Una historia de gentrificación en mi patio
Analy Nuño – Edición 508

En apenas cinco años vimos cómo cada edificio nuevo estaba más y más cerca. Hasta hoy no importa si el anterior sigue vacío, siempre hay una construcción naciente. Siempre, vecinos largándose de aquí. Sus casas ya funcionan como consultorios, oficinas o rentas de Airbnb.
Porque antes todo parecía más colorido, es como si hoy estuviéramos en un mundo gris”, escribió alguien que dice ser Silvestre, en respuesta a una publicación en TikTok en la que Salvador muestra cómo ha cambiado una avenida del Área Metropolitana de Guadalajara. Ahí ya no quedan arbustos, jardines ni árboles frondosos. Su lugar lo ocupan ahora enormes edificios de estilo minimalista y paredes gris rata que se continúan hacia el cielo desde el asfalto de la calle. Podría ser una escena en Zapopan, Guadalajara o Tlaquepaque. Podrían ser las avenidas Patria, Chapultepec, López Mateos. La glorieta Minerva, la glorieta Colón. Podría ser cualquier lugar de la mancha urbana de Guadalajara. Da lo mismo porque no hay diferencia, es una historia que se repite.
En TikTok, la descripción del carrusel, de seis fotografías, no tiene mucho texto, pero dice mucho: “2024 x 2021 x 2018 x 2017 x 2015 x 2009 El Vips de [la avenida] Américas”. Salvador, su creador, tomó seis capturas históricas desde el streetview de Google, entre los años 2009 y 2024, para ilustrar el cambio morfológico que provoca la gentrificación. En la imagen más antigua se ve la sucursal Glorieta Colón de la cadena de comida en la que muchos tomamos un día café con refill, nos comimos unos molletes, saboreamos unas enchiladas. En la siguiente, y la siguiente y la siguiente y la siguiente fotografías, los elementos van desapareciendo. Primero, los jardines verdes con arbustos, luego las jacarandas, el Vips… Al final desaparece también el cielo; en la imagen de 2024 lo sustituyen siete torres de más de 15 pisos, que funcionan como oficinas y hoteles, y claro, presumen la mejor vista panorámica de la ciudad y de su firmamento. En toda la inmensa manzana, sólo el edificio de una escuela pequeña —Huellas, se llama, nada menos— resistió a la presión de la anaconda inmobiliaria que poco a poco ha devorado a la urbe y expulsado a su gente a las periferias.
Cómo cambió en apenas un decenio la zona que ahora se jacta de ser uno de los distritos financieros de Jalisco y México. Primero, en 2009, llegó un centro comercial con tiendas de lujo, hoteles y “la mejor oferta gastronómica” para quienes nunca se han asomado a un barrio. Igual que volcanes recién nacidos, aparecieron un edificio aquí, otro allá. Hasta entonces todavía parecía que el cartel inmobiliario no nos iba a alcanzar. Nos equivocamos. Hoy en todo ese territorio que une a la ciudad de Guadalajara con la de Zapopan ya no se puede ver hacia el horizonte sin que un rascacielos se le meta a una en los ojos.
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Los perros ladran. El timbre suena.
“Somos de la constructora. Necesitamos entrar a su casa para ver sus paredes. Él es notario”, me urge un hombre, acompañado por otros cuatro, todos parados en la puerta de mi casa. Durante más de un año me he negado a dejarlos pasar. Ellos insisten. Una semana sí y la otra también, en la puerta aparece un sujeto solo o en un grupo. A veces con una gorra y lentes oscuros; otras, vestido para bautizo. Algunos días vienen durante la mañana; otras por la tarde. Desde afuera le toman fotografías a mi fachada. Tocan el timbre. Insisten en entrar y registrar ante un notario los detalles que libren a la constructora que les paga de la responsabilidad sobre los daños a mi vivienda.
“Deje su teléfono en el buzón y yo me comunico”, les pedí hace dos meses. Ya no regresaron. Sencillamente empezaron las excavaciones en el terreno donde antes de la pandemia por covid-19 estaba el jardín de niños Pinocho, y que en pocos meses se transformará en otra ballena urbana; tres torres de viviendas, cada una de seis pisos.
Hasta antes de la pandemia, mis primeras horas del día estaban sonorizadas con las indicaciones de una directora, la de Pinocho, obsesiva de las filas y el orden. A veces oía el Himno Nacional; los gritos y los llantos de los niños a la hora del recreo.
Ahora, pase lo que pase, a las siete de la mañana se enciende al otro lado del dormitorio una máquina de traxcavo, que permanece dos horas en calentamiento hasta que llega el hombre que la maniobra. A las nueve, el smog y el olor a diésel flotan sobre mi hogar, mientras unas garras mecánicas excavan hacia el alma del dinero, que en estos días está muy abajo del suelo. Ahora nuestras ventanas permanecen cerradas.
Hay días en que la naturaleza se rebela y nos regala momentos de consuelo y descanso. Eso sucedió a mediados de julio de 2025, cuando las garras mecánicas pellizcaron los mantos freáticos y el agua del subsuelo empezó a brotar con más fuerza que la que tienen todas las palas mecánicas de la ciudad juntas. Entonces las obras debieron parar. Pero los hombres que hablan el lenguaje del dinero siempre encuentran una solución para someter a la vida. Pronto la constructora comenzó a extraer el agua con una bomba que trabaja ocho horas continuas todos los días. El ruido de un nuevo motor se sumó a nuestra vida cotidiana.
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En apenas cinco años vimos cómo cada edificio nuevo estaba más y más cerca. Hasta hoy no importa si el anterior sigue vacío, siempre hay una construcción naciente. Siempre, vecinos largándose de aquí. Sus casas ya funcionan como consultorios, oficinas o rentas de Airbnb.
Una investigación sobre gentrificación que realizaron alumnos de Periodismo del ITESO reveló que la concentración de casas y departamentos Airbnb supera las 11 mil 344 unidades en la metrópoli. “En esta ciudad, la vivienda ha dejado de ser un derecho, para convertirse en un negocio”, dijo Grecia Zamarripa Aguirre, integrante del equipo investigador.
Yo añadiría que, a la mayoría, a quienes no formamos parte de él, el negocio nos está costando muy caro.
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No sé si Silvestre es Silvestre o sólo alguien que se inventó un nombre para crear una cuenta en TikTok, esa red social donde muchos hemos caído y que hemos usado para procrastinar. Lo que sí sé —eso creo— es que Salvador y Silvestre observan y documentan la ciudad con cierta nostalgia convencida. Y que tal vez pasa lo mismo con la mayoría de las 236 personas que respondieron al carrusel de fotografía de la avenida Américas, el que les conté antes, y a los otros tantos que ha creado su autor en otras zonas de la ciudad. Silvestre y Salvador tienen la misma narrativa visual y, en el fondo, cuentan la misma historia. Es una historia triste para la mayoría de las personas que habitamos la zona metropolitana de Guadalajara y que nunca tendremos “desde 4.5 millones de pesos para un departamento desde dos recámaras”. Ahora la zona de la glorieta Colón y casi toda la ciudad son un territorio donde ha dejado su marca la voracidad inmobiliaria. Ahora, cada vez más barrios se ven como escribieron Silvestre y Raúl en los comentarios del video: “Como si fuera un día triste, un día menos colorido”.