Born to be wild
Juan Pablo Gil – Edición 490
Que Jesús naciera en esta geografía y esta historia, en un mundo herido por la guerra, la contaminación y la impunidad, reconozcamos, le implicó ser un aventurero que decide tomar riesgos
Dicen que todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el sol: su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; que la mujer suele estar triste cuando va a nacer su criatura, quizá por los dolores que trae el parto, pero cuando el bebé ha nacido ya no se acuerda de tales dificultades; y que para ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo: algo así como colocar el vino nuevo en odres nuevos. Y es que también nace Venus en el cuadro de Botticelli, y cuatro siglos después va a nacer en el cuadro de Cabanel; nacen la filosofía en Grecia y el Renacimiento en Florencia, y nace la inventiva a partir de la necesidad.
Y ahora también es época del nacimiento de Jesús, que en el migrar de José y María “nazca en suma pobreza, y al final de tantos trabajos, de hambre y sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz”, nos dice san Ignacio en la “Contemplación del nacimiento”, en los Ejercicios Espirituales. Qué lejos están de esta realidad los bonitos nacimientos que a veces colocamos como adorno en nuestras casas, para anunciar la llegada de la época navideña. Éstos solían servir como materia de evangelización y de transmisión de la fe, para imaginar el contexto en el que el Hijo de Dios llega al mundo: aquel al que le regalan oro, incienso y mirra no tiene dónde nacer ni dónde reclinar la cabeza.
Más que un bonito adorno, el nacimiento de Jesús es el deseo divino de asumir nuestra condición humana: Dios mismo quiere compartir nuestra fragilidad. San Ignacio nos lleva, en los Ejercicios, a contemplar la encarnación de Dios en este mundo. En dicha contemplación, la Trinidad mira la redondez de la Tierra y observa que los seres humanos vivimos enceguecidos y que morimos sin haber vivido con plenitud. En un mundo polarizado, donde nos hallamos “unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos”, Dios decide nacer para amar a la humanidad.
¿Y tiene alguna función práctica este nacer de Jesús? San Ignacio nos dirá que sí: hacer redención del género humano. Y ahí es donde todas las personas estamos llamadas a colaborar de esta encarnación de Dios, como también nos dirá san Ignacio: al contemplar a María y a José en el pesebre, con el niño recién nacido, hacerme un pequeño servidor para servirles en lo que necesiten. El nacer de Jesús, pues, nos debe llevar al servicio, unos con otros, sobre todo a quienes más nos necesitan. ¿No era Dios, en ese pesebre, el más necesitado? Que Jesús naciera en esta geografía y esta historia, en un mundo herido por la guerra, la contaminación y la impunidad, reconozcamos, le implicó ser un aventurero que decide tomar riesgos. Por ello, cuando en mi oración contemplo nacer a Jesús, me voy acercando al pesebre como un “esclavito indigno” dispuesto a servirle, y en mi imaginación comienzan a aparecer, como música de fondo, la guitarra y la batería de Steppenwolf; y pareciera que el niño que me mira me dijera: “I’m gonna make it happen, take the world in a love embrace. Born to be wild”.