Juan Sant: “Me cansé de callar”

Sant participó en el Festival Cultural Universitario del ITESO en 2019. Fotos: Luis Ponciano

Juan Sant: “Me cansé de callar”

– Edición 475

“Se puede hacer algo para que la gente se dé cuenta de que nuestra lengua vale más de lo que muchos de nosotros pensamos”, asevera este artista totonaco que ha encontrado en el rap —un género dado a la exaltación del yo— la vía idónea para la afirmación de su lengua, de su cultura y de la importancia de abrirnos a otras visiones del mundo

“Mi nombre es Juan Santiago, piel morena como piel de ollas de barro… Hablo totonaco como mi abuelo, tengo su sangre por mis venas corriendo, de pies a cabeza, suena estupendo, vengo del cielo, de nubes, trueno y lluvia; de sol, la tierra y fuego; soy semilla en la jungla, un coyote en la penumbra, guerrero desde el petate hasta la tumba…”. El rapero canta a capela. Una profesora le ha pedido una “probadita” de lo que presentará dentro de un rato en un jardín del ITESO, como parte del 17 Festival Cultural Universitario en noviembre de 2019.

Juan Sant combina frases en español y totonaco, su lengua natal. La fuerza con que canta en un auditorio de la universidad jesuita se transforma en una tímida sonrisa cuando escucha los entusiastas aplausos que le brindan las personas que desde hace una hora lo escuchan hablar de su historia, de su lucha y sus anhelos.

“Desde que tengo memoria, iba a la milpa para ayudar a mis padres. A los cuatro años agarré una pala y me empezaron a enseñar a trabajar. Ya a los seis años empecé a ir a la escuela, pero el sábado y el domingo eran de ir a trabajar a la milpa”.

A Juan le gustaba trabajar en el campo “por el sonido que había de los pájaros y por los árboles, que me gustan mucho. Además, mi papá ponía música huasteca, le gustaba mucho. Él tenía sus casetes y llevaba su grabadora a la milpa. Cada semana tenía que comprarse su paquete de pilas para escuchar su música, parecía un ‘raper’ cargando su grabadora”.

 

—¿Y te gustaba también a ti?

Yo, cuando agarré conciencia, ya traía la música huasteca adentro. A veces se me antoja escuchar esta música.

 

Juan tiene 33 años. Nació en Terrero, una comunidad de alta marginación en la sierra norte de Puebla, donde habitan poco menos de mil personas que se dedican primordialmente a la agricultura, y donde, cuenta Juan, hace mucho calor.

“La comunidad más cercana se llama Mecapalapa, que es donde se hace un tianguis que allá le llaman ‘Viernes de plaza’. Allá es adonde mis padres y yo íbamos a vender el maíz y el frijol que cosechábamos. Está a dos horas caminando. Hay que cruzar un río y luego vas caminando hasta llegar”.

En la escuela de su comunidad comenzó a estudiar. “Mis padres me mandaron a la primaria para que yo empezara a involucrarme en lo que es el español, porque la gente no hablaba español. Se supone que era una escuela bilingüe y nos tenían que enseñar en totonaco y español, pero los docentes no sabían totonaco. Yo era de los más chicos, había muchos alumnos grandes, unos tenían hasta 15 años”.

Cuando ingresó a la secundaria, Juan debía caminar dos horas para llegar a la escuela porque en su comunidad solamente había primaria. “Te tenías que ir desde las seis de la mañana para llegar allá a las ocho. Íbamos juntos cuatro mujeres y cuatro hombres, había un compañerismo muy bonito”.

Al terminar la secundaria, Juan quería ir a la preparatoria. “Salí en julio de 1999 y hasta diciembre estuve en la milpa trabajando con mis padres. En ese tiempo se creó un lazo muy bonito con ellos. Yo quería seguir estudiando, pero el campo es muy mal pagado y lamentablemente mis padres económicamente no estaban bien. Tengo un hermano que tiene una enfermedad de por vida y no había dinero para comprar los medicamentos. Me fue imposible seguir estudiando”.

Una de sus hermanas ya había migrado a Ciudad de México. “Esa Navidad, ella fue para el pueblo y me comentó: ‘Si quieres irte para apoyar a papá, adelante, puedes quedarte en mi casa’. Yo no lo pensé dos veces y dije: ‘Va, me voy para mandarles dinero’”.

Juan Sant

—¿Fue difícil tomar la decisión?

Sí y no. Cuando tú ves la situación y te das cuenta que no hay otra alternativa, pues lo haces.

 

El primer día de 2000 arribó a la capital del país. Tenía 14 años. “Llegué a Indios Verdes y estaba lloviznando, todo era gris, no había nada verde. Yo me imaginaba algo distinto. En el pueblo teníamos una televisión en blanco y negro y ahí veía los edificios de México, pero donde llegué, por Azcapotzalco, no era así. Mi hermana me fue guiando, yo no sabía ni dónde estaba”.

En una semana ya trabajaba como ayudante en una tortillería. “La persona con la que trabajaba era muy grosera conmigo. Yo no hablaba bien español y no conocía muchas cosas. Por ejemplo, me decía: ‘Pásame la espátula’, y yo no sabía qué era eso porque la espátula no se ocupa en el campo. Entonces me insultaba y por mis rasgos hacía más grandes los insultos. Me salí, entré a otra tortillería y pasó lo mismo, discriminación por ser originario”.

El desprecio era constante. “Te dicen muchas cosas, como el dicho popular: ‘Ya no vengan para acá’. O: ‘Si no saben hablar español, por qué vienen’, o cosas más fuertes”.

 

—¿Te dieron ganas de regresarte?

Sí, muchas, porque en los últimos seis meses que estuve con mis padres trabajando en la milpa se creó un lazo único, y cuando pasó esa ruptura, porque yo me tuve que ir a la ciudad, lo resentí mucho. Y sí me quería regresar, pero no podía. Yo visualizaba que si regresaba al pueblo, me habría fallado a mí mismo y a mi familia, porque yo me fui para ayudarles. Yo salí de ahí pensando en regresar con algo mejor, no podía regresar así. En la ciudad, todo lo que yo ganaba se lo mandaba a mi mamá.

 

El rap

“Estoy cansado de todo, cansado ya de callar, de negar que soy originario, lo tengo en la voz, en el corazón, en la sangre, en las venas, mi piel morena, orgulloso de mi lengua materna… Me cansé de callar, de bajar la cabeza, vivir bajo la sombra de aquel que ostenta riquezas, cansado de sentir vergüenza por tener piel morena, por tener el color de la tierra… Que florezca mi orgullo y mi cara sonría, que brote de mí el fuego más puro, cuando de mí se rían por mi cara y mis pies descalzos, que callen voces que nos discriminan, que enmudezcan miradas, que no lastimen palabras, llenas de espinas…”

En el video “Originario”, Juan Sant canta este rap en totonaco y español. Al ritmo de la música se alterna su vestimenta como se alternan también las lenguas. Aparece con el atuendo de su pueblo: camisa y calzón de manta, sombrero de palma y morral. En algunos fragmentos lleva una máscara de una danza tradicional. Va descalzo. Y aparece también con una cachucha de beisbolista, tenis y una playera negra con las imágenes del emperador Cuauhtémoc, de Emiliano Zapata y del subcomandante Marcos. En ambos casos  se pone paliacate.

 

¿Cómo te encontraste con el rap?

Nos pasamos a un barrio muy pesado de Ecatepec. Yo tenía 15 años y entré a trabajar a una carpintería. En las calles, los cholos siempre me taloneaban con mis diez pesos, pero ya al conocerlos mejor nos empezamos a llevar bien y me juntaba con ellos. No sentí rechazo hacia mí y me sentía cómodo con ellos. Algunos escuchaban rap y uno de ellos me regaló un casete.

 

¿Te gustó?

Al principio no le entendía y era sólo escuchar, pero como que expresaba lo que yo sentía, la rabia de cómo te miran, de la gente que ve que estás en el piso y hasta te pisotea más. Sientes una rabia… Me quedaba ese vacío, la falta de algo en mí. Yo simplemente no sabía qué había venido a hacer en este mundo. A muchos niños les preguntan qué quieren ser de grandes y te dicen sin pensarlo: bombero, o conducir aviones. Pero cuando a mí me preguntaban, yo no sabía responder. Cuando empecé a hacer rap sentía que me llenaba y podía demostrarle al mundo que yo podía hacer algo.

 

¿Cómo aprendiste a hacer rap?

Fue complicado, porque fue de manera autodidacta. Escuchaba mucho rap y me iba empapando. Sobre eso empezaba a hacer mis propias rimas, pero yo no estructuraba. Me grabé y me sentí fatal. A la hora de montar la frase sobre un ritmo, el ritmo iba por un lado y yo iba por otro. Lo dejé por medio año. Me costó dos años adaptarme, hasta que le entendí. Luego compré una computadora. No sabía ni cómo encenderla. Y el programa estaba en inglés, era volver a empezar, y empecé a picar botones. Me tardé como un año para sacar un demo con 13 canciones. Yo iba aprendiendo todo. Llegué a la ciudad y volví a nacer ahí porque aprendí a caminar, a hablar, estaba aprendiendo a hacer mis rimas. Aprendía de todo.

 

¿Cómo fue tu primera presentación?

Me dieron nervios porque en el barrio se hacían eventos, era puro reguetón. Se subía alguien a cantar y, si a la gente no le gustaba, lo abucheaban y se tenía que bajar, a menos que quisiera aguantar el insulto todo el rato. Yo tenía que pasar ese reto y tenía el temor de que me rechazara el público. Pero les gustó y no me abuchearon, al contrario. Y poco a poco me habitué a estos espacios.

 

En una de tus canciones dices: “Me cansé de bajar la cabeza”. ¿Cuándo decidiste hacerlo?

Cuando regresas al pueblo y ves todo igual, cuando ves a tu madre caminando y la gente la ve por encima del hombro. Yo también siento las miradas, y son las que más duelen. En ese momento se empieza a generar algo dentro de uno, y eso fue lo que fui sacando. Ahí te das cuenta de que alguien tiene que levantar la voz y decir: ¡Basta ya!

 

¿De qué trataba la primera canción que compusiste?

Estaba dedicada a mi madre, trata de que somos de un pueblo originario y no por eso valemos menos.

 

¿Por qué decidiste cantar en tu lengua?

Al principio lo hacía en español, pero me di cuenta de que mi lengua es lo único que tengo y que tengo que mostrarlo. Es lo que me identifica. No es común mostrar en los medios los problemas del originario, no es común que alguien de mi comunidad viaje en avión para venir a Guadalajara a decirlo. Se puede hacer algo para que la gente se dé cuenta de que nuestra lengua vale más de lo que muchos de nosotros pensamos.

 

¿Y logras mucho?

No tanto, pero es mostrarle a la comunidad que se pueden hacer muchas cosas si queremos.

 

Además de tu lengua, ¿qué otra característica tiene tu música?

El rap es la exaltación del yo: yo soy esto, yo pienso esto. Yo vengo de un barrio donde la vida es dura y trato de mostrar eso; a mí el rap romántico no me llena. En la música de banda, por ejemplo, lo importante es el tú. Tú me dejaste, tú eres esto… Yo muestro mi rap como poemas y también le ha gustado a la gente. A mí no me gusta cuando en el rap hay un exceso de groserías que no sirven, ni siquiera las dicen con alguna intención, simplemente por decirlas. Y yo dije: “Voy a hacer un rap que no sea tan grosero, hay que meterle más poesía”. Ahí es donde empiezo a machetearle, a mostrar nuestras raíces y a tomar una postura ambiental.

 

¿Es difícil hacer rap?

Depende de dónde estás económicamente. Quizá hay gente a la que sus padres la apoyan para hacer una carrera y dedicarse al cien. Pero alguien de la periferia no puede dedicarse al cien y se tarda cinco años para cualquier cosa. Imagínate para alguien que viene de fuera de la ciudad y tiene que trabajar para su familia, es tres veces más difícil. Y eso que soy hombre; si fuera mujer, sería cuatro veces más difícil, y si fuera gay, sería cinco veces mucho más difícil. Me gustaría dedicarme a la música, pero tengo que trabajar en un empaque de ropa. Trabajo nueve horas, más cuatro de trayecto. Se me va todo el tiempo y lo poco que me queda lo dedico a la música.

Juan Sant 

¿A qué horas compones tus canciones?

Trato de aprovechar el tiempo. Escribo en el camión. A la hora de la comida, como lo más rápido que puedo para después ponerme escribir. Y el domingo.

 

¿Cómo escribes?

Tengo una libreta donde escribo lo que se me ocurre en el momento; más tarde se me ocurre otra cosa, y cuando quiero terminar una canción, junto todos los cachos y la completo. Tienes que escribir rápido la idea, porque sabes que es algo que está pasando y no va a regresar. De esta manera, lo pescas.

 

¿Se te aparece la frase?

Exacto. Por ejemplo, un domingo en la noche estaba en la calle esperando que me abrieran donde ensayamos. El cielo estaba oscuro, estaba la luna. Y ahí mi mente empieza a trabajar. Había unos perros ladrándome. Ahí me salió un coro que dice: “La luna está mirando mi dolor, si los perros están ladrando es por temor, y yo estoy rapeando desde mi interior, no estoy sonriendo, sino frente a los fusiles del paredón…”. Todo eso salió en ese momento y tuve que escribirlo rápido.

 

¿Para ti qué es la palabra?

La palabra es prácticamente todo, es un arma de doble filo porque puedes destruir o construir algo. La palabra puede destruirte o levantarte. Cuando escucho a un buen “raper” se me enchina la piel, me recorre un frío porque yo también estoy sintiendo eso que está diciendo y la gente también lo siente porque todos somos humanos. Ése es el poder de la palabra.

 

¿Y tu lengua originaria?

Es una cosmovisión muy distinta, muy completa. Y te estoy hablando de la mía, pero faltan las sesenta y tantas lenguas originarias que aún existen en el país. Y cada una tiene su forma de ver el mundo y, si lo juntas todo, es un universo completo.

 

¿Has cantado en tu comunidad? ¿Qué te dicen?

Sí, como en tres ocasiones. A unos les gustó, y a otros no tanto, pero cuando les muestras por qué lo estás haciendo y ven que es una forma de fortalecer la lengua para que no se pierda y para que no sientan el temor a la discriminación, se dan cuenta de que hacemos un buen trabajo.

Juan Sant

¿Qué te dijo tu papá cuando te escuchó?

Me dijo que era mejor hacer eso que andarse drogando (risas).

 

¿Pone tu música en la milpa?

No tanto, como no entiende mucho el español… pero lo bueno es que no me limita a rapear y me ha compartido cosas, palabras o cuentos que yo no recuerdo.

 

¿Qué es lo que más extrañas de tu comunidad?

La comida: atoles, dulces, el mole, los tamales, infinidad de cosas.

 

¿Y lo que no extrañas?

La pobreza extrema.

 

¿Te gustaría regresar a tu comunidad?

Sí, mi idea es regresar. No sé cuándo, pero no me visualizo envejeciendo en la ciudad.

 

¿Qué te gustaría que pasara con tu música?

Me gustaría que la música originaria, no sólo mi rap, se escuche en la radio, en todos lados, que la gente tenga ganas de escucharla en su casa, en su carro, en un disco. Que haya una infinidad de fusiones, desde el rock hasta el ska, el pop, en lenguas originarias. De eso no escucho nada en la radio.

 

¿Qué es lo mejor que te ha dado el rap?

Conocerme a mí mismo, saber quién soy, de dónde vengo y quiénes fueron mis antepasados. Y lo segundo mejor es salir, conocer muchas cosas, mucha gente. Uno como originario, y en su visión de un mundo pequeño, no se imagina estar en un lugar como éste. Cuando fui a Brasil, subimos a un cerro, hasta arriba. Me senté y me dije a mí mismo en una plática interior: “Jamás pensé en estar aquí viendo el mar así de grande”. Es algo que uno no sueña, uno sueña con mantener a su familia. En ese momento me sentí agradecido con el Creador. .

MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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