclusión del viajero: “La civilización es como una delgada capa de hielo sobre un profundo océano de caos y oscuridad”.
:: La rueda del tiempo, 2003
:: Encuentros en el fin del mundo, 2007
:: La cueva de los sueños olvidados, 2010
Robert J. Flaherty (Estados Unidos, 1884-1951)
Sus películas son verdaderos hitos en la historia del cine. Si bien la ubicación en un género cinematográfico puede provocar más de una disputa, pues para dar cuenta de usos y costumbres de los documentados no dudaba en echar mano de la puesta en escena. En Nanook, el esquimal hace que el personaje epónimo cace con arpón cuando lo hacía con escopeta; en El hombre de Arán instaló a su personaje en las islas irlandesas del título; en Moana da cuenta del estilo de vida polinesio que ya no existía. Con Flaherty queda claro que a veces la conservación es asunto de ficción.
:: Nanook, el esquimal, 1922
:: Moana, 1926
:: Hombre de Arán, 1934
Jean Rouch (Francia, 1917-Nigeria, 2004)
Hizo de la cámara una herramienta etnográfica. Son célebres sus incursiones en África. Por sus películas sabemos detalles reveladores de la vida cotidiana en algunos parajes del continente, así como el peso de la historia y sus miserias; todo desde una mirada combativa que se distancia del colonialismo. Pero también exploró la felicidad en la ciudad al lado de Edgar Morin en el célebre documental Crónica de un verano (París 1960), un gozoso ejercicio de cinéma vérité. Rouch ofrece un compendio para comprender al otro que, gracias a su cine, no es tan distante ni diferente.
:: Crónica de un verano (París 1960), 1961
:: Jaguar, 1967
:: El viejo Anaï, 1979
Para saber más
:: Principios del documental, según John Grierson.
:: Entrevistas con Werner Herzog: aquí una, aquí otra.
:: Un corto de Joris Ivens: El Sena encontró París, 1957.
:: Tanda del domingo, una película sobre Cuba, de Chris Marker.
:: Recuerdos del porvenir, de Chris Marker.
:: Diálogo con Frederick Wiseman.
:: “El arte de la observación. Algunos documentales latinoamericanos recientes”, artículo de Javier Campo.