Ella, en cambio, se quedó allí en el exterior
Juan Pablo Gil – Edición 482
Ahora, poco a poco, vamos saliendo al exterior, a recuperar lo que llamábamos normalidad. Un exterior y una normalidad, crudamente, con pobreza, contaminación, desigualdad social, violencia, corrupción e impunidad.
Los mejores acontecimientos en la historia de la espiritualidad cristiana están marcados por un envío al exterior. Eso de “mejores”, sin embargo, hay que matizarlo, pues implicó un conjunto de situaciones ambivalentes para aquel que las vivió: alegría, dolor, claroscuros en el entendimiento, aventura, pérdidas, sinsentidos y resignificación de la propia vida. En suma, un crecimiento en el espíritu.
Por ejemplo, en su ya avanzada edad, Abraham recibe de Yahvé la orden de ir al exterior: “Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré”. Un varón muerto, muy amigo de Jesús, por mandato de éste va de su tumba al exterior: “¡Lázaro, sal fuera!”, y que sale bien vivo el Lázaro a seguir lidiando con los altibajos de la vida. Y en México no nos quedamos atrás, con la orden que le hace la Guadalupana a Juan Diego: “Anda al palacio del obispo y dile que yo te envío”. Como que todos ellos necesitaron un “empujoncito” para ir más allá de sí mismos, al exterior desconocido que los sacaba de su zona de confort, que los desafiaba para crecer un poco más en la confianza en Dios.
Sin ese exterior al que estaban llamados éstos y otros personajes en la historia de la espiritualidad, no se habrían detonado ni desarrollado conceptos tan necesarios para el encuentro con lo trascendente y el misterio en nuestra sociedad, como la fe, la religiosidad, la paz, la unidad, la justicia o el amor.
A aquella persona que va a hacer los Ejercicios Espirituales, san Ignacio de Loyola le recomienda entrar en ellos “con grande ánimo y liberalidad”. Y en otro momento, al mismo ejercitante le deja caer el peso del exterior, ese mismo que ya vimos que nos hace crecer, al decirle: “…piense cada uno qué tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés”.
Un “empujoncito” que hemos recibido como humanidad es el de la pandemia. Cada quien habrá de examinarse para ver si este empujón le llevó a un “mejor” estadio de vida. Ahora, poco a poco, vamos saliendo al exterior, a recuperar lo que llamábamos normalidad. Un exterior y una normalidad, crudamente, con pobreza, contaminación, desigualdad social, violencia, corrupción e impunidad. Pero esperanza hay… como la de la Magdalena, que lloraba por el cuerpo extraviado de Jesús. Mientras los discípulos vuelven a entrar en casa, ella se queda en el exterior del sepulcro. Varias preguntas hacen juego sinfónico: ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? ¿Dónde lo has puesto? Y un reconocimiento final: ¡María!… ¡Maestro!
Ella es enviada al exterior, a anunciar: “Vete donde mis hermanos y diles…”. Ya no en el sepulcro ni en el llanto ni en la incertidumbre, sino en la alegría, la esperanza y el encuentro. Ahora, en esta salida del confinamiento, una pregunta que se antoja responder junto a esta mujer es: ¿cómo me viviré en el exterior? Ojalá que la respuesta surja desde un “empujoncito” en el amor, para que, en esta historia, como ellas y ellos, podamos crecer en el espíritu.