Brille así su luz
Juan Pablo Gil – Edición 486
Toda persona lleva en su interior un deseo en espera de ser puesto en práctica. Y si alguien ya lo ha descubierto y ha empezado a trabajar en él, la marcha para llevarlo a cabo no agota el deseo, sino que lo hace crecer. A este deseo también lo podemos llamar sentido de vida, vocación o principio fundamental. De este modo, pues, la vida entera se nos puede ir en atender ese deseo. Pero no es sólo la puesta en práctica del deseo lo que nos “plenifica”, porque eso sería caer en pragmatismos que, aunque importantes, ocultan con el “hacer” al “ser”. Y lo que buscamos, antes que nada, es ser.
Ahora bien, ciertamente lo que nos toca a cada quien es hacer que el deseo suceda, acontezca, se materialice. “La Martiniana”, por ejemplo, habría quedado bellamente encerrada como deseo en Andrés Henestrosa si éste no la hubiera plasmado en versos. O tampoco podríamos disfrutar de esta canción si Lila Downs no hubiese ejercido su deseo de cantarla a todo pulmón y con tanto brío. A ese deseo, pues, hay que aplicarle nuestra voluntad.
Sin embargo, antes de nuestra voluntad está otra voluntad primera, que nos hacer ser antes de que hagamos cualquier cosa. Es la voluntad que ha puesto el deseo que llevamos dentro, en espera de que lo coloquemos en juego. A esta voluntad primera la llamamos Dios. Pero no es un Dios que impone su voluntad, que nos maneja o nos predestina, sino que es un Dios libre y que nos quiere libres: es el Dios-con-nosotros-y-nosotras.
De esta manera, ese deseo nos ha sido sembrado en nuestro entorno familiar, con los cuidados y cariños que nos dieron en nuestra niñez; por medio de nuestras profesoras que, con paciencia y respeto, nos transmitieron sus enseñanzas; con nuestras amistades, que nos han sabido reconocer nuestros logros o nos han confrontado cuando lo hemos hecho mal. En suma, es un deseo cimentado en comunidad. A este respecto dice Octavio Paz que “para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”.
Alguien que supo vivir cabalmente estas contemporáneas palabras del poeta mexicano fue Jesús de Nazaret. En él reconocemos que hacer la voluntad de Dios es hacer nuestra propia voluntad, es decir, vivir el deseo que llevamos dentro es desarrollar lo que ha sido puesto por Dios en nuestro interior. Es una unión de voluntades. Así podemos entender las palabras de Jesús cuando dice: “Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente”.
Con ese mismo impulso habla Jesús a sus discípulos: “Brille así su luz delante de las personas, para que vean sus buenas acciones y tengan presente a Dios Padre que está en los cielos”. Y con seguridad a mucha gente le está haciendo falta el beneficio de nuestra luz o nuestro deseo, por eso no tardemos en descubrirlo con generosidad al modo que dice la canción: “Canta sones del alma, ¡ay, mamá! Música que no muere”.