Ernesto Martínez Bucio: la memoria noventera
Óliver Zazueta – Edición 505

El ganador del premio a Mejor Opera Prima en la pasada Berlinale comparte parte del proceso creativo de la película El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja) y recuerda su formación como cineasta
“Crecimos en los noventa. Era una época en México en la que parecía que todo iba a estar bien y había mucha esperanza, y luego todo se fue a la mierda. O mucho. Tal vez no todo”. Cómo no darle la razón a Ernesto Martínez Bucio (Uruapan, Michoacán, 1983), el director mexicano y egresado del iteso que recientemente triunfó en la Berlinale con la cinta El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja).
En esa década, México hizo una entrada triunfal a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá que prometía sacarnos de la pobreza y crear empleos bien remunerados y bienestar para las familias (así nos lo auguraba el eslogan de campaña del entonces candidato presidencial Ernesto Zedillo). Pero luego se desdibujaron las sonrisas de gobernantes y gobernados. A fines de 1994, una crisis económica sacudió al país —el llamado “error de diciembre”—, luego de un año lleno de vaivenes políticos y sociales con el surgimiento del EZLN y los asesinatos de los políticos Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.
Este entorno fue en el que crecieron tanto Martínez Bucio como su coguionista y pareja, Karen Plata, y ese desencanto sirvió de inspiración para El diablo fuma…, que, a decir del cineasta, “no es una historia, sino varias”, y está inspirada en experiencias personales de ambos. La película sigue a cinco hermanos pequeños que quedan al cuidado de su abuela materna, una mujer con problemas mentales que desconfía de los extraños y asegura conocer al diablo. Juntos tienen que enfrentar la llegada de la policía y de los servicios sociales.
“No escribimos de manera lineal. En el proceso, Karen escribe muchas cosas. Ella es poeta y el título era parte de un poema que tenía por ahí. Cuando yo lo leí, me gustó y se quedó. Luego acabó por integrarse a parte de las tramas de la película, le terminó de dar forma y de redondearla”, explica el cineasta.
En la edición 75 del Festival Internacional de Cine de Berlín, el largometraje fue galardonado como Mejor Opera Prima. La reseña del sitio oficial del festival lo describe así: “Antes de que papá y mamá desaparecieran, vino el diablo y les dejó a los cinco hermanos unos zapatos nuevos. Mamá nunca escribió una carta de despedida a Elsa, Marisol, Tomás y los demás, simplemente se fue. Papá fue a buscarla y tampoco volvió. La abuela se quedó con los niños. Les dijo que el diablo es como las moscas: se posan en ti cuando tu carne está podrida y no importa cuántas veces las espantes, siempre vuelven. La abuela arrancó el timbre, atrincheró las puertas con muebles y cubrió las ventanas con láminas de plástico. Ahora está prohibido jugar afuera […]”.
Más que algún tema, la preocupación central de Martínez Bucio en el cine es construir personajes, que están sometidos a la memoria. La historia se construyó así, con base en conceptos y sensaciones que no necesariamente son fieles. “Si pudiéramos recordar todo exactamente como pasó, seríamos Funes el Memorioso”, afirma el creador, aludiendo al personaje de Borges que era incapaz de olvidar, “y nos sería imposible vivir porque tardaríamos un día en reconstruir un día”. Por ello, considera que es necesario olvidar para poder recordar. Y justo la ficción es un puente para resignificar.
“La memoria no es perfecta. Se borran partes para que pueda existir y que podamos ser funcionales. Está fraccionada, borroneada, mal trazada. La completamos con la imaginación. En un interrogatorio, la manera de averiguar si alguien está mintiendo o no, es darse cuenta si repite la historia exactamente igual, con las mismas palabras y sin variaciones. Si lo hace así, entonces está mintiendo. Si tiene variaciones, probablemente está diciendo la verdad. ¿Pero cuál verdad es la verdad?”, pregunta quien también fue en su momento merecedor de la beca para Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
La obra de Martínez Bucio ha recorrido más de 20 festivales alrededor del mundo, entre ellos cuatro ediciones del Festival Internacional de Cine de Morelia, donde el creador presentó sus cortometrajes Benjamín (2007), Cenizas (2011), La madre (2012, Premio Especial Studio 5 de Mayo) y Las razones del mundo (2015).
Enemigo mío
A Martínez Bucio siempre le gustaron las historias, especialmente meter su cuchara en ellas.
“Mi papá tiene una anécdota muy linda. Él me contaba historias para dormir cuando era chiquito. A los cuatro años. Mi papá no tiene mucha imaginación creativa, pero es un gran cinéfilo, así que recurría a una película en particular: Enemy of Mine (Enemigo mío)”, recuerda.
Ernesto interrumpía constantemente a su papá para cambiar la trama de la historia, así que en lugar de dormirse, eso lo estimulaba más. “El pobre sufría, no me quedaba dormido y seguía interrumpiéndolo hasta que se hartaba y me decía: ‘Bueno, ya, ¿quién está contando la historia? ¿Tú o yo?’”.
Nativo de Uruapan, reconoce que su lugar de origen ha influenciado notoriamente su trabajo. No tanto por el sitio en sí, sino por lo que las personas representan: “Sin Uruapan no habría sido la persona que soy. Uruapan, Mexican Lucky!!!”, menciona. Su infancia y su adolescencia las pasó en esa ciudad aguacatera en la que, recuerda, había poco acceso a la cultura, a las películas y a la música. “Pero teníamos un hambre inmensa, queríamos comernos el mundo”.
Una ocasión especial era cuando alguien llegaba de Guadalajara o Ciudad de México con CDs nuevos, que pasaban a formar parte de la comuna de amigos, pues se los prestaban para grabarlos en casetes y escucharlos todos. “Una vez fui a Guadalajara y compré exactamente los mismos CDs que un amigo acababa de comprar. Cuando volví y les enseñé los discos, mi amigo no estaba decepcionado, estaba encabronado. Y me explicó que de lo que se trataba no era de tener, sino de compartir. Y ahí entendí de qué iba el arte”.
De su paso por el ITESO recuerda haber tomado clases con AnnemarieMeier, con quien difería en gustos cinéfilos, pero era buena escucha; con la hoy directora Kenya Márquez y con el pionero en Jalisco del stop motion, Rigo Mora. Fue una época complicada: la carrera entonces aún no tenía la formación específica en artes audiovisuales, como sucede ahora, y Martínez Bucio hubo de emigrar para formarse en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) de Ciudad de México a fin de seguir su pasión. Ahí aprendió disciplina de set, lenguaje cinematográfico, guion, pero seguía a la caza de su propio lenguaje. “Nos formaban como técnicos y no como artistas. Eso te salva la vida, la verdad, porque puedes trabajar. Así que también es importante saberlo”.
Fue cuando llegó a la Elías Querejeta Zine Eskola (EQZE), en el País Vasco, cuando comenzó a explorar otras formas de hacer cine y nuevas narrativas. “Hay análisis muy profundos y los estudiantes vienen muy preparados desde muchas partes del mundo”. Actualmente radica en San Sebastián, donde está comenzando a desarrollar una película para filmar en México y otra en Euskadi. “Vinimos porque yo sentía que tenía que volver a estudiar algo. En un principio tenía la idea de hacer un máster en Literatura Comparada o en Arte Contemporáneo. Algo que me sacudiera un poco y que me diera más herramientas. Encontramos la EQZE, que tiene un enfoque muy diferente”, opina.
Ahí reescribieron el guion de El diablo fuma… de la mano de Michel Gaztambide. “En la eqze yo digo que vine a ‘desaprender’ a hacer cine. Encontré que hay muchas maneras, que no había por qué tener miedo. Me solté. Experimenté con nuevas formas. Hice varios ejercicios, casi todos intentos fallidos. Pequeños fracasos necesarios para encontrar mi propia manera de contar. Me permitió encontrar un lenguaje más lúdico”.
Si a todo eso se le añade que debajo de su casa en Donostia hay un buen bar en el que han hecho muchos amigos y que pueden salir sin preocuparse por su seguridad, la decisión es fácil de tomar. “Vivir en un sitio en el que no tienes que mirar a tu espalda cuando caminas en la calle o en la montaña, no tiene precio. Yo suelo salir mucho en bicicleta y en México eso es muy difícil”, relata.

Hito en su carrera
A la alfombra de la Berlinale, Martínez Bucio llegó con una boina tipo inglesa y salió con el Oso de Plata. No obstante, más que el momento del premio, recuerda el día del estreno y la interacción con el público. “Tengo más de 20 años trabajando para este momento”, pensó cuando estaba frente a la audiencia. Ese instante lo califica como “algo mágico”, con gran parte del crew del filme, Mariapau, Rafa y Carmen (Ramos, quien da vida a la abuela) y parte de su familia. “Ese fue el premio, estar en la Berlinale con mis amigos y mi familia, poder compartir ese momento con las personas que más quiero en el mundo”.
Al hablar de Mariapau y Rafa se refiere a Mariapau Bravo Aviña y Rafael Nieto Martínez, dos de los cinco niños que tuvieron su debut actoral en la película; a ellos se suman Regina Alejandra, Donovan Said y Laura Uribe Rojas, con quienes tuvo un trabajo agotador al lado de la directora de casting y entrenadora actoral Michelle Betancourt. Hasta antes de esta película, había trabajado sólo con un actor infantil en el cortometraje Las razones del mundo.
“Todo mundo dice que dirigir niños es muy difícil. No es difícil, lo que sucede es que requiere mucho trabajo, energía y paciencia. La gente es floja, eso es lo que pasa. Dirigir niños es maravilloso. Yo le tenía mucho miedo, sentía que era un gran reto y de algún modo lo fue, pero no fue difícil. Fue cansado, pero, la verdad, fue muy divertido”, asegura.
Cada elección de casting fue un proceso meticuloso. Los niños no sólo debían encajar con los personajes escritos, sino aportar su propia esencia. Desde una bailarina con un humor chispeante hasta un joven pianista con una precisión asombrosa, cada niño contribuyó a la película de manera orgánica. Para facilitar el proceso en el set, el director combinó técnicas de dirección, desde la improvisación hasta la estricta fidelidad al guion. Este equilibrio permitió que la película capturara momentos genuinos, llenos de naturalidad y emoción. “Se convirtieron en parte de mi mundo. Amo a esos niños con locura”, confiesa.
La cámara
Una de las herramientas más notorias en esta película es el uso de las tomas cerradas o poco definidas, lo que posibilita al espectador llenar por sí mismo algunos de los huecos del relato. La utilización de lentes largos fue entonces una decisión narrativa, más que estética, pensando en la opción de no contar el todo, sino sólo las partes, lo que crea vacíos, fueras de campo y opciones de interpretación.
“‘Los recuerdos se parecen a los recuerdos’, dice Gaztambide, y tiene razón. Pero, para que esto suceda, hay que dar información abstracta, así el espectador completa. Al completar, se siente identificado. Si se identifica, conecta. Le es más fácil sentirse dentro de la película, involucrarse; porque él está contándose la historia también”, considera.
El director prefiere evitar una película que da todo, salvo la posibilidad de que el espectador haga su propia interpretación, algo que le parece aburrido. “¿Qué significa que la niña pueda mover el vaso al final de Stalker, mientras suena Beethoven y pasa un tren al fondo? No es claro, tampoco es simbólico o metafórico. Es un final que pertenece más al orden de la poesía que al de la prosa. No nos estoy comparando con Tarkovsky, jamás llegaremos a poder transmitir ni una microscópica parte de lo que él logró crear, pero quería ejemplificar de manera más clara nuestra búsqueda conceptual”, declara.
La filmación conllevó retos técnicos, desde la construcción de estructuras para controlar la luz, hasta la solución de problemas con televisores antiguos y handycams que debían grabar en cinta, pero transmitir la imagen en tiempo real. La precisión en el sonido fue clave: “Sabía que no podría doblar ni un diálogo porque los niños crecen con rapidez y les cambia la voz”, dice.
Mientras El diablo fuma… sigue su recorrido por festivales y prepara su estreno comercial (estuvo también en Cannes en Cinéfondation), Martínez Bucio observa con escepticismo el estado actual del cine mexicano. “En general, es malo. Como en todo el mundo. Pero hay joyas, como el cine de Nicolás Pereda, Alonso Ruizpalacios, Rodrigo Ruiz Patterson y Lila Avilés”, explica este cineasta, quien también se declara influenciado por maestros como Mario Luna, Ignacio Ortiz, María Novaro y Béla Tarr, de quienes ha tenido oportunidad de recibir lecciones.
“Béla fue muy importante, justo fue un rompimiento. Nos dio un taller en el CCC y nos hizo prometer que nunca haríamos un campo contra campo de nuevo. Yo ya rompí esa promesa, ni modo. Me parecía aburrido hacer todo en plano secuencia. Pero me sacudió mucho”, explica.
En el País Vasco se ha topado con talentos como su tutor, Gaztambide, pero también con Jessica Sarah Rinland, Xabier Erkizia, Carlos Muguiro y Radu Jude. O compañeros de trabajo como Koldo Almandoz y Adriana Martínez. También le gusta la labor de cineastas como Carlos Reygadas, los hermanos Dardenne, Roberto Minervini, Jonas Carpignano, Tizza Covi, Harmony Korine, Lars von Trier o Kelly Reichardt. “El premio es un gran reconocimiento y abre puertas, pero también te puede hacer perder piso. Fue muy lindo que hayan reconocido a la película, porque fue un trabajo duro y pusimos mucho tiempo, energía y amor. Tengo un maestro que me dio clases en la Universidad Iberoamericana, El More, que estuvo en la sala el día del estreno, y que solía decir en clase: ‘Lo más difícil no es hacer la primera película, sino la segunda’. Creo que tiene razón”.