Nemonte Nenquimo: en defensa de nuestra casa
Ángel Melgoza – Edición 481
La líder waorani que defiende la Amazonía lo tiene claro: la protección de los territorios que por siglos han pertenecido a los pueblos indígenas entraña la necesidad de asegurar un futuro mejor para todo el planeta y para las generaciones futuras
Una densa niebla cubre todo a tu alrededor. Navegas en una balsa. Conforme la bruma se eleva puedes ver a lo lejos los límites del gran río por el que avanzas. Es la selva tropical más grande del mundo. Estás en el río Amazonas, y todo lo que te rodea, la cuenca entera que se compone de más de 5 millones 500 mil kilómetros cuadrados, es la Amazonía.
Ahí, en ese espacio físico que también es un lugar mental, un pueblo de cazadores-recolectores seminómada permaneció apegado a su cosmovisión y a su forma de vida hasta la segunda mitad del siglo XX.
Durante cientos de años, el pueblo waorani defendió su selva a punta de lanza y, a pesar de que se mantuvo al margen de la conquista, la colonización y el proceso de independencia de Ecuador, se fue replegando hasta habitar solamente 10 por ciento de lo que un día fue su territorio. Las tierras waoranis incluyen lo que ahora se denomina el Parque Nacional Yasuní, catalogado como una de las zonas con mayor diversidad por metro cuadrado del planeta.
Hacia 1958 llegaron estadounidenses evangélicos que trajeron fuertes cambios. Desde 1960, la exploración petrolera, la tala y la construcción de carreteras han incrementado la deforestación, la contaminación y una crisis de salud pública evidenciada en un aumento en las tasas de personas con cáncer, defectos de nacimiento y abortos espontáneos. Pero es una guerra que aún no está decidida. El 8 de mayo de 1985 nació una bebé en el seno de una comunidad waorani. Su abuelo, un hombre que vivió la llegada de aquellos misioneros, quiso que su nieta llevara en su nombre el universo. Fue llamada Nemonte Ayebe, que en el idioma de los wao significa “constelación de estrellas”, “pez largo del río quebrado” y “pájaro que canta”.
Hoy, esa mujer representa una esperanza.
Nemonte Ayebe Nenquimo encabezó, junto a 16 comunidades waoranis de la provincia de Pastaza, una campaña y una acción legal contra el Estado ecuatoriano, que significó la protección de 202 mil hectáreas de bosque amazónico del extractivismo petrolero.
En 2020 fue catalogada por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo; la cadena bbc la nombró una de las 100 mujeres más inspiradoras, y fue distinguida con el Premio Goldman, el reconocimiento ambiental más destacado a escala mundial, que incluye un monto de 200 mil dólares, que Nemonte ha donado para la protección de la Amazonía, y que está decidida a duplicar con donativos que la gente ha hecho como resultado de la campaña Desafío por la Primera Línea, con la organización Amazon Frontlines.
¿Quiénes conforman hoy el pueblo waorani?
Nuestros ancestros vivieron por miles de años en la selva y ellos eran defensores, cuidadores. No dejaban entrar a ninguna extracción; si irrumpían en su territorio, ellos lo defendían con lanza y mataban. Eran naturalmente científicos. Nosotros tenemos un gran territorio que compartimos colectivamente. Es un solo territorio, un solo idioma, así lo entendemos, pero los gobiernos lo dividen en provincias: Pastaza, Napo y Orellana.
Pastaza tiene 22 comunidades, yo soy representante de esas 22 comunidades. Tenemos una organización que se llama Nacionalidad Waorani del Ecuador, Nawe; ahí un líder gobierna todas las provincias; yo soy subcoordinadora, solamente para las comunidades waorani de Pastaza.
Ha sido muy difícil para nosotros después de la llegada de los evangélicos. Nos quisieron asustar y se aprovecharon los petroleros, y ahora siguen operando en territorio waorani, en Orellana, en Napo. Ahí tienen muchos años sacando, dañando, contaminando todo. Pero yo soy representante de Pastaza, una joven mujer líder, con esa experiencia, viendo cuánto daño han hecho los evangélicos, la entrada de la petrolera, y viendo a otras culturas. Ahí fue el comienzo de la lucha. En la comunidad waorani de Pastaza aún no existe petrolera, aún no existe carretera; tenemos 180 mil hectáreas, diversidad muy grande y verde, sin contaminación; vivimos libres, vivimos de cacería, de pesca, recolectamos las frutas de la selva, alrededor del entorno tenemos mucha diversidad y pura vida.
Especialmente en Pastaza empezamos a volver a la rebeldía, a acordarnos cómo los ancestros no vendían y no permitían la entrada de invasores. Empezamos a reactivar, no como antes que lanzaban con lanza, sino decidiendo colectivamente que nuestra casa no está en venta.
¿Cómo es crecer en la selva? Cuando usted cumplió 15 años, salió de su comunidad para ir a estudiar a Quito, la capital. ¿Qué aprendió de esa experiencia?
Yo crecí muy alegre con mi familia, con mis padres, especialmente. Desde muy pequeña sólo conociendo mucho de la selva y viviendo bien alegre. A los 15 años tenía mucha curiosidad, yo misma decidí irme, no fue mandado por mis padres, ni por mi familia. En ese mismo año entraron muchos evangélicos en el territorio waorani de Pastaza. Mis padres nunca quisieron que yo saliera y menos que aprendiera otras cosas, pero ésa fue una experiencia muy grande para cambiar mi vida. Pasé en Quito algunos años, aprendiendo la Biblia, aprendiendo a leer, escribir, estudiando de primer a tercer grados, luego volví. Hubo muchos choques en mi vida que no estoy lista para contar. Después de una gran lucha, yo cambio, y eso me genera revolucionar para ayudar a mi pueblo, para seguir protegiendo mi cultura y nuestra creencia.
¿Se considera ecuatoriana? ¿Se está dando el debate entre los jóvenes sobre la pertenencia o no al Estado ecuatoriano?
Yo nunca me he considerado ecuatoriana. Respeto a los ecuatorianos, pero yo soy mujer waorani y estoy orgullosa. Para mí fue una curiosidad ir a aprender en el mundo occidental; es muy importante aprender, es muy importante ir al colegio y aprender el mundo, pero hay que saber la vida, lo que es importante para seguir resistiendo: tu cultura, tu idioma, tu entorno. Hay que respetar.
Hay muchas cosas en el mundo occidental para prepararte, la universidad es algo muy bonito; pero también puede ser destructivo de tu cultura y de tu entorno. Como líder estoy trabajando muchísimo ahora en el tema de la educación. Leer es una herramienta grande con la que se puede tener una base para enfrentar, decidir, lo que pasa en nuestro territorio, conociendo los derechos. Pero hay algunas cosas que son muy peligrosas: después de la civilización se ha cambiado a la juventud. Estoy trabajando para que, en el futuro, después de cinco años, veinte años, tengan sus territorios sanos, que tengan su conocimiento, su cultura, y que aprendan en el colegio y vayan a estudiar a la universidad, pero que vengan a vivir acá, a trabajar en el entorno.
Yo soy una mujer que represento a mi pueblo, a mi territorio, a mi lengua, en eso sí estoy firme, no me ha cambiado nada, aunque he vivido, he viajado a diferentes mundos. ¿Por qué crees que, en muchos años, en diferentes culturas, se ha venido terminando la civilización? Por el gran capitalismo que ha venido surgiendo poco a poco, matando, y eso nosotros no queremos que pase. Nosotros queremos tener nuestra selva, nuestra vida, nuestro conocimiento, que sea viva raíz. Ése es mi trabajo y ésa es mi decisión.
Nenquimo tenía unos 18 años cuando volvió a su comunidad y, unos años después, en 2010, se unió a la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE), donde desarrollaban proyectos de economía alternativa.
Para 2013 trabajaba en proyectos de captación y almacenamiento de agua de lluvia. En ese contexto conoció a Mitch Anderson, un estadounidense que trabajaba con comunidades en la Amazonía Ecuatoriana y con quien se casó.
¿Qué repercusiones y aprendizajes trajo su matrimonio?
Bueno, esa pregunta es muy personal, porque muchas veces yo me he enojado porque no han escrito la verdad. Mientras yo estaba trabajando para mi pueblo lo conocí, a través del trabajo; él estaba con otros pueblos, muy metido en la lucha de los indígenas, especialmente en el caso de Texaco y Chevron,1 que ha dejado destruida el agua, y él estaba con un proyecto full full con los pueblos.
Nuestra unión también ha sido una fuerza, porque él es de otro mundo, pero sí tiene mucho respeto, sí tiene mucho amor por los derechos de los pueblos y la naturaleza, eso ha sido una gran alianza. También he sentido muchas cosas negativas del entorno en mi pueblo, pero en realidad sí veían que él estaba ayudando en la creación de Alianza Ceibo, haciendo, motivando el trabajo, uniendo otras nacionalidades, y hasta ahora estamos juntos en este camino, luchando, no haciendo otra cosa sino manteniendo nuestro territorio, nuestro derecho.
Habla de la Alianza Ceibo, que formaron en 2016, una organización que reúne a los pueblos indígenas a’i Kofan, siona, siekopai y waorani. ¿Qué fines persigue?
La formación de la Alianza Ceibo era muy importante porque antes había muchas ong que hablaban mucho de los pueblos, pero no se enfocaban en el territorio, no se enfocaban en su visión, gente que hablaba de los indígenas, pero sin nosotros. Por eso creamos la Alianza con los miembros de las nacionalidades, para ver la realidad, la necesidad, el derecho que queremos construir de nuestro territorio. Yo soy la fundadora, con otros miembros de la nacionalidad; especialmente en el norte empezamos con el proyecto de agua de lluvia, con el panel solar y la defensa del territorio. Ahora estamos integrando a un equipo más grande en Alianza Ceibo, con jóvenes, con las comunidades.
En 2018, la eligieron presidenta del Consejo de Coordinación de la Nacionalidad Waorani de Ecuador-Pastaza (Conconawep). Fue la primera mujer en ocupar el cargo.
Justamente yo estaba yendo a mi comunidad, y como mi papá dijo: “Me voy a participar en esa asamblea”, yo dije: “Yo quiero ir a escuchar cómo han trabajado, estoy interesada, pertenezco, soy miembro, tengo derecho de ir a la asamblea”. Yo no sabía que iba a ser elegida. Había cinco hombres como candidatos y mientras entraba veía que estaban regalando un caramelo. Repartían caramelos y había mucha gente, 180 o más, los abuelos repartían y yo escuchaba: “Voten a mí, voten a mí, si me eligen a mí, yo voy a ayudar a venir a construir la casa de educación, salud”. Hablaban y yo me quedaba viendo, pero yo también era muy conocida y trabajaba llevando proyecto de mapeo, de territorio, de cultura y también instalando los proyectos de agua de lluvia y de panel solar. Me senté a escuchar por primera vez a esa organización, Conconawep, y, de repente, una abuela se levanta y dice: “Mi candidata es Nemonte, yo quiero que sea elegida hoy día una mujer, que es una mujer que ha liderado, que ha ayudado mucho en las comunidades waorani, que es honesta, que es mujer fuerte”.
¡Me quedé sorprendida! Y luego ya me pusieron al frente, cuatro hombres dieron un discurso y yo era la única mujer. Todos hicieron preguntas: “Si llegas a ser presidenta para comunidad waorani, ¿qué tienes?, ¿qué alternativas?, ¿qué piensas de tal?”. Yo dije: “Bueno, si gano voy a seguir hablando de la protección del territorio; lo único que voy a hacer es cuidar el territorio, que es muy importante para futuras generaciones, que nuestros hijos, nuestros nietos, gozarán de vivir libres, sin extracción de petroleras, que tengan pescado, que tengan carne, que tengan tierra para que vivan ahí”. Nada más ésa era mi propuesta; los hombres hablaban de que iban a venir a apoyar, a hacer canchas, escuela, casa de salud, muchas cosas, y yo casi no, no tenía esos ofrecimientos; sólo dije que yo sí iba a proteger el territorio para que viviéramos bien.
¿Cree que su nombramiento detonó cambios positivos para el papel de las mujeres en su comunidad?
Antiguamente, antes de civilizar, antes de contactar, entre nuestros abuelos la que decidía era la mujer. Ésa era una buena estructura, pero después del contacto, después de la civilización, eso se fue rebajando. En realidad hay un movimiento fuerte de mujeres en las comunidades, porque las que deciden y hacen paz son las mujeres waoranis; los hombres no, ellos acompañan. Las mujeres hacen sentir paz en el hogar: así es nuestra cultura, que ha venido resurgiendo ahorita con ese gran trabajo que hicimos contra el gobierno. Ahora creen más en la mujer, que somos muy honestas. Todo lo que hacemos, lo que amamos, lo hacemos por nuestros hijos, para que nuestros hijos vivan esa libertad, sin enfermedad, que vivan con armonía, que tengan ese territorio, que tengan esa diversidad, eso nos hace seguir trabajando. Somos madres, tenemos hijos, y eso nos da más fortaleza para continuar.
En 2012, el gobierno ecuatoriano realizó una consulta para habilitar la explotación petrolera en el territorio waorani. Con el nombre de Bloque Petrolero 22 se pretendía autorizar la explotación de los hidrocarburos que existen en el subsuelo del territorio indígena.
Más tarde serían expuestos los métodos utilizados por el gobierno, que entre otras cosas visitó en helicóptero las comunidades, regaló Coca-Cola y alimentos enlatados y recabó firmas con engaños.
Desde el Conconawep usted encabezó una campaña y una acción legal contra el Estado ecuatoriano…
Para mí era duro llegar a una administración que habían ocupado dos hombres anteriormente. Era full deuda y no había oficina, no había ni un archivo, yo no podía trabajar, tenía que legalizar, arreglar… Pasé un año arreglando, saneando las deudas que habían dejado, en el banco, con municipios, porque, más que nada, ellos habían trabajado en un proyecto del municipio y con Petroamazonas, no tenían ningún proyecto propio, no tenían ni una estructura, no hablaban de proteger. Era muy duro para mí; como yo tenía otros trabajos pedí ayuda, que me dieran economía para poder sanear y buscar oficina y hacer todo en orden. Pasé un año sin entrar en la comunidad, sola en la ciudad, saneando, y luego ya después de sanear escuché en las noticias que el gobierno decía que había una oferta en Bloque Petrolero 22 en Pastaza, que si alguien tenía una empresa podía entrar ahí, y cuando escuchamos eso dijimos: “¿Cuál es el Bloque 22?”. Para nosotros no existe el Bloque 22, sino que existe nuestra comunidad waorani, en la que vivimos, nuestra casa. Fue entonces que nos enojamos y empezamos a investigar.
Fuimos a las comunidades a reunir información sobre lo que hicieron cuando vinieron en 2012: qué ofrecieron, qué dijeron. Fue un proceso de seis meses y luego hicimos tres veces asamblea; decidimos con los sabios, con los jóvenes, lo que queríamos con nuestro territorio. Ahí hicimos un documento, con respeto, pero diciendo la verdad, que el gobierno quiere entrar en nuestro territorio a destruir, y que nosotros no queremos porque la selva de waorani es nuestra casa. Y empezamos a demandar al gobierno ecuatoriano.
Con ese precedente estamos ahora en pie de lucha. No hemos olvidado. Estamos duramente trabajando para que el gobierno cumpla, porque no es lo mismo consultar a waorani que a otra nación: tenemos diferente creencia, cosmovisión, y cada pueblo debe ser consultado desde la comunidad, desde la base, no con una persona como representante que construye la mesa en Quito nada más: tiene que ser en nuestro entorno, en nuestra casa.
Este año ha habido elecciones en Ecuador. Uno de los candidatos de la primera vuelta, Yaku Pérez, del partido indígena Pachakutik, representa a un amplio grupo que se autodenomina Nueva Izquierda Latinoamericana, con apoyo de organizaciones ecosocialistas, feministas, lgbtq+ y antiextractivistas.
Según los resultados oficiales, Pérez quedó en tercer lugar, por debajo del candidato de derecha Guillermo Lasso por 32 mil 600 votos, 0.1 por ciento del total de la votación.
¿Le llegó a emocionar la posibilidad de que alguien como Yaku pudiera competir?
Esa pregunta me encanta. Mi personal y yo no nos estamos enfocando mucho en política. Yo lo evito, siempre soy sincera, honesta, yo represento a mi pueblo y nada más, no represento a ninguno de los candidatos presidenciales del Ecuador. Lo tengo clarito: dos presidenciables no están a favor de la Amazonía, ellos siempre quieren destruir. Lo único que les pediría a los dos candidatos, quien sea que gane, es que se respete el derecho a la vida a los pueblos amazónicos, punto.
Ha habido muchos defensores de la tierra asesinados en América. ¿Cómo enfrenta el pueblo waorani los riesgos que implica la defensa de su territorio?
Sabemos que el único responsable de las amenazas es el gobierno ecuatoriano. No queremos más destrucción: hemos vivido vulnerados, con enfermedades. Los waoranis eran guerreros, no tenían miedo de nada; si tenían que morir, morían, y otros eran los que iban a seguir luchando y resistiendo. En eso estamos. Pero de todas maneras estamos alertas, cuidando entre nosotros. Lo único que vemos es que el enemigo es el Estado ecuatoriano, que nos puede mandar matar a los líderes que defendemos lo que amamos.
¿Qué han significado el Premio Goldman y los reconocimientos que ha obtenido, a escalas individual y colectiva?
Me sentí muy orgullosa como mujer wao. Ese reconocimiento, la gente de afuera lo ve como individual, pero para mí fue un reconocimiento colectivo porque como mujeres y pueblos indígenas, por miles de años, hemos defendido, y ahora esto nos ha hecho visibles.
El reconocimiento también nos hizo seguir cuidando y protegiendo nuestro entorno en la selva y ha sido un apoyo en los temas de educación y territorio, en control, vigilancia. Pero eso no será lo último: queremos que la gente, en el mundo que ahora nos ve, nos apoye, que nos colabore; también de esa manera podremos seguir cuidando nuestra selva.
Estoy trabajando porque la Amazonía nos está aportando el oxígeno y el agua al mundo; todo lo que amamos también es para las gentes, para la humanidad que vive en este planeta, eso es importante, luchamos como pueblos indígenas por la vida de nuestros hijos y para vuestros hijos.
Toda la sociedad tiene que aliarse para detener el cambio climático. Hacemos un llamado a todos los mundos sociales: juntos sí lo podemos cambiar. Sé que el gobierno, los poderes, no van a respetar nuestro derecho a la vida, van a querer destruir, saquear más, destruir más, y por eso, ¿qué espera la gente de las sociedades?
¿Qué la impulsa a iniciar el día, en qué encuentra su mayor fortaleza?
Yo me levanto en la mañana y siempre me estoy acordando de mis sueños: qué soñé, qué va ser el día, malo o bueno, y también sé estar meditando. Cuando miro a mi hija me hace sentir fuerte, y estoy en la oficina trabajando, planificando la primera semana, y en la última estamos recorriendo las comunidades. En el territorio donde no hay internet, no hay teléfono, eso me ayuda, a mí me gusta más pasar mi tiempo en el campo para estar conectada con la naturaleza, con el espíritu para seguir fuerte. Me hace más débil estar mucho tiempo en la ciudad. Y además estoy muy contenta porque pronto voy a ingresar en la comunidad por tres meses porque voy a dar a luz, viene mi hijo varón ya, a los 36 años voy a ser madre de un hijo también y voy a estar con mi familia, conectando, pensando. La lucha continúa. .
Notas al pie
- La trasnacional Texaco, comprada por Chevron en 2001, operó en la Amazonía ecuatoriana extrayendo millones de barriles de petróleo sin utilizar los métodos acordados en el contrato de explotación y ha enfrentado desde 1993 denuncias interpuestas por comunidades indígenas y de campesinos por verter residuos tóxicos en la selva.
La importancia de comprender
La Compañía de Jesús forma parte, a través de la Fundación Loyola, de la Red Eclesial Panamazónica (Repam), un organismo que articula experiencias y servicios que responden a las necesidades de la Panamazonía, compuesta por Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Guyana Francesa, Perú, Surinam y Venezuela.
En entrevista para Magis, Mauricio López, secretario ejecutivo de la Red, habló de la importancia de escuchar y comprender a la población de cada territorio: “Nosotros lo que hacemos es fortalecer las capacidades de los actores como sujetos de su propia historia en materia de derechos humanos, en materia de incidencia y participación […] La Iglesia y las redes tienen las condiciones para acortar distancias, pero son ellos los que arriesgan la vida, los que están en el día a día en sus territorios”.