Rubén Blades: política a son de salsa
Suan Pineda – Edición 414
¿El artista en la política o el político en el arte? Las dos facetas conforman el rostro de Rubén Blades, el abogado que emigró de Panamá a Nueva York para revolucionar la salsa, que, como Bob Dylan, transformó un género musical al inyectarle historias con contenido social, y que después interrumpió su exitosa carrera musical para aventurarse en la política como candidato a la presidencia y como ministro de Turismo.
A la vida, Rubén Blades le ha dado sorpresas. Sorpresas como dejar su carrera de abogado en Panamá para trabajar en la oficina de correspondencia de la icónica Fania Records en Nueva York, que entonces era la principal productora de salsa. Sorpresas como poner en pausa su espectacular carrera como salsero acreedor de Grammys y actor allegado a los grandes de Hollywood —desde Jack Nicholson hasta Anthony Hopkins— para volver al pequeño istmo de Panamá y candidatearse para presidente.
Artista y político. Estas dos facetas del compositor e intérprete del clásico “Pedro Navaja” continúan atrayendo e intrigando a sus fanáticos y críticos —aun en un mundo poco sorprendido de que un Terminator sea gobernador de California. ¿El artista en la política o el político en el arte? Ésa es la pregunta cuya respuesta siempre se queda corta ante la figura de Blades.
Y es que Blades, de 61 años, ha marcado hitos. Como músico fue figura crucial en la revolución de la salsa en Nueva York en la década de los setenta, al introducir sofisticación lírica y conciencia social en un género aparentemente incongruente con su mensaje. Como político fundó un partido alternativo al tradicionalismo político panameño.
“La gente que cambia los parámetros de lo que uno está acostumbrado, es la que trasciende”, dice Horacio Valdés, amigo de Blades y músico. “Bob Dylan hizo lo mismo, cambió la manera como uno podía contar una historia con una guitarra. Hasta ese entonces no se podía, eso no existía, la gente no concebía eso. Rubén Blades es el Bob Dylan latinoamericano. Él nos separó de ‘Qué rico el mambo’ al poner en sus canciones letras que tenían contenido social y que nos ponían a pensar, no sólo a bailar. Antes de Rubén, nosotros los músicos no pensábamos que eso se podía hacer y menos en ese formato de la música latina que es feliz”.
No hay duda: la conciencia social, desarrollada durante su infancia y su juventud durante la dictadura de Omar Torrijos, y con la tensión por la ocupación estadunidense del canal de Panamá y la muerte de 21 estudiantes en 1964, impregna sus canciones, que algunos llaman “salsa narrativa”. Blades trascendió el género que hasta entonces estaba restringido a temas de amor y fiesta, y lo llevó a un nuevo territorio: el barrio, los avatares sociales, el callejón. Desde el maleante escarmentado “Pedro Navaja” hasta “Plástico”, las canciones-cuento de Blades alegorizan la tragicomedia latinoamericana con filo irónico.
“El matón fue matado”, dice Blades en inglés acerca de la canción “Pedro Navaja” en el documental Latin Music USA (PBS, 2009). “Y eso estaba pasando en todos los niveles de la sociedad; el gobierno maltratando a la gente, las autoridades no estaban haciendo lo que tenían que hacer. La gente vio eso [la canción] como una manera de hacer justicia por propia mano. En medio del ataque, respondo”.
Con este estilo, Rubén Blades lanzó en 1978 el disco más vendido en el mundo de la salsa, Siembra, junto a uno de los pioneros del género, Willie Colón. El dúo Blades-Colón se convirtió en una de las colaboraciones más prolíficas y exitosas en la historia de la salsa. Pero la química musical no se tradujo a su compatibilidad personal.
“A un nivel personal no pudimos conectarnos”, dice Willie Colón en el documental Latin Music USA. “Rubén es un tipo que fue criado por su mamá y su papá, y que fue a la universidad y decidió venirse a Nueva York y rociarse con la vida del barrio y la música. Él entendía todo intelectualmente pero no sabía lo que era en realidad. Yo soy un tipo que creció con hoyos en los zapatos en el barrio. Era muy difícil trabajar juntos”.
En 2007 Colón entabló una demanda contra Blades por incumplimiento de contrato en los conciertos del 25 aniversario de Siembra. Aunque ambos reconocen el talento del otro, dicen que nunca volverán a pisar juntos el escenario. Pese a estas diferencias, la colaboración Blades-Colón hizo historia en el género y cimentó al autor de “Pablo Pueblo” como el cantante popular que daba voz a las cotidianidades, el sufrir, la lucha, la realidad del barrio.
Sus letras no sólo mostraban su cercanía con la gente común; a principios de los años noventa, Blades solía imprimir su número telefónico personal en la carátula de sus discos, pero dejó de hacerlo porque no podía atender las llamadas personalmente, según un artículo de la revista Time. Más recientemente, el también amigo de Gabriel García Márquez contesta a las preguntas de sus fanáticos en su página web (www.rubenblades.com) y publica videos en los que recomienda libros, desde cómics hasta materiales sobre lingüística o memoria genética. Blades, con ese acento caribeño, con la informalidad de una gorra, la sofisticación de una copa de vino y su humor socarrón, se vislumbra como el compás intelectual del pueblo, cercano, con sus gafas y luciendo su característico bigotito.
Esa cercanía, ese idealismo, son los que siguen cosechando fanáticos.
Alison Weinstock, la coordinadora del Archivo Rubén Blades en la biblioteca de música de la Universidad de Harvard, es una de ellos: “Su idealismo me resulta muy familiar, de ser otro miembro de la generación de los cincuenta y sesenta que creía que se podía cambiar el mundo, que se podía iluminar a la gente”. Weinstock fue expresamente nombrada al cargo que tiene en Harvard por el salsero, quien obtuvo el título de máster en la Facultad de Derecho de esa universidad en 1985. “En ese entonces pensábamos que los cambios sociales iban a profundizarse y continuar, pero en vez de ello vimos que todo rebotaba y que todo el mundo se había olvidado de esos ideales”.
El Archivo Rubén Blades, el único en su clase, se inauguró en julio para servir como recurso en el estudio de la relación entre la música y los movimientos sociales. Contiene discos, películas, libros, fotografías, notas periodísticas y artículos de la campaña presidencial. Entre los objetos se encuentran algunos donados por Paula Campbell. “Esta mujer había sido un misterio durante muchos años”, dice Weinstock sobre Campbell —alias Paula C. en la famosa canción de Blades del mismo nombre. “Se habían desarrollado varios rumores: que era brasileña, una ejecutiva de Fania, que había muerto de cáncer, que no existía”.
Campbell, compañera sentimental de Blades durante sus años en Nueva York, su “primer amor adulto”, como lo calificó el cantante, trabajó junto a Weinstock en www.maestravida.com, una recopilación y oda al trabajo musical y político de Blades. Ella rememora ahí los días previos a las elecciones presidenciales de 1994 en Panamá, cuando Blades era candidato.
“Rubén Blades, que llegó en tercer lugar de un total de siete candidatos presidenciales, cortésmente dio su discurso de concesión y caminó conversando con sus seguidores”, escribe Campbell.
¿Profeta en su tierra?
En 1994, ya establecido y venerado en el ámbito musical con discos como Maestra Vida y cintas como Dead Man Out, Blades se lanzó a la presidencia con su partido Papa Egoró, que en lengua indígena significa “madre tierra”. El partido proponía una alternativa al tradicionalismo político panameño y atrajo a la juventud.
“Papa Egoró era un gran movimiento que pretendía hacer una serie de cambios… era una mezcla de todo: medio de izquierda, medio ecológica”, dice Juan Luis Batista, editor de política de La Prensa, el principal diario de Panamá. Sin embargo, Batista, quien dice ser uno de los “incautos ciudadanos” que votó por Blades en 1994, asegura que la apuesta de éste por la presidencia fue una “decepción total”.
Para algunos la efervescencia del contenido social de sus canciones no se tradujo a su trabajo como político. La principal y más punzante crítica a este periodo de la carrera política de Blades es sobre su ausencia, pues dirigía al partido desde Nueva York, el foco de su carrera musical.
“Él desapareció durante un mes en la cúspide de la campaña [presidencial]”, dice Eric Jackson, el editor del periódico en inglés The Panama News.
Batista ahonda: “Él se desconectó de la dirigencia y dejó eso así. Todos los dirigentes empezaron a tener diferencias internas y como él no estaba, no impuso su liderazgo. El partido desapareció. Después él se unió al PRD (Partido Revolucionario Democrático), por amistad más que por cercanía ideológica con Martín [Torrijos, el presidente de Panamá de 2004 a 2009]. Eso también ayudó a que la gente lo viera y dijera: ‘Ah, entonces no tenía la intención de ser presidente o una manera de pensar diferente, sino que simplemente va en plan político’”.
Batista y Jackson no son los únicos decepcionados. El cofundador del partido e intelectual panameño, Raúl Leis, no ha reservado palabras para expresar su desilusión. “Dirigía el partido como si fuera su orquesta y viajaba más que Martín Torrijos”, dijo en una entrevista con La Prensa. En 2004, Rubén Blades asumió el cargo de ministro de Turismo en el gobierno del PRD, acto que le ganó críticas. “Cuando se mudó al PRD [partido oficialista en 2004-2009] dejó de pensar y actuar como Papa Egoró. Nuestro discurso era otra cosa, prohibida de olvidar, y él lo olvidó”, dice Leis.
Un músico en el gobierno
Horacio Valdés, quien ha mantenido una amistad de más de una década con Blades y ha colaborado con él en proyectos como el disco ganador del Grammy La rosa de los vientos, afirma que la incursión del compositor en la política fue y sigue siendo inspirada por su deseo de cambio, y que asumir el cargo de ministro de Turismo no fue un acto de casualidad o capricho.
“Yo sé que él tiene dos amores que son el turismo y el sistema penitenciario”, dice Valdés, también abogado. “Él hizo su tesis de abogado sobre el sistema penitenciario en Panamá. Incluso me ha mencionado en una ocasión que quería encargarse de las cárceles”.
“Éste no es un tipo que está metido en el gobierno por politiquería sino que realmente le interesa el tema del turismo… Son cosas que él no está haciendo como un escalón para llegar a otro lado, sino que le interesa que el país ocupe una posición importante como un destino turístico”.
Durante la gestión de Blades, un número sin precedentes de turistas llegó a Panamá —más de 1.5 millones en 2008, según datos de la Autoridad de Turismo de Panamá— y se aprobó la Ley de Turismo, que genera incentivos para organizaciones que se dedican al rubro turístico con un enfoque ecológico, entre otras estipulaciones. El periodista Batista concede que esto tiene su mérito y que poner su carrera artística en pausa y servir como funcionario público fue un sacrificio para Blades. Pero no está convencido de su vocación política —y su escepticismo no es excepción en el país. “Prefiero a Rubén cantando en un escenario. Fue ministro de Turismo con un perfil modesto si se le compara con Liriola Pittí [la anterior ministra de Turismo]”, afirma. “Siempre nos recordó con una dosis de amargura que ganaba más dinero como artista que como servidor público… ¿Cómo me vas a decir eso cuando tú pregonabas lo de la participación política por el bien de la gente?”.
Pese a estas críticas, Blades sigue el ritmo de sus convicciones, y sus anhelos por un país y un mundo mejor mantienen la misma intensidad del chico veinteañero que componía canciones sobre guerrilleros y sobre el metro de Nueva York. “Siempre he interpretado el acto político como un acto de autodefensa. Me siento atacado por la corrupción”, le dijo Blades al académico Ilan Stavans en 2002, para la radio WGBH de Boston. “Como cantante tengo la libertad de escribir una canción e interpretarla no sólo desde mi punto de vista… Nunca escribí desde una posición política. Escribí desde una posición humana”.
Y la música siempre ha sido su refugio. Blades le dijo a The New York Times, unos meses antes de las elecciones de 1994, que si no triunfaba en la política volvería a la música. Poco después de terminar su función como ministro en junio de 2009, lanzó su disco Cantares del subdesarrollo, que grabó en el garaje de su casa sin otro sello discográfico que su nombre, y se embarcó en una gira por América Latina con su banda Seis del Solar. Las canciones del disco son testimonio de que Blades no ha perdido la llama de protesta (“Se vende un país portátil/ Es un lugar sin memoria/ donde ya nada sorprende/ Ni ver crimen indultado/ O a un charlatán presidente”), ni la aguda introspección de sus letras, tal vez en respuesta a sus críticos (“Mi alma es un libro abierto, léelo muchacha/ Sus páginas te presento como argumento/ Te la muestro orgulloso y no tiene tacha/ Es la suma total de mis sentimientos/ El precio que pagó mi ilusión borracha/ Ven descubre quién soy antes de juzgarme”).
Para Valdés, quien planea un concierto acústico con Blades en mayo de 2010 en Panamá, siempre será el amigo, ése de pocos amigos, ése que es fiel, ése que ayuda al vecino del barrio y que no lo publicita. Un recuerdo de Blades ha sobrevivido durante casi 15 años en su memoria: Valdés y su banda —el extinto grupo de rock panameño Son Miserables—, abrían el concierto de Blades en Puerto Rico en 1996. Pero no se esperaban lo que encontraron en la isla del encanto. “Estábamos en un lugar muy hostil porque era muy salsero y cuando salimos tocando música acústica, medio melancólica, medio triste, medio trova, el público se puso muy impaciente”, cuenta Valdés. “Yo pensaba que nos iban a matar. Y Rubén viendo esto se trepó al escenario y se puso a cantar con nosotros. Y nada más nos veía como diciendo: ‘No se preocupen que aquí llegó papá a salvarlos’”.
Y ésa no es una sorpresa. m.
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test de comentario 8 de
test de comentario 8 de febrero 5:57 pm
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