Sentidos vegetales
Yara Patiño – Edición 469
Las plantas tienen algo similar a los receptores de glutamato, que es con lo que los humanos formamos recuerdos. No tienen órganos sensoriales como los animales, pero perciben el medio ambiente utilizando proteínas de las membranas de sus células
Es grato escuchar el sonido de las hojas movidas por el viento, pero, si escucháramos más a las plantas, podríamos aprender acerca de sus increíbles mecanismos de comunicación, socialización y supervivencia. Podríamos enseñar lo aprendido a nuestras inteligencias artificiales y nutrir nuestro cerebro colectivo.
Si alteramos su velocidad, por ejemplo, las plantas pueden parecernos animales: vista con lente de aumento y cámara rápida, una raíz se acerca a los nutrientes como un gusano o un topo. Es la expresión de su crecimiento, pero no sólo crece: tiene una dirección clara, un comportamiento. ¿Cómo sabe a dónde ir, si no tiene sentidos?
La Mimosa pudica aprende y recuerda. Un mecanismo de defensa la hace cerrar sus hojas cuando percibe peligro, pero esto le consume mucha energía, así que la planta ha desarrollado una forma de medir el peligro, y deja de cerrarse cuando un estímulo que no la daña se repite. La Pisum sativum, el chícharo, calcula riesgos y hace asociaciones entre distintos estímulos, como el perro de Pavlov.
Las plantas tienen algo similar a los receptores de glutamato, que es con lo que los humanos formamos recuerdos. No tienen órganos sensoriales como los animales, pero perciben el medio ambiente utilizando proteínas de las membranas de sus células, con las que detectan estímulos químicos, como patógenos u hormonas de otros organismos. Estas detecciones producen señales, luego reacciones.
Los receptores de quinasas son una familia de proteínas involucrada en la percepción, tanto en plantas como en animales. La Arabidopsis thaliana contiene más de 600 diferentes receptores de quinasas —50 veces más que los humanos—, que le son necesarias para su crecimiento y su respuesta al entorno.
La Nicotiana attenuata llama con señales químicas —olores— al predador de su predador. Su predador es una oruga que, tras la metamorfosis, se convierte en su principal polinizador: la polilla halcón. Para ella, que es nocturna, la planta abre sus flores por la noche; a veces decide cambiar de polinizador, entonces sus flores abren de día y tienen otra forma: una que le gusta al colibrí.
La Cuscuta no echa raíces ni hace fotosíntesis, así que necesita otra planta para vivir; su favorita es la de tomate. Se enrosca, perfora y absorbe, como vampiro. Si puede elegir, lo hará: un retoño de cuscuta, dispuesto a igual distancia entre una planta de tomate y una de trigo, bailará por horas acercándose poco a poco a su preferida; puede olerla. El tomate, a su vez, gritará químicamente.
El majestuoso abeto Pseudotsuga menziesii oculta sus dos terceras partes bajo tierra. Sus extensas raíces se comunican con las de otros árboles. Lo hacen por medio de los micelios de numerosos hongos, que absorben su carbono y a cambio le aportan diversos nutrientes y los conectan con los demás árboles; esto les sirve a los mayores para compartir recursos con los más jóvenes o los moribundos, especialmente si son sus parientes —porque los reconocen—.
Elowan es una planta-robot, un cyborg diseñado en el MIT. Este sistema híbrido, entre vegetal y máquina, detecta la luz y puede trasladarse solo a donde quiere. Le ayudamos a ser más autónomo; su autonomía puede beneficiarnos de diversas formas.
Una espinaca puede decirnos dónde hay bombas. Un bosque puede enseñarnos habilidades comunitarias. Ellas pueden hablarnos. Nosotros podemos aprender a escucharlas.
Para saber más
:: Estudio revolucionario muestra cómo las plantas sienten el mundo.
:: Investigadores han descubierto cómo las plantas perciben nuestro mundo.
:: Las espinacas nanobiónicas pueden detectar explosivos.
:: Los recuerdos ocultos de las plantas.
:: Esta planta es un cyborg (y podría ser el futuro de las interfaces).