¿Qué se puede hacer con 223 mil millones de pesos?
Rodrigo Díaz – Edición 433
El subsidio a la gasolina no hace más que incentivar y facilitar el uso del automóvil en detrimento de otros medios más amigables con el medio ambiente. Ante el subsidio, el transporte público y la bicicleta pierden gran parte de su atractivo, que es su bajo costo.
Doscientos 23 mil millones de pesos. Ése es el monto alcanzado por el subsidio a las gasolinas y el diesel en 2012, de acuerdo con lo informado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP). El monto acumulado a lo largo del pasado sexenio alcanzó 800 mil millones de pesos. Casi nada. La noticia pasa casi inadvertida, quizá por la extendida creencia de que el acceso a combustible barato es un derecho universal, y que cualquier política pública orientada a garantizarlo tiene positivos efectos económicos y sociales. Nada más alejado de la realidad. Pocas políticas más regresivas que el subsidio a los combustibles, que beneficia mayoritariamente al sector más rico de la ciudadanía, que es el que realiza mayor gasto energético.
Un subsidio con el que el 10 por ciento más rico de la población se lleva 30 por ciento del apoyo difícilmente puede calificarse como exitoso desde el punto de vista social, sobre todo si se compara con inversiones alternativas que podrían hacerse con esos recursos.
223 mil millones de pesos equivalen más o menos a 30 veces la suma destinada a subsidios para la vivienda en 2012. Es una cantidad suficiente para construir y regalar —sí, regalar— 891 mil casas de interés social de 38 metros cuadrados (250 mil pesos cada una).
223 mil millones de pesos alcanzan para construir 3 mil 573 kilómetros de un sistema brt como el Macrobús, incluyendo el costo de los autobuses (4.8 millones de dólares por kilómetro). Esto equivale a 223 veces la red actual de Guadalajara. Si el lector no quiere más Macrobús, entonces puede usar los 223 mil millones para financiar 272 kilómetros de Metro (62.8 millones de dólares por kilómetro, que es lo que costó la línea 12 en el DF).
223 mil millones de pesos equivalen a 6.4 veces el presupuesto destinado por la Federación (34 mil 500 millones de pesos) para revertir el cambio climático. (Pocas cosas más efectivas para este fin que disminuir uso de combustibles.)
Suma y sigue. Mejor ni calcular cuántos kilómetros de ciclovías o cuántas bicicletas públicas se pueden instalar con esos recursos, que no cuesta nada perderse en cifras tan abultadas. Si al menos los 223 mil millones significaran alguna inversión, si dejaran algo…
Sus efectos son nocivos por donde se mire.
El subsidio a la gasolina no hace más que incentivar y facilitar el uso del automóvil en detrimento de otros medios más amigables con el medio ambiente. Ante el subsidio, el transporte público y la bicicleta pierden gran parte de su atractivo, que es su bajo costo. Se camina menos, se pedalea menos, se maneja más —ojo con la relación directa entre obesidad y bajo precio de los combustibles—. A su vez, los 223 mil millones dificultan la entrada al mercado de fuentes de energía menos contaminantes, pero cuyos costos de producción son más altos.
El subsidio fomenta la compra de vehículos más grandes y gastadores. Cuando el combustible es barato, la cilindrada tiende a aumentar, y eso no le hace mucho bien a la salud del planeta. Alguien dirá que el aumento en los precios de la gasolina propicia la compra de autos viejos y contaminantes. Es cierto, pero eso puede ser controlado mediante la prohibición a la importación de autos usados y aprobando, de una vez por todas, una norma de eficiencia energética vehicular.
Finalmente, y quizás el efecto más pernicioso de todos: la gasolina barata es el mejor detonante para la expansión urbana. Las ciudades tienden a ocupar mayores territorios cuando recorrer grandes distancias no está asociado a una gran carga económica para sus habitantes. Esta situación alimenta un círculo vicioso, ya que mientras más extensa y menos densa es una ciudad, menores son las opciones de instrumentar sistemas de transporte público de calidad, menos atractivas son la bicicleta y la caminata, y mayor es la dependencia al automóvil particular, lo que finalmente produce mayor congestión.
Nada peor que administrar un recurso no renovable bajando su precio. Esto ha llevado a que el consumo de gasolina en México sea muy superior al de países como Alemania, Italia, Francia, España, Argentina, Brasil y Chile, tal como la misma shcp informaba hace algunas semanas. Es dinero perdido que ya no se invirtió, lo que comúnmente se llama despilfarro.
No pretendo que este mal llamado “apoyo” se elimine de la noche a la mañana, porque no hay economía que resista algo así: el subsidio se convertiría en suicidio. Pero sí se puede pensar en una disminución gradual para así sincerar el real costo de los combustibles, costo que por lo demás está condenado a subir dada su creciente escasez. Hay que prepararse para vivir en ciudades sin petróleo, una realidad que tocará la puerta en unas pocas décadas. Subsidiar su uso no parece una estrategia en la dirección correcta. m