Lo dicho (y lo no dicho)
José Israel Carranza – Edición 508

Elias Canetti profesaba una fe inconmovible en las palabras: si es con ellas como comienzan las guerras, también deberían poder terminarse
Es cuestión de oído, pero no solamente: también se precisa de una suerte de sensibilidad afinada para detectar los sentidos que subyacen a la elección de determinadas palabras a la hora de fabricar un personaje. Por eso es tan difícil recrear el habla natural de la vida de todos los días: Vicente Leñero sabía bien cómo hacerlo, y así entregaba frescos insuperables de su tiempo, y Fernanda Melchor ha encontrado como aprovechar ese talento para ponerlo al servicio de su imaginación sobrecogedora. Con las palabras que puso en boca de quienes habitan sus libros, Juan Rulfo hizo algo asombroso: subvirtió nuestra inteligencia a tal grado que aceptamos sin reservas esa forma inconfundible, aunque en la realidad no exista.
Por otro lado, están las historias cuya ocurrencia se debe a palabras que se pronuncian, o dejan de hacerlo, con todas sus terribles consecuencias. Pero ¿no es eso mismo lo que sucede en la vida? ¿No todo depende de lo que digamos o de lo que callemos? Elias Canetti profesaba una fe inconmovible en las palabras: si es con ellas como comienzan las guerras, también con palabras es como deberían poder terminarse. Más nos vale creer siempre en eso.
El asombro incesante
La palabra mágica, de Augusto Monterroso (ERA)
Diseñada por Vicente Rojo, la edición especial de este libro aparecida en 1983 contiene distintos papeles, tintas de colores, grabados, dibujos del autor y una riqueza tipográfica que acentúan el sentido lúdico de la imaginación y de la inteligencia monterrosiana. Reúne los ensayos y algún relato que dan cuenta de las querencias y las preocupaciones principales de quien ha sido uno de los escritores más inusitados de la literatura latinoamericana (Shakespeare, Borges, las fábulas, Quiroga, Charles Lamb…), siempre circunscritas por la vivencia intensa de la literatura y resueltas en ocasiones incesantes para el descubrimiento y la maravilla.
“No”
Historia del cerco de Lisboa, de José Saramago (DeBolsillo)
Cuando llega a sus manos un libro que recuerda el momento en que el rey portugués pidió la ayuda de los cruzados para liberar a Lisboa de los moros, el corrector Raimundo Bienvenido Silva tiene una súbita inspiración: decide cambiar por un “no” el “sí” que obtuvo el rey como respuesta, y con ello la historia de Portugal queda inesperadamente alterada. Lo mismo que la existencia de Silva, quien vive también sitiado por la soledad —que es la forma de referir un amor aparentemente imposible, aunque es sabito que eso por lo general es una ilusión—. Una palabra basta para cambiar el rumbo del universo.
La culpa
Expiación, de Ian McEwan (Anagrama)
Las palabras que no debieron decirse precipitan la culpa, acaso más frecuentemente que las que se callan. O al menos así ocurre con Briony, que un día, a sus 13 años, presencia una escena de amor entre su hermana Cecilia y el novio de esta, y movida por un escrúpulo excesivo (¿o se trata de envidia, de celos, de presciencia del destino horrible que está por desencadenar?) provoca que el muchacho termine en la cárcel y su hermana sea irremediablemente desgraciada. Con el trasfondo de la guerra, esta historia conmovedora y narrada de modo deslumbrante es una de las mejores pruebas del poder casi sobrenatural que posee McEwan para penetrar en lo más hondo de nuestras pasiones.
Un gran corazón
Estas ruinas que ves, de Jorge Ibargüengoitia (Joaquín Mortiz)
Paco Aldebarán vuelve a su ciudad natal para desempeñarse como profesor de literatura y se reencuentra con una amiga de la infancia, de la que de inmediato queda prendado. Malagón, colega en la universidad, le revela una noche a Paco el destino desdichado de esa muchacha: sufre de un problema congénito que ha causado que su corazón crezca y se debilite, al grado de que es seguro que morirá al experimentar su primer orgasmo. Las palabras que dan forma a esa confidencia son el núcleo de esta novela hilarante en la que Ibargüengoitia despliega un retrato a la vez implacable y entrañable de la vida provinciana a principios de los años setenta.