México documental
Hugo Hernández – Edición 408
La aparición de nuevas muestras y del festival Ambulante, impulsado por Diego Luna y Gael García, la inversión en producción por parte del Estado y la obtención de premios internacionales han conseguido que hoy se vea más y que se hable más del documental mexicano.
De acuerdo con el catálogo del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), entre 2006 y 2008 en México se han producido 192 largometrajes, de los cuales 150 son ficciones y 42 son documentales. La conclusión ante semejante desproporción es casi automática: México continúa viviendo en la ficción. No obstante, en el documental es ubicable una pujanza difícilmente detectable en la ficción: en el primero han aparecido propuestas que atienden de mejor manera —con mayor oportunidad y profundidad— una serie de asuntos y temas que tienen como origen y destino a México.
A diferencia del grueso de las ficciones, que eluden relevantes asuntos públicos y privados, el documental no sólo aborda los asuntos que ocupan las páginas de política y nota roja de los diarios (y también sus omisiones), sino que explora la cotidianidad: más allá del abordaje de los grandes temas o el acercamiento etnográfico, el cine documental reciente ha sido sensible a oficios y maleficios, olvidos y oprobios.
Everardo González
Se convirtió en un parroquiano más de la pulquería La Pirata, al grado de que cuando comentó a los otros bebedores consuetudinarios que pretendía llevar una cámara, nadie se sorprendió. De esta forma, en las notas de La canción del pulque (2003) se percibe una apreciable frescura y se escucha una gozosa espontaneidad. Aquí conserva para la memoria una tradición que va en camino a la extinción: la del cultivo del maguey y la bebida que surge de sus jugos. Este aliento nostálgico también permea Los ladrones viejos. Las leyendas del Artegio (2007), su segundo y más reciente largometraje, en el que sus habilidades consiguen que el espectador simpatice con los “malos”. Los ladrones que retrata González están encarcelados o retirados, pero su franqueza y el ingenio de sus procedimientos delictivos, su “ética”, son presentados de tal forma que provocan simpatía. Everardo González es un investigador riguroso y consigue dar imagen y voz a personajes y oficios que emergen desde otro tiempo, que están ahí pero no vemos, y que desde su visión resultan insólitos.
Lo cierto es que hoy el documental vive un buen momento: es necesario ser muy optimista para calificar como “boom” la irrupción de algunos documentales de factura reciente; sin embargo, sí se puede apreciar una creciente presencia del género en circuitos donde tradicionalmente había sido ignorado. Y no ha sido por falta de producción: con todo y que el cine mexicano no deja de padecer altibajos, los cineastas de la no ficción han manifestado una valiosa terquedad; el gran problema ha sido la falta de interés por parte de distribuidores y exhibidores para el documental, en general, y el mexicano en particular.
Es por ello que la aparición en la cartelera comercial de En el hoyo (2006), de Juan Carlos Rulfo, puede considerarse como un parteaguas. Aprovechando el respaldo de los premios obtenidos en festivales importantes, como el Gran Premio del Jurado en Sundance, alcanzó las pantallas comerciales con 24 copias, cantidad hasta entonces inédita para un documental nacional. Y luego de diez semanas de exhibición, la cinta acumulaba 80 mil espectadores, lo que también estableció un récord para el género. (Tampoco hay que echar las campanas al vuelo, pues las copias fueron financiadas por el propio Rulfo —por cuya cuenta también corrió la distribución—, y la comparación con la ficción revela y rebela: Arráncame la vida (2008) de Roberto Sneider circuló con 500 copias y sumó más de 2.5 millones de espectadores durante su primera semana de exhibición).
Lourdes Portillo
Nació en Chihuahua pero su formación tuvo lugar en Estados Unidos, donde ha construido su carrera. Ella se define como chicana, y su cine como latinoamericano. Su primera entrega, el cortometraje Después del terremoto (1979), relata el drama de un nicaragüense que se “refugió” en San Francisco después del terremoto que destruyó Managua en 1972. Las madres de la Plaza de Mayo (1985), su primer largometraje, sigue la perseverancia de estas mujeres que no olvidan a los desaparecidos de las dictaduras argentinas y no cejan en sus demandas de justicia. La ofrenda (1989) y El diablo nunca duerme (1994) exploran la singularidad de la mexicanidad. Corpus (1999) registra el legado de la finada cantante Selena. Señorita extraviada (2001), su más reciente largo, da cuenta de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Este último trabajo sobre el fenómeno de violencia recibió premios importantes en Sundance y La Habana, y en México el Ariel a mejor documental. El cine de Lourdes Portillo es fronterizo, y conjuga lo mejor de aquí y de allá.
Otro caso representativo es Fraude: México, 2006 (2007) de Luis Mandoki. Aunque para algunos “críticos” no es un documental, consiguió circular con 200 copias y, de acuerdo con sus productores, durante los tres primeros días de exhibición llevó a 100 mil espectadores a las salas. Menos espectacular en lo cuantitativo, pero más en lo cualitativo, Los ladrones viejos. Las leyendas del Artegio (2007) de Everardo González, merecía mejor suerte, de acuerdo con sus apreciables virtudes, que las doce copias con las que se insertó en la cartelera comercial.
Como la cartelera comercial no es particularmente generosa, el documental ha encontrado en los festivales el espacio para existir; en ellos está el origen del auge que hoy se percibe. En el paisaje nacional pueden consignarse los festivales internacionales de cine de Guadalajara y Morelia, que albergan secciones exclusivas para la competencia de documentales nacionales, y en las que se ha visto un crecimiento importante. El primero entrega un premio de diez mil dólares para la distribución; el segundo, cien mil pesos y película virgen.
Entre otros eventos relevantes está el Premio José Rovirosa, que organiza la Filmoteca de la UNAM desde hace más de una década. En 2008 otorgó 60 mil pesos a Trazando Aleida (2007), de Christiane Burkhard, como el mejor documental mexicano. Si bien es cierto que su alcance es local, también habría que considerar al Festival Internacional de Cine Documental de la ciudad de México (DOCSDF), que lleva ya tres ediciones. No menos valiosa es la labor de Voces Contra el Silencio. Video Independiente, A.C, organización que, entre otras cosas, congrega y hace circular, dentro y fuera de ambientes académicos, obras que abordan temáticas sociales.
Carlos Mendoza
Estudió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, y ahí imparte, desde hace más de 20 años, la asignatura Cine Documental. En 1989 fundó Canal 6 de Julio, productora que no deja de generar cintas de denuncia en un país donde no dejan de producirse injusticias. Su filmografía (o mejor, videografía) incluye más de 50 títulos; entre los más conocidos están Crónica de un fraude (1988), que consigna las truculentas maniobras que llevaron a Carlos Salinas de Gortari a la presidencia, La guerra de Chiapas (1994), que analiza las acciones del movimiento zapatista, y Tlatelolco, las claves de la masacre (2003), que obtuvo el segundo premio en la categoría de documental en el Festival de La Habana. Mendoza concibe el documental como una herramienta oportuna y pertinente para revisar la historia, para revelar las verdades que se ocultan detrás de los abusos gubernamentales. Su afán es la denuncia pura y dura. Y apunta duro y a la cabeza.
Una tradición con nuevas voces
Pero la situación no siempre ha sido así. La historia del documental mexicano está llena de zancadillas gubernamentales y menosprecios empresariales, por lo que se ha construido a contracorriente. El documental ha abordado los temas incómodos para el poder, ha hecho suyas luchas y reclamos. La historia del cine mexicano, que por lo general privilegia la ficción, recoge algunos títulos ilustrativos. Entre el pionero Salvador Toscano, que nos dejó imágenes invaluables de procesos históricos, y Carlos Mendoza, esmerado en revelar el otro lado de la historia, hay un rico abanico de propuestas. A modo de ilustración es pertinente comentar Etnocidio: notas sobre el Mezquital (1976) de Paul Leduc, que aborda la problemática del proletariado rural y urbano; Jornaleros (1977) de Eduardo Maldonado, que también se asoma al campo; Lecumberri (1977) de Arturo Ripstein, que dejó constancia de las entrañas carcelarias; Así es Vietnam (1979) de Jorge Fons, que captura el paisaje del país asiático luego de años de guerra y colonialismo; El grito (1968) de Leobardo López Aretche, el más valioso testimonio audiovisual del movimiento del 68; el memorioso La línea paterna (1985) de José Buil, que abre el álbum familiar del realizador, y La guerrilla y la esperanza (2005) de Gerardo Tort, que va tras la huella del mítico guerrillero Lucio Cabañas. Mención aparte merece José Rovirosa, quien realizó casi veinte documentales e impulsó desde la docencia a más de una generación de cineastas.
Alejandra Islas
Sus numerosos cortos y mediometrajes recogen asuntos guardados en la memoria, en particular en la del cine. Algunos títulos así lo confirman: El círculo eterno: Eisenstein en México (1997), La banda del automóvil gris (2004), En memoria Julio Pliego (2007). Su primer largometraje surge de otra veta: la de la preocupación por lo social y los asuntos de género: Muxes: auténticas, intrépidas y buscadoras de peligro (2005) explora el singular ambiente que viven los homosexuales y las vestidas de Juchitán, Oaxaca, que a diferencia de los de otras latitudes, no son estigmatizados y gozan de reconocimiento social. En Los demonios del Edén (2007), su segundo y más reciente largo, documenta de cerca los abusos de los que fue víctima la periodista y activista Lydia Cacho luego de documentar la operación de una red de corrupción de menores encabezada por empresarios y políticos. Las cintas de Islas son exitosas en su afán de luchar contra el olvido: el documental, así, es una herramienta memoriosa… y política.
Los nuevos documentalistas prolongan la tradición, pero han vivido y son actores de cambios ostensibles. Aunque la denuncia de problemáticas sociales no deja de tener una presencia importante, recientemente ha prosperado lo que a falta de mejor etiqueta se conoce como documental “de creación”. Éste tiende un puente con la ficción, de la que toma estrategias para la construcción de personajes y elementos estructurales. Everardo González, uno de los mejores exponentes de esta vertiente, afirma que cada vez es más difícil definir el documental, pero para él consiste “en usar los elementos que existen en la realidad para contar, desde un punto de vista personal, algo sobre esa misma realidad”. Lo que busca “a partir de la realidad es crear drama en una película”.
De esta forma, si Carlos Velo mitificaba al matador Luis Procuna en Torero (1956), Pedro González Rubio y Carlos Armella, en Toro negro (2005), siguen a un singular matador amateur, pero no para hablar de los toros o del oficio del torero, sino de él. Se manifiesta la voluntad de ingresar a la intimidad de la persona, más que de la figura; la emoción está en el centro del nuevo aliento. “Quiero que lo que estoy haciendo me cree emociones, que me mueva, eso lleva mucho más energía”, ha señalado Juan Carlos Rulfo. En esta vertiente están Recuerdos (2003), de Marcela Arteaga, que con poético aliento registra las vicisitudes de un inmigrante; El aliento de Dios (2008), de la itesiana Cristina Isabel Fregoso, que sigue a un puñado de monjas que enfrentan la rigidez de la Iglesia católica; Trazando Aleida (2007), de Christiane Burkhard, que relata los problemas que vive una mujer, hija de padres desaparecidos en la guerra sucia de los setenta.
Juan Carlos Rulfo
No faltan los que ven en sus películas la huella de los escritos de su padre. Sin embargo, a estas alturas de su filmografía, quien aún lo hace es más por pereza que por justeza: si bien es cierto que en El abuelo Cheno y otras historias (1994) y en Del olvido al no me acuerdo (1999) es evidente la sombra del autor de Pedro Páramo, en adelante Juan Carlos ha moldeado su propia voz. Y si en aquellas cintas fue evidente el oído atento al hombre rural y a los ecos de la memoria, en En el hoyo (2006) ratificó su sensibilidad para registrar la expresión popular, urbana y chilanga. En su más reciente documental, Los que se quedan (2008), comparte el crédito de la realización con Carlos Hagerman y muestra el otro lado de la migración al Norte. Rulfo comenta que el secreto para acceder a la intimidad del otro es tratarlo bien. En sus documentales lo trata con respeto: no en balde resultan cálidos y emotivos. En la filmografía de este Rulfo también se ve el otro México: el de los vivos.
Los documentalistas mexicanos están habituados a trabajar con bajos presupuestos, por lo que el video se ha convertido en un aliado invaluable, y más con las precariedades por venir (o en su caso, por crecer). Las crisis son oportunidades, dicen los promotores de la autoayuda (y algunos empresarios que no están en crisis). La crisis que ya llegó es una buena oportunidad para el documental.
“El documental es muy noble”, afirma Rulfo, “realmente es un formato adorable, libre, chiquito en apariencia pero poderosísimo, muy complejo, nada fácil”. Por eso de él cabe esperar un diálogo comprensivo (y comprehensivo) con la realidad. Ahí habrá que tomar el pulso del status quo, la atención oportuna a temas urgentes que la ficción prefiere ignorar o no alcanza a entender (como las muertas de Ciudad Juárez, la tragedia de los mineros de Pasta de Conchos, Coahuila, la inseguridad del ambiente, las penurias laborales), el devenir de los mexicanos vapuleados por la negligencia gubernamental, maltratados por los embates de empresarios voraces; pero también el insólito ingenio, la irrenunciable alegría, la gozosa microhistoria. En una palabra, el rostro sin maquillaje, sin glamour, del México descalzo. m.
Nicolás Echevarría
Cuando realizó la ficción Cabeza de Vaca (1991) se dijo, con justicia y justeza, que la filmó como un documental. Y es que para esos entonces, Echevarría ya era un experimentado documentalista. Dos títulos le habían brindado reconocimiento: María Sabina, mujer espíritu (1978) y El niño Fidencio, el taumaturgo de Espinazo (1980). El primero se acerca a la curandera oaxaqueña que alcanzó celebridad internacional por su conocimiento de los hongos alucinógenos; el segundo explora el culto del que es objeto el santón del título. En 2004, luego de un fallido desliz por la ficción —Vivir mata (2002)—, dedicó un tríptico al aciago paso de Maximiliano y Carlota por suelo mexicano. Su más reciente entrega es El memorial del 68 (2008), una producción para la televisión que recoge testimonios de especialistas, protagonistas o testigos de la matanza de Tlatelolco con el fin de “hacer una reconstrucción de la memoria”. Aun en la ficción, Echevarría es un documentalista sólido.
Voces contra el Silencio
El festival Todas las Voces contra el Silencio reúne a documentalistas de todo el mundo para exhibir sus obras y discutir sobre la producción centrada en los movimientos sociales y de organización ciudadana, naciones indígenas, situación de género, medio ambiente y desarrollo sustentable, infancia, juventud y tercera edad. Este festival bianual se ha vuelto un espacio de reflexión para los creadores y los adictos al género. En su más reciente edición, en la primavera de 2008, participaron 197 documentales. Se entregaron los premios Amnistía Internacional a Cavallo entre rejas, de Shula Erenberg, Laura Imperiale y María Inés Roqué; de la Asociación Católica de la Comunicación a Made in L.A., de Almudena Carracedo, y el Greenpeace México a Selva de esperanza, de Iris Disse.
Se realiza desde el año 2000 por iniciativa de Producciones Marca Diablo y Voces contra el Silencio. Video Independiente, A.C., con apoyo de universidades y organizaciones públicas, privadas y no gubernamentales. Los documentales se exhiben en distintos foros de México, principalmente en sedes universitarias.
Otros premios
:Mi vida dentro (2007), de Lucía Gajá, que acompaña a una ilegal que fue encarcelada en Estados Unidos como sospechosa de asesinato, cosechó galardones en Madrid, Lima y Buenos Aires.
:En Sundance, Tin Dirdamal recibió el premio del público por De nadie (2005), que recoge el sufrimiento de los migrantes centroamericanos que van al Norte.
:En el hoyo obtuvo el premio al mejor documental en Karlovy Vary y en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires.
:Toro negro obtuvo el Gran Coral en La Habana.