Por más mimos que se le dispensen, por más delicadeza con que se la trate y por más empeño que se invierta en convencerla de vivir, la planta se obstinará en secarse si no es la persona indicada la que la cuida.
Uno de los incontables misterios para los que jamás habrá solución tiene que ver con las plantas. Particularmente, con las relaciones que sostenemos con ellas. Y más específicamente, con nuestros afanes de imponerles nuestra voluntad o nuestros anhelos. Y más concretamente todavía, con el hecho de que parezca haber —como una forma de la fatalidad, quizás, o como una demostración de que la suerte sí existe— personas a las que las plantas se les dan, y también personas a las que no. ¿Qué quiere decir eso? Por más mimos que se le dispensen, por más delicadeza con que se la trate y por más empeño que se invierta en convencerla de vivir, la planta se obstinará en secarse si no es la persona indicada la que la cuida. Y alguien más, casi sólo por pasar junto a la maceta, conseguirá todo lo contrario.
Las plantas saben cosas que nosotros nunca llegaremos a saber..