Micky, el Sol

Micky, el Sol

– Edición 494

Entre las muchas cosas que se dicen de Luis Miguel hay una que sobresale: que no permite que sus colaboradores lo miren a la cara. Cierto o no, y aunque no queramos, nos enteramos de todo lo que hace

Es 1989. Una niña por primera vez pega en su cabecera el póster de un artista. El cantante está ataviado con el uniforme de la Fuerza Aérea Mexicana, corte de pelo tipo militar y mira de frente. En esa mirada se sumergiría la niña una y otra vez al contemplar la fotografía de aquel muchacho de ojos verdes que canta “La incondicional”.

Aquella cabecera fue cambiando como suceden los cambios a partir de los diez años: radicalmente. Un par de años después, en vez de carteles del cantante güero y bronceado de la sonrisa diastémica, su pared estaba tapizada con imágenes de rockeros greñudos y gestosos que cautivaban a la niña, adolescente ya, aunque por razones distintas que el color de los ojos. Más que imágenes para embelesarse, eran para autoproclamarse.

Aun así, el cantante, como los amores inolvidables, volvió a tocar el corazón de la chica en 1991 con el disco Romance. La chica tuvo una lucha interna —una batalla, como todas a esas edades: vana pero vital y absoluta—, pues alternar aquellos boleros con “Give it Away”, “Smell Like Teen Spirit” o “Don’t Cry” (también de 1991) le parecía, por lo menos, una herejía. Pero, como pasa con todo amor inolvidable, la chica no pudo negarse a aquel romance, lo vivió en secreto, a ocultas casi de sí misma. En su cuarto y sin testigos, salvo los greñudos mal vestidos de los afiches, la chica escuchaba el Romance. Le dio la razón al cantante ya veinteañero: con un nuevo amor no puede olvidarse aquello que alguna vez nos hizo temblar de alegría.

La chica, ahora señora, aprendió a amar la música sin tantas proclamas. Se dio cuenta de que los músicos siempre miran atrás, que la música es una larga conversación —un largo jam— que tiene miles de años ejecutándose. Lo demuestran los viejos boleros tarareados por jovencitos —Rosalía publicó en Motomami el bolero “Delirio de grandeza”—. Lo demostró Kurt Cobain con versiones de canciones folk de principios del siglo XIX y Flea inspirándose en jazzistas bebop. En otros géneros no fue ni ha sido distinto. El pasado sigue vigente, reinterpretándose una y otra vez, convirtiéndose en presente, para luego pasar de moda y luego volver.

Entre las muchas cosas que se dicen de Luis Miguel hay una que sobresale: que no permite que sus colaboradores lo miren a la cara y que así lo estipula el NDA que les hace firmar a quienes trabajan con él. Cierto o no, y aunque no queramos, nos enteramos de lo que hace: si se casó, si tuvo hijos, si se fue a vivir a Miami, si engordó, si enflacó, si autorizó la bioserie que le hicieron, si se mudó a Madrid. Se dicen muchas cosas más de Luismi, el niño de oro explotado por su padre, el atormentado huérfano de madre, el soltero codiciado, el embajador de Acapulco, el catalizador del bolero, el de “Santa Claus llegó a la ciudad” que suena todas las navidades en las tiendas departamentales aspiracionistas. Habría que hacerle caso al “Sinatra mexicano”, el ídolo inalcanzable, el galán del halo trágico, el rey de los sold out: no lo mires a la cara, es Micky. Es “el Sol”, “el Sol de México”.

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MAGIS, año LX, No. 498, marzo-abril 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de marzo de 2024.

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