Me acuerdo

Me acuerdo

– Edición 427

Las cosas que son verdaderamente trascendentes, recuerdo dónde las vi… y qué sentí. Las películas que me han dejado más honda huella están ligadas a las personas con las que las vi y a una especie de inauguración sentimental. Aquí están las que mejor recuerdo.

A la memoria de Theo Angelopoulos, quien tanto se ocupó de la memoria.

 

Conocí a una anciana que padecía Alzheimer. Conforme avanzaba la enfermedad dejó de reconocer a su parentela, aun a sus hijos. Cuando su marido murió decía que el difunto era su hijo. No obstante, recordaba con precisión la letra de las canciones que escuchó en su juventud, en su mayoría románticos boleros; y mientras cantaba parecía estar fuera del tiempo. Luego recordaba sólo algunas tonadas y las tarareaba; después olvidó las canciones, las letras y las tonadas… y a ella misma. De esta anécdota saco una conclusión que puede o no tener sustento científico, poco (me) importa: si no toda la memoria está ligada a los afectos, sí hay una sección fundamental en la que se confunden y son una y la misma cosa: uno mismo.

No vi muchas películas en el cine cuando era niño. Acaso eso facilite las labores de la memoria. Pero como las cosas que son verdaderamente trascendentes, recuerdo dónde las vi… y qué sentí. Las películas que me han dejado más honda huella están ligadas a las personas con las que las vi y a una especie de inauguración sentimental: el miedo nunca antes experimentado que sentí con las aventuras de El Santo enfrentando monstruos precolombinos, o el dolor —y miedo, ¡cómo no!— con algunos melodramas de Pedro Infante.

En los más de diez años que llevo reseñando cine he visto muchas películas, pero incluso de algunas que son notables —y que en su momento ensalcé con fervor— apenas guardo algún recuerdo. De muchas, ninguno. Aquí están las que mejor recuerdo, es decir, las que viví con inédita intensidad y en memorable compañía, en el riguroso orden cronológico que las vi. m

 

Ustedes los ricos

Ismael Rodríguez, 1948

La vi en televisión, en una de esas tardes sabatinas del escaso ocio familiar, más bien tediosas. Pepe El Toro venía de sufrir a montones en Nosotros los pobres (1948), mas la vida le dio otra oportunidad y su Chorreada le dio descendencia. Pero el maldito destino que se empecina en arruinar la dicha de nosotros los pobres, le reserva a Pepe una tragedia: El Torito, el hijo de su sangre trabajadora, muere en un incendio. Todavía recuerdo el terror que me produjeron las lamentaciones de El Toro, casi tanto como el que me producían sus explosiones de alegría.

 

Los aristogatos (The Aristocats)

Wolfgang Reitman, 1970

Mi mamá nos llevó, a mis hermanos y a mí, al cine Variedades. Aquella tarde es memorable por el color, el movimiento y la voz de Tin Tan (si bien ignoraba quién era este personaje y que prestaba su voz al gato Thomas O’Malley), más que por la historia de los gatos aristócratas que eran condenados a un exilio involuntario. Entonces los gatos de carne, hueso y pelos me parecían unas odiosas bestias untuosas (hoy esta impresión se ha acrecentado), pero en dibujos animados y proyectados en la pantalla de la memoria eran —y siguen siendo— entrañables.

 

Tiburón (Jaws)

Steven Spielberg, 1975

Fui a verla con mi papá al cine Américas. Tiburón era un fenómeno del que todos hablaban, pero mi interés no estaba tanto en las maldades que hacía el tiburón, sino en que había visto una foto en la que se dejaba entrever a una bañista nudista. En aquellos tiempos abandonaba la ingenuidad de la infancia, iniciaba un lento despertar sexual y no había muchas posibilidades de ver las cositas de las mujeres creciditas. De la función recuerdo menos las mordidas tiburonescas que la censura: la bañista fue truculentamente oscurecida. Y el despertar siguió lento…

 

El ángel exterminador

Luis Buñuel, 1962

A ella está asociado mi interés por el cine más allá del entretenimiento y mi curiosidad por la crítica. Buñuel registra a la burguesía que, atrapada, desanda el proceso civilizatorio. No entendía por qué algunos pasajes se repetían ni por qué los personajes no podían salir, pero la reflexión buñueliana era pura emoción. Entonces, buscando ampliar mi interpretación, procuré textos críticos. Todavía me emociona regresar a ese momento; todavía no entiendo por qué se repiten algunos pasajes y los burgueses no pueden salir.

 

Las alas del deseo (Der Himmel über Berlin)

Wim Wenders, 1987

La vi en la videosala de la avenida Hidalgo, después de las clases que tomaba ahí nomás, al ladito. Sabía que era una especie de declaración de amor a Berlín… y a Solveig Dommartin, actriz de breve filmografía que aquí interpretaba a una trapecista. Ella, que era pareja de Wenders, es registrada como los mismísimos ángeles. Fue emotivo ver por primera vez cómo los ángeles renuncian a la neutralidad afectiva por el amor, a la eternidad por una miserable finita vida. Pero lo más emotivo —y memorable— fue que la vimos juntos: a mi lado estaba la mujer que amaba.

 

Buscando a Nemo (Finding Nemo)

Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003

Para entonces ya era particularmente sensible a las películas que abordaban los asuntos de la filiación y la paternidad: buenas o malas, rara vez no me conmovía. Pero ver las inseguridades de Marlín y sus afanes para proteger a su hijo Nemo me hizo constatar las contrariedades del rol. Marlín aprende a confiar en el crecimiento de su hijo, a saber “dejarlo ir”. Vi la película con mi hijo y nos emocionamos juntos (si bien, creo, las emociones no eran las mismas). Me tranquilizó, eso sí, sentirlo ahí, “cerquita”, al alcance de mi (a)brazo.

 

Ratatouille

Brad Bird, Jan Pinkava, 2007

Cuando la vi llevaba ya algunos años maltratando las películas que el oficio me deparaba. Simpaticé con Remy, el roedor creador; me fascinó la visión de un París tridimensionalmente animado. Pero mi emoción se desbordó cuando Anton Ego, el odioso crítico, regresa a su infancia luego de probar la ratatouille de Remy. A partir de esta experiencia, Ego hace una declaración inolvidable: reconoce el riesgo que asume el creador y pondera la labor crítica. Yo casi lloro. No, no es cierto: a esas alturas ya me había quedado sin pañuelos desechables.

 

Un dato curioso

¿La memoria es un asunto del drama?

Internet Movie Database (IMDB) arroja 1,525 títulos cuando se escribe la palabra memory en el buscador. De ellos, 928 son dramas y 237 comedias.

 

Angelopoulos y la memoria.

Tema de Eleni (compuesto por Eleni Karaindrou), una de las últimas películas de Theo Angelopoulos en la que explora un pasaje de la historia de Grecia

 

1 comentario

  1. Hugo, me gustó mucho este
    Hugo, me gustó mucho este pasaje por tus momentos en el cine. Me emocioné también con algunos títulos y me forzaste a pensar en mis películas y mis momentos.
    También he sido crítica de cine y analista, en cineforos y dando clases en el ITESO, por lo que me identifiqué mucho contigo cuando comentaste tu postura como crítico de cine antes de ver ‘Ratatouille’ y mencionaste que maltraste películas: también yo lo hago.
    Seguiré leyéndote en Magis y en donde se pueda.

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