Los límites movedizos de los medios
Enrique González – Edición 435
Por más que se hable de libertad de expresión, los medios de comunicación siguen teniendo fronteras infranqueables. Ignorarlas puede significar morir o tener que largarse del país. Tal vez por eso aquella respetable organización nacida en Francia adoptó tan elocuente y evocador nombre: Reporteros Sin Fronteras.
Por más agresivo y eficiente que pretenda ser, todo perro guardián tiene sus límites. A veces pueden ser algo tan concreto como una valla de acero o una fosa, pero a veces ese perro guardián —alias otorgado a los medios de comunicación por su teórica labor de vigilancia y denuncia sobre las acciones del Estado y la sociedad— tiene límites inasibles y abstractos, y no por ello menos infranqueables, llamados ideología, miedo, creencias religiosas o simple y llana ignorancia.
Las fronteras geográficas del mundo se han movido y seguirán moviéndose incesantemente; está en la naturaleza del ser humano obtener, delimitar y luego repensar lo que es suyo, lo que lo distingue del “otro”. Revise usted un mapa europeo de 1985 o uno de África de 2000. ¿Por qué no iba a pasar lo mismo con las fronteras de los medios de comunicación?
Desde que, en el siglo pasado, el alemán Jürgen Habermas le pusiera nombre y apellido a ese hirviente magma de intercambios simbólicos e información entre medios, ciudadanos, Estado e instituciones, bautizándolo como “esfera pública”, hay fronteras aún intactas. Otras hace rato que fueron dinamitadas.
Ejemplo uno: México. ¿Se pueden hacer bromas sobre el presidente o los curas pederastas? Sí, en general. “Ya no tengo que autocensurarme”, piensa, aliviado, el caricaturista político. ¿Podemos hacer un reportaje sobre las pésimas condiciones laborales en la planta de uno de nuestros anunciantes? No, responden la televisora, el periódico o la estación de radio. “Lástima, tenía amarrada la investigación… ¿Podría publicarla en un blog? ¿Tendrá el mismo impacto?”, se cuestiona, resignado, el reportero.
Ejemplo dos: Siria, Irán, Cuba, Rusia, China, Zimbabwe… (añada su país favorito). ¿Se pueden hacer bromas sobre el presidente y otros políticos? No. ¿El ejército? No. ¿Las empresas relacionadas con el gobierno? No. ¿Y hablar de falta de democracia? No. ¿Y…?
Ignorar esas fronteras puede significar morir o tener que largarse del país. Tal vez por eso aquella respetable organización nacida en Francia adoptó tan elocuente y evocador nombre: Reporteros Sin Fronteras. Revisar su mapa de la Libertad de Prensa en el mundo deja claro cómo, dependiendo del pasaporte que poseas, se ampliarán tus horizontes o la velocidad de tu internet (si es que lo tienes).
Porque hay de fronteras a fronteras. No es lo mismo trabajar para el The New York Times y poder ventilar las corruptelas gracias a las cuales Walmart crece en México ante la mirada coludida y complaciente del gobierno, que narrar los últimos acontecimientos relacionados con el narcotráfico y que tu vida esté permanentemente en peligro, como sucede con la gente del Blog del Narco, un medio de referencia en este país que siguen con atención profesionales de todo el mundo.
Es la frontera entre vivir o morir. A ésa vale la pena hacerle caso, recomendó alguna vez Jon Lee Anderson, otro tipo que entiende de fronteras. Pero si estás cansado de tu gobierno y entiendes cómo funcionan Facebook o YouTube, la ignorarás y saldrás a la calle a contar en video cómo arde tu país, y te llamarán periodista ciudadano. Y así volverás a mover las fronteras de este mundo. m
El informe 2012 del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos) documenta el estado que atraviesa la libertad de expresión en México y los riesgos que corren actualmente los periodistas. Lee algunos de los textos que integran el informe en este enlace.