Para los cubanos, Wi-Fi significa familia
Al anochecer, cuando ha cesado lo peor del calor caribeño, los parques en Cuba se llenan de familias que chatean por video con sus seres queridos en el extranjero, o que navegan por las redes sociales, con los rostros iluminados por las pantallas de teléfonos y tabletas.
La introducción de los puntos de Wi-Fi en los espacios públicos cubanos, hace tres años, ha transformado a la isla comunista, que había permanecido mayormente offline. Cerca de la mitad de la población, de 11 millones de personas, se conectó al menos una vez durante el último año, y esta nueva situación ha despertado el apetito de los cubanos por el acceso a un internet mejor y más barato.
“Muchas cosas han cambiado”, dice Maribel Sosa, de 54 años, tras pasar una hora junto a su hija, riendo y gesticulando, mientras sostenían una videollamada con familiares de Estados Unidos desde la esquina de un parque en La Habana. Sosa recuerda cómo antes tenía que hacer fila toda la noche para usar un teléfono público, a fin de comunicarse unos minutos con su hermano, luego de que éste emigrara a Florida en los años ochenta.
Por el costo que tiene conectarse a internet, los cubanos lo utilizan principalmente para estar en contacto con familiares y amigos. Aunque los precios han disminuido, la tarifa de un dólar con 50 centavos por hora representa 5 por ciento del salario mensual promedio, de 30 dólares.
“Todavía podrían cambiar muchas cosas más”, afirma Sosa. “¿Por qué no podemos tener internet en casa?”.
Sólo una mínima parte de los hogares dispone de acceso a banda ancha, pero tal acceso está sujeto al permiso que el gobierno otorga a algunos profesionales, como académicos y periodistas. El monopolio estatal de las comunicaciones ha prometido conectar toda la isla, y comenzó con varios cientos de hogares en un proyecto piloto de finales de 2016. En septiembre de ese año se dijo que la iniciativa tendría alcance nacional a finales de 2017.
Los ciudadanos afirman que las promesas previas de brindar el servicio no se han cumplido, por lo que sus expectativas no son muy altas. También dicen que el precio es prohibitivo: la suscripción mensual más barata es de 15 dólares. Aunque las autoridades atribuyen su lentitud para desarrollar la infraestructura necesaria a los altos costos, debidos en parte al embargo comercial de Estados Unidos, los críticos señalan que el gobierno teme perder el control.
Los cubanos que pueden permitírselo acuden a los cibercafés y a los 432 puntos de acceso público, donde se enfrentan a hormigas, mosquitos, calor o lluvia. Ahí ríen, lloran, gritan y susurran. Entre ellos deambulan los vendedores del mercado negro traficando con tarjetas prepagadas, y el ping de los mensajes entrantes y el timbre de las llamadas llenan el ambiente.
“Aquí no hay privacidad”, dice Daniel Hernández, de 26 años, guía de turistas, luego de una videollamada con su novia en el Reino Unido. “Cuando tengo que hablar de cosas sensibles, trato de encerrarme en mi coche para platicar con tranquilidad”.
La calidad de la conexión es buena sólo en puntos específicos, afirma, y únicamente cuando hay pocos usuarios; de lo contrario, las pantallas tienden a congelarse a la mitad de una conversación. Hernández afirma que él también usa internet para buscar noticias. En Cuba, el Estado tiene el monopolio de los medios impresos y electrónicos.
Unos metros más adelante, René Almeida, de 62 años, está sentado en su taxi, revisando su correo electrónico. Dice sentirse afortunado de que sus dos hijos se hayan mudado a Estados Unidos, donde las comunicaciones son mejores que nunca. Apenas en 2008 el gobierno cubano permitió a los cubanos poseer teléfonos celulares.
Almeida también se queja de la falta de privacidad y de lo caro del servicio. “Es mejor que nada”, dice. “Pero debería mejorar. Y lo hará”. m.
Texto de Sarah Marsh