Tecnopolítica y ciberactivismo en México
Israel Piña – Edición 452
En un escenario que cambia vertiginosamente, las nuevas formas de acción social están cada vez más relacionadas con las transformaciones y las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la información. Cada vez más, las actitudes críticas tienen su origen en un teclado o en un teléfono móvil. Mientras los especialistas aventuran respuestas, el hacktivismo está haciendo lo que entiende que debe hacerse
De las redes sociales a las calles: el hashtag #VivasNosQueremos es la afrenta más reciente del activismo digital a las estructuras de poder y a la cultura dominante. El domingo 24 de abril pasado, mujeres y hombres ocuparon la web y las calles para exigir un alto a la violencia de género. Alrededor de 70 mil tuits —según la herramienta Curator— mantuvieron el tema en la lista de trending topics durante casi todo el día. En 27 ciudades mexicanas, los ciudadanos salieron a las calles. Como suele ocurrir en estos casos, los políticos, incluido el presidente del país, se vieron obligados a hablar del asunto sin entender todavía cómo funciona lo que el sociólogo español Manuel Castells llama desde hace años movimientos sociales en red.
No hubo un centro, la estructura fue reticular (aquella formada por diversos nodos o núcleos que se conectan entre sí a través de líneas, de tal manera que forman una red). No hubo un líder o una dirigencia visible. Tampoco hubo un partido político o una ONG tradicional que controlara el flujo de información y la forma de organización. Nadie pagó a los medios y periodistas tradicionales para que cubrieran el tema. Sin embargo, un sector de la población, aparentemente sin forma ni conexión, posicionó la cuestión de la violencia de género en la discusión pública. Lo hizo, en principio, vía las redes sociales. La tecnología fue el instrumento por medio del cual las afectadas —distintas y distantes entre sí— se organizaron para lanzar al mismo tiempo la consigna #VivasNosQueremos.
Todo comenzó con un tuit. El 8 de marzo de 2016, la periodista estadunidense Andrea Noel sufrió una agresión cuando caminaba por las calles de la colonia Condesa, en la Ciudad de México. Un hombre metió sus manos por debajo del vestido de la mujer y bajó su ropa interior. Era Día Internacional de la Mujer y muchos oficinistas y burócratas aprovechaban para regalar chocolates, flores y cualquier clase de objetos rosas a sus compañeras. Mientras eso sucedía, Noel denunciaba el hecho ante el Ministerio Público. Al día siguiente, la periodista de Vice News lo hizo también en las redes sociales: publicó en su cuenta de Twitter (@metabolizedjunk) una grabación del ataque. La reacción en las redes fue tan sorprendente que ella se fue del país. Muchos de los comentarios consistieron en nuevas agresiones.
Contingente de la movilización contra las violencias machistas en la Ciudad de México. Foto: Reuters
Por esos días sucedieron más actos de acoso que formaron parte de las conversaciones en las redes sociales. El 18 de marzo atacaron sexualmente a una periodista de El Universal TV en una unidad de transporte público en el Estado de México. El 28 de marzo, Gabriela Nava, alumna de comunicación de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la unam, publicó en Facebook el video donde aparecía un hombre que acababa de grabarla por debajo de la falda. Javier Arturo Fernández Torres denunció públicamente que su hija había sido violada por un grupo de jóvenes pertenecientes a familias poderosas en Veracruz. Igual que en el caso de Andrea Noel, las víctimas recibieron mensajes agresivos, incluso amenazas. Pero algo más ocurrió en la red: la violencia contra las mujeres se posicionó poco a poco en la agenda pública. Luego aparecieron las cuentas mexicanas de #VivasNosQueremos en Twitter (@Vivas24AMx) y Facebook (…/Nos-queremos-Vivas) y alguien convocó a la marcha del 24 de abril. Entre el 9 de marzo y la mañana del 25 de abril, hubo más de 90 mil tuits con el hashtag #VivasNosQueremos, de acuerdo con la herramienta Talkwalker.
El hashtag y una de las consignas de la protesta también tienen algo de reticular. #NosQueremosVivas fue utilizada por los movimientos feministas españoles durante las manifestaciones del 14 de febrero de 2015. La convocatoria fue hecha, entre otros canales, a través del blog Nos queremos vivas y su respectiva cuenta de Twitter (@nosqueremosvivas). El 3 de junio de ese mismo año, más de 200 mil argentinos se concentraron frente al Congreso para expresarse contra el feminicidio. El hashtag utilizado aquella tarde en Buenos Aires y otras ciudades de Argentina fue #NiUnaMenos, cuyo origen se encuentra en un verso atribuido a la poeta y activista mexicana Susana Chávez, asesinada en enero de 2011 en Ciudad Juárez: “Ni una mujer menos, ni una muerta más”. #NiUnaMenos tiene su propia página de internet y su cuenta de Twitter (@NiUnaMenos). El color morado también aparece entre la simbología de la protesta.
Bajo la consigna #NiUnaMenos, habitantes de diferentes ciudades argentinas se movilizaron para protestar contra la violencia de género. En la capital, Buenos Aires, la marcha llegó hasta el Congreso Nacional. Foto: desacatofeminista.com
#VivasNosQueremos se suma a los movimientos que nacen en la internet y encuentran en ese mundo digital su principal herramienta para organizarse, comunicarse e influir en la agenda política. Es global y local. Comparte ideas y tácticas, también apoyo, con movimientos similares en otras partes del planeta, pero actúa y se moviliza en el espacio local. Comparte estos rasgos con el movimiento altermundista que reta a las estructuras sociales tradicionales, a sus instituciones, a los poderes políticos y a los medios de comunicación.
Las mujeres que tomaron las calles del país para asumirse luchadoras contra la violencia tienen algo de aquellos movimientos sociales organizados o visibilizados por medio de la red. Tienen algo del zapatismo, pionero en el uso de la internet como medio de comunicación en los años noventa. Tienen algo de los altermundistas del Seattle de fines de 1999, de los okupas de Nueva York y del 15-M español de 2011, así como del Yo Soy 132 mexicano de 2012.
“Se habla de una conciencia más global, los activistas ya no son locales, han trascendido las barreras, están conectados entre sí. Si hay una manifestación en Siria, van los españoles. Hay cada vez más una conciencia, una organización global que está atenta a la vida pública de diversas partes del mundo”, explica en su cubículo de la Universidad Iberoamericana, el profesor César Rodríguez Cano, experto en movimientos sociales e internet.
Víctor Sampedro Blanco, en el texto “Ciberactivismo. De Indymedia a Wikileaks y de Chiapas al Cuarto Poder en Red”, publicado en la revista Telos en 2014, sintetiza las similitudes entre los movimientos, aquello que hay de global entre lo local: “La táctica digital altermundista se postula ahora como una estrategia: ofrece objetivos a corto, medio y largo plazos; aporta herramientas y medios de difusión propios; permite pasar de la reacción y la resistencia a tomar la iniciativa en una ofensiva no violenta, sólo comunicativa; una estrategia, además, abierta a una militancia que, como los enemigos a los que se enfrenta —los mercados, sin patria ni responsabilidad social—, actúa de forma distribuida, anónima y global”.
En España, la movilización en contra de las violencias machistas tuvo lugar en febrero. En la imagen, una panorámica de los manifestantes en Madrid. Foto: Xinhua
Hay similitudes en los movimientos sociales surgidos en la era de la internet, es cierto. Pero en la táctica digital también hay matices que es necesario distinguir para comprenderlos. Para el académico mexicano Rodríguez Cano, “se está empezando todavía a entender la ecología de los términos relacionados con el activismo digital. […] El debate es cómo cuantificar, cómo conocer, cómo interpretar las movilizaciones políticas y entender su impacto real en la toma de decisiones”. La tecnopolítica ayuda en ese propósito.
“La tecnopolítica es una forma de entender los ejercicios de apropiación por parte de sectores de la sociedad, de las herramientas digitales relacionadas con la internet, las redes sociales y todo tipo de plataforma que pueda ayudar a generar alguna conciencia basada en una agenda política. Intenta no sólo entender lo que pasa en los entornos digitales, sino también ligarlo con lo que pasa en las calles, en los medios”. Desde ahí se puede establecer y abordar una categorización básica para comenzar a entender los movimientos ciberactivistas: hacktivismo, infoactivismo o activismo de datos y hacking cívico.
Hakctivismo y su origen zapatista
Para tratar de comprender la ecología de los términos que hay alrededor del ciberactivismo, hablo con dos de sus protagonistas en México. Lo hago en las colonias adyacentes Condesa y Roma, que constituyen, junto con los municipios de Zapopan, Guadalajara y Monterrey, los puntos más sobresalientes del activismo digital en el país. Paulina Bustos Arellano, directora de servicios y operaciones de la organización Cívica Digital, comienza por explicarme qué cosa es el hacktivismo: “Es el activismo que se hace a través de medios digitales. El hacktivismo es la idea de que, a través de las redes sociales, voy a trabajar una masa de gente que va a impulsar cierta idea”.
El hacktivismo es, entonces, una forma de activismo que utiliza la internet como medio de comunicación. Es la idea y la indignación comunicadas y movilizadas a través de dichos entornos. “Históricamente, todo el movimiento digital siempre regresa al EZLN. Los primeros en tener presencia online, en empezar a involucrar a la gente con plataformas digitales, siempre fueron los del EZLN”. Tras el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, diversos sectores sociales, tanto en México como en otras partes del mundo, se solidarizaron con el movimiento y se movilizaron para presionar al gobierno mexicano a fin de que no optara por una salida militar al conflicto. Los individuos y colectivos que se activaron a partir de enero de 1994 formaron después una red global denominada zapatismo. Una red que, por su naturaleza dispersa, era difícil de caracterizar. Una red difusa.
El subcomandante Marcos en un mitin en el zócalo de la Ciudad de México en mayo de 2006, durante la caravana en la que presentó La Otra Campaña en varios estado del país. Foto: Reuters
Otra red comenzaba a tejerse por ese entonces. Menos de un año antes de la aparición del EZLN, el 10 de abril de 1993, Tim Berners-Lee presentaba al mundo la World Wide Web. Se trataba de un sistema de interconexión para distribuir y visualizar documentos en internet. La nueva tecnología resultó una metáfora: tenía una estructura reticular, igual que las protestas sociales que nacerían después de ella. Por primera vez un movimiento construyó sus propios medios y estrategias de comunicación sin necesitar del New York Times para globalizarse. En 1994, Justin Paulson, estudiante de la Universidad de Pensilvania, creó la primera página web del zapatismo (ezln.org) para proporcionar información confiable sobre el movimiento. Poco a poco la página se convirtió en el referente para entender lo que ocurría en el sureste mexicano. En 1995, Harry Cleaver, profesor de la Universidad de Austin, Texas, subió a la internet todo un sistema de información con documentos del movimiento. Ese año, el secretario de Relaciones Exteriores de México, José Ángel Gurría, sin comprender el alcance de la red, declaró despectivamente que la del zapatismo era una guerra de internet.
El movimiento, como la internet misma, estaba organizado en nodos locales dispuestos y capaces de activarse por algún fin político vinculado con los indígenas de Chiapas. Por medio de la red, los zapatistas se coordinaron para acudir a manifestaciones en diversas ciudades del mundo para presionar a los grupos políticos locales, a fin de que, a su vez, éstos conminaran al gobierno mexicano y acudieran directamente a Chiapas como observadores, mensajeros o actores solidarios. Testimonios, denuncias de violaciones de derechos humanos, discusiones y exigencias políticas fluyeron a través de la red. La internet se convirtió en la fuente de información de los medios tradicionales de comunicación.
El hacktivismo evolucionó en una década de experiencia con la internet: del contrataque, al ataque; de la comunicación para la movilización, a la liberación de datos. Del uso de la internet para transmitir comunicados, al uso de código libre para recabar y construir datasets. “Los hacktivistas transformaron la contrainformación y la ciberguerrilla de la comunicación —útiles para denuncias y movilizaciones puntuales—, en plataformas de megafiltraciones. No contraatacaban, tomaban la iniciativa. Sustituyeron las noticias críticas, por archivos incontestables que denunciaban falsedades o secretos ignominiosos. Pasaron de la resistencia antagonista, al activismo de datos”, escribió Víctor Sampedro Blanco.
“El conocimiento es poder”, dice el cartel de un manifestante del movimiento Occupy Wall Street en Union Square, Nueva York. Foto: Flickr/MichaelTapp
Infoactivismo o activismo de datos
El concepto de infoactivismo nace en la primera década del siglo XX, de acuerdo con Juan Manuel Casanueva Vargas, fundador y director de Social Tic, una organización dedicada a apoyar causas sociales por medio del uso de la tecnología y los datos. El también llamado activismo de datos surge con una pregunta: “¿Cómo hacemos activismo que esté basado en información, que no sea propaganda, que tenga un sustento? En el infoactivismo, cada vez que dices: ‘Esto es mejor que lo otro’, ‘Esto es bueno por esto’, ‘Esto es lo que está sucediendo’, hay un sustento de información, de datos. El activista ya no es aquel que está en la calle gritando, que tiene una pancarta, que tiene eslóganes y que solamente se está quejando, sino que es alguien que analiza la situación, la problemática social, quiénes son los afectados, cómo y por qué y en qué dimensión; también puede identificar soluciones, puede incluso llegar a hacer escenarios basados en información”.
Para el profesor César Rodríguez Cano, “en México, el referente es el Yo Soy 132, pues fue un movimiento significativo por lograr visibilizar una agenda pública con demandas políticas concretas y a la vez bastante sofisticadas, relacionadas con el régimen de los medios, el régimen de telecomunicaciones en México, y al final de cuentas esa visibilización obtuvo cierto impacto político”. Aunque en un principio, el movimiento estalló con un video que fue más un vehículo de emociones que de datos, aportó evidencias contra una narrativa construida por los medios tradicionales de comunicación, principalmente por la televisión. El 11 de mayo de 2012, el entonces candidato presidencial Enrique Peña Nieto acudió al auditorio José Sánchez Villaseñor de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Al final de su intervención fue cuestionado sobre sus decisiones en el caso Atenco, en el que la policía del estado gobernado por él había actuado de forma violenta contra los civiles. La respuesta desató la rechifla y la protesta contra el candidato del Partido Revolucionario Institucional. El cuerpo de seguridad resguardó al político en un baño de la universidad. Cuando salió, siguieron las consignas en su contra.
Manifestación del movimiento #YoSoy132 en el Ángel de la Independencia en la Ciudad de México, en junio de 2012. Foto: Reuters
Los políticos, incapaces de entender la presencia, la dinámica y la influencia de la internet y las redes sociales, se apresuraron a hacer lo que acostumbraban en tiempos en los que la televisión era prácticamente el único medio a través del cual se informaban los ciudadanos. De inmediato minimizaron la protesta y se la achacaron a un grupúsculo de infiltrados. “Un boicot, una trampa, un puñado de jóvenes, un grupo minoritario”, fueron los calificativos usados por los dirigentes partidistas. Los medios de comunicación también matizaron la protesta y pusieron en duda que quienes se manifestaron fueran estudiantes. Ni los partidos ni los medios previeron que en el lugar no solamente había periodistas controlados por sus empresas. En las instalaciones universitarias también había jóvenes con teléfonos inteligentes con los que capturaron videos. La alineación de los medios a la clase política quedó expuesta con los clips que los estudiantes publicaron en las redes sociales. El desprecio de los políticos fue evidenciado por un video que, con los días, desató un movimiento. El 14 de mayo, 131 estudiantes de la Ibero publicaron una pieza en YouTube en la que mostraban la credencial que los acreditaba como tales. “Usamos nuestro derecho de réplica para desmentirlos, somos estudiantes de la Ibero, no acarreados, no porros, y nadie nos entrenó para nada”, expresaron los jóvenes. Así nació el movimiento Yo Soy 132, cuyo nombre hace referencia al apoyo a los 131 estudiantes que aparecieron en el video. Siguieron marchas y manifestaciones en las principales ciudades del país. Mexicanos que vivían en otras parte del mundo también salieron a nombrase #YoSoy132. Se vieron brotes de solidaridad en Nueva York, San Francisco, París, Londres, Barcelona y Buenos Aires. Incluso hubo contacto con integrantes del 15-M de España.
La agenda política del movimiento, los temas que se debatían en público y los argumentos construidos daban cuenta del manejo de información por parte de los integrantes. No solamente había consignas en las calles, también había datos en el discurso. Al final de cuentas, se trataba de una generación con acceso a una inmensa cantidad de información depositada en la red. La narrativa se hizo desde y para las redes sociales. Si los medios tradicionales los habían expulsado a golpe de notas con línea política, quedaba la internet. En 2012 había en México 45.1 millones de usuarios de la red, según la Asociación Mexicana de Internet. De ellos, 40 por ciento tenía entre 18 y 34 años. Estaban conectados cinco horas al día. Ocho de cada diez se conectaban para buscar información y acceder a sus redes sociales. Los protagonistas del #YoSoy132 pertenecen a la generación que hizo a un lado la televisión para colocar la internet como su principal fuente de información y entretenimiento.
Del movimiento surgió una plataforma hecha por los mismos estudiantes. Luego apareció un medio de comunicación en la internet: masde131.com. La información y la tecnología aparecen como elementos centrales de su identidad: “Apostamos a ser un referente innovador de concientización, sensibilización, información y formación de opinión pública. Valoramos la creatividad y nos apoyamos en la tecnología”. Esta posibilidad de construir plataformas para ir más allá de la comunicación y la visibilización de un problema, es decir, para alcanzar soluciones sociales, dio un nuevo giro al activismo digital. “El hacktivismo no confía tanto en recabar atención mediática, como en generarla con recursos propios. Se corresponde con una ciudadanía digital; ‘tecnocidanos’, como Edward Snowden, que disponen de la tecnología y de los conocimientos necesarios para reclamar sus derechos de expresión y participación. Quieren ejercer de contrapoder con herramientas y medios bajo su control“, explica Víctor Sampedro Blanco.
Integrantes del movimiento #15M, también conocidos como los Indignados, abarrotaron en mayo de 2012 la plaza Puerta del Sol, en Madrid, en el marco del primer aniversario del movimiento. Foto: EFE
Hacking cívico
Para Paulina Bustos Arellano, de Cívica Digital, organización dedicada a construir software para resolver problemas sociales, “el hacking cívico es la construcción de tecnología o algún proceso nuevo. Al menos como lo definimos en el ecosistema de México y Latinoamérica, es conocer un proceso ciudadano que tenga que ver con la política, y hacerle pequeñas modificaciones para mejorarlo. Mucho del hacking cívico se hace hackeando páginas o haciendo aplicaciones que nos ayuden a algún proceso en nuestra ciudad. Nosotros utilizamos la palabra hacking desde el sentido de construir. Cuando digo hackear páginas, me refiero a construir páginas de internet o sacar datos de las páginas que sirven para analizar ciertos procesos y para construir nuevos procesos para cosas que no están funcionando”.
Un buen ejemplo de hacking cívico es la aplicación Ligue Político, realizada por Fáctico y Sociedad en Movimiento. Con las bases de datos e indicadores de Candidato Transparente y Por el México Que Merecemos, construyeron una herramienta para conocer a los candidatos a diputados federales en las elecciones 2015 y para exigirles que se comprometieran con la transparencia y la rendición de cuentas. Con la aplicación, los ciudadanos podían localizar a los candidatos de su distrito, saber si habían presentado su declaración #3de3 (declaraciones fiscal, patrimonial y de intereses) y enviarles un mensaje para exigirles que lo hicieran, en caso de que aún no lo hubieran hecho. En este ejercicio hay un problema que solucionar, hay construcción de datos, desarrollo de tecnología, comunicación digital e impacto social: los elementos del hacking cívico. El ejercicio #3de3 tuvo amplia cobertura mediática y, aunque solamente 103 de los 500 diputados federales se sumaron al ejercicio, la sociedad civil se organizó para presentar una iniciativa legislativa anticorrupción en el Senado, que contemplaba la presentación de las tres declaraciones. Hay creación, hay construcción.
“En el hack cívico están los perfiles técnicos, que son los que construyen plataformas como Change.org, o que construyen una aplicación que te sensibiliza, que hacen un análisis de datos que te diga dónde están las problemáticas, que construyen juegos de video para educarte. Usan sus skills técnicas para darle un sentido cívico y social a los problemas que se están enfrentando. Los perfiles mucho más técnicos, programadores, actuarios, mecatrónicos, matemáticos, son los que analizan. Un buen hacker cívico puede analizar bien el problema, armar una solución, construir una herramienta que permita visualizar, involucrar al usuario, manejar la información, y después hacer llegar esa información a las personas a las que tenga que llegar”, explica Juan Manuel Casanueva Vargas.
Bustos Arellano está vinculada con Codeando, otra organización que hace hacking cívico en la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y Puebla. Ellos organizan “hackatones” (sesiones de 48 horas, regularmente un fin de semana, en las que los hackers resuelven un reto con la ayuda de una herramienta que construyen en ese lapso de tiempo), y un encuentro mensual llamado Civic Hack Night. Desde 2013, alrededor de 6 mil personas han participado en este tipo de eventos. En la Ciudad de México existen aproximadamente 30 organizaciones haciendo hacking cívico, y en todo el país la cifra es de 60 agrupaciones, según la líder de Cívica Digital.
Campaña en apoyo a las víctimas de Ayotzinapa, organizada por Tlachinollan Centro de Derechos Humanos de la Montaña, la Fundación Latinstock de Argentina y diferentes organizaciones defensoras de derechos humanos. En la imagen, alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires. Foto: tlachinollan.org
De acuerdo con Casanueva Vargas, Social Tic ha “identificado que hay comunidades muy activas en ciudades de más de diez estados, que hacen tanto datos como cosas tecnológicas: Ciudad de México, Guadalajara, Zapopan, Monterrey, Colima, Oaxaca, Puebla, Hidalgo, Tijuana, Ciudad Juárez, Chihuahua, Mérida y Tuxtla Gutiérrez. Lo interesante del hacking cívico es que no tienes que ser un grupo autonombrado para hacerlo, puede juntarse un grupo de dos técnicos y un activista para hacer algo”.
Para el académico César Rodríguez Cano hay muchos ejemplos de hacking, pero el asunto está en analizar los detalles y el contexto para definir en qué consiste y hasta dónde llega su impacto, con tal de tener una visión crítica sobre el fenómeno y no caer en el tecno-optimismo ni en el tecno-fatalismo.
Tecno-optimismo vs. tecno-fatalismo
“Hay un gran debate entre los tecno-optimistas y los tecno-fatalistas acerca de cuál es la verdadera repercusión de estos fenómenos. Yo creo que sí hay que entender mucho, pero hay que tener una perspectiva crítica del hecho de que no toda protesta en la internet tiene las mismas repercusiones; tiene que haber una coyuntura que sume muchas voces, voces de líderes de opinión, que sumen un descontento social importante, que sumen la cobertura de los medios, para considerar que esto pueda convertirse en un fenómeno de gran relevancia. Hay que pensar de manera crítica estos fenómenos, de manera compleja, entender que no es nada más lo que ocurre en las redes, sino algo que va mucho más allá, a redes que se crean fuera el entorno digital. Yo sí apelo a un sentido crítico de no caer en el optimismo exacerbado”, explica Rodríguez Cano.
Pese a todo, el docente de la Universidad Iberoamericana considera que la internet ha ampliado la libertad de expresión y el acceso a la información, también ha empoderado a la sociedad civil, que da su punto de vista con más facilidad que antes. El activismo digital, dice, “de inicio, tiene una frescura que es completamente positiva”. m.