Malacate, hablar a través de los hilos
Analy Nuño – Edición 490
Desde los Altos de Chiapas, esta colectiva de mujeres trabaja en la reactivación de las técnicas tradicionales de tejido y bordado para conservarlas, adaptarlas a los tiempos que corren, dar voz a sus creadoras y, de paso, abrir un camino para la subsistencia
Lola bordó la silueta de su cuerpo sobre un lienzo. Ese lienzo es como un espejo con el poder de reflejar lo que hay dentro de ella: su cuerpo-territorio. En la tela es posible ver un árbol frondoso de donde se sostiene el telar de cintura en el que se han entrelazado decenas de hilos; una iglesia ocupa un espacio grande al lado de su corazón y también están las mujeres de su comunidad, sus casas, la selva y el río. Del rostro de la Lola bordada salen lágrimas. Muchas lágrimas.
“En un bordado se cuenta lo que pasa, se transmiten sentimientos”, dice Lola, una joven bordadora y tejedora de hilar que no pasa los 26 años y que vive en la comunidad de Magdalenas, en la región Altos de Chiapas. Aunque es tímida y en momentos parece dubitativa, Lola deja en claro que un bordado no sólo son flores, aves, montañas o hilos entretejidos al azar para dar forma a líneas, cruces o triángulos. Un bordado es más que eso: es una historia de vida, de lucha, de resistencia y de tradición.
Lola no está sola. Ella forma parte de la colectiva Malacate, que agrupa a mujeres que, como ella, encontraron en los hilos y el telar los medios para hacer escuchar su voz. Luego de 15 años de trabajo, el grupo se ha diversificado: ahora, además de la investigación, se ocupa de actividades que van desde las clases de telar de cintura, bordado e hilar, la organización de encuentros con artesanas de distintas regiones del sureste mexicano, hasta la realización de talleres y visitas guiadas, colaboraciones académicas, la creación de una biblioteca textil y el trabajo con mujeres que viven en contextos de violencia.
El hilo invisible
Aunque se habla mucho de su valor como tradición y su belleza en el plano estético, pocas veces se reflexiona acerca de las historias y los procesos que existen detrás del trabajo textil que realizan las mujeres tejedoras y bordadoras. ¿Qué esconde un bordado? ¿Cómo se cuenta una historia a través de los hilos? ¿En qué piensa una bordadora mientras entrelaza cada hebra? ¿Cuál es el contexto cultural de cada pieza, de su técnica y su diseño? ¿Cómo se mantiene viva esa tradición? ¿Qué es todo aquello que no se ve, pero está presente en cada hilo?
Karla Pérez Cánovas ha logrado responder algunas de estas preguntas, otras respuestas siguen en construcción. El interés por conocer de primera mano la práctica textil en sus distintas dimensiones y la vida cotidiana de las mujeres tejedoras y bordadoras fue el punto de interés que llevó a esta antropóloga de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) a la región de los Altos de Chiapas a finales de 2007.
Durante cuatro años realizó la investigación “La artesanía textil como medio de transmisión y resistencia cultural ante el proceso de globalización en el municipio de Zinacantán, Chiapas”. Al finalizar, decidió quedarse a vivir en la zona para crear, junto con las tejedoras y bordadoras, la colectiva Malacate, Taller Experimental Textil como una forma de retribuir todo el conocimiento que había recibido y poner en práctica la teoría.
“Todas las experiencias que viví con mis compañeras de Zinacantán me hicieron tomar la decisión de quedarme y caminar con ellas para ver qué podíamos hacer, porque en un principio ni sabíamos. Estaban la investigación y las ganas, pero no sabíamos cómo íbamos a empezar. Todo empezó como un proyecto de antropología aplicada, algo que hasta la fecha continúa porque seguimos investigando, pero de una forma colectiva y no individual, que es como siempre se piensa en la academia. Acá, las investigaciones las hacemos entre todas y es un ir y venir entre la teoría y la praxis; es seguir investigando y en la práctica buscar posibles caminos para transformar nuestras realidades, en este caso, problemáticas muy puntuales en torno a la práctica textil”.
Artesanía textil y transmisión cultural
La abuela María comenzó a tejer desde los tres años y se convirtió en la única mujer de las regiones Altos y Selva en Chiapas que sabía hacer la técnica de plisado tradicional del municipio de Huixtán. Cuando entre 2015 y 2016 un grupo de mujeres bordadoras y tejedoras de Malacate le llevó unas prendas de los años cincuenta y sesenta, la mujer, que ahora tiene casi 100 años, primero se mostró desconfiada y reacia a compartir su conocimiento; conforme pasaron los minutos, poco a poco comenzó a entrar en confianza hasta que llegó el momento en que pidió a sus hijas y nietas que sacaran las prendas que ella creó y tenía guardadas como un tesoro en su habitación. Desde aquel momento, la abuela María ha compartido su sabiduría con otras mujeres, incluidas algunas de sus hijas, sus nietas y un yerno.
El arte textil mexicano reúne tradición e historia, y se mantiene vivo gracias a la sabiduría compartida —principalmente entre mujeres—, que en las comunidades representa un legado cultural. Su importancia y su valor han sido reconocidos históricamente, asegura Paz Arcelia Julián Núñez, maestra de Estampado y Tejido de la licenciatura de Diseño de Indumentaria y Moda del ITESO, quien explica que en la antigüedad las bordadoras y tejedoras eran sepultadas con sus utensilios de trabajo.
“Había esa gran necesidad de ver cómo seguían trasmitiendo no nada más el conocimiento de tejer, sino la forma como hablan ante el mundo. Generan y desarrollan técnicas de arte popular en donde está plasmada la historia de vida de los pueblos, de dónde vienen, su identidad. No podemos separar esos saberes humanos, porque ese pasado permea el presente y nos traduce precisamente la forma como vemos el mundo, independientemente de que comprendas o no el textil. Es algo que traes implícito porque venimos de culturas que han trascendido a través de ese lenguaje”, explica.
La recuperación de diseños y técnicas tradicionales y antiguas del arte textil es el pilar de Malacate, Taller Experimental Textil, colectiva que agrupa a 100 mujeres mayas, tzotziles y tzeltales de 18 comunidades de los Altos de Chiapas, la zona que concentra a los municipios con mayor grado de marginación en el país, según datos del INEGI (2010).
La técnica de plisado de Huixtán, la del bordado con hilo negro de las blusas de uso exclusivo de los varones músicos de Margaritas, o la de tejido de un huipil de 1950, son parte de la colección antigua que han formado desde hace 15 años para trabajar a partir de esas piezas, trasladar esos diseños al presente y reactivar su creación.
“Nos interesa, desde la investigación textil, difundir y reactivar técnicas y diseños tradicionales y antiguos para que dentro de las comunidades de las compañeras se siga transmitiendo ese conocimiento de generación en generación. Yo le digo reactivar porque no se trata de rescatar, pues la memoria textil ahí está; no estamos rescatando nada, el conocimiento ahí está, solamente hay que reactivarlo. Lo que a veces hacemos es pasarlo a otros soportes, porque no son tal vez los mismos colores o hilos, o utilizamos nuevas telas, porque eso se va transformando. Es un diálogo del presente y el pasado utilizando lo que hay”, explica Karla Pérez Cánovas.
Para Lola, quien desde hace más de cuatro años forma parte de Malacate y que ha impulsado varios proyectos dentro de la colectiva, es importante que las mujeres experimenten nuevas formas para crear sus propios diseños, utilizar otros hilos, otros colores o dibujos. “Que se renueven sin perder la tradición”, dice, ya que para la mayoría de las comunidades este trabajo significa el reconocimiento de su cosmovisión y de la indumentaria que expresa su identidad cultural y su propia existencia.
De la tradición a la innovación
Esta transformación de la artesanía textil se hace a partir de la reflexión y de la documentación de cómo era antes una técnica, quién usaba la pieza, las familias que la hacían o hacen, la iconografía y la forma en que se transmitió ese conocimiento, para de este modo hacer posible la difusión de las historias y los procesos que existen detrás del trabajo textil, pero también para crear nuevos diseños y piezas.
“Los pueblos originarios siguen resistiendo, contando sus historias de quiénes fueron y quiénes son el día de hoy, no importa si es con otra tela u otros hilos, pero aquí está su historia, aquí está su memoria textil. La innovación existe, pero es un camino para hacer posible seguir transmitiendo y contando esas historias”, señala la antropóloga.
Para muestra, un botón. O, mejor dicho, un huipil: en la tela de algodón estampada resaltan grandes aves bordadas con estambre azul; las uniones son iconográficas de los cerros sagrados de los Altos de Chiapas y la confección es representativa de Zinacantán. El diseño tradicional de este huipil se remonta a poco más de 40 años y ha sido trasladado al presente con materiales actuales, con la intención de hacer una transición entre la tradición y la innovación.
De acuerdo con Paz Arcelia, un aspecto fundamental de la innovación es el resultado de entender que las nuevas creaciones son trabajos colaborativos, un intercambio de saberes y conocimiento en el que se da valor al desarrollo cuando se innova sin perder de vista la esencia y sin imposiciones.
“Para quienes están en Diseño [textil: estudiantes, maestros, diseñadores], ese reconocimiento se da cuando entiendes la importancia de saber y de conocer la técnica. Me queda claro que para poder llegar a trascender esa parte se necesita conocer el oficio. Si no tenemos respeto por los artesanos, si no tenemos interés por conocer su oficio, entonces realmente es una imposición, no una innovación”, explica la académica del ITESO.
Pero innovar no es tan sencillo como parece. Para lograrlo, primero hay que entender que los tiempos y los procesos del textil son distintos. Concebir algo sin conocer todo el legado cultural afecta en la manera de hacerlo. Asimismo, hay procesos y prácticas ancestrales que deben permanecer, como la siembra de algodón nativo, el hilado en malacate y el telar de cintura. Conservar estos elementos es similar a mantener encendido el fogón en un hogar, es decir, mantener el equilibrio.
Portadoras de conocimiento
Bordar y tejer son quehaceres culturales que mantienen viva una tradición ancestral y representan una enseñanza que se transmite de generación en generación, lo que ha implicado que a las bordadoras y tejedoras pocas veces se las reconozca como portadoras de conocimiento: su labor se percibe como un proceso normalizado, casi natural.
“No olvidarse de quién te enseñó a bordar o tejer es importante porque también a esa persona le costó aprender. Recordarlo es una manera de agradecer que la persona que me trasmitió ese conocimiento confió en mí”, dice Lola entre risas, mientras recuerda que fue su cuñada quien le transmitió su conocimiento y le enseñó por primera vez a tejer con urdimbre, a once hilos y con doble hebra. “No le pregunté bien a mi cuñada y yo ahí iba; me gustaron los colores, era una servilletita que iba a hacer con los colores tradicionales de Aldama. Me equivoqué y quedó chiquita, como de 20 centímetros. Fue el primer reto; luego me enseñó cómo unir, dibujar y combinar colores”.
Para Paz Arcelia, quien es diseñadora industrial y se dedica al estudio y al trabajo del textil en técnicas tradicionales y tiene una especialidad en tintes naturales, a través del arte textil se crean comunidades de aprendizaje, de confianza y de hermandad, pues son esos espacios donde las mujeres comparten su sabiduría y su vida.
“Cuando se tiene la capacidad de comprender todo ese saber de años, llega un momento que lo trascienden. Tiene un valor más allá de la pura expresión, tiene mucho que ver con la parte interior de su alma. Bordar es un homenaje a la vida, lo bueno y lo malo. Detrás de un bordado hay toda una historia, una historia de vida. Cada pieza habla mucho de la persona que lo borda, pero habla mucho también de las tradiciones y es el legado de madres a hijas, generalmente”, explica.
Fiel a la tradición, a Daniela, de 21 años y originaria de Nachig, la enseñó a bordar su mamá, quien aprendió el oficio de la abuela de la joven. Aprender a bordar distintas técnicas, como punto de cruz y máquina con aro, ha significado para ella un proceso de continuo crecimiento y valoración del bordado.
“Yo antes estaba en mi casa y bordaba en mis tiempos libres blusas sólo para mí o a veces para mi mamá. Normalmente, en mi comunidad bordamos para nosotras mismas, por ser un proceso que lleva mucho tiempo. No tenía idea de lo que significaba el bordado, no sabía el valor que tenía. Ahora lo sé: sé que un bordado, aunque sea pequeño, significa y vale mucho”.
En la búsqueda de ese reconocimiento a la sabiduría de las mujeres bordadoras y tejedoras que por décadas han sido maestras trasmitiendo el arte tradicional y han sostenido el conocimiento ancestral, Malacate ofrece clases de telar de cintura, bordado, hilado y tintes naturales, con el objetivo de que las personas interesadas entiendan la complejidad de todos los procesos que hay alrededor de una pieza y valoren así a las artesanas y su trabajo.
“Queremos seguir transmitiendo ese conocimiento de nuestros antepasados, de nuestras abuelitas que nos enseñaron estas diferentes técnicas que, gracias a ellas, se siguen transmitiendo. Queremos que eso no se pierda, para que en las nuevas generaciones quede también, que no se pierdan los usos y costumbres dentro de la comunidad”, explica Lola.
Bordar también es resistir
La imagen que Lola bordó en aquel lienzo es la de una mujer triste, una mujer que hace cuatro años sentía miedo y que entre esas emociones encontró otras formas de organizarse. Esa imagen, que primero dibujó sobre una cartulina y luego sobre la tela, ahora es una ilustración bordada en una bolsa.
Usar el traje tradicional, escuchar música, cocinar, ir al bosque o reunirse con sus compañeras de otras comunidades son sólo algunas de las actividades que les han prohibido realizar a las mujeres de Aldama, Chenalhó y sus alrededores. Todo pone en riesgo su seguridad, incluso su vida.
El conflicto territorial en la zona por la posesión de 60 hectáreas tiene implicaciones sociales que van más allá de los ataques armados sistemáticos, del desplazamiento y el despojo. Para las mujeres artesanas de las comunidades ha significado perder su voz, sus tradiciones y su entorno; pero también ha provocado en ellas la búsqueda de estrategias para resistir y luchar dignamente.
“Nos llegaron a prohibir tocar música, que si alguien lo hacía lo iban a multar porque los que estaban atacando estaban al pendiente. A los que iban en sus camionetas les disparaban. Llegaron a disparar en el momento en que las mujeres preparaban la comida. Muchas mujeres artesanas dijeron que ya no querían hacer el telar o el bordado porque nos prohibieron el uso del traje tradicional. Esto nos afectó mucho, porque las mujeres que salen de su casa y viajan a San Cristóbal [de las Casas] vienen con su traje tradicional, y con la prohibición dijeron: ‘Si me están prohibiendo el uso de mi traje y me están obligando a usar otro que no es de mi comunidad, estoy perdiendo más que nada la historia y la raíz de mi comunidad’. Esto ha llegado a afectar en el trabajo que ellas hacen, en la vida cotidiana y en hacer su telar de cintura y bordado”, relata Lola.
Para responder a esta situación, hace cuatro años Lola y Karla Pérez Cánovas realizaron la investigación “Memorias de nuestro cuerpo-territorio. Testimonios sobre las violencias estructurales y vida cotidiana de las mujeres tejedoras del municipio de Magdalena, Chiapas”, mediante la cual las mujeres artesanas encontraron la manera de visibilizar el conflicto y continuar transmitiendo sus propios conocimientos para mantener vivas su tradición y su colectividad.
Este proyecto reflexiona acerca de cómo las vidas, la cultura y libertad de las artesanas se transformaron por la violencia, además de indagar la forma en que el conflicto armado ha afectado los cuerpos y el territorio de las mujeres de Magdalena, principalmente, aunque también han participado mujeres del paraje Nachig.
“Hemos buscado la manera de resistir y salir adelante, porque sabemos que puede haber otras formas. Muchas de las compañeras tienen nuevas ideas y le están echando ganas a hacer su telar y salen a vender, pero usando otra ropa. Lo que queremos es difundir el conflicto y lo que está pasando. Sabemos muy bien que a través del bordado las mujeres expresan sus sentimientos. Las mujeres están en todo su derecho de bordar lo que quieran, de decir cómo se sienten, lo que piensan, y estamos haciendo más bolsas para seguir difundiendo el conflicto. Fue muy terrible para nosotras, ya no podemos andar en cualquier lugar”, cuenta Lola.
Las bolsas de las que habla llevan la imagen del cuerpo y territorio de las mujeres afectadas por un conflicto que inició hace más de cuatro décadas. Con las ventas buscan recaudar fondos para ayudar a las bordadoras y tejedoras de esas comunidades. Pero no sólo eso: fundamentalmente se busca que, una vez más, el bordado sea el medio por el cual las mujeres artesanas se comuniquen, lo que traslada al textil a una dimensión política de denuncia. O, como lo describe Lola, hablar a través de los hilos.
“Dentro del bordado están tu concentración y tus sentimientos, estás contando qué es lo que te está pasando en ese momento. Ese sentimiento se transmite: cuando una mujer está tranquila y feliz, los colores cambian, son diferentes a cuando está triste o preocupada. El bordado es transmitir el sentir y el pensar de lo que le pasa a uno en ese momento”, dice.
Este lenguaje vivo presente en el textil tradicional ha sido la clave del arte de bordadoras y tejedoras desde la antigüedad: por medio del oficio se han contado miles de historias de los pueblos, de sus comunidades, de sus luchas y resistencias y de su identidad.
“Tenemos una tradición textil de vida y somos una cultura madre en la cuestión del textil. Esa lectura tiene mucho que ver con la gente que no sólo lo produce, sino que lo vive, por eso se considera un lenguaje que te habla de costumbres, tradiciones, de formas de vida, de la relación que hay con el entorno, de los saberes, del cómo se conecta dentro de la comunidad, de la participación colectiva, y eso es lo más interesante”, refiere Paz Arcelia.
Apropiación cultural
Los casos de plagio y apropiación cultural indebida de textiles tradicionales elaborados por pueblos originarios de México son cada vez más recurrentes, pero también más denunciados.
Unos tenis con iconografía wixárika, un traje de baño o una colección de sillas con diseños de origen otomí; los bordados de Tenango impresos en la envoltura de un chocolate o en una paleta de sombras; una blusa estampada con los brocados de San Andrés Larráinzar; bolsos y pulseras con los diseños de macramé de las artesanas de San Juan Chamula o faldas y vestidos con bordados industriales que reproducen la iconografía de los huipiles de San Felipe Jalapa de Díaz. Éstos son sólo algunos de los productos en los que marcas nacionales e internacionales han estampado diseños plagiados de textiles tradicionales del país.
Entre 2014 y 2022, la asociación civil Proyecto Impacto Consultores, que a través de la estrategia #ViernesTradicional busca difundir el uso y el conocimiento de prendas artesanales, ha registrado 64 casos de apropiación cultural indebida en los que están involucrados marcas y diseñadores de México, Estados Unidos, Francia, España, Italia, Argentina, Reino Unido, Australia e Indonesia. En más de una ocasión, estas marcas o esos diseñadores han incurrido en plagio.
“En 2021 se registraron nueve casos de apropiación cultural indebida. Estos casos representan el gran aumento de plagios y apropiaciones y nos indica que existe un gran aceleramiento en temas de apropiación cultural indebida”, se puede leer en el sitio web de la asociación.
Para las comunidades, estas prácticas poco éticas implican no sólo el robo del trabajo tradicional, sino también la invisibilización de las mujeres bordadoras y tejedoras, que son las creadoras de los diseños, pero también de los pueblos originarios, a quienes pertenece la iconografía. “Deberían pedir permiso, o que nos paguen por robar nuestros diseños. Que reconozcan quién lo hizo o de dónde provienen. Para que puedan apropiarse del diseño, al menos que reconozcan a la compañera que lo hizo”, exige Dani.
Aunque cada vez es más común que se nombren y se denuncien el robo y la apropiación cultural indebida, para Karla Pérez Cánovas es fundamental iniciar un proceso que involucre la escucha de las mujeres artesanas, pues el asunto se discute desde fuera y los conceptos se han creado a partir de lo macro, sin tomar en cuenta la forma en que las artesanas nombran lo que está pasando y si es importante o no para ellas.
Una investigación en proceso está recabando en video los testimonios de las mujeres artesanas acerca de esta cuestión. Esto ha permitido crear un documento con los acuerdos y las posturas de las bordadoras y tejedoras que forman parte de Malacate, dirigido tanto a las grandes marcas como a las comunidades.
“Todas las personas, sean de nuestras comunidades o no, no tienen derecho a tomar nuestros diseños y decir que son suyos porque muchas veces se adueñan de nuestros diseños cuando en realidad sólo llegan a regatear nuestro trabajo. Tenemos derecho a decir lo que pensamos y sentimos sobre la importancia y protección de nuestros conocimientos, saberes, tradicionales y diseños, a ser escuchadas, a decir cómo queremos que se protejan, y a que quienes hacen las leyes en el país incluyan nuestras propuestas en dichas leyes y seamos nosotras quienes decidamos a partir de nuestra historia, nuestra memoria textil y nuestra propia visión del mundo cómo deben protegerse nuestros conocimientos, saberes y diseños tradicionales”, se establece en el documento.
Según la maestra de Estampado y Tejido del ITESO, tiene que haber una transformación para cambiar la percepción de lo que representa el arte textil tradicional, llevarlo a las pasarelas y que se dé lo justo a las artesanas que producen esos diseños y piezas, es decir, reconocer su oficio, su nombre, su diseño y su contexto. Sólo así, el efecto positivo sería para todos los involucrados y no sólo para la marca.
Pero las malas prácticas no sólo se han presentado fuera de las comunidades o con grandes empresas de la industria de la moda. Si bien la apropiación cultural siempre ha existido entre culturas que toman elementos y los resignifican, como algunas técnicas de bordado o el uso de la lana, también se han registrado casos de robo de diseños dentro de las comunidades y entre grupos.
“Hay préstamos culturales entre comunidades que deciden compartir diseños o técnicas, pero también hay otra cosa, que es la apropiación indebida entre diferentes actores, que es cuando se apropian de diseños y elementos que se resignifican desde una cultura que a veces es hegemónica y se utiliza para beneficio propio. Ésa es la apropiación que no es la correcta”, explica Karla Pérez Cánovas.
Estas apropiaciones entre comunidades poco a poco han ido cambiando en los Altos de Chiapas, por lo menos entre los grupos con los que las bordadoras y tejedoras de Malacate han entablado diálogo para respetarse mutuamente y llegar a un acuerdo básico: si quieren nuestros diseños, tienen que pedir permiso para hacer acuerdos según nuestras formas y costumbres, tendrán que respetar a la autora o al autor del diseño y no podrán utilizarlos para interés personal.
El aporte de las comunidades al arte textil tradicional que ha dado identidad a los pueblos originarios de México es inmenso, tanto que muchas técnicas, muchos procesos o materiales se desconocen entre las mismas comunidades frente a la diversidad que existe en todo el país.
Dani y Lola aún son muy jóvenes y siguen aprendiendo cómo transmitir los saberes que han recibido para, con ese conocimiento, impulsar la creación de nuevos procesos y diseños. Por ahora, Lola tiene claro que algún día será ella quien enseñe a sus hijas y a sus nietas el arte del bordado. Por su parte, Dani ahora reconoce y aprecia el valor del arte textil.
Como ellas, las bordadoras y tejedoras que conforman Malacate continúan impulsando colaboraciones, talleres, clases y alianzas que les permitan transformar sus realidades desde la autonomía y la autogestión. Pero, sobre todo, que les permitan que su voz sea escuchada.
Para saber más
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:: “Malacate”, por Karla Pérez Cánovas.
1 comentario
Muchas felicidades a todas las maravillosas mujeres que forman Malacate y especialmente a la antropóloga Karla Pérez Cánovas por su brillante trabajo para conservar y dar a conocer más extensamente él maravilloso trabajo y vida de las mujeres bordadoras de Chiapas. ¡Muchas gracias por brindarnos tanta belleza!