Seis maneras de terminar un cuento

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Seis maneras de terminar un cuento

– Edición 424

Ilustración: Montse Caridad

Recuérdense también, en plan citatorio, algunas frases de los más versados en estos menesteres: “El cuento debe ganar por knock-out” (Cortázar); “Yo no escribo; sólo corrijo” (Monterroso); “Los textos no se terminan, se abandonan” (Reyes).

Cualquier persona que se haya acercado a la teoría del cuento sabe que lo más difícil es terminarlo. Las formas breves de la narrativa son crueles por necesidad: crean una expectativa en el lector que se resolverá, o no, apenas unas líneas después. Para lograr ese objetivo con decoro, el cuento tiene que terminar categóricamente. De ahí le viene la crueldad: el cuentista nunca queda satisfecho con el desenlace, porque nunca podrá decidir si ese adjetivo al final del texto agrega o resta intensidad, si ese artículo sobra o no, si es mejor dar punto y aparte a ese párrafo o dejarlo de corrido.

Así, un cuentista puede desperdiciar meses, neuronas y hasta parte de su patrimonio tratando de terminar un solo cuento, para luego darse cuenta de que, tal vez, la mejor versión era la primera, la que escribió sin pausas, casi de un tirón, antes de dejarlo decantar para luego caer presa de su inseguridad y corregirlo y corregirlo. Llegado ese momento aciago, después de 20 versiones del mismo cuento imperceptiblemente distintas entre sí —imperceptibles para todos menos para el que tuvo la desgracia de ocurrírsele escribirlo—, ya es muy tarde. Ya es muy tarde porque los ojos frescos que podrían opinar sobre 20 versiones del mismo cuento nunca llegan —pues de otra manera los cuentistas se quedarían sin amigos ni novias ni esposas—, y porque, entonces, el único par de ojos que se debate entre si “la” queda mejor que “una” en tal renglón, o “inexcusable” mejor que “inaceptable” en tal otro, son los del propio autor —quien, a estas alturas, ya tiene una confusión de estilos, tramas, distractores, subtextos, hechos narrados y puntuación que ni el mismísimo Chéjov regresando de su tumba podría ayudarlo. ¿Exageración? José Emilio Pacheco publicó los cuentos de El principio del placer en 1972. Veintitantos años después seguía corrigiéndolos, hasta que entregó nuevas versiones a la imprenta en 1997. Recuérdense también, en plan citatorio, algunas frases de los más versados en estos menesteres: “El cuento debe ganar por knock-out” (Cortázar); “Yo no escribo; sólo corrijo” (Monterroso); “Los textos no se terminan, se abandonan” (Reyes).

Y se comprenderá la frustración del que quiere terminar concluyentemente su cuento. Como sabe cualquiera que haya acudido a alguno, en los talleres literarios se dan ejemplos, fórmulas, axiomas y reglas sobre el difícil arte de la narrativa breve, con el loable propósito de hacer mejores cuentistas, mas ante tal pelotón de preceptos y en el afán de querer aplicarlos, el tallerista acaba, lógicamente, manitieso cuando ve cómo se le inmiscuyen en el momento en que trata de hallarle un final más o menos decente a su bodrio. Que si el cuento circular, que si el cuento de final abierto, que si el final múltiple, que si el final sin final… Un buen cuentista logra que un cuento sugiera dos finales, por elección del lector y sin demérito de la tensión narrativa. Un cuentista magistral logra tres, a veces cuatro finales para el mismo texto, pero eso es muy raro, y sólo en contadísimas ocasiones se accede a ese estadio de gracia. Ya ni hablar de cinco finales: ni Poe ni Carver ni Maupassant ni nadie.

Así que, a fin de mitigar un poco la crueldad inherente al oficio y a contracorriente de todos los preceptos, fórmulas, recetas y decálogos del perfecto cuentista, este texto da a la luz, por primera vez y en primicia universal: no una ni dos ni tres ni cuatro ni cinco  sino seis maneras de acabar un cuento, las cuales aportarán tanto al aprendiz como al prosista consumado la tranquilidad espiritual para poder terminar su maldito cuento sin tener que preocuparse por corregirlo al infinito, ensayar otra voz narrativa, empujar el subtexto al texto, dejar el final abierto o cerrado, esperar 20 años o dedicarse a las ventas por catálogo. Son éstas:

1. Copia los renglones 14, 27, 39 y 111 y pégalos en el orden siguiente: 111, 39, 14 y 27.

2. Pídele al mejor alumno de tu clase de literatura que termine tu cuento, al estilo cadáver exquisito.

3. Redacta el último párrafo en inglés y sin coherencia con lo que escribiste durante el comienzo, el desarrollo y el clímax: “En la avenida desierta, con la certeza de que Torcuato seguía sentado en la banca del parque, con los primeros anuncios de lluvia, Betty Boop felt the most pressing desire to wander off and desist from contacting those headstrong Albanians”.

4. Termina el cuento como si fuera examen de opción múltiple para que el lector escoja el final que más le convenga: “En la habitación oscura Patricia tomó la pistola, y (elige uno)…

     a. le apuntó a Rafael. Una sonrisa se le dibujaba en los labios”.

     b. le apuntó a Rafael, pero ya nunca pudo saber que él había apuntado primero”.

     c. sintió el frío glacial de la culata en la mano”.

5. Sácale conclusiones al cuento como si fuera trabajo de química: “En la avenida desierta, con la certeza de que Torcuato seguía sentado en la banca del parque, con los primeros anuncios de lluvia, podemos concluir que, en condiciones estables de temperatura y presión, el peróxido obtenido presenta estructura de helicoide”.

6. Escribe: “y se murió”. m

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