El silencio en la música: un elemento esencial
Sergio Padilla – Edición 440
Si analizamos con cuidado los componentes fundamentales de la música, podremos corroborar que, junto al sonido y al tiempo, los silencios forman parte esencial de cualquier obra musical.
Hablar del silencio en el marco de una reflexión acerca de la música parece un contrasentido, pero, si analizamos con cuidado los componentes fundamentales de la música, podremos corroborar que junto al sonido —que implica tonos, altura, timbres, acordes, intensidad, etcétera— y al tiempo —duración de los sonidos, patrones rítmicos, etcétera—, los silencios forman parte esencial de cualquier obra musical. De hecho, en los sistemas de notación musical, tanto los sonidos como los silencios tienen signos propios que se deben anotar en el pentagrama.
Reflexionando más a fondo, podríamos afirmar que el silencio en la música es tan importante y tan fundamental en este arte como el lienzo en blanco para el pintor, las pausas entre palabras para el poeta, la quietud para el bailarín y los espacios vacíos para el arquitecto.
A mediados del siglo pasado, el compositor estadunidense John Cage evidenció en varias de sus obras —provocativamente, al estilo de Andy Warhol o Marcel Duchamp en las artes plásticas—, la función del silencio en la música, lo mismo en su dimensión interna que como parte constitutiva de una obra, así como en las condiciones externas donde se hace la interpretación de cualquier obra musical. La propuesta de Cage propició que se reflexionara acerca del valor del silencio en sí, no solamente en la música, sino como condición esencial —cada vez más ignorada y perdida— de la vida humana.
John Cage: American Classics, Ensemble Música Negativa. Warner Classics, 2008
La obra paradigmática del compositor estadunidense John Cage (1912-1992) fue la composición titulada 4’33”, que se estrenó el 29 de agosto de 1952 en el escenario del Maverick Concert Hall, en Woodstock (Nueva York). La respuesta del público fue de total asombro y desconcierto ante una obra cuyo contenido, a lo largo de cuatro minutos y medio, es simplemente silencio. Desde entonces, la pregunta ha sido si 4’33” es una obra de arte o una broma de mal gusto. Juzguen ustedes.
Ligeti: Études / Música Ricercata. Pierre-Laurent Aimard. Sony BMG Europe, 2008
Tomando como punto de referencia inicial a Béla Bartók, el compositor de origen judío György Ligeti (1923-2006) fue reconocido como continuador del peculiar desarrollo musical húngaro, aunque posteriormente incursionó en los nuevos lenguajes de la música de vanguardia. Si bien de manera específica no se acercó a las búsquedas de John Cage respecto al silencio, en su obra Música ricercata, compuesta entre 1951 y 1953, se perciben claros y densos contrastes entre sonidos y silencios a lo largo de sus once partes.
Haydn: Symphonies Nos. 42, 45: Farewell. L’Estro Armonico, Derek Solomons. Sony, 1990
Al compositor austriaco Franz Joseph Haydn (1732-1809) se le reconoce, con toda justicia, como el “padre de la sinfonía” por la riqueza con que prodigó a este género en poco más de un centenar de composiciones. Una de sus sinfonías más curiosas es la núm. 45, conocida como “De los adioses”, pues en el último movimiento, la indicación es que cada músico guarde su instrumento y se retire del escenario, apagando así, paulatinamente, el sonido propio de un ensamble sinfónico, llevando la obra al silencio casi total y creando una curiosa atmósfera.
Ravel: Daphnis et Chloe, Boléro, Pavane. London Symphony Orchestra, Valery Gergiev. Lso Live, 2010
Una de las obras más famosas de todos los tiempos es, sin duda, el Boléro de Maurice Ravel (1875-1937), estrenado en 1928. Desde la perspectiva de la técnica musical, el valor de la obra se centra en el par de temas que se repite reiterativamente, con base en un patrón rítmico que se mantiene inalterable a lo largo de los 340 compases de la obra, pero con la peculiaridad de la paulatina incorporación de instrumentos en un largo crescendo, donde el denso silencio inicial va cediendo de forma gradual hasta aniquilarse en el estruendoso final.
Holst, The Planets. Royal Liverpool Philharmonic Orchestra/Sir Charles MacKerras. Virgin, 1992
La suite orquestal Los Planetas, op. 32, compuesta entre 1914 y 1916, es la obra que inmortalizó al compositor británico Gustav Holst (1874-1934), dadas su enorme inspiración y su riqueza en el uso de la paleta orquestal. En el movimiento final de la obra “Neptuno, el místico”, el compositor incorporó un coro femenino que debe estar fuera del escenario, de modo que su murmullo, sin texto, se vaya apagando paulatinamente hasta que todo quede en absoluto silencio, representando así el gélido vagar del último planeta del Sistema Solar conocido en esa época.