Acaso sólo nos quepa saber del silencio cuando desaparece. Es algo que descubrimos únicamente cuando ya no está: no es, pues, que el silencio sea la ausencia del sonido: más bien éste es la falta del primero. El silencio existe sólo para romperse.
¿Sólo es absoluto en el vacío, donde las ondas del sonido no pueden propagarse? Incluso en una cámara perfectamente insonorizada, el silencio es inalcanzable: quien ahí lo busque encontrará que se lo impide el oleaje recóndito de su propia sangre —que puede llegar a ser estruendo insoportable y, dicen, enloquecedor.
Acaso sólo nos quepa saber del silencio cuando desaparece. Es algo que descubrimos únicamente cuando ya no está: no es, pues, que el silencio sea la ausencia del sonido: más bien éste es la falta del primero. El silencio existe sólo para romperse. Por eso, como una condena, es susceptible de imponerse (o de autoimponerse: el voto de silencio). Aspiración suprema de quien, procurándoselo, busca preservarse del ruido del mundo, es también anhelo —y también difícilmente asequible— de quien nada más pretende un momento de sosiego. Y no necesariamente tiene que ver con la audición: aun en la profundidad de la noche más acallada y en la soledad más absoluta, siempre habrá un ínfimo rumor imposible de suprimir.
Habrá que preguntarle a quien haya visitado el vacío cómo es. m