Amores que no se consuman…

Escena de Lost In Translation

Amores que no se consuman…

– Edición 414

Escena de Lost In Translation

¿Se imagina usted, que está al otro lado de estas líneas, que Romeo y Julieta no hubieran acabado en una tragedia sino en un cuento de hadas?, ¿que hubieran vivido para alcanzar el “se casaron y vivieron felices para siempre”? Yo no. Me imagino a Julieta, con todo e institutrices, apurando a las Julietitas para cenar, lidiando con los berrinches de sus princesitas. A Romeo, con todo y lacayos, llevando a los Romeítos a la escuela, limitándoles las horas de videojuegos. Me imagino los deslices extramaritales de él, la insatisfacción crónica de ella; a Julieta en los tribunales peleando por el palacio de los Montesco, a Romeo defendiendo hasta con los dientes la propiedad del Alfa Romeo. Con el paso de los años quizás él buscaría verter una poción, letal de a deveras, en el té que ella tomaría cada noche para poder dormir. O tal vez ella se le adelantaría, y pondría un líquido sospechoso en el whisky que él tomaría regularmente para olvidarse, entre otras cosas, de Julieta. ¿Y el amor? Bien, gracias. Y gracias a que la pasión juvenil no tuvo tiempo de llegar a la rutina matrimonial ni se desgastó en rabiosos lances de alcoba (cada vez menos frecuentes, ¿está de más anotarlo?), recordamos el mito de Romeo y Julieta con un suspiro aliviado. Su amor ha sobrevivido a los siglos, no porque se convirtiera en literatura, sino porque los amantes no tuvieron tiempo de vivir el tedio que a menudo se torna en odio, en el que más temprano que tarde caen numerosas relaciones de pareja: la vida, pues. Su amor pasó a la posteridad simple y sencillamente porque los amores que no se consuman no se consumen.


Manoel de Oliveira: La carta (1999) Mme. de Clèves (Chiara Mastroianni) conoce en una reunión al músico Pedro Abrunhosa (interpretado por él mismo) y pronto se enciende la pasión. Ella está casada y, aunque usted no lo crea, le es fiel a su marido. Después queda viuda. Y entonces hace lo impensable: lejos de correr a los brazos del Bono lusitano, se va lejos, al África ardiente, y además, de monja. Entonces envía una larga carta al desconcertado amante. En ella le explica que fue preciso poner kilómetros de por medio para no arruinar el gran amor que se tienen. ¿Cobarde decisión? ¿O más bien sabia?


Ferzan Ozpetek: La ventana de enfrente (2003) Giovanna (Giovanna Mezzogiorno) vive en constante fricción con todos. Un día su esposo y ella encuentran en la calle a un viejo amnésico, quien se queda unos días a vivir con ellos. Él esconde, entre otras cosas, un viejo amor, y le hace ver a ella el valor de hacer algo con pasión. Ella retoma su gusto por la repostería y abre la posibilidad a un affaire con un vecino. Pero privilegia el deber, y el affaire se frustra cuando aquello prometía. Y luego él se va. Y ella, como el viejo, suspira por el amante que se fue, por el amor que sí se quedó.


Sofia Coppola: Perdidos en Tokio (2003) Charlotte (Scarlett Johansson) y Bob Harris (Bill Murray) coinciden en un hotel en Tokio. La primera es joven y muy, muy bella, y pasa largas horas sola, esperando a que su marido tome fotos; el segundo es un hombre mayor que participa en los comerciales para una marca de whisky. Los unen el tedio, el ocio y sus fallidas relaciones maritales. Sus encuentros, al principio fortuitos y después ya no, alimentan una relación amistosa que entreabre la puerta al romance. Y el amor deviene posible, el sexo improbable. Y, por ello, este amor es memorable.


Kim Ki-Duk: El espíritu de la pasión (2004) Un joven entra a casas vacías e “intercambia” servicios: se hospeda por unas horas y en retribución hace arreglos o labores domésticas. Pero un día entra a una casa habitada por una mujer que padece un matrimonio infeliz (de que los hay, los hay, aquí y en Corea). El joven se empeña en hacerla sonreír, y en el camino enfrenta al violento marido. En algún momento la ambigüedad adquiere estatus de espiritualidad y cobra sentido el título de la cinta. Y surge el amor entre ambos, y se manifiesta en espíritu y sin palabras: pura felicidad, pues.


Christopher Nolan: Batman: El caballero de la noche (2008) Desde su más tierna infancia, Bruce Wayne y Rachel Dawes parecen predestinados a vivir un gran amor. Pero el maldito destino, por mano de un asesino, lo arruina todo. Y Bruce, con la facha de Batman, tiene asuntos más apremiantes que atender. La relación de pareja se aplaza, mas Bruce golpea a guasones y espantapájaros con la certeza del amor de Rachel, de su paciente pasión. Pero ella muere y él, gracias al añorable Alfred, no se entera de que el corazoncito de su amada ya no era suyo. Y entonces Batman es depositario de toda la rabia de Bruce. …no se consumen La consumación de una relación se parece a un rally: es por etapas y bendecida por sucesivos banderazos. Así se habla de la consumación ante las leyes humanas, civiles y divinas (el orden puede variar). Para algunos es más que suficiente con la primera, que es como llegar a home, si hiciéramos la analogía beisbolera. Mas habría una consumación mayor, la que supone la reproducción, objetivo primordial de la vida marital según los códigos eclesiásticos. Y aquí sí: lo que hizo el hombre, en arranque o desfogue, no hay nadie que lo deshaga. Y andará el chamaco por la vida, como prueba para sus progenitores del buen momento de su concepción, o tal vez como víctima responsable del matrimonio consumado del cual fue causa. Es cierto que la norma y las hormonas dictan ir en pos de la consumación (en cualquiera de sus etapas); no obstante, los posmodernos tiempos que corren han diversificado las modalidades de relaciones y sus respectivas culminaciones. Así, no faltan los que se esmeran en la virtualidad y son un mar de secreciones frente al monitor, pero su pasión no llega a la vida en común; si acaso alcanza para fugaces encuentros cara a cara (y todo lo demás) en los que se confirma que el otro es otro en internet. Hay memorables amores que no se consumaron y acaso lo son por eso. Tal vez no se concretaron porque éramos inexpertos y pusilánimes, y sólo fueron, como diría Nat King Cole, “quizás, quizás, quizás”. Y son ésos los que nos regresan la esperanza en el amor (o es asunto de fe, ¿por caridad?) cuando las relaciones que sí se consumaron ya se consumieron. Y si la memoria no da, el cine proveerá…


Emilio Fernández: Salón México (1948) La historia principal de Salón México sigue los pasos dancísticos de Mercedes (Marga López), quien gasta el dinero que gana en el antro del título, en las cuotas del colegio de su hermana menor. Un aciago día, roba al hombre que la explota, luego de ser robada por él. Pero lo más entrañable de la cinta está en el amor que Lupe López (Miguel Inclán), policía siempre en vigilia, profesa a Mercedes. Lupe es un tipo derecho y cálido, un tipazo, pues. De los que ya no hay. Y a ella no le es indiferente, pero en ese ambiente todo se malogra.


Federico Fellini: La calle (1954) El italiano Federico Fellini acostumbraba imprimir un toque onírico a todo lo que filmaba. Cabe una excepción en La calle, en la que casi con ánimo neorrealista sigue por las calles a Zampanò (Anthony Quinn), un cirquero que compra a Gelsomina (Giulietta Masina) para que haga labores de asistente. La relación entre ellos es tortuosa: él la maltrata con particular enjundia. No obstante, ella es leal, y un poco más. Él se muestra insensible, pero hay atisbos de corresponder a los afectos de ella. A veces el amor prospera en el maltrato…


Leos Carax: Mala sangre (1986) Un par de ladrones maduros deben pagar una deuda a una prestamista y planean el robo de la vacuna que cura los males que afectan a los que hacen el amor sin amor. Para el atraco contratan al joven Alex (Denis Lavant), y éste se enamora sin remedio de la bellísima Anna (Juliette Binoche), quien es amante de uno de los ladrones. El segundo largometraje del francés Leos Carax lleva en el afiche una fórmula irresistible: “Amor que arde rápido pero dura para siempre”. Porque no consume a los que le sirven de combustible, por supuesto.


Sam Mendes: Belleza americana (1999) Lester (Kevin Spacey) es un hombre maduro cuyo mundo se derrumba: el trabajo es una pesadilla, su mujer lo engaña y su hija lo detesta. Un día conoce a una amiga de ésta, e inicia una relación con ella que es más fantasía que fantástica. Pero cuando se dispone a hacer el lance definitivo, descubre que ella es virgen, y el gozo se va a otro pozo. Luego se da un tiro y explota la ironía, pues Lester se declara feliz y trae a cuento la belleza en el mundo. La relación que plantea aquí Sam Mendes es malsana… como sólo el amor puede serlo.


Wong Kar Wai: Deseando amar (2000) A Chow (Tony Leung Chiu Wai) y Su (Maggie Cheung) los une la vecindad, pero sobre todo la infidelidad: viven en el mismo edificio y tienen ocasión de confirmar que sus respectivos cónyuges tienen un affaire. Chow y Su pasan mucho tiempo en sus respectivos aposentos, pero conforme pasan los días se ven con mayor frecuencia y se reconfortan. Su relación nace nostálgica, y entre las atmósferas que aporta la luz del australiano Christopher Doyle y las notas de Nat King Cole en la banda sonora, el amor queda en un inolvidable quizás, quizás, quizás.

1 comentario

  1. Buen tema y muy bonito
    Buen tema y muy bonito recuento de películas. Gracias por este trabajo, Hugo, he disfrutado mucho leyéndolo.

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