Otoñar
Joaquín Peón Íñiguez – Edición 483
En la literatura, otoñar no es distinto: ficciones, poemas, ensayos intimistas e híbridos reiteran que nuestro otoño no es sino la consumación de nuestra primavera y nuestro verano
No podría saber cómo es porque no lo he experimentado, pero presiento —como harán las higueras en junio— que se acerca el otoño de mi vida. Es un devenir intempestivo del pasado, un abalance de la memoria que reclama su lugar, exige detenimiento y transforma lo que alguna vez fue una vivencia impulsiva o un brote espontáneo de alegría, en un enigma del uno mismo que, si se estudia con dedicación, puede resultar en un renacimiento, un vertedero de sabiduría o el encuentro con un dolor durante tantos años postergado.
Este otoñar, en el campo coincide con la temporada de cosecha y las fiestas agrícolas que en distintas culturas anteceden al invierno. En la literatura no es distinto: ficciones, poemas, ensayos intimistas e híbridos reiteran que nuestro otoño no es sino la consumación de nuestra primavera y nuestro verano.
Es decir, una persona —con salvedad y consideración de limitantes interseccionales y el constante acecho del azar— tiende a cosechar para su goce o para su acabose lo que en décadas pasadas cultiva. Soledad para quien se abocó a buscar verdad en su misterio y compañía para quien supo arar su ser para que germinaran los afectos.
Lo extraño es que el presente resulta cada más inaccesible que el pasado. La experiencia adquiere otros relieves en la memoria. Esto ya lo sabía Hegel, me recuerda un amigo, cuando sentenció que “el búho de Minerva sólo levanta vuelo en el crepúsculo”.
Yo no podría saberlo, pues me encuentro a la deriva en un verano lluvioso, pero me enteré de a leídas que tal vez otoñar consista en hacer las paces con la vida para luego, en la última de las estaciones, hacer las paces con la muerte.
La belleza del marido, Anne Carson (Lumen)
En este ensayo narrativo y versificado, la poeta canadiense re-visita su primer matrimonio y el final divorcio, siendo fidedigna, no a los hechos, sino a la herida. Las visitaciones de la memoria dilatan el tiempo de nuestras “indetenidas” visitaciones al instante. El amor que posibilitó la belleza, lo destruyó la mentira. Sin embargo, como sugiere esta obra tan libre en su forma, tan sincera en su expresión y tan compleja en el entramado de saberes experienciales e intelectuales que la conforman: mientras que el dolor reposa, la belleza siempre continúa.
Paciencia, Daniel Clowes (Fulgencio Pimentel)
El protagonista de esta novela gráfica descubre a su esposa muerta por un supuesto suicidio y, sucesivamente, cae en sus recuerdos, como si las hojas del maple fueran hechas, no con carbono y tiempo, sino con acero. La obra de Clowes, onda en sus cavilaciones de las estaciones pasadas y rica en su inventiva de recursos narrativos mediante trazos tornasolados, sugiere que nuestra memoria es la auténtica máquina del tiempo y sus viajes al pasado tal vez no sean sino un hundimiento en las profundidades de nuestro presente.
Yo también me acuerdo, Margo Glantz (Sexto Piso)
En este ejercicio, hecho a la usanza de Perec, Margo la memoriosa destapa el baúl de los recuerdos y deja emerger miles de fragmentos infraordinarios —lecturas, ocurrencias, anécdotas, vistazos de su época, dudas, miedos, espacios, noticias, vagas impresiones— que conforman la complejidad de su persona. Al hacerlo, también podemos conocernos a través de ella.
Cuatro cuartetos, T.S. Eliot, traducido y anotado por J. E. Pacheco (ERA)
Perdido en una transposición de los tiempos, él quieto y todo a su rededor en musical movimiento, Eliot sale en inmóvil búsqueda de una verdad del espíritu que lo hace atravesar, o ser atravesado, por inquietudes metafísicas, religiosas, poéticas e incluso políticas. Las notas de Pacheco son un exquisito añadido a este clásico otoñal, pues expresan y problematizan con claridad los intrincados caminos de la traducción y la escritura.
El ojo castaño de nuestro amor, Mircea Cărtărescu (Impedimenta)
Los años de la dictadura y los de la guerra, las ensoñaciones de los amores pasados y los procesos de escritura, el amor infantil por la madre y la muerte de su hermano gemelo son algunos de los temas que explora el rumano y que confirman que, sin importar si nos llega a los 40 o a los 70 años, es el otoño y no el invierno la estación más fértil para la contemplación de nuestro pasado.