Una ciudad para ti, para mí, para todos

Una ciudad para ti, para mí, para todos

– Edición 491

Personas haciendo uso de la explanada del templo Expiatorio. Fotos: Luis Ponciano.

Para colaborar, divertirse, disfrutar, aprender; también para hacer memoria, afirmar la propia identidad o exigir justicia… Cuando las personas se ponen de acuerdo y se apropian del espacio público, ejercen una libertad fundamental y practican una forma elemental de hacer comunidad

Cuando se pisa la plazoleta que se extiende después del atrio del templo Expiatorio, de inmediato comienzan a escucharse distintos sonidos que pelean por llamar la atención del caminante. Risas y conversaciones por aquí; vendedores invitando a la gente a que se detenga en sus puestos para comprar un elote, una orden de taquitos de lengua, una pieza de pastel vegano, una marquesita, una tostada de carne por allá.

Suenan las campanadas, avisando que la misa está por comenzar. Algunas personas se dirigen hacia la iglesia mientras otras pasan en bicicleta sorteando los obstáculos en el camino; una que otra pareja se toma de la mano mientras está sentada en una jardinera; un grupo de jóvenes descansa en las escalinatas de la fuente que se erige al centro de la explanada.

A lo lejos se escuchan los acordes de “Nereidas”, título del que es quizás el más famoso de los danzones, legado de Amador Pérez Torres y que, de sólo escucharlo, atrae al fondo de la plazoleta. Ahí se mecen, en un cuadro —de  lado a lado y en un “columpio”— decenas de parejas que gustan de este baile que nació en Cuba a finales del siglo xix y que poco a poco se extendió por todo México. Ese baile que vive donde no se le olvida, donde se le practica, donde se lucha porque prevalezca, así sea en una plaza al aire libre.

Así es el espacio público, un lugar donde convergen sin premura distintas formas de pensar, sentir, de hacer; donde las personas pueden convivir, e incluso generar comunidad.

¿Espacio? ¿Público?

ONU Hábitat, la agencia de Naciones Unidas que busca promover ciudades y pueblos social y ecológicamente sostenibles, define el derecho a la ciudad como “el derecho de todos los habitantes a habitar, utilizar, ocupar, producir, transformar, gobernar y disfrutar de ciudades, pueblos y de asentamientos urbanos justos, inclusivos, seguros, sostenibles y democráticos, definidos como bienes comunes para una vida digna”.

Para que este derecho pueda ejercerse plenamente, señala el organismo internacional, es fundamental que todas las personas cuenten con las mismas condiciones para gozar de la ciudad. Dicho de otro modo, una buena ciudad será aquella dotada con espacios y servicios públicos de calidad que mejoren la interacción y la participación social, que promuevan las expresiones socioculturales, abracen la diversidad y fomenten la cohesión social.

En esta ecuación tiene particular relevancia la existencia de espacios de calidad que sean accesibles para todas las personas y permitan la construcción de comunidad desde distintos ámbitos sociales, a fin de que las personas puedan compartir sus ideas e intereses y, en general, disfruten del lugar donde lo hacen, aun cuando se trate de espacios que originalmente no fueron pensados para el fin que desempeñan, siempre y cuando existan condiciones para hacerlo y mientras se trate de causas amables, justas y que no vulneren los derechos de otras personas.

Pero, ¿qué se necesita para que esto sea posible? De acuerdo con Carlos Alberto Crespo, investigador asociado al Instituto de Investigación y Estudios de la Ciudades (InCiudades) del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD) de la Universidad de Guadalajara (UdeG), para que en un espacio ocurra la apropiación por parte de la sociedad y se genere la construcción de comunidad es necesario no sólo que cuente con una consolidación urbana y arquitectónica, sino que el lugar no sea restrictivo, hablando en términos de ingresos y permanencia; que dé libertad para cargarlo de significado y simbolismo, además de facilitar que pueda ser transformado o intervenido de manera subjetiva según las necesidades de las personas que lo ocupan.

“Los elementos de calidad espacial muchas veces no son determinantes para el nivel de apego o de apropiación de los espacios. Un espacio imaginado puede llegar a ser mucho más apropiado, como, por ejemplo, cuando éramos niños y poníamos dos piedras en la calle e imaginábamos que era una gran cancha de futbol. La calidad arquitectónica no define el grado de apropiación, sino el hecho de que los espacios brinden todas las cualidades de una superficie abierta que permite la acción y la transformación”, explica Crespo.

El apego viene después: surge cuando se genera comunidad, cuando los grupos que la conforman, al coincidir en los espacios, se dan cuenta de que hay más personas alrededor que comparten sus mismos ideales, actividades e intereses. Las interacciones devienen acciones colectivas emergentes que pueden llegar a consolidarse como acciones planificadas, organizadas y sólidas.

Por su parte, Héctor Eduardo Robledo, psicólogo social y profesor del PAP Co-laboratorio Urbano del ITESO, lamenta que si bien el espacio público puede entenderse como un lugar sin restricciones, cercos, límites de acceso y del que cualquier persona puede hacer uso, en la práctica son espacios regulados por el Estado, que no sólo establece normas, sino que en muchas ocasiones inhibe que ahí se genere comunidad con situaciones como la falta de mantenimiento, lo que propicia espacios inseguros, mal iluminados o carentes de accesibilidad.

“Se hacen renovaciones de espacios públicos, como lo que acabamos de ver en el Parque Morelos o el jardín del Santuario, y lo que suele ocurrir es  que los renuevan, pero luego se vuelven más regulados por la policía. Si bien podría hablarse de que se tiene más seguridad, en realidad la presencia de la policía funciona como una intimidación, como una manera de restringir”, afirma.

Traspasar fronteras y generaciones

En el jardín del templo Expiatorio, en la zona Centro de Guadalajara, los fines de semana es posible encontrar gran variedad de antojitos, además de una variopinta oferta de mercancías. Y también es posible encontrarse con alguien que ha sabido apropiarse y sentir un fuerte apego por lo que hace y disfruta: Juan Luis González, quien cada domingo se ubica en la parte sur de la plaza equipado con una computadora y un par de bocinas para hacer sonar las melodías del danzón. 

Todo empieza a las 18:00 horas, con un taller exprés en el que se enseña a las personas interesadas los pasos básicos del tradicional baile: el cuadro, el columpio y el lateral. Luego vienen las combinaciones. Una hora después, con las bases puestas y ya entrados en el ritmo, arranca el baile de exhibición al que acuden decenas de personas y parejas de todas las edades que comparten el gusto por un baile que lucha por subsistir al paso de las generaciones. Los parroquianos de la plaza del Expiatorio se reúnen ahí desde hace unos 18 años.

Juan Luis González es integrante de Danzoneros por Siempre, asociación que ha logrado consolidarse gracias a las exhibiciones en este espacio y a las clases que, hasta antes de la pandemia, les permitían impartir en una escuela cercana al Expiatorio. Luego vino el confinamiento y se cortó el vínculo. 

“Yo lo hago por gusto, éste es mi hobby. Para mí es muy hermoso ver que la gente se interesa por el danzón, este baile tan bonito; que buscan que no se pierda, que siga traspasando generaciones. Gracias a esto hemos podido viajar a distintos lados, nos piden hacer presentaciones en municipios de Jalisco, en distintos estados del país, y hasta hemos viajado a Estados Unidos”, cuenta Juan Luis, quien en su vida diaria se desempeña como ingeniero, fabricando y dando mantenimiento a equipos industriales.

Joel es uno de esos soñadores que cada semana asisten a este espacio. Cuenta que a su esposa le gustaba ir todos los domingos al Expiatorio. Mientras ella permanecía dentro del templo, él se quedaba paseando en la plazoleta, apreciando a quienes bailaban en el jardín.

Cuando su esposa murió, comenzó a intentar cosas diferentes para honrar su memoria. Ella, cuenta, era una mujer alegre y social, el otro extremo de él, y comenzó a tomar las clases que ahí se ofrecían. Desde hace un par de años no deja de asistir y, aunque todavía le da pena sumarse a la exhibición principal, hoy tiene nuevas amistades con quienes comparte un café; y si alguna dama lo permite, baila con ella a un costado de Juan Luis.

Para Carlos Alberto Crespo es importante que este tipo de apropiaciones exista en parques de la ciudad, porque esto permite que las personas disfruten los espacios se evita que sean cedidos a otros fines. Si bien el caso del Expiatorio es excepcional por tratarse de un icono de pluralidad y cultura de la hoy llamada “colonia más cool”, la Americana, lo cierto es que existen otros sitios en riesgo debido a la especulación inmobiliaria, como el Parque Huentitán, que, pese al intento de apropiación por parte de estudiantes y vecinos de la zona, no ha sido posible recuperar.

“Es una responsabilidad compartida. El gobierno, la sociedad y los intereses privados deberían ser partícipes de estos procesos de apropiación. La iniciativa privada cuida mucho sus intereses: aunque se beneficia de lo público, cede muy poco al público. Todas las esferas deberían estar aportando para que el espacio público permita la construcción de comunidad”, explica.

La extensión de una resistencia

Un caso interesante es “La Mercadita de la Resistencia”, proyecto que inició en 2020 en un ala del Parque de la Revolución, también conocido como Parque Rojo, como una protesta emprendida por colectivas feministas contra el Estado, el patriarcado y la violencia económica. 

Las mujeres instauraron un espacio “100 por ciento separatista”, protegidas por un cerco de hilo y banderines dentro del  que no permitían el acceso a ningún hombre, y acudían todos los sábados a ofrecer un sinfín de productos para obtener recursos.  

Aunque las autoridades intentaron retirarlas en distintas ocasiones debido a que los reglamentos municipales no permiten el comercio ambulante en espacios públicos, las mujeres mantuvieron su protesta y, gracias a la resistencia de las colectivas, lograron quedarse en el lugar.

Hoy, lo emprendido por “La Mercadita de la Resistencia” dio paso a que toda la superficie del Parque Rojo fuera ocupada por comerciantes, hombres incluidos, que ofrecen ropa de paca, libros usados, artículos de segunda mano, accesorios, maquillajes y una interminable variedad de cosas que le han llevado a ganarse el nombre de “El Otro Tianguis Cultural”, en referencia al que opera en la plaza Juárez, a un costado del Parque Agua Azul.

Sobre la dinámica que ocurre cada sábado en el cruce de las avenidas Juárez y Federalismo, en septiembre de 2022 el alcalde de Guadalajara, Pablo Lemus Navarro, dijo en entrevista que se buscaría regular a estos comerciantes para que no representen una competencia desleal a aquellos comercios de la zona Centro que sí pagan sus impuestos.

“Entendemos perfectamente la situación de las mujeres que trabajan en esta zona; sin embargo, ha habido personas que han abusado de esta situación y que han incorporado algunos otros giros que hemos estado retirando. Quiero ser muy claro: no vamos a permitir una expansión de este lugar; vamos a permitir que las mujeres sigan trabajando, pero no que haya un exceso como está sucediendo en estos momentos, y que otro tipo de comercios se estén instalando en el Parque de la Revolución”, dijo el alcalde, sin que hasta el momento de redactar este reportaje se haya llevado a cabo alguna medida.

Aunque se solicitó la opinión de las fundadoras de “La Mercadita”, la colectiva señaló que no dan entrevistas, “por su propia seguridad”.

Carlos Alberto Crespo, que también cuenta con un doctorado en Ciudad, Territorio y Sustentabilidad, explica que es habitual que en el proceso de apropiación del espacio surjan comunidades y protestas con un fin y que poco a poco comiencen a mutar, pues si bien en lo particular el trasfondo se mantiene, hay gran necesidad de ocupar la ciudad.

“No hay ocupaciones buenas o malas, sino que simplemente reflejan una realidad distinta. Lo que hoy ocurre deja ver la necesidad de las personas de hacer comercio; hay una economía informal que emerge ante las pocas posibilidades de subsistencia en la formalidad”, señala el académico.

Por su parte, Héctor Robledo afirma que lo anterior pudiera llegar a parecer un conflicto; sin embargo, agrega, se trata de una situación normal que puede ocurrir en cualquier espacio público, ya que, si bien se construye comunidad entre quienes comparten ideas similares, al final de cuentas convergen distintas formas de pensar y distintos objetivos según las comunidades que participan de ellos.

“No tendríamos que estar esperando a que la policía venga y quite al otro. Los conflictos del espacio público deben resolverse desde quienes conviven en él a través del diálogo y la negociación. No nos queda de otra si queremos que el espacio realmente sea público, de uso común y comunitario”, puntualiza.

Pero, ¿es posible reclamar como exclusivo un lugar en el espacio público? Es decir, si hablamos de que el espacio público es para todas y todos, ¿es válido instaurar un espacio separatista? Al respecto, Héctor Robledo considera que en este caso no se habla del uso de un espacio público como se ha venido explicando, sino que se trata de un espacio urbano en disputa. “Es gente que entra en conflicto con otras personas que usan el espacio, que entran en conflicto con los reglamentos. Ésa es la paradoja, que lo que solemos llamar espacio público, al final son espacios en disputa donde convergen personas con intereses diferentes”, refiere.

Mientras tanto, Carlos Alberto Crespo señala que es necesario dejar de preocuparse por las apropiaciones físicas o simbólicas y empezar a considerar el conjunto como una representación de todos y todas. Si existen  ocupación y apropiación es porque se ha entendido el poder político que tiene el espacio.

Memoria a la vista de todos

Pero la apropiación del espacio público no ocurre sólo desde la convivencia, el esparcimiento o la disidencia. También tiene lugar mediante la protesta y la búsqueda de la memoria y la justicia. Si en la Argentina de los setenta la Plaza de Mayo atrajo la atención mundial por las rondas de madres que exigían la aparición de sus hijos desaparecidos por la dictadura, en Guadalajara la Glorieta de los Niños Héroes, ubicada en el cruce de las avenidas Niños Héroes y Chapultepec, hoy es más conocida por ser la Glorieta de las y los Desaparecidos, gracias a la intervención de que ha sido objeto por parte de las familias que buscan a sus seres queridos.

El sitio, ubicado en una de las zonas más concurridas y con mayor proyección de la ciudad, se convirtió en punto de reunión y de protesta sobre todo a partir de 2018, con las manifestaciones para exigir la aparición con vida de Salomón Aceves, Marco García y Daniel Díaz, tres jóvenes estudiantes de cine vistos por última vez el 19 de marzo de ese año.

Las familias de los muchachos y de otras personas desaparecidas comenzaron colocando lonas y carteles con las fichas de búsqueda de sus seres queridos, pero muchas de éstas eran maltratadas, por lo que comenzaron a organizarse para mandar a hacer losetas y pegarlas de manera permanente en fechas especiales como el Día de las Madres o el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada.

Aunque ha tenido una gran proyección mediática, la apropiación de la glorieta en Guadalajara no fue la primera. Uno de los primeros referentes de este ejercicio se dio en Monterrey en enero de 2014, cuando el colectivo Familias Unidas por Nuestros Desaparecidos Nuevo León comenzó a apropiarse de una de las plazas más importantes de la capital del estado, ubicada en la esquina de Washington y Zaragoza, en el centro de la ciudad. La Plaza de los Toreros comenzó a ser llamada Plaza de la Transparencia de la Víspera cuando las familias iniciaron con la pega de fichas de búsqueda y la colocación de vitrales con los nombres y fechas de desaparición de decenas de personas.

Y el modelo se replica. Desde mayo pasado, familiares de personas desaparecidas en Ciudad de México han pugnado por apropiarse de la llamada Glorieta de la Palma para constituirla como un memorial y recordatorio de la crisis de desapariciones que asola el país.

Al respecto, Carmen Chinas, miembro del Comité Universitario de Análisis en Materia de Desaparición de Personas de la Universidad de Guadalajara, indica que este ejercicio debe reconocerse como parte de una necesaria visibilización del problema y de la lucha incansable que mantienen estas familias.

“Los espacios que han ocupado y reivindicado las familias son espacios gestionados por iniciativa propia. Son espacios simbólicos que las familias se han apropiado para resignificar y dar sentido de visibilización al reclamo de la presentación con vida de las personas desaparecidas. Son un llamado de atención, tanto para la sociedad civil como para las instituciones públicas, para llamar la atención y exigir la búsqueda, la impartición de justicia y la verdad”, expresa Carmen Chinas.

La académica menciona que si bien no todos los colectivos comparten este espacio, e insisten en que deben buscarse otros lugares, muchos reconocen que éste es, por ahora, un espacio que les sirve para manifestar de forma visible sus exigencias.

El espacio público es de quien lo trabaja

Entre los autos que vienen y van sobre la avenida Federalismo está La Milpa, un espacio que desde hace seis años reúne a la comunidad que habita en los alrededores de los barrios del Refugio, el Santuario, la Sagrada Familia y la Capilla de Jesús, entre otros.

Se trata de Coamil Federalismo, un proyecto que se ha apropiado del camellón de una de las avenidas más transitadas de la ciudad para construir comunidad a partir de la siembra, el cuidado y la cosecha de una milpa, que se mantiene con el composteo que realizan las personas que integran la comunidad. El objetivo de este proyecto es crear conciencia acerca de la importancia de reutilizar los recursos, el valor de los alimentos y problematizar la cuestión de a quién pertenece el espacio que, se dice, es público.

A través de las redes sociales, sus integrantes comparten de manera activa todo el proceso. Apenas el pasado 20 de noviembre se inició con “la tumba” de la sección norte del coamil, que hace alusión a un pequeño y rudimentario cultivo de maíz. Todavía alcanzaron a cosechar los últimos elotes y huitlacoches. También siembran y cosechan, por ejemplo, semillas de frijol, girasol y amaranto, según la temporada del año.

Aunque al principio las autoridades echaron la milpa abajo, sus impulsores resistieron y volvieron a levantarla en señal de lucha cuantas veces fue necesario hasta que el gobierno se dio por vencido. Hoy el alcance de esta comunidad ha trascendido al punto de que ha logrado hacer red con comunidades de otros países, como Colombia y España. Además, recientemente fueron parte del i Encuentro Nacional de Agrosilviculturas Agroecológicas y Periurbanas de México, lo cual para el colectivo significa una oportunidad para “seguir tejiendo redes”.

Para Héctor Robledo, ésta es una muestra de que las comunidades pueden decidir en torno al uso y la defensa del espacio que las rodea, “logrando que el Estado no se meta con ellas”. Gracias a la resistencia y la constancia de la comunidad, se realizan tareas de composteo, siembra y cosecha además de la impartición de talleres; también han puesto en marcha actividades lúdicas para generar conciencia sobre su visión, lo que les ha permitido mantenerse y hacerse cada vez más visibles. “Así, quien cada vez la tiene más difícil para controlarlo es el Estado, y esto viene de los propios usos de la comunidad”, añade el académico del ITESO.

“Todas éstas son formas de apropiación basadas en la lucha, porque actualmente ya ni siquiera los metros cuadrados están asegurados”, dice por su parte Carlos Alberto Crespo. En el fondo, añade el académico de la UdeG, se trata de poner sobre la mesa los intereses comunes, darse cuenta de que, “si bien hay plataformas comunes en las cuales estamos regulados, o autorregulados socialmente, lo que se tiene que hacer, en esencia, es construir ciudadanía, porque en muchos espacios quien define las reglas no es el gobierno, es la misma ciudadanía”.

Semillero de campeones

El Parque San Jacinto está al oriente de Guadalajara. Se trata de un espacio equipado con varias canchas de basquetbol, voleibol, zona para patinadores y aditamentos para la práctica de otros deportes. Si bien la presencia de personas es una constante, entre todas llama la atención un grupo que ha sabido apropiarse del parque: el equipo de porristas Wizards Extreme.

Compuesto por varias decenas de niñas, niños, jóvenes y personas adultas, el equipo aprovecha un área de este espacio para practicar sus bailes, cargadas y pirámides, dando forma a distintas y variadas rutinas que, a lo largo de poco más de 12 años, le han merecido unos 50 triunfos en campeonatos regionales y nacionales, en los que ha logrado posicionarse en los primeros lugares, según cuenta su entrenador, Jonathan Gerardo Miramontes.

“El equipo ha atraído a gente de muchos lados, incluso de otros estados, al momento de competir, pero en lo local se suman muchos jóvenes de las colonias aledañas al parque, como San Andrés, la Hermosa Provincia, la zona del Parque de la Solidaridad, Tetlán, Oblatos, pero también de colonias de Tlaquepaque, El Salto, Zapopan, desde Tesistán o El Centinela”, presume.

Por el equipo, cuenta, han pasado alrededor de unos mil 200 jóvenes de todas las edades. De hecho, gracias al empeño de sus integrantes, algunos de ellos han llegado a formar parte de la selección nacional de porristas, ensamble que ha tenido participación en la International Cheer Union, que año con año se lleva a cabo en Estados Unidos.

“Siempre hemos entrenado aquí, pero las autoridades usualmente no se ven. Hay personas encargadas del parque y nos conocen, nos saludan, nos ayudan con cosas mínimas —como cuando se va la luz, para que se recupere lo antes posible—, pero más allá de eso, no hemos tenido apoyos ni intervención. Llegan políticos en campaña, nos ven cuando estamos entrenando, pero no regresan, se olvidan”, señala.

Carlos Alberto Crespo dice que no existe la necesidad explícita de que los gobiernos intervengan en la regulación de este tipo de espacios, sino que su deber es garantizar las condiciones para que la apropiación y la integración de la comunidad continúen. Es decir, más que reglamentar sobre lo que ocurre en ellos, los gobiernos deben fomentar la colectividad y los lazos, y contribuir a mantener y respetar los sitios que ya han generado apropiación y comunidad.

“Un lugar se vuelve comunitario porque las comunidades los usan, y, aunque se encargue de generar los espacios, el Estado no debe tener nada que ver ahí en cuanto a una regulación. No se trata de lo que el Estado quiera hacer en ellos, es lo que la comunidad hace en la práctica”, dice por su parte Héctor Robledo, académico del ITESO.

El grupo Wizards Extreme es, quizás, uno de los ejemplos que muestran que la apropiación del espacio público va más allá de sólo convivir en un lugar con quienes comparten nuestras mismas ideas, pues puede cambiar la vida de las personas y servir para comprender que, mientras existan las plataformas adecuadas para generar la convivencia y la apropiación de los espacios, pueden surgir grandes cosas en beneficio de la gente.

Así lo viven en el Parque San Jacinto, pero también en la explanada del Expiatorio, el camellón de la avenida Chapultepec, los domingos en la Glorieta Chapalita, La Milpa de Federalismo, en el Parque Rojo y en cualquier punto en el que las personas se reúnan. La gente se adueña de los espacios y los dota de sentido, de un simbolismo que resulta particular para cada persona, para cada grupo, asociación, o colectiva. Al final, en esos rincones de la mancha urbana, las personas encuentran los espacios adecuados para desarrollarse, para compartir sus intereses con sus pares. Para encontrarse y hacer comunidad.

2 comentarios

  1. Excelentes aportaciones y análisis de los entrevistados, es necesario revalorizar dichos espacios y generar mayores lugares de encuentro social.

  2. Aunque es emocionante observar la apropiación ciudadana, es triste que espacios como la explanada en El Santuario y la de Expiatorio sean ahora planchas de concreto en lugar de los hermosos parques que llenaban de vida y sombra a sus habitantes. Esperemos que esto jamás llegue a pasar en Mexicaltzingo y los pocos espacios arbolados del centro.

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