Una obra para transitar: Fernando González Gortázar
Víctor Ortiz Partida – Edición 472
Los emblemas urbanos de este artista plástico y arquitecto son recordatorios de que el ser humano debe estar en el centro de toda obra que se cree en su entorno inmediato, ya sea que haya sido concebida para habitarse, para que oriente a quienes se encuentran en sus inmediaciones o para el mero gozo que brinde su presencia
El ser humano, el movimiento y la velocidad están en la esencia de la obra pública del artista plático y arquitecto Fernando González Gortázar (Ciudad de México, 1942). Él es uno de los primeros constructores de México que tomaron en cuenta que el ciudadano común se desplaza en automotores a más de 50 kilómetros por hora. Ya no caminamos usualmente por la urbe, por lo tanto nuestras referencias —los hitos para orientarnos— son otras, no nacen de la contemplación, sino del vislumbre, del reconocimiento a la distancia.
La Torre de los Cubos, creada en 1972, es un ejemplo de su obra vuelta insignia. La escultura de 30 metros de altura está formada por 20 cubos que, puestos de dos en dos, van formando un par de hileras que suben al cielo. Los cubos, colocados uno sobre otro, están fijos pero no son estáticos, dan la sensación de que van girando. La torre tiene un movimiento que se acrecienta cuando se maneja por las avenidas que la envuelven. Prisa y arraigo, arte en medio de la circulación, en el centro de ese desplazamiento que a veces desemboca en ningún lugar. “Por Los Cubos”, se dice, y es que un área enorme de la Zona Metropolitana de Guadalajara es reconocida por el nombre de esta señal urbana que guía tanto al peatón como al automovilista a sus destinos: “Tenemos que concebir el trabajo, el arte, la arquitectura, la ciudad y el urbanismo como una promesa de felicidad”,1 ha dicho este creador de profunda raigambre tapatía.
Fernando González Gortázar “es el sexto de ocho hermanos. Sus padres son los jaliscienses Jesús González Gallo, abogado y político, y Paz Gortázar Gutiérrez. La familia González Gortázar regresa de la capital del país a Guadalajara en 1946, y a partir del siguiente año y hasta 1953, el padre ocupa la gubernatura del Estado de Jalisco”, recuerda Carlos Ashida en su libro Fernando González Gortázar. Sí, aún.2
Explanada del Parque González Gallo. 1972. Guadalajara, Jalisco. Foto: Mito Covarrubias
La obra de González Gortázar se experimenta, hay una experiencia del espectador desde múltiples ángulos, la mirada va hacia la escultura, el cuerpo todo se transporta hacia el arte; sí hay admiración por la pieza, pero no desde la quietud, sino desde la movilidad. Tal es el caso de la entrada al parque González Gallo (1972), en Guadalajara, en cuya explanada tres grandes esculturas de concreto pintadas de amarillo brillante y blanco parecen apuntar al conductor que se acerca. Ésta es una pieza que se aprecia desde el auto: a toda velocidad sus formas son cambiantes y dan la impresión de moverse mientras se pasa junto a ella; la observación se enriquece cuando alguien llega caminando al parque, donde además descubrirá el pórtico, creado también con intenciones escultóricas, que invita a entrar a recorrer la arboleda interior.
La Gran Puerta (1969), situada en la colonia Jardines Alcalde, es otro ejemplo de emblema citadino que marca todo un rumbo. El parque Amarillo en el que se alza esta enorme puerta geométrica, que el peatón puede atravesar, es el corazón de la vida del lugar: a su alrededor hay viviendas, principalmente, pero también escuelas, un centro deportivo, restaurantes, la iglesia. En Resumen del fuego, la gran exposición que tuvo lugar en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (2013) y en el Museo de Arte de México de Ciudad de México (2014), la obra de González Gortázar se presentó al público en siete grupos. El parque González Gallo, La Gran Puerta y otros proyectos no construidos, como el Monumento Nacional a la Independencia, fueron incluidos en el grupo “Monumentos penetrables-transitables”.
“Transitar y penetrar elementos arquitectónicos constituye una de las primeras y más vigentes preocupaciones sensibles de Fernando González Gortázar desde proyectos de su periodo formativo y sus inicios profesionales”, se menciona en el catálogo de Resumen del fuego,donde se dice que desde la concepción del Monumento Nacional a la Independencia, que fue su tesis profesional, ha pensado “lo monumental, las escalas, el movimiento de las personas, la integración entre estructura y paisaje”. Ahí se remarca que este artista arquitecto no ha abandonado ese impulso primero para siempre “postular en lo arquitectónico diversas alternativas de experiencia”.
Los otros grupos en que se presentó su obra son: los proyectos fundamentales desde sí mismos en su trayectoria; la arquitectura pública y privada; la prehistoria de una indagación geométrica y objetos utilitarios posteriores; las derivaciones formales en laberintos, fuentes, diagonales, triángulos, cubos, esferas, cilindros, curvas, huecos; y las anomalías azarosas, activadas al experimentar en su trabajo cotidiano.
Torre de Los Cubos. 1972. Guadalajara, Jalisco. Fotos: Carlos Díaz Corona
Arte que humaniza
El ser humano está en el centro de las preocupaciones de González Gortázar. Esto queda en evidencia en una obra que se puede observar, visitar, ver, tocar y, lo más radical, como se ha mencionado: transitar y penetrar. Se trata de un trabajo en el que las prioridades del creador no son egocéntricas, sino que están repartidas entre una visión estética firme y una funcionalidad que indica la voluntad de compartir el arte desde el principio, tomando en cuenta las circunstancias de las personas que en su vida cotidiana entran en contacto con lo construido.
La visión que el arquitecto comparte públicamente, a todo el mundo, está estrechamente ligada a la idea de que es posible la conciliación entre los hechos constructivos y la naturaleza. Sus indagaciones incesantes en la geometría son acercamientos necesarios para reforzar su voluntad de respeto a la vida en todas sus formas. Sus fuentes, en las que el agua invitadora se mueve, ruge, canta, juega, salpica y moja (La Hermana Agua y la Plaza-Fuente, por mencionar algunas), son ejemplos de esta postura que humaniza una labor basada en las matemáticas, en los fríos cálculos de la ingeniería.
El Emblema de San Pedro, en San Pedro Garza García, Nuevo León, y el Centro Universitario de los Altos, en Tepatitlán, Jalisco, son obras que integran y hacen que incidan en la realidad los intereses, las investigaciones, las búsquedas que González Gortázar ha cultivado a lo largo de 60 años: la geometría, la función, el paisaje, la ecología y el urbanismo. En 1959, el artista comenzó a estudiar en la Escuela de Arquitectura del Instituto Tecnológico de la Universidad de Guadalajara, y desde entonces su labor no se ha interrumpido: estudios (discípulo del escultor Olivier Seguin, del arquitecto Ignacio Díaz Morales, del fotógrafo Víctor Arauz), creación, viajes por todo el mundo, magisterio (en 1970 y 1971 fue profesor de Diseño en la Escuela de Arquitectura del iteso, por ejemplo) y escritura (es autor de varios libros, entre ellos La arquitectura mexicana del siglo xx, publicado por Conaculta en 1994).
“A partir de 1962, y durante toda la década de los sesenta, su contacto con la vida artística de Guadalajara y del país se profundiza […] Hay un consenso respecto a que las cosas tienen que cambiar […] González Gortázar da una respuesta peculiar y, si se quiere, contradictoria. El artista, en lugar de negar o soslayar esta realidad, pugna por enfrentarla, no sólo como estímulo de los temas y tratamientos de la obra de arte pública, sino también como fermento de inéditas contradicciones”, describe Carlos Ashida,3 quien menciona como influencias del artista arquitecto a Jean Cassou y Pierre Francastel —a cuyos cursos asistió en París—, a Mathias Goeritz y a Luis Barragán, “quien, sin ejercer formalmente el papel de tutor, supo transmitir a su joven colega una lección a la vez ética y estética”.
Plaza-Fuente. 1973. Guadalajara, Jalisco. Foto: Carlos Díaz Corona
González Gortázar vive en Ciudad de México desde 1990, aunque conservó su taller en Guadalajara, donde colaboró con los arquitectos Salvador de Alba y Alejandro Zohn, y hay obra suya en diferentes estados de la República, así como en diversos países —España y Japón, por ejemplo.
El Emblema de San Pedro (1991-2013) está formado por El Paseo de los Duendes, El Viento Blanco, La Ola Blanca, Las Banderas y el Centro Cultural Fátima, “en los que el artista realizó experimentaciones similares a sus primeros monumentos transitables y replantea funciones de las estructuras, sus diálogos con el entorno natural, dinámicas perspectivas en movimiento del espectador al penetrarlas, que articulan lo monumental al uso del espacio urbano y la relación entre formas”.4 En el Centro Universitario de los Altos (1993-2013) se destaca el diálogo de la obra con el terreno en el que se sitúa: topografía, materiales, formas, así como la vivencia de las estaciones en el campo, ya que el complejo universitario se localiza a las afueras de la ciudad.
“Sigo creyendo en la Naturaleza como la gran maestra, fuente de toda ética, toda moral y toda estética”, dijo el arquitecto al recibir, en 2013, el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara.5 En su discurso, recomendó: “Hay que ver siempre a la arquitectura como una amistad y una reconciliación; nuestro trabajo no debe pelear con la historia y sus herencias, ni con la tradición, ni con la lógica del sentido común y la economía, ni con los materiales y técnicas constructivas, ni con el mundo y la naturaleza, ni menos todavía con las personas de carne y hueso, ni con nuestra propia individualidad como creadores”.
Y para redondear su recomendación dijo: “Tenemos que mirar la realidad cara a cara y con ojos escrutadores, no para acatarla sin más, sino para intentar, desde nuestro pequeño campo de acción profesional y ciudadana, transformarla y superar sus muchas lacras, sus repulsivas inequidades e iniquidades, su íntimo y esencial malestar que ha producido la atroz situación en la que viven las mayorías de este país y de este planeta”.
Emblema de San Pedro. Las Banderas. 1991-2013. San Pedro Garza García, Nuevo León. Foto: Roberto Ortiz.
Lo público y lo privado
La obra de González Gortázar tiene un adentro y un afuera, no sólo en lo que se refiere al proceso de creación de una obra —en lo que se considera un periodo de gestación, de duración variable, y un periodo de realización—, sino también al hablar de que hay proyectos pensados para ser públicos y otros para ser privados, como sucede con su arquitectura que incluye casas en Guadalajara como la de Juan Víctor Arauz (1967), la Casa Villaseñor Ramírez (1976) y la Casa González Silva (1980), en la que vivió con su familia, y, más recientemente, casas en otras ciudades, como la Casa Lozano González, en Valle de Bravo. En todas esas casas, y en las que no construyó, pero que quedaron en planos, el arquitecto materializó muchas de sus ideas experimentales que luego se explayaron en su obra a la que se tiene acceso público.
Los edificios que forman parte de su arquitectura pública “replantean inusualmente soluciones plásticas de revitalización de espacios, sus funciones y prácticas sociales en conexiones entre áreas y elementos de la naturaleza; repetición de motivos geométricos para detonar experiencias espaciales y de paisaje y activar diálogos entre creación e historia arquitectónica”.6
Como parte de su arquitectura pública tenemos el Centro de Seguridad Pública (1993), hoy Comisaría de la Policía de Guadalajara, conjunto de edificios situado junto a la barranca de Huentitán, reconocible por la pérgola ondulante de concreto aparente y de gran altura que recibe a los usuarios. Otros edificios públicos significativos son el Museo del Pueblo Maya (1993), construido en Yucatán, y el Museo Chiapas de Ciencia y Tecnología (2005), en los que sobresale la integración al paisaje, al medio natural, por medio de materiales y formas relacionados con los sitios.
En la reflexión acerca de lo público y lo privado entran los objetos contundente y deliberadamente estéticos que pueden estar afuera, al alcance de toda la gente que pase, o dentro, en interiores de casas y otros edificios, en los que se cumple su función de objetos bellos. Se trata de las esculturas, obras que permanecen en un lugar importante de la creación de Fernando González Gortázar y de la percepción que gran parte del público tiene de él y de su arte.
Centro Universitario de Los Altos. 1993-2019. Universidad de Guadalajara, cercanías de Tepatitlán, Jalisco. Foto: Rafael Gamo
En la exposición Resumen del fuego, las esculturas ocupaban un lugar considerable del espacio museístico. A estas piezas se les denominó “derivaciones formales”, figuras geométricas que detonan investigaciones artísticas y que se concretan en esculturas y otros objetos. “Este artista juega con hendiduras que cuestionan totalidades supuestas en las formas, repeticiones y rotaciones suspendidas en una intención sensible, desprendimientos de líneas y tiras”, se afirmaba, y se describía: “Prismas derivan en curvas, triángulos devienen espigas y cubos varían códigos jugando entre vacío y ocupación. Conjuntos despiertan o duermen en repliegues y escalonamientos. Otros se cierran concéntricamente”,7 haciendo referencia a las esculturas La Gran Espiga y Escultura múltiple y variable, y a las series Homenajes, Ciudades dormidas, Ciudades despiertas y Ciudades cerradas.
Algunas de estas esculturas son de gran tamaño, casi siempre de acero o de hierro, y fueron pensadas para exteriores, pero hay otras que son más pequeñas, a veces de materiales menos pesados que el metal —piedra, madera—, y pueden entrar al calor de un hogar, al igual que los dibujos, serigrafías, grabados y otros objetos, algunos utilitarios, como vasos de vidrio y candelabros de cerámica de talavera que González Gortázar también crea. Entre sus objetos más sorprendentes están las recientes esculturas de la serie Sombras del bosque, hechas con cuernos de venado y piedra. Los cuernos están acomodados con tal arte que forman esferas, cubos y círculos que impactan por su profunda reflexión sobre la naturaleza, ya que con una fuerza vencida (los cuernos provienen de animales muertos) se crea un objeto bello, pero que recuerda vivamente el poder de la naturaleza, la supervivencia en un medio hostil, peligroso.
En su discurso de recepción del Doctorado Honoris Causa, Fernando González Gortázar anunció, en un momento, que repetiría viejas ideas: “El arte en la ciudad, el arte urbano, es parte de la justa distribución de los bienes del espíritu y por ello de la democratización de la cultura. La belleza no es un adorno prescindible, sino un artículo de primera necesidad, sólo en un mundo bello se puede aspirar a la existencia plena, y las cosas útiles, para ser cabalmente útiles, deben ser bellas también. La naturaleza está en nuestra esencia más íntima y primera y no debemos aceptar jamás que parezca incompatible con la civilización o con el desarrollo material, porque eso es falso”.
Centro de Seguridad Pública. 1993. Guadalajara, Jalisco. Foto: Pedro Hiriar
Al final de su discurso esbozó un retrato significativo: “Una vez Carlos Monsiváis dijo que yo era el último de los románticos: es el mayor elogio que he recibido. En ese mundo busco vivir, quiero estar lo más lejos posible del poder, sea del tipo que sea. No considero válida ninguna hegemonía ni privilegio. No sé si soy competitivo, pero sí sé que no soy competidor, no me interesa estar ni triunfar por encima de nadie”, confesó. “Como dije hace tiempo, lo público es mi obra, no yo. Quien provoca las polémicas es mi obra, no yo. Si algunas veces he estado en la arena pública es porque hasta ahí me han llevado las nobles tareas de trabajar, de pensar y de ejercer mis derechos ciudadanos. No porque yo lo haya buscado. Así de sencillas son las cosas”, dijo, evocando algunas discusiones en torno a su obra, entre ellas la provocada por la construcción de la estación Juárez del Tren Ligero, realizada en pleno parque de La Revolución, una de las primeras creaciones del arquitecto tapatío Luis Barragán, quien lo realizó junto a su hermano Juan José, ingeniero.
En el cierre de su intervención, hizo un resumen de su vida y obra siguiendo a Orozco: “En el inicio de su autobiografía, el insigne José Clemente Orozco —junto con Juan Rulfo y Luis Barragán, nuestro artista capital en mi opinión— resumió así su vida: ‘Sólo las continuadas y tremendas luchas de un pintor mexicano por aprender su oficio y tener oportunidades de trabajar’. Yo podría decir exactamente lo mismo: ‘Son las continuadas y tremendas luchas de un arquitecto y escultor mexicano por aprender su oficio y tener oportunidades de trabajar’”.8
Literalmente, los proyectos concebidos y construidos por Fernando González Gortázar pueden ser ejemplos para todos los interesados en la arquitectura y el arte, ya que, hasta el momento, casi toda su obra sigue en pie, pues por fortuna ha habido pocas demoliciones. En Guadalajara y otras ciudades del país, sus creaciones se pueden observar, visitar, estudiar, sentir de primera mano. Hay fuentes, esculturas, plazas, parques, complejos arquitectónicos para diversos fines a los que se puede tener acceso. Gran parte de lo proyectado por este artista arquitecto ha pasado del papel, del plano, a la realidad, por lo que se pueden apreciar las resoluciones reales de lo que él ha pensado, reflexionado, hablado, creado y construido. Es una buena oportunidad para obtener conclusiones personales. .
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1 Fernando González Gortázar. Resumen del fuego. Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 2013.
2 Carlos Ashida, Fernando González Gortázar. Sí, aún. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2000.
3 Ibidem.
4 Fernando González Gortázar. Resumen del fuego, op. cit.
5 Ibidem.
6 En el Paraninfo Enrique Díaz de León, el 21 de noviembre de 2013. Discurso tomado de Luvina núm. 74, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 2014.
7 Fernando González Gortázar. Resumen del fuego, op. cit.
8 Ibidem.