Guía tus pensamientos
Juan Pablo Gil – Edición 481
Un ejercicio muy básico para ordenar nuestros pensamientos es tomarnos diez o quince minutos al día en silencio. Silencio de palabra, de ruidos externos, sentados en un buen y cómodo lugar, sólo tomando conciencia de nuestra respiración o mirando un punto fijo
Mente racionalista, discursiva en exceso, que interroga demasiado, tendiente al autosabotaje, a la inseguridad o al miedo paralizante, es siempre tierra por conquistar. ¡Y quien esté libre de este tipo de pensamientos, que tire la primera piedra! Teresa de Jesús, la santa, decía que la imaginación se convierte en “la loca de la casa” cuando los pensamientos, ruidosos y ansiosos, desordenan nuestra claridad mental. Con la mente así se nos dificulta tomar decisiones o avanzar con paz hacia nuestros propósitos. Y Juan Casiano, monje, decía que la mente siempre tenderá, por naturaleza, a estar ocupada en pensamientos; de nosotros dependerá la calidad de esos pensamientos con los que nutrimos nuestra mente. No es tan fácil, pero se puede trabajar en ello.
Atender nuestros pensamientos es camino de encuentro con Dios. Y también de encuentro con nosotros mismos en la autenticidad y con las otras personas en la honestidad. Poner atención a sus pensamientos fue lo que hizo san Ignacio de Loyola: “…una vez se le abrieron un poco los ojos, y empezó a maravillarse de esta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella, cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre…”. Algunos pensamientos le venían de Dios y lo remitían a Dios. Otros pensamientos lo perdían y debilitaban; no eran de Dios, pues.
Un ejercicio muy básico para ordenar nuestros pensamientos es tomarnos diez o quince minutos al día en silencio. Silencio de palabra, de ruidos externos, sentados en un buen y cómodo lugar, sólo tomando conciencia de nuestra respiración o mirando un punto fijo. Y cuando lleguen los pensamientos, dejar que estén sin dialogar con ellos, para volver a la toma de conciencia de la respiración o al punto fijo que miramos.
El resto del día, estar vigilantes de los pensamientos para anotarlos. Ayuda mucho cargar en la bolsa un papel pequeño, por ejemplo, el reverso de un ticket de compra. Sin que nadie se entere, anotamos en ese papel el nombre o título de los pensamientos que nos llegan o salen de nuestra mente. Pueden ser frases como: “Tú siempre tan…”, “¿Por qué lo hiciste así?”, “No puedes”, “No sabes”, “¿Y si mejor le hubiera dicho…?”.
Al final del día, tomamos esa lista de pensamientos y miramos las emociones que nos producen. Unas emociones estarán asociadas al miedo, a la ira, al resentimiento, a la vergüenza, a la duda; a ellas es bueno ponerles un límite o un “estatequieto”, como lo hizo Jesús contra el Mal Espíritu en el desierto, en cada una de las tentaciones. Otras emociones nos traerán paz, seguridad, alegría, esperanza, y a ellas hay que seguirlas y darles impulso, como también lo hizo Jesús al ver la buena acción de la viuda pobre o del centurión romano.
Que san Ignacio estuviera atento y vigilante a sus pensamientos lo hizo sentirse tratado por Dios “de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole”. Dios, pues, como un guía. Aprendamos de nuestros pensamientos para descubrir, detrás de ellos, el grande amor que Dios nos tiene.