«Contra toda voluntad», de Guillermo Fernández
Jorge Esquinca – Edición 493
Ni siquiera la crueldad de su asesinato, cometido por manos todavía impunes hace once años, podrá apagar la voz del poeta Guillermo Fernández (Guadalajara, 1932-Toluca, 2012)
Bajo mis pasos crece la vida,
el peso de mi cuerpo,
la inseguridad de la dicha.
Me basta el alimento de los días,
las manos invisibles del amigo,
tu sonrisa tan triste,
la melancolía de haberte conocido.
El corazón es fiel.
La noche, no.
Basta un instante en la vida,
la fragilidad de las verdades eternas,
el sexo abierto como una flor inextinguible,
el triste odio hacia los que amamos contra todo.
En algunos rincones de mi cuerpo la luz se sabe.
En verdad te digo que fuera del amor humano
todo lo demás es apenas interesante
y que en la vida no hallaremos nada
que no haya crecido ya en nuestro corazón.
* * *
Ni siquiera la crueldad de su asesinato, cometido por manos todavía impunes hace once años, podrá apagar la voz del poeta Guillermo Fernández (Guadalajara, 1932-Toluca, 2012). En estos días comienza a circular, publicada por la Universidad de Guadalajara, una nueva edición de Arca, el volumen que reúne los seis libros de poesía que Guillermo fue publicando a cuentagotas durante su vida, más un breve conjunto que estaba en proceso y da título al volumen. El poema que aquí presentamos forma parte de uno de los apartados más íntimos del libro, donde el tono del poeta se afina y parece hablarnos en voz baja, como quien le entrega una confidencia a un amigo. Tal vez a ese cuyas manos invisibles y la tristeza de su sonrisa se hacen presentes en los versos del poema. La inseguridad de la dicha contrasta con esa súbita entrada de la luz, entendida como un fenómeno de reconciliación física, hondamente amorosa. Guillermo Fernández prefería ser reconocido por sus magistrales traducciones de la literatura italiana, a la que se dedicó con devoción. Le gustaban el tequila, la música de Mahler y subir, en compañía de sus amigos, hasta la cumbre nevada del Xinantécatl, adonde un buen día habremos de llevar sus cenizas. La nueva edición de Arca reproduce mi prólogo y añade un detallado epílogo de Ernesto Lumbreras.