Luz para restaurar la armonía
Óliver Zazueta – Edición 502
Ciencia, ecología, mística y ética convergen en la mente del filósofo y teólogo español Victorino Pérez Prieto, quien rescata a pensadores de todos los ámbitos para construir un sustento teórico con el cual hacer frente a la crisis climática del siglo XXI: la “ecoespiritualidad”
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
—San Francisco de Asís, “Cántico de las criaturas”.
El Hermano Sol y la Hermana Luna, o el Hermano Viento y el Hermano Fuego, que san Francisco de Asís menciona en su “Cántico de la criaturas”, son para el español Victorino Pérez Prieto algo más que alegorías espirituales: son lecturas en clave que mucho pueden servir de guía ante la crisis climática que enfrentan el planeta y la humanidad.
Más de tres decenios acumula este filósofo y teólogo formado en el Instituto Teológico Compostelano y en la Universidad Pontificia de Salamanca estructurando el corpus teórico que él mismo ha definido como “ecoespiritualidad” o “ecoteología”, un camino en el que ha se ha nutrido tanto de personajes de la tradición cristiana como de científicos y pensadores humanistas para hacer una lectura en clave ecológica de los textos religiosos, pero también para unir ciencia y mística como vía paliativa ante el desastre ambiental que enfrenta el mundo.
Doctorado en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela y en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca con una tesis sobre el pensamientoy la teología del filósofo catalán Raimon Panikkar, Pérez Prieto se ha desempeñado como académico en la Universidad de San Buenaventura, en Bogotá, así como en la Universidad de La Salle de Madrid. Fue miembro del consejo editorial de la revista Encrucillada, donde ha publicado varios artículos teológicos, además de ser integrante de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, de la Red Latinoamericana Amerindia de Teólogos y Teólogas, de la Red Iberoamericana de Estudiosos de Raimon Panikkar (RIAP) y de la Asociación de Escritores en Lengua Gallega.
Especialista también en el diálogo intercultural e interreligioso, Pérez Prieto ha dedicado buena parte de su vida a analizar el pensamiento de Panikkar. Cuenta en su haber con títulos como Dios, hombre, mundo (Herder, 2008), La búsqueda de la armonía en la diversidad (Verbo Divino, 2014), Diccionario panikkariano (Herder, 2016) y, uno de los más recientes, Hacia una ecoteología (Fragmenta, 2023), donde condensa su visión sobre la “ecoespiritualidad”, término que refiere a un desarrollo espiritual en fuerte contacto con el cuidado de la tierra.
En abril pasado, Pérez Prieto visitó el ITESO para participar en el Aula Abierta de la Cátedra Jorge Manzano, SJ.
¿Cómo surge el término ecoespiritualidad?
Es una palabra compuesta a partir de las palabras ecología —aunque en realidad me gusta más la palabra ecosofía— y espiritualidad. Surge desde el momento en que aspiras a poner en contacto el sentimiento de cuidado de la tierra con lo que intenta la espiritualidad, que es desarrollar al ser humano en estrecha relación con Dios, llamado a ser con Él; como ya decía san Agustín, “Nos hiciste para ti, Señor”. Se trata de una espiritualidad que desarrolla al ser humano con la conciencia de que él es tierra, de que somos con todo, no somos algo aparte; a veces en la espiritualidad el ser humano es superior, tiene que espiritualizarse. Cuando hablamos de ecología, no estamos sólo hablando del cuidado de la naturaleza; hay una dimensión cósmica, es decir, mucho más alta, y tiene que ver con todo lo que es ser humano, lo material y lo espiritual.
La ecoespiritualidad me ayuda a tener una idea de Dios más acorde con lo que realmente es, porque ese Dios despótico, arbitrario y asesino que manda males no existe, o por lo menos no es el Dios de Jesús; ese lo ha inventado el patriarcado dominador. Encima, fíjate lo absurdo de la teología al pensar que Dios es masculino, cuando Dios es tan madre como padre —recuerdo a algún alumno salirse de mi clase en una universidad franciscana en Bogotá cuando dije eso—. Dios no puede ser el viejo de barba blanca. La ecoteología nos ayuda a descubrir estas mentiras que nos hemos creído y a acercarnos más a la realidad de Dios.
Hablas de leer la Biblia en clave ecológica. ¿En dónde encontramos esta interpretación?
Cuando uno lee la Biblia en clave ecológica es fascinante. Están los salmos, que son una poesía maravillosa y están llenos de auténticos cantos a la creación. En el comienzo de la Biblia se habla del Paraíso, pero una pésima interpretación llevó a menospreciarlo, a pensar sólo en Adán y Eva y la manzana. Los dos primeros capítulos del Génesis son sapientísimos. Para empezar, el autor bíblico sabía perfectamente que no existía un señor que se llamaba Adán y una señora que se llamaba Eva. Adán es una palabra hebrea que significa “tierra”, es decir, significa “salido de la tierra”, y Eva, “de la costilla”. Son nombres simbólicos que están expresando lo que es el Paraíso Terrenal: un mundo en armonía total con las criaturas. ¿Y qué pasó con el Paraíso Terrenal? Pues la ruptura, la escisión del ser humano, que empieza precisamente con el odio o el miedo al sexo: esa es la ruptura de la armonía.
La ecología habla de la armonía que debe existir entre la Tierra y el cosmos, entre los seres humanos y en la naturaleza. Ese es el comienzo de la Biblia, y cuando uno sabe leer en clave ecologista advierte que en el Deuteronomio, por ejemplo, cuando el pueblo va a entrar en la Tierra Prometida, Dios le da las normas para vivir en ella —que al romperse provocan que se pierda la armonía con la naturaleza y se perezca—, el pecado es la ruptura de la armonía con la naturaleza. Hay otro texto de Isaías precioso que habla de cuando cae el tirano y hasta los árboles cantan esa caída, porque ya no volverá a talarlos el leñador para las armas de guerra, es decir, el hermano bosque está padeciendo la violencia humana.
Hablas también de un Jesús verde…
Si saltamos al Nuevo Testamento, Jesús, como he escrito varias veces, era un ecologista, un hombre que vivía en armonía, que no sobreexplotaba la tierra; era carpintero y, por tanto, tenía que cortar los árboles para obtener la madera, pero una cosa es cortar los árboles y mantener el equilibrio del bosque para vivir dignamente, y otra cosa es el espíritu capitalista depredador. Una empresa maderera no quiere sólo cortar unos cuantos árboles para vivir dignamente: lo que quiere es ganar más y más, y “si acabo con el bosque me da igual”. El espíritu de Jesús es justamente lo opuesto a eso y por eso siempre está utilizando imágenes rurales, de las estaciones o de la cosecha. Las parábolas de Jesús usan constantemente elementos de la naturaleza: el trigo que germina, la higuera que es cuidada para que produzca. La cultura de Jesús es tremendamente rural, y el hombre y la mujer del campo son personas que en verdad aman la tierra. Cuando Jesús habla del cuidado del Padre, nos está diciendo: “Mirad cómo los pájaros no tienen conciencia de sí mismos; sin embargo, su belleza nos deja absortos; mirad la belleza de la hierba del campo que nace y mañana la siegan, disfrutad de esa presencia”, eso nos habla de que era un hombre con los pies puestos en la tierra; no era un filósofo griego abstracto, era de discursos muy concretos.
¿Cuándo consideras que se desvirtuó este mensaje?
La Ilustración y el pensamiento científico y técnico han exacerbado el dominio sobre la naturaleza. Para muchos, Descartes es el padre del pensamiento contemporáneo. Yo me leído muchas veces El discurso del método, he leído profundamente a Descartes en francés y creo que soy anticartesiano: Descartes es el pensamiento del dominio sobre la naturaleza. Por eso su frase típica, “el hombre es el dueño y poseedor de la naturaleza”, da a entender que la naturaleza está a su servicio y de ahí surgen la creación de la máquina y de la técnica para dominarla. No obstante, esta ruptura se da desde el principio, desde Alejandro Magno o en el Imperio Romano, pero los cristianos que primero fueron perseguidos por el Imperio después lo bendijeron, y este siguió machacando a los bárbaros con la bendición de los papas de Roma. Desgraciadamente ha sido así desde siempre.
Y también se acompañó con la cruz a las conquistas del Nuevo Continente…
Evidentemente, con el Renacimiento y las conquistas, la búsqueda de más riqueza, que es destrucción, claro. Eso significa que el mensaje del Maestro, el mensaje originario de la Biblia enseguida fue corrompido. Ya en los primeros siglos de la Iglesia empezó la corrupción del cristianismo: en los Hechos de los Apóstoles encontramos gente que quería aprovecharse de la comunidad. A mí me gusta la historia y cada vez que voy a un lugar, siempre es lo mismo: ruinas. Esto significa que unos han intentado construir y luego otros han destruido. Todos hemos oído hablar de Jericó, que era un espacio tan increíblemente fértil, rodeado de desierto. Todas las civilizaciones quisieron dominar Jericó. ¿Y entonces qué es Jericó? Capa sobre capa, destrucción. Ese espíritu violento, depredador y dominador está ahí. El dominio significa opresión, lo que yo oprima me va a oprimir a mí, eso siempre es así.
Entre cánticos e himnos espirituales
Durante su participación en la Cátedra Jorge Manzano, SJ, Pérez Prieto habló acerca del imperativo ético que deberá regir en los años por venir. Para el pensador, el ser humano del siglo XXI, o es ecologista o no será, pues sabe que no habrá un siglo XXII si las personas no saben vivir en armonía y si destruyen lo que les rodea.
“Mi primer libro de ecología lo publiqué hace casi 30 años —Ecologismo y cristianismo (Sal Terræ, 1999)—, o sea que ya llevo tiempo pensando la cosa. Hoy el texto de Jesús en el desierto no se suele leer en este plan, y mira qué maravilla: Jesús está en armonía con la dureza del desierto y por eso puede permanecer allí todo ese tiempo, porque los elementos no están en su contra. Uno se imagina a Jesús como estos sabios hindúes en posición de loto y capaz de pasar días o semanas sin moverse e incluso sin necesidad de beber. Para mí, ese texto es la expresión de la armonía cósmica y natural que tenía Jesús”, explica.
En Hacia una ecoteología, Pérez Prieto aborda a quienes considera los personajes que más han aportado a esta idea de ecoespiritualidad: san Francisco de Asís, san Juan de la Cruz y el sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin. De ellos toma tres textos religiosos, el “Cántico de las criaturas”, de san Francisco, el “Cántico espiritual”, de san Juan de la Cruz y el “Himno a la materia”, de Teilhard de Chardin.
Tu primer gran referente en esta idea ha sido san Francisco de Asís. ¿Cómo llegas a él?
San Francisco fue una figura tan seductora que lo canonizaron pocos años después de morir. Supo vivir y recuperar esa armonía rota con la naturaleza. Sus contemporáneos dicen que lloraba contemplando la naturaleza. No era una pose: fue capaz de escribir, no sólo un himno cósmico y místico, sino una pieza literaria de magnífico tamaño. El “Cántico de las criaturas”está en el nacimiento de la lengua italiana, por eso también es tan valorado: las lenguas romances estaban empezando, pero aún eran la corrupción del latín. El poema nace de su experiencia de la armonía entre la tierra y el cosmos. Por eso digo que san Francisco no sólo es el patrón de los ecologistas, sino que también es el padre.
¿Y en los casos de san Juan de la Cruz y Teilhard de Chardin?
San Juan es un hombre tremendamente ecologista. Hay anécdotas que cuentan sus discípulos y cuando uno lee en clave ecologista el “Cántico espiritual”, ve cómo encaja todo: el cuidado delicado, las flores para verlas, no para arrancarlas: “Ni cogeré las flores ni temeré a las fieras. Y pasaré los fuertes y fronteras”, escribe. De él aprendemos un equilibrio entre la tierra y el cosmos. Teilhard de Chardin es realmente la cumbre, sobre todo porque lo escribió y reflexionó mucho más; habla de que la materia es hermosa, de que somos hijos de la tierra, y de que, si eres capaz de comunicarte con Dios, es gracias a la materia. Es la máxima expresión mística de la comunión entre el espíritu y la materia, entre Dios y la criatura.
Ciencia, mística y ecología
Para Pérez Prieto, la filosofía existe como antídoto contra la estupidez, y la ecología ayuda a tener conciencia de dónde estoy y lo que estoy haciendo. La ciencia, que establece patrones relacionales empíricos, también bebe de otras fuentes.
Parte de su interés tiene que ver con encontrar los paralelismos existentes entre la ciencia y la mística. Para él, incluso existen claves científicas en los libros sagrados y las afirmaciones de hace siglos de san Francisco de Asís o san Juan de la Cruz, o lo que ya decían los místicos orientales es lo que hoy en día están concluyendo los físicos. “Somos uno con el cosmos, con la tierra, no estamos aquí para dominar, sino para cuidar, y el pecado contra la tierra se vuelve siempre contra nosotros, que es lo que dice el Deuteronomio: ‘Si no cumples con estas leyes, morirás’, y las leyes son mantener el equilibrio y cuidar la tierra: no seas un depredador, sé un jardinero”, afirma.
La ciencia nos ha dicho en los últimos 20 o 30 años que el mundo funciona como un sistema, y que lo que hagamos en una latitud del planeta va a tener repercusiones en otro lado, un poco como el Efecto Mariposa. ¿Cuál es la relación de la ecoespiritualidad con la visión científica y la conservacionista?
Mi libro empieza hablando de la ciencia de la complejidad, que nace de la física cuántica, que supera a una vieja física que llega hasta Albert Einstein. El gran Einstein, cuando hablaba con Max Planck, decía: “Esto es una locura. Dios no juega a los dados”. Pero la física cuántica dice: “Sí, Dios sí juega a los dados”. Edgar Morin dice: “El mundo es un caosmos, un caocosmos“. ¿Y cómo se mantiene? Precisamente por una armonía que nunca es rota por la desarmonía. La física de la complejidad habla de la interrelación de todo con todo. Lo más importante que ha descubierto la ciencia es la realidad relacional del cosmos: que la materia, más que corpúsculos, son paquetes de ondas en movimiento.
Entonces, ¿cómo llegas a la mística a través de la ciencia?
Hay un libro de mi maestro Panikkar en colaboración con el director del Instituto Max Planck en Múnich, Hans Peter Dürr, que se titula El amor, fuente originaria del universo. Lo escriben un físico agnóstico y un teólogo cristiano, y ambos coinciden en el título, o sea que el origen del universo es el amor o la búsqueda de la armonía. No soy partidario de la creatio ex nihilo —aquello que se crea de la nada—, sino de la creatio continua —la actividad creativa continua de Dios—. La Biblia no dice que Dios hizo el mundo de la nada; lo que dice es que Dios, del caos, hizo cosmos, separó la luz de las tinieblas. Esta conciencia es un poco la que hoy defiende más la física. Avanzar a través de la filosofía del pensamiento complejo de Edgar Morin y del pensamiento relacional de Panikkar me ha permitido caminar a través de las religiones, luego a través de la Biblia y a través de la teología cristiana, para llegar a la mística. Ciencia y mística están íntimamente unidas, están diciendo lo mismo. Por eso empiezo por las ramas, parto de la materia y de la realidad; no soy el teólogo que se está inventando un discurso, sino que uso a otros pensadores; caminamos sobre los hombros de gigantes, que es una expresión genial de la Edad Media, por eso podemos ver más lejos.
Es interesante que antes hablaras del pensamiento ilustrado y del humanismo, porque también surgió otra idea muy interesante en esa época, la del buen salvaje, de Rousseau, que afirma que como sociedad hemos perdido ciertos valores, pero son los pueblos nativos los que los han conservado. Tú has dicho que, como civilización, los mayas y los aztecas acabaron destruyéndose. En México, hay quienes las ven como sociedades idílicas.
Un colega tuyo me dijo que estaban los mayas, que esa sí que era una cultura ecologista. Y sí, ¿pero sabes cómo acabaron los mayas? Tenemos mucho que aprender de estas culturas precolombinas y del concepto de la Pachamama, por ejemplo. Pero al mismo tiempo debemos ser críticos, como con el cristianismo, que es el mensaje más excelso de los siglos —críticos, no con Cristo, pero sí con el cristianismo y la Iglesia—. Tenemos que ser críticos también con las otras culturas, anteriores y posteriores; eso es el pasado, el que fue idílico, como decías de Rousseau. El hombre de las cavernas era una bestia con la mujer. El patriarcado superó al matriarcado por la porra, porque era más fuerte, pero la sabiduría la tenían las mujeres. Los imperios ganan porque tienen armas más letales. En mi libro aparece la sabiduría de todas estas culturas precolombinas o la sabiduría de los celtas. Claro, podemos afirmar que aquellas culturas sí que eran sabias y que vinieron los conquistadores y acabaron con ellas. Pero, entonces, ¿por qué los pueblos locales huían de los mayas o de los aztecas? ¿Por qué los pueblos más pequeños favorecían a los que venían de fuera? Eso hay que tenerlo siempre en cuenta. La sabiduría ancestral está ahí y hacemos muy bien aprendiendo de ella. Pero, ¡ojo!, nada de idealizar, porque todas están tocadas por el pecado de Adán.
¿A qué te refieres con el pecado de Adán?
Adán simboliza a la humanidad, es la historia humana. El Paraíso Terrenal en realidad no es un pasado, sino que es un futuro, es el reino mesiánico. El hombre primitivo no era menos bestia que el actual, sólo que sus armas no eran tan letales. Panikkar habla de la “nueva inocencia”, frente a una presunta inocencia adánica que es irreal; lo que necesitamos es una nueva inocencia, es decir, llegar a un auténtico equilibrio. En ese sentido, esta pregunta es buena en el contexto vuestro, de los jesuitas. Yo soy crítico con mi Iglesia, pero es mi Iglesia. Soy cristiano porque creo que el mejor mensaje que se ha dado en todos los siglos es el de Jesús. No soy musulmán, aunque soy muy interreligioso y tengo amigos musulmanes; ellos respetan muchísimo a Jesús, como un profeta, y en este sentido creo que los cristianos debemos aprender de otras religiones y otras culturas, y debemos indagar más en nuestras raíces cristianas, porque eso está ahí; el problema es que está sepultado por una interpretación occidental, racionalista y dominadora.
No se trata de decir, entonces, que el problema es el pecado. No es sólo una cuestión moral; el pecado significa ruptura, escisión, falta de armonía. El pecado es lo que dice san Pablo: “Yo no sé lo que me ocurre, Sé muy bien lo que debo hacer, pero hago lo que no debo hacer”. Eso ha pasado siempre. Y, como Jesús decía, el trigo y la cizaña convivirán hasta el final. Yo creo que lo importante es la lucidez. Intentar caminar en la luz, buscar constantemente la armonía, huir de todo lo que rompe esa armonía.
Hay quien afirma que el único gran problema ético válido del siglo XXI es la ecología, que es la discusión que debemos tener como humanidad; otros podrían pensar que estamos ante una causa perdida, en vista de cómo está el mundo y por el desarrollo capitalista. ¿Hacia dónde crees que nos movemos?
Conviene hablar de ecología no solamente por el cuidado de la naturaleza. Por ejemplo, para mí, como persona religiosa, se debe hablar también de una ecoteología. La teología es palabra revelada, pero es pensamiento, elaboración y lógica —digamos, hasta donde se puede elaborar lógicamente Dios, que es imposible, pero bueno…—. ¿Por qué es importante? No solamente porque consigamos frenar el problema climático… que no estoy nada seguro de que consigamos hacerlo, y hay científicos que dicen que hemos llegado casi a un punto sin retorno, pero vamos a que la libre lo más posible la Tierra. La ecoespiritualidad vale para estar y existir aquí. No es lo mismo existir de manera destructora que de manera constructora. No es lo mismo existir inconscientemente que conscientemente. Mi libro empieza hablando de la superficialidad. Panikkar decía que el mayor problema de nuestro mundo es la superficialidad. Empieza hablando de ciencia, de física cuántica, que parece la cosa más lejana, y acaba hablando de espiritualidad.