Qué hacer con un mundo (ecológicamente) roto
Elizabeth Ortiz – Edición 474
Luego de los incendios forestales que han devastado zonas vitales para el planeta, más que nunca necesitamos un cambio de paradigma que haga posible remediar las causas estructurales del desastre ambiental, cambio que pasa por escuchar a los pueblos originarios. La Red Eclesial Panamazónica está trabajando en ello
Ahora que el boom petrolero terminó, la segunda región geopolítica más importante del planeta, después de Medio Oriente, es la Amazonía, porque cuenta con agua, minerales, petróleo y recursos genéticos sumamente codiciados, así que vendrán muchas disputas por ese territorio. Disputas en las que los pueblos originarios estorban, y quienes los defienden también.
La Amazonía está conformada por Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Guyana Inglesa, Guyana Francesa y Surinam. Su población es de 34 millones de personas, muchas de las cuales forman parte de alguno de los 308 pueblos indígenas que habitan el territorio.
Es una región que se podría convertir en un desierto si se rompe con su equilibrio, lo que ocurriría si la deforestación ascendiera a 25 por ciento (hoy en día es de 17 por ciento). Y es tan relevante en tu vida, que uno de cada cinco vasos de agua que tomas se lo debes a ella. Por ende, es urgente sentirse como ciudadanas y ciudadanos del mundo, y hacer la diferencia en la vida cotidiana asumiendo una responsabilidad en el trato ecológico, como afirmó Mauricio López Oropeza en la conferencia “Amazonía. Claves para sanar un mundo roto”, que dictó el pasado 22 de enero en el ITESO.
El secretario ejecutivo de la Red Eclesial Panamazónica (Repam) dijo que las iniciativas ecológicas son acciones de incidencia como punto de partida, y no hay que subestimarlas; no cambian la inequidad, pero tocan el corazón de las personas. Recomendó también nunca perder de vista las causas estructurales, y que cada quien se ubique en su profesión o en el campo desde el que pueda actuar.
“Yo no vengo a hablar sólo de la Amazonía de Sudamérica: es dónde está tu Amazonía, en la realidad concreta de la selva Tarahumara, en la Lacandona, o en sitios de nuestra realidad cercana, aquí en Jalisco; dónde está aquello que es un espejo, que me confronta para invitarme a cambiar, a tomar en cuenta a aquellos que están afectados por esta situación”, precisó, y puso como ejemplo al iteso, como la universidad que más trabaja por la defensa de los pueblos originarios y de quienes viven en las periferias de las concentraciones urbanas: “Ahí está su Amazonía”.
Raoni Metuktire es uno de los grandes jefes del pueblo Kayapó, cuyos integrantes viven en el corazón de una reserva protegida en Brasil. Es una figura internacional emblemática de la lucha por la preservación de la selva amazónica y de la cultura indígena.
Los incendios en el Amazonas, en California y últimamente en Australia nos recordaron una crisis ambiental sin precedentes; sin embargo, hay gobiernos que todavía niegan el efecto del calentamiento global. ¿Qué tan urgente es que los ciudadanos actúen desde la cotidianidad?
Hay que hacer una diferencia: los fuegos que acontecieron en la Amazonía, tanto boliviana como brasileña, están asociados a políticas públicas que están promoviendo una expansión de las fronteras agrícola, ganadera y extractivista. De hecho, en Brasil —y es una de las cosas que más nos preocuparon— se llamó al Día del Fuego: fue incentivado, incluso con el aval de instancias del más alto nivel de gobierno se promovieron estas quemas en territorios considerados reservas naturales o territorios indígenas.
Yo creo que hay que decirlo con todas sus letras: hay elementos criminales asociados a los fuegos que acontecieron en Bolivia y en Brasil. Y otra cosa que es importante decir: dado que estos países tienen corrientes ideológicas prácticamente opuestas, los fuegos no tienen que ver con tintes ideológicos, no es una izquierda o una derecha. Los países de la región sudamericana —y, en general, los países en desarrollo— están sometidos a presiones e intereses de corporaciones que, de alguna manera, también se entrometen, dominan a los gobiernos; hay complicidad, y esto hay que denunciarlo. Entonces, es un hecho que vamos a estar viviendo este tipo de fenómenos con más frecuencia, con mucha más fuerza.
¿Qué experiencias podríamos adoptar en México, a partir del trabajo realizado por la Red Eclesial Panamazónica, para impulsarun cambio?
Lo más importante es comprender la identidad de cada territorio, y eso significa escuchar a la población, hacerla consciente de que es quien mejor conoce su realidad. Hay que tener una aproximación multidimensional, que nos cuesta tanto trabajo. En ese sentido, las universidades deberían cumplir el papel de ayudar a que se tenga una mirada desde distintos ámbitos: dimensiones política, social, económica, cultural, ecológica e, incluso, espiritual. Y, además, sobre todo, asegurar que se respeten los convenios internacionales. Para empezar, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (oit), que México suscribe, establece que se tienen que hacer consultas previas, pertinentes en el ámbito de la cultura, y también libres e informadas.
Ésta es una de las cosas más preocupantes: cómo se han llevado a cabo estrategias en distintos lugares —creo que México no es la excepción— de cierta manipulación, mediante simulaciones o estándares no cumplidos al hacer estas consultas. La Red Eclesial Panamazónica puede ayudar a enseñar cómo habría que hacer este trabajo.
México forma parte del corredor biológico mesoamericano, y los problemas que suceden desde el centro y el sur del país hasta Panamá son similares. El medio ambiente, todo lo que tiene que ver con el clima y los ecosistemas, no entiende de fronteras, y es necesaria una respuesta integral que supere visiones parciales, ideológicas o, quizás, electorales, politiqueras. La Iglesia católica tiene la red de universidades más potente del planeta, probablemente, pero no es capaz en muchas ocasiones de conectar los gritos de la realidad de los territorios con las posibilidades que dan las áreas de conocimiento; de ahí que haya que trabajar en la participación directa de la Santa Sede como Estado parte en la Organización de las Naciones Unidas o en organismos internacionales, como la Organización de Estados Americanos.
Territorios como California, el Amazonas y, en Jalisco, el Bosque La Primavera, están en constante riesgo. Por otra parte, vemos que los defensores ambientales son asesinados. ¿Qué hacer ante este mensaje de terror que recibimos?
Bueno, por ejemplo, en Colombia, no sólo en la región Amazónica, en las escasas tres semanas que llevamos del año han asesinado a 25 líderes, sobre todo por defender el territorio, defender el medio ambiente, la mayoría de ellos perteneciente a pueblos originarios. ¿Qué quiere decir? Que hay una asociación de la defensa del territorio con la pertenencia cultural; entonces, tiene que haber leyes que sean respetadas y llevadas adelante con pertinencia cultural, con una sensibilidad específica respecto a los pueblos originarios; en este sentido, es fundamental que podamos reconocer la diversidad, y cómo ésta nos enriquece. Al quedarnos con una visión que homologue, que contemple al conjunto de los ciudadanos como algo homogéneo, le hacemos un gran daño a la riqueza cultural, pero también al cuidado de la naturaleza.
En Brasil también se han incrementado los asesinatos de líderes. Pero no sólo son los asesinatos: es también la criminalización de muchos de estos líderes por oponerse a iniciativas que terminarían por destrozar sus territorios, y sobre todo, insisto, la clave —y aquí las universidades y las instancias gubernamentales tienen que desempeñar un papel importante— está en cumplir los estándares internacionales. México suscribe, por su tradición histórica, todos estos acuerdos y convenios, porque creo que tiene una convicción en ese sentido; el problema es que no haya leyes vinculantes que garanticen el cumplimiento de los acuerdos suscritos, o, si las hay, no se cumplen; además, están los diversos grados de corrupción —no puedo hablar de casos particulares, pero creo que es algo generalizado–. Insisto, detrás siempre hay corporaciones interesadas que quisieran tener control de los acuíferos, de los mantos freáticos, de los recursos naturales…
Incendio en la zona selvática de Mato Grosso, en la región Centro-Oeste de Brasil.
¿La Red Eclesial Panamazónica tiene contacto con colectivos, organizaciones o actores en México para promover las prácticas que ustedes ya probaron en la región del Amazonas?
Sí. Lo primero es que, aunque es una red de la Iglesia católica, el sustento de todos los procesos que se han planteado está en el sujeto prioritario, que son los pueblos originarios, así como otros grupos vulnerables. El Sínodo Amazónico —que recientemente tuvo lugar en Roma como asamblea, y que todavía está en proceso— tuvo una gran presencia de líderes de los territorios. Desde hace algunos años funciona la iniciativa de crear una red hermana, la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana, que incluye desde el centro y el sur de México hasta Panamá, y que tiene la misma perspectiva: activar el diálogo con los pueblos originarios. Hay una gran alianza mesoamericana para pueblos y bosques, que quizá sea una de las redes más importantes de pueblos originarios en el corredor biológico mesoamericano.
Necesitamos canales de colaboración, y esto está también sucediendo en la cuenca del Congo, en África: son seis países asociados a esa cuenca. También en los sistemas tropicales e insulares de islas de Asia-Pacífico. Pero yo creo que es necesario hacer un trabajo más fuerte. Estuve en la Universidad Iberoamericana de Puebla, y fue muy significativo que estuvieron presentes colectivos de los pueblos originarios.
Como ciudadanos, a veces podemos sentir que aportamos poco, mientras que hay empresas que provocan desastres ecológicos mayores. ¿Cómo reavivar la esperanza para ayudar al planeta en materia ambiental?
Hay movimientos que se están viendo, especialmente entre la juventud. Creo que todos conocemos el caso de Greta Thunberg; yo pienso que, de alguna manera, ha encauzado un movimiento que ya estaba en proceso, en camino. Ciertamente, nos parece que los pueblos originarios llevan décadas diciéndonos el mismo mensaje, y habría que asociar lo que está diciendo Greta Thunberg con los movimientos que llevan décadas, si no siglos, haciendo los mismos posicionamientos. La esperanza viene de la ciudadanía activa, movilizada y articulada, así como del conocimiento de las instancias políticas y de las leyes.
Nosotros, como Repam, lo que hacemos sobre todo es fortalecer las capacidades de los actores como sujetos de su propia historia en materia de derechos humanos, en materia de incidencia y participación, y eso ha dado buenos resultados, dado que luego esos actores se hacen cargo de su propio proceso. La Iglesia, y las redes como Repam, tienen las condiciones para acortar distancias, para hacer accesibles elementos formativos; pero son ellos, después, los que arriesgan la vida, los que están en el día a día en sus territorios. Así que la esperanza está también ahí: en el hecho de que la ciudadanía ha llegado a un punto de hartazgo.
Hay grupos y colectivos cada vez más conscientes de la interconectividad global, de manera que tampoco nos ven la cara ya con tanta facilidad las grandes corporaciones: las estrategias que han usado anteriormente se van develando y podemos responder a ellas. Por ejemplo, estos datos que Oxfam (Oxford Committee for Famine Relief) publicó hace unos días: es realmente inconcebible que en este mundo tengamos 26 familias con grupos corporativos que concentran la misma cantidad de riqueza que los 3 mil 600 millones de personas más pobres, 50 por ciento del planeta. Esto es, no sólo inconcebible, es éticamente inadmisible. Y, en términos ecológicos, es completamente insostenible.
¿Cuáles podrían ser las principales claves para sanar un mundo roto, como lo señala el título de su conferencia en el ITESO?
La idea es tener una vivencia de profundidad. Si no abrazamos el misterio —independientemente de la creencia de las personas, pues es un aspecto humano, la capacidad de trascendencia, la capacidad de maravillarse por la belleza, la capacidad de trascender—, si no descubrimos el sentido de belleza y de trascendencia en aquello que es como un regalo de lo creado, de la naturaleza, seremos incapaces también de amarlo, de abrazarlo y de protegerlo.
En segundo lugar, no podemos dar respuestas globales para todo. Se necesita “territorializar” la interpretación de los signos de los tiempos en cada sitio, los gritos de la realidad, pero también crear los tejidos y las esperanzas desde las bases, con los actores que están ahí. Tampoco hay que ser románticos e idealizarlos: son como toda institución o todo sujeto, con fragilidades; pero han sido los principales protectores de los territorios, y yo creo que, con los pueblos originarios y su sabiduría ancestral —antes denostada, rechazada, menospreciada—, hoy nos damos cuenta, ante la crisis ambiental, de que muy posiblemente los equivocados hemos sido nosotros. Eso que nos parecía una visión primitiva, hoy nos puede dar las claves para responder y salir adelante.
No se trata de abandonar lo que estamos haciendo, sino, más bien, de buscar otros caminos, tener una visión crítica. No basta reciclar: eso es lo mínimo; necesitamos tener una lectura política, una lectura social de lo que está sucediendo: hay causas estructurales de esta pobreza, hay causas estructurales de esta crisis ambiental, hay que identificar a los causantes, a las corporaciones y los gobiernos que se prestan para pasar por encima del interés colectivo y de los acuerdos internacionales; eso tiene que ser denunciado y eso es lo que está costando la vida a muchos. Por eso el Sínodo Amazónico recibió amenazas directas del gobierno de Brasil, y levantó también la incomodidad de gobiernos como el de Colombia, que quería a toda costa participar ahí.
Si consideramos la posibilidad de responder juntos, empezaremos a ver algunos grandes cambios. Por otro lado, escuchemos a la juventud, pero no sólo a Greta Thunberg —que ha sido un fenómeno y una voz muy significativa—, sino también todo lo que viene de mucho tiempo antes desde los pueblos originarios, para tratar de encontrar claves que nos puedan seguir ayudando
Y la ciencia: tenemos la mejor ciencia a nuestra disposición, y 99 por ciento de los científicos especializados en cambio climático dice: “Esta situación la causamos nosotros como seres humanos por nuestro modelo de desarrollo, el modo en que hemos decidido vivir”. La única manera de cambiarlo es también cambiar, progresiva pero seriamente, nuestro modo de vida, de desarrollo, y nuestra visión como sociedad.
Con información de Ana Karen Guzmán