Un quipu nos conecta a Cecilia Vicuña

Chile saluda a Vietnam, 1976

Un quipu nos conecta a Cecilia Vicuña

– Edición 488

Chile saluda a Vietnam, 1976

Pocos artistas como Vicuña han hecho suya la voluntad de atender a los modos de ser del otro. Este desplazamiento de la mirada ha sido un posicionamiento profundamente político. Todo en Vicuña es poético y, por ello, todo en Vicuña es político

Imaginemos un quipu1 gigantesco, enrevesado, misterioso, que tiene su origen en el cuerpo menudo de una mujer chilena y que se extiende sobre el mundo, de forma circular, conectando todas las cosas en un bordado ininterrumpido. Existe, claro, una variante a esa imagen posible, una en la que esa mujer, llamada Cecilia Vicuña, es apenas un canal para el reconocimiento de las muchas fuerzas en equilibrio que componen la vida, la muerte, la poesía, el arte y las culturas originarias, que son el corazón de América Latina. Visto así, podría entenderse mejor el hecho de que Vicuña, siendo aún demasiado joven, se anticipara al futuro que estaba por llegar a la vez que legara —a modo de depósito atemporal— las claves esenciales para transformarlo. Porque esta poeta, activista y creadora no sólo fue una feminista y ecologista pionera, sino que tuvo la extrema lucidez de acercarse a ambos fenómenos desde lógicas que se saltaban, deliberadamente, el orden colonial imperante.

Toda la obra de Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948) emerge de un posicionamiento vital relacionado con los actos de la observación y la escucha como parte del proceso de configurar la percepción y, por tanto, la realidad. Ésta es una idea heredada de la sabiduría indígena y será la base de su poesía disruptiva y de su amplísima producción artística. Vicuña lo pone en estos términos, que parecen extraídos de un mito andino: “[el arte y la poesía] consisten en ver lo que uno realmente ve, en sentir lo que uno realmente siente […] No en decir ‘Yo voy a ser esto’, sino en escuchar ¿qué quiere esto ser?”.2 

Casa espiral, 1966

Tal vez la serie más representativa de su particular manera de entender el mundo sea Precarios, ese término que terminaría inaugurando una modalidad creativa inédita —el arte precario— basada en la conciencia de la fragilidad del ser humano y la naturaleza. Vicuña, ha dicho, tenía 17 años cuando realizó su primer “precario”. En 1966, a orillas de una playita de Concón a la que iban a parar los desechos de la región, le sobreviene una revelación poderosa y definitiva: el mar, el viento indómito del Pacífico Sur y la arena están al tanto de su existencia de la misma manera en que ella lo está de las suyas. Semejante reconocimiento la impele al gesto votivo del ofrecimiento; de ahí, su primera instalación a partir de “basuritas” arrastradas por las olas. Una obra concebida como promesa de retorno, una obra encaminada a desaparecer y reaparecer infinitas veces.

Pocos artistas como Vicuña han hecho suya la voluntad de atender, genuinamente, a los modos de ser del otro. Y este desplazamiento de la mirada, este hacerse cargo de la irreductibilidad de la vida y sus expresiones, ha sido un posicionamiento profundamente político. Todo en Vicuña es poético y, por ello, todo en Vicuña es político. El potencial que descubre en lo descartado, lo marginal, en lo venido a menos, tiene que ver con ese estado permanente de pregunta en el que se mueve y que, de alguna manera, comparte espacio con el universo de la niñez, las culturas premodernas, el pensamiento mítico. Ésa va a ser, también, la base de las teorías decoloniales, los desmontajes de género y el activismo ecologista.

Palabrama, 1974

Sus Palabrarmas (un trenzado poético de 1974 que, como la propia Vicuña, sería olvidado y rescatado recién por los jóvenes interesados en darle la vuelta al sistema) trasladan al lenguaje la vocación cimarrona de resistencia y lo desvinculan de su rol de correa de transmisión de lo occidental. En uno de los poemas se lee: “Palabrir es vivir en las palabras, experimentarlas como si fueran recién nacidas, y ellas y nosotros llegáramos al encuentro por primera vez”.3 Vicuña sabe que el lenguaje es un organismo vivo capaz de reinventar las estructuras sociales. Por eso quiebra las palabras y las despliega  en busca de nuevas reconfiguraciones del rompecabezas infinito de los sentidos. Y si las palabras dadas no son suficientes, crea otras para decir lo que nunca ha sido dicho.

Regresemos, pues, a la imagen fundacional; regresemos a la Cecilia que trenza sus primeros nudos buscando encontrarse con la esencia mapuche, vayamos a sus quipus constituidos por mujeres y hombres como la metáfora más bella de lo que es el cuerpo colectivo de las culturas andinas, vayamos a sus cadenetas lanzadas al río Mapocho en un gesto simbólico de sanación. Hay que abrir bien los ojos y mirar a Vicuña, que es una manera de mirar a la naturaleza y de salvarnos. Un quipu nos conecta de forma indisoluble a la fuerza telúrica de esta mujer. Un quipu anudado por sus manos indígenas. .

Cloud Net, 1999

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Notas al pie
1. El quipu es un instrumento tradicional inca para llevar registros contables a partir de nudos en hilos de algodón o lana.
2. Museo CA2M, Palabras semillas. Cecilia Vicuña y Miguel A. López en conversación [Video], 2021.
3. Cecilia Vicuña, Palabrarmas (RIL Editores, 2005), p. 24.

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