Miller es un investigador todoterreno de la economía y la sociología de los mass media, de su influencia en sociedades e individuos y apóstol de la revolución tecnológica que experimenta una humanidad que invierte muchas horas de sus días en Facebook o viendo series de televisión. “Estamos viviendo la época de oro de la televisión estadunidense. Mejor que Hollywood, mucho mejor. Las series están intentando entender lo peor de la sociedad estadunidense: la criminalidad, la violencia, la corrupción política”, afirma.
Encuentro la televisión muy educativa.
Cada que alguien la enciende
me voy a otra habitación
y leo un libro.
Groucho Marx
Por Enrique González y Jorge Báez
Toby Miller sonríe ampliamente cuando ve la playera de uno de sus entrevistadores: “¡Oh, Angry Birds!”.
Miller, de 54 años, es un investigador todoterreno de la economía y la sociología de los mass media, de su influencia en sociedades e individuos y apóstol de la revolución tecnológica que experimenta una humanidad que invierte muchas horas de sus días en Facebook o viendo series de televisión. En algún momento de esta entrevista utilizará la referencia de Angry Birds (el video-
juego más vendido del mundo, con más de mil millones de descargas) para explicar cómo deberían desempeñarse quienes se dediquen a estudiar las industrias culturales del siglo XXI.
Con tres nacionalidades (australiana, británica y estadunidense), se trasladó a Guadalajara a principios julio de 2012, procedente de la soleada costa oeste estadunidense, donde investiga e imparte clases en la Universidad de California en Riverside, produce podcasts dedicados a los estudios culturales, publica artículos en su página de internet o coescribe libros sobre el impacto ambiental de los millones de artilugios tecnológicos que usamos para comunicarnos, como Greening the media.
En el ITESO impartió un seminario sobre ciudadanía y estudios culturales y dictó en la Casa iteso Clavigero una conferencia en torno al citado libro.
Los Soprano. Cuando todos pensaban que Martin Scorsese y Francis Ford Coppola habían agotado el tema “mafia italoamericana”, David Chase decidió contar la historia de un capo obeso de Nueva Jersey que amaba a los patos, sufría ataques de pánico y coleccionaba asesinatos a su alrededor. Un éxito de crítica. Y un enorme y maloliente fresco de la sociedad estadunidense. Para muchos, la mejor serie de la historia.
Durante la entrevista, Miller ignoró durante un par de horas el hambre que había acumulado después de toda una mañana al frente del seminario y habló con calma sobre Los Soprano, Gael García Bernal, Martin Scorsese, las películas de Pixar, Dexter, el arte de “elite” versus el arte “popular” —una dicotomía que le resulta absurda—, racismo, violencia, estereotipos en el cine y la televisión o el ancestral rechazo de algunos intelectuales y académicos a analizar fenómenos nuevos, como el rap, el rock, los videojuegos, Facebook o… Los Simpsons.
“Son obras de arte; sobre todo en el caso de Los Simpsons. Es casi el único programa en la televisión que está ofreciendo opiniones radicales sobre género, raza, sexualidad, cristiandad, guerra, tatatá [su manera favorita de decir etcétera]. Es muy interesante artística, política y socialmente”, asegura Miller.
“Estamos viviendo la época de oro de la televisión estadunidense. Mejor que Hollywood, mucho mejor. Lo fascinante de las series que mencionemos es que están intentando entender lo peor de la sociedad estadunidense: la criminalidad, la violencia, la corrupción política… El talento de alto nivel del mundo estos días está trabajando en la televisión hollywoodense, y no para las cadenas tradicionales como tv Azteca, Televisa —aquí—; o Univisión, Telemundo o nbc, allá. El talento está trabajando para hbo y Showtime”.
Mad Men. La impecable producción —ese glamour que baña a hombres y mujeres hermosas fermentados en alcohol y envueltos en nubes de humo—, revueltas sesenteras, twist y la mejor publicidad neoyorquina no deben engañar a nadie: Mad Men desgarra, con soberbia inteligencia, las carnes más profundas de ese ideal conocido como “el sueño americano”.
Pero aún existen muchos prejuicios con respecto a lo que es la televisión y el cine.
Se cree que sólo las “Bellas Artes” y los “artistas” del cine tienen legitimidad, los clásicos. Existe la idea de que el arte no tiene ninguna conexión con la televisión y el cine popular. En el caso de la literatura, o en el caso del arte, podemos identificar al autor o a la autora. También hay un prejuicio muy tradicional de la academia, y no solamente aquí en México, que dice que el arte popular no puede ofrecer un conocimiento del ser humano, que es simplemente para ofrecer entretenimiento y no para ofrecer estímulos a la reflexión en la sociedad. Es decir, la idea del arte como un espejo para la persona, pero también para la sociedad.
Pienso que el arte popular puede ofrecer exactamente este espejo, que no es un espejo total, pero —en el contexto de las películas y también los programas televisivos— el arte popular sí permite pensar en nosotros como individuos, como miembros de grupos sociales. Tenemos personas como Spike Lee o Jim Jarmusch o Martin Scorsese, autores muy conocidos de Estados Unidos en el sentido “legítimo”, que están produciendo anuncios [comerciales] y que están utilizando ideas y maneras de filmar que son innovaciones surgidas dentro de la cultura popular, artistas que están utilizando el arte popular para ofrecer otro espejo, otro ángulo de la vida cotidiana.
A través de las décadas hay una interdependencia entre el arte llamado “alto” y el arte llamado “bajo”, pero sobre todo ahorita.
Breaking Bad. Si sabes hacer las mejores drogas del mundo, ¿por qué no hacerlas? Los límites de la moral (o su total ausencia) en el mundo actual son dinamitados una y otra vez en esta serie acerca de un par de perdedores que se cubren de dinero y problemas hasta el cuello.
¿Qué te hace llegar a la conclusión de que para plantear los estudios culturales y los estudios sobre los medios esto no se puede dividir?
Hay algunos discursos muy poderosos sobre el arte popular que lo califican como “arte peligroso”. Por ejemplo, el discurso que dice que a causa de la televisión hay problemas con el desarrollo psicológico y educativo de los jóvenes, o el discurso que dice que en el arte popular hay un énfasis en las cosas triviales y no en las cosas de trascendencia, o que hay problemas con la capacidad de mantener y desarrollar las culturas tradicionales —por ejemplo las indígenas— en el contexto del intercambio mundial de la cultura.
Personalmente, creo que nuestra manera de entender la vida mediática tiene que combinar, sin duda, la cuestión de los efectos mediáticos en lo público. Por ejemplo, si estás jugando Angry Birds todo el tiempo, hay que ver si el jugador está desarrollando interacciones con los miembros de la familia; si estás mirando mucho porno hay que ver si está disminuyendo el respeto hacia el otro género, o si estás mirando muchísimas películas de acción y aventuras con mucha violencia, ver si el individuo se está haciendo más violento o si tiene menos capacidad de entender el impacto de la violencia.
Yo, como alguien a favor de la cultura popular, como alguien a favor de los acercamientos más cualitativos, necesito entender también esta cuestión del impacto psicológico, y se deben entender al mismo tiempo cuestiones de la producción de la cultura, de la propiedad de la cultura, de las condiciones de trabajo dentro de estas industrias. Hay que cambiar un poco la dirección del discurso público sobre el impacto supuestamente negativo del arte popular.
Necesitamos una mezcla de estos acercamientos y caminar a través de los métodos de la economía política, la etnografía, la psicología, la crítica de los textos, para ofrecer intervenciones que, en lugar de decir: “Ustedes son tontos por disfrutar este tipo de géneros”; más bien digan: “¿Qué está pasando con estos géneros?”.
In treatment. Inspirado en una serie israelí, Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez, armó la serie más minimalista en la historia de hbo: un terapeuta, dos sillones y un desfile de pacientes contando sus penas, amoríos, miedos y bajezas más inconfesables. Grandes actuaciones, un guión impecable y punto. Teatro televisado.
Ahí están los miedos, frustraciones y ciertas ideologías que tomamos del cine o la televisión y las llevamos a nuestra vida cotidiana, a veces sin reflexionar de dónde vienen…
Así es. Hay una bifurcación nacional y disciplinaria entre lo que yo llamo el “Modelo de los impactos domésticos” y el “Modelo de los impactos globales”. El primero es más psicológico, más interior, y tiene que ver con nuestras interacciones con el otro, nuestra manera de elegir una moda, nuestras reacciones ante una mujer o un hombre. Luego hay otros factores, como un tipo de masculinidad que sin duda está ejemplificado en Tony Soprano [el mafioso infiel y violento que va con una psicóloga para controlar sus ataques de ansiedad en Los Soprano] pero perdón, es reflejo de una parte del machismo mexicano y del machismo estadunidense a través de las décadas. La televisión o el cine son síntomas del problema, pero no se les puede castigar.
Aquí en México es muy difícil decir que Televisa no es tan importante en la información que recibe la mayoría de los mexicanos. Una minoría de los mexicanos está utilizando internet para desarrollar sus opiniones políticas. Es imposible decir que no hay un impacto.
En ese momento emerge el concepto favorito de Miller, el camino que sugiere seguir cuando el objetivo sea hacer investigaciones serias y enriquecedoras: la multidisciplinariedad.
Después de tomar un poco de aire, enumera los elementos que componen lo que podríamos bautizar como “El combo
Miller” para abordar, interpretar y entender los fenómenos de la cultura contemporánea. El combo exige eliminar adjetivaciones como baja, alta, legítima, populachera, libros buenos vs. televisión mala, cine de arte vs. cine comercial.
1) Entender y respetar el estilo y los significados de los textos de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones.
2) Ser multidisciplinarios y pensar: ¿cómo, quiénes y en qué condiciones producen esa cultura? ¿Con qué infraestructura cuentan? ¿Quiénes son los dueños de las industrias culturales? ¿Cómo es el sistema legal nacional e internacional que las regula? ¿Qué papel tiene el gobierno? Y, por último, ¿cómo reciben y codifican las audiencias los productos que reciben de los medios?
“Éste es, digo yo, el mejor futuro para los discursos académicos”, sugiere Miller.
Six feet Under. Disfuncional, entrañable, apasionada, contradictoria y extrañamente hilarante cuando de ataúdes se trata, la familia Fisher, propietaria de una funeraria, es la médula de uno de los relatos más redondos que haya visto la televisión estadunidense, en el que la muerte siempre está rondando cada decisión de vida.
“Quiero ser como House”
No es posible hablar de La televisión. Existen cientos de miles de canales abiertos y de paga en el mundo que generan toda clase de contenidos, compiten entre ellos y se enfrentan minuto a minuto por las audiencias con internet, los dvd y los Blu-ray.
Para Miller y muchos otros teóricos y críticos, no son pocas las producciones (de ficción y no ficción) que obligan a dejar de pensar en ella simplemente como la “caja idiota”.
En el siglo xxi, “la tele” se ha convertido —no toda, evidentemente— en un medio capaz de ofrecer algo más que entretenimiento pueril, e intercambiarlo por historias y productos inteligentes, arriesgados, innovadores, bien narrados, proveedores de estímulos para la reflexión, espejos de lo que somos, lo que creemos ser y lo que queremos ser.
“Son una oportunidad para pensar en nosotros como individuos, como miembros de grupos en el contexto de las películas y también de los programas televisivos. No se puede simplemente decir ‘Fox News es horrible’, ‘esa serie es para niños’, ‘mira el impacto negativo de Scarface [protagonizada por Al Pacino] en la juventud’ o ‘el impacto televisivo es horrible’. No: son síntomas del capitalismo y sus opresiones, y el capitalismo tiene beneficios y perjuicios, y se necesita esta mezcla de conocimiento, de teoría, de metodología para entender sus mecanismos”.
Treme. Una triste canción de jazz tocada desde su mismísima cuna. A David Simon, padre de The Wire, le quedaba mucho lodo para lanzar a la cara del “sueño americano” cuando el huracán Katrina que devastó Nueva Orleans lo ayudó. La escandalosa corrupción y avaricia de las autoridades, la incompetencia de George W. Bush y la solidaridad de los ciudadanos dieron origen a Treme, serie que ya cumplió tres temporadas al aire y hace su humilde aportación al debate sobre si la televisión es… ¿el octavo arte?
¿Ejemplos? Series como House, csi, Hell’s Kitchen o Mad Men han propiciado en distintos países, no sólo en los subdesarrollados, el incremento de jóvenes interesados en estudiar y dedicarse a la Medicina, las Ciencias forenses, la Criminalística, la Gastronomía o la Publicidad.
Sin embargo, y aquí Miller es sumamente enfático, una cosa es aspirar a ser chef, curar enfermedades o ser el publicista más creativo del mundo, y otra muy distinta salir a traficar drogas, golpear a la esposa o meterse a la sala de un cine a asesinar ciudadanos. Hay patologías y acciones que no deben justificarse de manera simplista por el consumo mediático de quienes las ejecutan.
Y usa como ejemplo la guerra mexicana contra el crimen organizado.
“Un problema para mí es cuando se dice: ‘¡La televisión es culpable!’. No, perdón. La culpa es del tráfico de armas entre Estados Unidos y México; el segundo factor es la pobreza mexicana, y el tercer factor es el deseo por las drogas en Estados Unidos. La televisión o el cine son síntomas del problema, pero no se les puede castigar, se deben entender los factores más materiales que están creando este horror para México”.
The wire. Símil útil, cortesía del escritor y periodista Rodrigo Fresán: “Los Soprano es Elvis, pero The Wire son Los Beatles”. Baltimore es el escenario en el que negros, blancos, policías, traficantes, periodistas, políticos y ciudadanos se entrelazan en un baile inevitable, se enlodan, saben que están enlodados, se limpian y, como Sísifo, vuelta a empezar. Shakespeare y Dostoievski estarían celosos.
¿Cómo explicas que haya académicos y analistas que dicen que sí son culpables?
El esnobismo y la ausencia de control ante lo que no entienden explican la reacción intelectual a las nuevas tecnologías, géneros y públicos. Hay décadas de decir, por parte de críticos, psicólogos, sociólogos, politólogos, antropólogos: “¡Dios mío, hay una nueva tecnología! ¡Dios mío, hay un nuevo género! ¡Dios mío, hay un nuevo movimiento juvenil!”.
Hace un siglo y medio hubo reacciones similares frente a los testimonios que circulaban después de las ejecuciones en Nueva York, cuando fue posible para toda la gente recibir historias y crónicas de dichas muertes de manera muy gráfica, como ahorita pasa con las descripciones de los asesinatos de los narcos. Es el mismo discurso, siempre con la nostalgia de decir, “durante mi época todo era mejor; ahorita guácala”.
Se necesita aprender la producción mediática como una parte de los estudios mediáticos 3.0, es decir, que cada persona como ciudadano entienda cómo se están creando estos programas. Que los estudiantes tengan experiencias de trabajo, que aprendan sobre infraestructura, tecnología, recepción y responsabilidad social, que entiendan cómo recibe la gente estos productos y cómo están circulando.
El hambre no da para más. Su rostro lo delata. Miller, estudioso también del cine mexicano, al que respeta y admira, coloca ambas manos sobre la mesa y comienza sutilmente a levantarse. Las dos series que nos acaba de recomendar son House of Lies y Veep. Habrá que ir a buscarlas. m