Algo que aún no comprendo
Mariana Carillo – Edición 465
Cuento ganador del Primer Concurso de Escritura “Reflexión ética y vida cotidiana”, organizado por el Departamento de Formación Humana del ITESO
La tarde había caído y Laura no lo había notado: un rugido de su estómago la hizo salir por un instante de su concentración en la libreta. Llevaba el día entero en el escritorio, o así le parecía a ella; contempló el gran desorden de envolturas de dulces y galletas, la taza sucia de café y la botella de agua casi vacía, estiró la mano para alcanzarla y beber el último sorbo esperando aplacar un poco el hambre. Cuando notó que no funcionaría, decidió que era el momento justo para tomar un descanso; después de todo, ya había repasado más de la mitad de los temas. Al llegar a la cocina, seguía repasando en su mente: “La ética es una disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y su relación con el comportamiento humano, diferente a la moral, que es un conjunto de normas y costumbres que se consideran buenas para la convivencia de las personas en una determinada sociedad”. Lo repetía para sí misma mientras se preparaba unas quesadillas. El examen la tenía preocupada: era mucha información que recordar, conceptos, nombres, fechas, el resumen de lo aprendido en todo un semestre, y, para aumentar la presión, representaba un valor muy alto del porcentaje total de su calificación final de la materia. Después de cenar regresó al escritorio para terminar su repaso, antes de acostarse a dormir.
A la mañana siguiente, Laura despertó con dificultad, se alistó rápidamente, sirvió un café en su termo y tomó un paquete de galletas para desayunar más tarde. Salió de su casa motivada y con seguridad repetía los conceptos de memoria. Al subirse al transporte, de milagro encontró un asiento disponible; no pasó mucho tiempo del recorrido cuando se subió un señor ya grande; los asientos preferenciales estaban todos ocupados, por lo que él avanzó con lentitud hasta quedar de pie junto al asiento de Laura, quien de prisa guardó la libreta en la mochila y se puso de pie para cederle el lugar.
—No, señorita, no es necesario —dijo el hombre, apenado.
Laura lo miró extrañada e insistió; ella era joven y sus piernas fuertes, no tenía problemas con irse el resto del camino parada, mientras el señor lucía frágil y cansado.
—Por favor —insistió el señor—, podré ser viejo, pero aún soy un caballero.
De pronto ya no lucía tan frágil y cansado. Laura observó su cara rosada y radiante que enmarcaba la sonrisa amplia y sincera que le dirigía. Un poco confundida, se sentó de nuevo sin dejar de verlo; ella sabía que lo correcto era dejarle el asiento, siempre se lo habían dicho así.
El joven sentado detrás de ella se levantó para dejar sentar al viejo y éste aceptó sin reproche, lo que aumentó la confusión en la chica: no le parecía correcto catalogar la acción de machismo, y la posibilidad de sentirse halagada tampoco la llenaba del todo, pero el hombre se habría sentido en verdad mal al aceptar que una dama se incomodara por culpa suya y probablemente se sentiría más anciano de lo que le gustaría admitir; entonces Laura no estaría haciéndole un bien en realidad, y, aunque no comulgaba por completo con la idea —que para ella resultaba un poco caduca—, decidió aceptarlo como un acto de cortesía y seguir con su repaso.
Al llegar al salón la situación era tensa: todos sus compañeros continuaban estudiando con caras de angustia. Cuando la profesora anunció que repartiría los exámenes, se hizo un alboroto de libretas guardadas y mochilas cerradas que se transformó, en el instante en que los exámenes fueron entregados, en un silencio sepulcral que resultaba irritante. Laura leyó con detenimiento: “A cualquier indicio de copia se anularán todos los exámenes relacionados”, anunciaba una nota al final de las indicaciones. La tensión bajó al ver que conocía las respuestas a las primeras preguntas: evidentemente, tantas horas invertidas en el repaso habían rendido sus frutos. Estaba feliz y concentrada, vaciando información por torrentes a través de la tinta de su pluma, cuando, casi al llegar al final de las preguntas, escuchó un sonido distante:
—Hey —murmuró su amiga desde el escritorio de atrás—. Laura —insistió en un susurro al no ver respuesta alguna—, pásame la tres —dijo en un tono cada vez más desesperado.
La tensión de pronto regresó para invadir todo su cuerpo. Laura trataba de disimular que había escuchado, pero ya estaba demasiado distraída como para seguir contestando su propio examen. No le parecía correcto pasarle la respuesta, pero era su amiga y no quería que se enfadara; además, no le agradaría que por su culpa tuviera una mala nota. Pero, ¿si alguien lo notaba? ¿Si la maestra lo notaba?
Un pedazo de papel cayó sobre su examen, interrumpiendo su ensimismamiento: “Amiga, la tres, porfa”, decía la nota. ¿Cómo negarse a algo tan cortés? Además, ¿para que estaban las amigas? “Y es sólo un examen; no es algo realmente malo, no es como que una vida dependa de esto”, se decía Laura, al tiempo que escribía la respuesta. “Ella haría lo mismo por mí. Hoy por ella, mañana por mí: ¿no lo dicen todos?”, pensaba al regresar la nota a su amiga.
Nadie lo había notado, no pasó nada, la maestra seguía escribiendo en su escritorio y no sospechaba nada, el silencio sepulcral había regresado. Laura trató de terminar la respuesta que había dejado a medias, pero no pudo retomar la idea, así que decidió dejarla como estaba. Después de todo, sólo le quedaban ésa y una última pregunta: “¿Qué es la ética?”.
Ella sabía la respuesta de memoria, la había repetido incontables veces, recordaba la página exacta donde la había leído una y otra vez, recordaba el color de la tinta y el momento en que la escribió en su libreta durante la clase, pero, por más que intentaba, ahora no venía a su mente.
Uno a uno, sus compañeros fueron saliendo. Los minutos le parecían eternos. Su amiga pasó junto a ella mostrando con descaro su examen con la respuesta que tanto buscaba para que pudiera copiar algo. Era justo, pero no se sentía bien. Laura había hecho algo bueno por su amiga, la había ayudado, pero no se sentía de ese modo; en cambio, aunque en realidad no había hecho nada por ayudar al viejo de la mañana, en esa ocasión sintió que hacía lo correcto.
—Entreguen todos sus exámenes —dijo la maestra.
Laura no sabía qué hacer. Había leído la respuesta de su amiga, que no era muy exacta, pero ayudó a que mágicamente regresara a su memoria la definición: “La ética es una disciplina filosófica que estudia el bien y mal y su relación con el comportamiento humano”. Sin embargo, ya no le parecía la respuesta correcta… “La ética involucra al otro, es pensar en el otro, es pensar en tus acciones y sus consecuencias, la ética es incomodarte, es preguntarte por qué lo haces, es mucho más que eso…”.
Los pensamientos no dejaban de fluir en su mente, revolviéndolo todo como una licuadora. La maestra se acercaba recogiendo los exámenes de todos, y en el último minuto, Laura escribió su respuesta:
“¿Qué es la ética? Algo que aún no comprendo”. *