Tango para los males de LA

Tango para los males de LA

– Edición 501

Foto: Gilmoth Gil / Flickr

El tango es una salida. Si eres constante en las clases y las milongas, un día te empiezan a invitar a fiestas, y una tarde de jueves te puedes encontrar celebrando el cumpleaños de tu maestra de tango en un yate. Así nomás

Hace poco me enteré de que mi pareja en Los Ángeles es estadounidense, no ruso, como yo creía. Lo sospechaba; cuando bailamos de abrazo se le nota técnica, aunque se le siente tieso. Latinoamericano no es, lo delatan la blancura de su piel y el hecho de que da clases de ballet.

Viví en el error tanto tiempo porque nuestra relación es abierta y mantenemos ciertos límites. Cada jueves al atardecer nos encontramos cerca de Beverly Hills, en el oeste de Los Ángeles y, entre los abrazos y el sudor, apenas nos queda tiempo de hablar. A veces él llega con una botella de vino y después de nuestra sesión nos tomamos una copa y tenemos una charla frugal, tras la cual nos despedimos con un beso en la mejilla y cada uno sale por separado. Luego, pasan meses enteros sin que sume ningún dato a su biografía. Así está bien; él no me cela cuando se me acercan otros, y viceversa. Sabemos que lo nuestro es especial. No lo digo yo: Mónica Orozco, una amiga mutua argentina, de unos 60 años, dice que, apenas nos abrazamos, se enciende una chispa.

Conocí a Michael durante un baile al aire libre en The Music Center, en Downtown LA, en el verano de 2022. Habíamos coincidido un par de veces en clases, y esa noche, al reconocernos entre el gentío, él me invitó a bailar tango junto a un centenar de parejas que atiborraban la pista.

Era la época del año en la que la luz del día, idílica como en las películas, permanece hasta las nueve de la noche, la temperatura es agradable, Los Ángeles se llena de actividades al aire libre y todo el mundo está en la calle. El reto en esta metrópolis de 18 millones de habitantes es siempre el tiempo y la distancia. Todo se mide en horas de tráfico y las barreras de altísima velocidad llamadas freeway distancian a familias, parejas y amistades.

No hubo barreras aquella noche de tango al aire libre de 2022 en The Music Center. Michael y yo bailamos un par de tandas y quedamos la semana siguiente en las clases de Daniela Arcuri, otra argentina conocida de ambos. Desde entonces no hemos dejado de bailar. Hace tres meses supe que lo nuestro es oficial, como se sabe que las relaciones son oficiales: a través de un post de Instagram en el que Michael compartió un video y, en el video, una declaración de amor verdadero: “Reena y yo hemos estudiado juntos por algunos años ya. Probablemente parezcamos una pareja romántica, pero es estrictamente profesional, es una buena amiga. Éste fue su baile de cumpleaños estrenando tacones de tango”.

Los zapatos son rojos, de punta y talón abiertos, con una correa alrededor de los tobillos, suela de piel que resbala bien en la pista y un tacón inclinado, para no arrancarle un pedazo de carne a otros bailarines, en el caso de que un adorno termine en caída.

Cita con la cachondería

Es jueves. Igual que cada semana, estamos en la casa de Mónica Orozco, una vivienda de dos pisos, detenida en la velocidad del Olympic Boulevard. En esta reunión sólo se aspira a una cosa, casi prohibida hace un siglo: mejorar la cachondería elegante de los movimientos del tango.

El tango tiene tres cabezas: la letra, la música y el baile. Las letras de Carlos Gardel y sus canciones nunca se bailan. La música es de una docena de orquestas argentinas de alrededor de 1940; desde hace 80 años, Osvaldo Pugliese, Francisco Canaro, Aníbal Troilo y Miguel Caló son los verdaderos dioses de las milongas. El baile, la tercera cabeza, puede ser de escenario o de salón. A éste nos entregamos cada jueves, con la dirección de Mónica.

A sus 60 y pico años, esta argentina no tiene reparo en usar minifaldas para presumir sus piernas: dos columnas bronceadas. Con el pelo blanco, despeinado, ella se para frente al espejo y nos marca ejercicios que al principio nos cuesta seguir. Ochos, ochos cortados, enrosques, pivoteos, sacadas, ganchos. Después de repetirlos docenas de veces, la práctica sigue en parejas.

Los estudiantes somos un grupo de cinco, que en ninguna otra circunstancia habríamos coincidido. Están Harry, un veinteañero británico altísimo, de pelo rizado, y su novia, Lauren, una escocesa pequeña, pelirroja. Él es investigador de química en la Universidad de California en Los Ángeles, la UCLA; ella trabaja en el Departamento de Transporte Público de Santa Mónica. Se conocieron tocando el chelo, en una banda juvenil en Inglaterra. En apenas seis meses están listos para asistir a las milongas, la reunión donde los tangueros se congregan.

Otra del quinteto es Iliana, una puertorriqueña, también sesentona, retirada del sistema de justicia y con un gran sentido de la moda. Es delgada, canosa, viste pantalones entubados y lleva un maquillaje sutil y eficiente. Es constante, pero tras cinco años no muestra progreso en la pista.

Michael, mi pareja, es dueño de una escuela de ballet clásico. Soltero, sin hijos, de unos 50 años, encara al imaginario sobre un habitante típico de Los Ángeles. Su diferencia con otros angelinos es su fascinación por el tango. Tanta, que ya pasó dos semanas en la ciudad de Buenos Aires, muy impresionado porque nadie lo asaltó y no quedó atrapado en ninguna manifestación de protesta por la crisis económica, como los medios de comunicación estadounidenses le aseguraban que ocurriría.

Los del grupo llegamos al tango por distintas razones, pero hay una que nos mantiene aquí: el abrazo. Dice la Universidad de Medicina de Harvard que bastan 20 segundos para que ocurra una segregación de oxitocina, la hormona que promueve sentimientos positivos. Una canción de tango dura tres minutos y en las milongas se baila en tandas de tres canciones: una bomba de placer para el cerebro.

A veces Mónica lo interrumpe con una anécdota digna de Gardel. Detiene la clase para contarnos de su juventud entre viajes, como parte de una compañía profesional de danza: Francia, Singapur, Líbano, China, hasta que se asentó en Los Ángeles.

Aquí su historia se volvió infiernos. El último: se acaba de librar de una pareja que se instaló dos años en su casa, sin pagar el alquiler. Con rentas promedio que equivalen a 40 mil pesos mexicanos por un pequeño estudio, las mañas para encontrar vivienda incluyen, para muchos, la sabiduría necesaria para gorrear techo.

Hasta hace unas semanas, era común que los gorrones de Mónica, una pareja de treintañeros, interrumpiera la clase con su llegada. Abrían la puerta, cruzaban la pista; subían las escaleras, y desaparecían. El ambiente se cortaba, hasta que la música y el baile iban acomodando la vida en su lugar.

Cuando finalmente se fueron, Mónica puso la botella de vino y todos brindamos por su salud mental. Ese jueves se abrió en el grupo la posibilidad de una conversación profunda, sobre historias de amor desgarrador en Los Ángeles, como corresponde a una clase de tango que se precia de ser buena.

Michael nos contó que se gastó 25 mil dólares en abogados para lograr una orden de restricción contra una exnovia que en un principio parecía ser de catálogo, hasta que un día de 2000 suplantó la identidad de su amante, asaltada por unos celos de manicomio.

Mónica platicó de un novio con quien se enganchaba en unas discusiones muy dramáticas, hasta que un día él la llamó, pidiéndole que fuera a verlo a su apartamento. Cuando Mónica llegó, encontró el espacio destruido, y que el galán también había llamado a la policía, acusándola a ella del caos.

Con muchos años menos de experiencia angelina que mis compañeros de milonga, yo también conté la historia de un novio coreano carismático, que casi estrella el coche que conducía a exceso de velocidad, borracho y en un ataque de furia porque lo llamé “chinito”, de cariño.

El último tango

Hay un camino en el que nos hemos perdido por lo menos una vez quienes pretendemos habitar los casi mil 300 kilómetros de Los Ángeles. Se llama soledad y no es exclusivo de esta metrópolis fronteriza. Uno de cada tres estadounidenses se siente solo. Tanto así, que las agencias de salud de Estados Unidos dicen que la soledad crónica es tan dañina como el hecho de fumar 15 cigarros al día.

El tango es una salida. Si eres constante en las clases y las milongas, un día te empiezan a invitar a fiestas, y una tarde de jueves te puedes encontrar celebrando el cumpleaños de tu maestra de tango en un yate. Así nomás.

En esta fiesta abundan las risas, el vino, las empanadas e, incluso, un pequeño concierto de chelo, cortesía de Harry y Lauren. Los 12 invitados, que apenas cabemos en la popa, les damos una gran ovación cuando cierran la ejecución de Oblivion, de Astor Piazzolla.

También están aquí Michael, mi pareja de baile, e Iliana, la puertorriqueña, y gente nueva: Donna, la dueña del yate, una mujer de unos 70 años que vendió su casa de seis habitaciones en Boston para mudarse a California y estar cerca de su hija. Vive sola en el yate y paga sólo el equivalente a 18 mil pesos mexicanos al mes —una ganga— por el derecho a atracarlo en Marina del Rey. Su vecina, Paty, es una argentina relajadísima que vive en un bote cercano, y que llega y se va de la fiesta a bordo de un paddelboarding. Resulta que la leyenda de gente que vive en botes para sortear la crisis de vivienda en Los Ángeles es real, y una opción muy viable.

Nos dan las 11 de la noche y en esas horas bailamos tango salsa con Donna y con Salvadora, una mexicana que trabaja para la Biblioteca Central de Los Ángeles. Un invitado, Marcelo, nos cuenta que es rabino en Malibú, y hay un gringo que dice muchas majaderías en español. Así, entre plática y plática, después de dos años de conocerlo, me entero de que Michael es originario de Ohio, no de Moscú, como yo creía. Varios intercambiamos teléfonos, queremos volver a vernos. Por unas horas no hay crisis de vivienda, de salud mental o de soledad. Por unas horas hay tango y, milagrosamente, un caminito a la comunidad.

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MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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