Llamamiento, vocación e identidad en Cristo
Alexander Zatyrka, SJ – Edición 499
Lo que le pedimos a Dios como gracia de esta meditación es aprender a sentir desde el corazón del Señor, y desde ahí entender cómo entregar la propia vida para que las hermanas y los hermanos tengan vida
Hay una corriente de estudiosos del sentido de los Ejercicios Espirituales que consideran que la razón principal de este camino espiritual es encontrar y elegir la vocación personal. Uno de sus principales proponentes es el padre Herbert Alphonso, SJ, con su libro titulado, precisamente, La vocación personal.
Concuerdo con el P. Alphonso. Especialmente en su visión de que al hablar de vocación no se refiere meramente a elegir un “estado de vida” (laical, consagrado, sacerdotal, etcétera). Es, más bien, el descubrimiento y la elección de la manera como Cristo ha querido vivir en mí y conmigo, una manera particular de amar, única e irrepetible, que constituye lo más profundo de mi identidad.
San Ignacio introduce este elemento de elección justo al terminar la primera semana de los Ejercicios (sobre el pecado y la reconciliación) y la segunda (dedicada especialmente al “conocimiento interno del Señor Jesús”). Lo hace a través de una meditación de su autoría, a la que denomina “El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del Rey Eternal” (EE 91-100). La dinámica que sigue es ver cómo invita (llama) un buen “rey temporal” a sus vasallos para que se sumen a un gran proyecto. Después establecerá paralelos entre esta convocatoria y la manera como el Señor Jesús nos invita a su gran proyecto de construcción del Reino.
En el caso del “rey temporal”, destaca Ignacio su entrega y su generosidad, ya que no recluta a sus seguidores para mandarlos solos, sino que subraya que está comprometido con la empresa de “conquistar toda tierra de infieles”, e invita a quienes elijan ir con él a compartir la comida, la bebida y el vestido, así como el trabajo, “porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos”.
Decíamos que el centro de la meditación es caer en la cuenta de si el ejercitante encuentra el entusiasmo para seguir al Señor Jesús en todas las circunstancias. De hecho, la gracia que Ignacio nos invita a pedir para esta meditación es que “[yo] no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad”.
Para Ignacio, en el lenguaje caballeresco propio de su época, quien no siguiere a un rey temporal tan entregado, generoso y congruente, correría el riesgo de volverse “digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero”.
En un segundo momento nos lleva a contemplar el llamamiento del Rey Eternal (Cristo nuestro Señor) que llama a “cada uno en particular” y le dice: “Mi voluntad es de conquistar a todo el mundo y a todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria”.
De manera similar al anterior llamamiento, al considerar la respuesta al llamado del Rey Eternal nos propone: “Considerar que todos los que tuvieren juicio y razón, ofrecerán todas sus personas al trabajo”. Una vez más, ante un líder congruente, entregado y generoso, toda persona sensata estaría dispuesta a seguirlo y servirlo para obtener la meta que busca: “conquistar a todo el mundo y a todos los enemigos”, esto es, liberarse personal y colectivamente del pecado/egoísmo y de todo el sufrimiento que genera, “para entrar en la gloria del Padre”, es decir, alcanzar plenamente la comunión con la Trinidad, sentido último de la existencia humana.
Más allá de esta convicción fundamental de compromiso con el Señor Jesús y la causa del Reino, san Ignacio nos invita a considerar si no percibimos en nuestro ánimo el deseo de un vínculo mayor, más radical, con el Señor y su causa (ayudar a nuestros semejantes a experimentar la comunión con la Trinidad desde el amor mutuo como don de sí). A este compromiso más profundo san Ignacio lo denomina “oblación de mayor estima y momento”. Oblación implica el don de sí, no sólo a una tarea particular, sino principalmente hacia Dios y las personas con las que nos involucraremos a través del amor.
En la Compañía le tenemos mucha devoción a esta pequeña fórmula que nos ayuda a expresar nuestro compromiso con el Señor, con nuestras hermanas y hermanos, con la comunión que es nuestro llamado. La reproduzco aquí para después hacer algunos comentarios:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra Santísima Majestad elegir y recibir en tal vida y estado.
Algunos puntos que destacar del texto de Ignacio:
a) “Yo hago mi oblación”, es decir, en conciencia y libertad “quiero y deseo y es mi determinación deliberada” seguir a nuestro Señor en su vida, su proyecto y su congruencia con los valores del Reino.
b) Hago mi ofrecimiento al “Eterno Señor de todas las cosas […] delante de su infinita bondad”. Estoy ante el Dios Amor revelado en Cristo y revelado personalmente a mí a través de la experiencia de perdón y reconciliación vivida durante la primera semana de Ejercicios que acabo de terminar.
c) Como en muchas otras fórmulas de oblación ignacianas (como la de los votos), se invoca la presencia de María y todos los santos y santas de la corte celestial. Es decir, no se trata meramente de un acuerdo entre Dios y el creyente. Es algo que se asume y se vivirá en comunidad, en la comunidad que vive la comunión.
d) Si bien afirma que es un acto libre de la voluntad de quien se ofrece, san Ignacio subraya la necesidad de la referencia permanente a Dios: “con vuestro favor y ayuda”, “sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza”, “queriéndome vuestra Santísima Majestad elegir y recibir en tal vida y estado”.
e) Finalmente, pide la gracia de encarnar en su propia vida las mismas actitudes de Cristo (nos hace recordar la invitación de Pablo en Filipenses 2, 1-11), especialmente dos elementos indispensables del amor de ágape, es decir, del amor divino: la humildad, entendida como la libertad ante cualquier auto-imagen (que el ego exige para calmar su inseguridad existencial), y la pobreza, que es la libertad ante nuestros talentos, dones y recursos de todo tipo (que el ego necesita poseer como paliativos del dolor causado por no haber encontrado el amor en la vida).
Lo que le pedimos a Dios como gracia de esta meditación es aprender a sentir desde el corazón del Señor, y desde ahí entender cómo entregar la propia vida para que las hermanas y los hermanos tengan vida. Algunas características de este llamado según la propuesta de los Ejercicios son:
I. Jesús invita a una relación personal con él, una relación de intimidad. La primera llamada de Jesús es a estar con él (“vengan y verán”, Jn 1, 39).
II. El Señor nos llama a ser testigos del milagro de la multiplicación de los panes: el magis ignaciano. Reconocemos que Dios ha puesto dones concretos en nuestras manos. Ahora el Señor nos enseñará a usarlos correctamente. Lo principal es dárselos, como los cinco panes y dos pescados de la multiplicación de los panes. Así nuestros dones alcanzan la dimensión que les corresponde, alimentar a la multitud. El magis ignaciano no es el fruto de mi voluntarismo, sino la constatación del poder salvífico de Dios a través de mi fragilidad humana. Todo es un “pretexto para amar”.
III. Cristo nos invita, finalmente, a “perder [entregar] la vida” por amor, en imitación de Cristo. Esto nos obligará muchas veces a movernos contra nuestra propia sensualidad [contra nuestras “áreas de confort”] y contra las apetencias mundanas. Nos ayudará a cultivar un espíritu generoso.
IV. Finalmente, el Señor nos llama a una experiencia de discipulado, a pasar tiempo con él para descubrir cuál es nuestra vocación, cuál nuestra identidad personal en Cristo.
Este último itinerario, fundamental para la espiritualidad ignaciana, será el tema de nuestro próximo artículo.
Para reflexionar
:: Visita el sitio web de Alexander Zatyrka, SJ, “El camino de la mistagogía”.