Lionel Messi: la eternidad de lo efímero

Lionel Messi: la eternidad de lo efímero

– Edición 484

Foto: Julien Mattia / Le Pictorium Agency via Zuma Press

“Qué ganas de ser él cinco minutos”, dijo su colega y compatriota Javier Mascherano, sintetizando un anhelo que comparten millones de niñas, niños y adultos. El fenómeno global desatado por el futbolista Lionel Messi es tan vasto y complejo que, más allá de prejuicios, fobias y filias, permite explorar los conceptos de creatividad y felicidad, así como el sistema económico que rige a la mayoría de los países

Por Enrique González y Judith Morán

Créannos, somos conscientes de que es muy probable que en este momento usted se esté preguntando: “¡¿Qué diablos hace Messi en la portada de MAGIS?!”.

Esperamos tener la destreza necesaria para explicárselo porque, ojalá también nos crea, tenemos la certeza de que Lionel Andrés Messi Cuccittini (Rosario, Argentina, 24 de junio de 1987) es una figura fascinante que trasciende, y por mucho, el universo del futbol de élite.

El 30, el 19, luego el 10 y ahora otra vez el 30 —es decir, los dorsales que ha utilizado a lo largo de sus 17 años de carrera—, están ya instalados en el Olimpo de su deporte al lado de tres o cuatro nombres más: Pelé, Maradona, Ronaldo el brasileño, Cruyff y, tal vez (añada usted a su favorito del balompié masculino).

Lo que pasa con Messi es que, independientemente de sus extraordinarias cualidades deportivas, el máximo goleador en la historia del fc Barcelona y de la Selección Argentina es un icono global mediante el cual es posible explorar el espíritu de una época, explicar las reglas intrínsecas de un sistema económico (“¡¿por qué gana más que una doctora o un científico?!”) y analizar los terrenos de la creatividad, la ética, la estética, las identidades territoriales, el sentido tribal de nuestra especie e, incluso, plantearnos, por enésima ocasión, esa eterna y siempre problemática pregunta: ¿qué es la felicidad y cómo la alcanzamos?

“Cuando disfrutamos de placeres repetidos durante un espacio de tiempo, podemos decir que somos dichosos. Cuando esa dicha se prolonga, podemos decir que somos felices”, escribió Voltaire.

Lo que hoy se conoce como industrias culturales —entiéndase música, cine, pintura, deportes, teatro, literatura, moda o arquitectura— ha sido, desde los orígenes de la civilización, una de las principales fuentes de entretenimiento. Y sí: también de felicidad. ¿Cómo entra el futbol en este marco conceptual? Revisemos los números, no las opiniones ni los prejuicios.

Este deporte de cuna proletaria —cuyas reglas modernas fueron acuñadas por los ingleses en 1863 para ponerle algo de orden a los partidos en los que disputaban obreros, herreros, mineros y aristócratas, y que hoy en día es una industria que mueve una cantidad inconmensurable de dinero y genera millones de empleos directos e indirectos en Dinamarca, Australia o Senegal— consiguió que mil 120 millones de personas vieran la final de la Copa del Mundo de 2018 entre Francia y Croacia, y permite que Messi gane, según el año y a partir de cálculos de firmas especializadas, entre 74 y 220 euros… por minuto.

Una cosa es clara: es imposible “medir” científicamente el grado de dicha o felicidad que se produce en una persona al contemplar el Coliseo de Roma, el David de Miguel Ángel; al escuchar el Réquiem de Mozart, o música disco, o al acudir a un concierto de los Rolling Stones o de Bad Bunny; al aplaudir en el cine con la intro de Star Wars, al llorar con Casablanca; al sentarse a admirar la ciudad inca de Machu Picchu… Lo que sí es posible medir y analizar es todo aquello que, de manera tangible, generan estos productos en términos económicos, culturales, ideológicos e incluso políticos (no son pocos los argentinos que, con la herida de la Guerra de las Malvinas aún fresca, paladearon como una venganza aquella victoria de su selección sobre Inglaterra en el Mundial de 1986).

Siendo el apellido de MAGIS “profesiones+innovación+cultura”, tres ámbitos en los que la creatividad navega feliz a sus anchas, bien vale la pena recordar que “creatividad” fue un concepto repetido hasta el cansancio cuando la relación Messi-Barça estaba en la cima, allá entre 2009 y 2015.

“Un individuo o un colectivo han de encontrar espacios para desarrollar su creatividad. El momento en que hay un conflicto que limita la creatividad, es el principio del fin de aquel colectivo”, manifestó el difunto Jorge Wagensberg, reconocido físico catalán, al analizar al equipo que dirigía Josep Guardiola.

Lionel Messi con el equipo juvenil del Barcelona a los 14 años. Foto: Marca

Primeros gambeteos

Invariablemente, cuando Messi anota un gol, levanta la cabeza y apunta al cielo con sus dedos índices. En ese momento, el argentino vuelve a estar en Rosario, su ciudad natal, con su abuela Celia.

La historia dice que ella lo acompañó en sus inicios en el futbol. En realidad hizo más que eso: cuando Messi tenía cuatro años, Celia convenció a Salvador Aparicio, entrenador del club Abanderado Grandoli, de que lo metiera a jugar a pesar de su corta edad y de ser muy bajito. Messi paró el primer balón que tocó en ese partido, relató alguna vez Aparicio, y salió gambeteando.

Al ver los videos de los primeros partidos de Lio, ya se puede identificar el sello del futbolista que es hoy. Pasado, presente y futuro entremezclados.

Comenzó a ir a la Escuela de Futbol Infantil Malvinas Argentinas del Club Atlético Newell’s Old Boys y, en los cinco años que estuvo ahí (1994-1999), anotó 234 goles en 176 partidos.

Lionel —bautizado así porque el cantante Lionel Ritchie es el ídolo de su padre, Jorge Messi— tuvo un problema de crecimiento que le fue diagnosticado a los nueve años de edad, cuando medía 1.27 metros. El tratamiento: inyecciones de la hormona del crecimiento. Él mismo aprendió a “pincharse” en ambas piernas todas las noches antes de dormir.

Corte aquí, para ir hasta el otro lado del mundo, específicamente al Camp Nou de Barcelona, donde varios directivos ya habían escuchado hablar de un niño de Rosario que era un fenómeno.

Lo llamaron para hacer una prueba. Armaron un partido con niños dos años mayores que él. A Carles Rexach, exdirector técnico de los blaugranas, le bastó ver una anotación para decidir ficharlo, no sin enfrentar resistencias dentro del club. Messi y su padre esperaron más de dos meses para tener un precontrato por escrito… en una servilleta de papel, el 14 de diciembre de 2000. La servilleta está, al parecer, en la caja fuerte de un banco.

El hombre perro

Javier Mascherano, su excompañero en la Selección Argentina y en el Barcelona, fue uno de los tantos entrevistados en Messi, documental de 2014 rodado por el cineasta español Álex de la Iglesia (El día de la bestia), motivado por lo que ya se sabía desde entonces: el argentino es un caso especial y, más allá de fobias y filias, se le reconoce como uno de los mejores de la historia, a pesar de que en su natal Argentina miles de aficionados, y no pocos periodistas, aún lo observan con recelo y hasta desprecio.

¿Las razones? Porque no cantaba el himno; porque no “sentía” la camiseta como Maradona; por los años de frustraciones con la albiceleste; por ser un “pecho frío” (un cobarde sin compromiso); porque se mudó a otro país; porque tiene Asperger, o autismo, y casi no habla (dos “diagnósticos” irresponsables difundidos y tomados por buenos a lo largo de los años); porque le inyectaron hormonas de crecimiento, porque, porque, porque…

Lo tangible: decenas de títulos con el Barça, seis veces el Balón de Oro (el premio al Mejor Futbolista del año, otorgado por la revista France Football), la Medalla de Oro en Beijing 2008 y la Copa América 2021 —¡por fin un título con la mayor de Argentina!— tras vencer a Brasil en el estadio Maracaná.

De sus récords, citaremos sólo dos: 1) En marzo de 2014 se convirtió en el máximo anotador en la historia del Barça con 370 goles. Siete años después, en el momento de su despedida para irse gratis al Paris Saint-Germain, La Pulga iba trotando camino de duplicar aquello, con 672 registros. 2) Entre 2010 y 2019 fue capaz de meter más de 50 goles por año, cifra única en la historia de este deporte. En 2012 logró 91, 79 con su club y 12 con Argentina.

Además del concepto de felicidad que busca explorar este texto —¿no es acaso el objetivo último de cualquier proyecto, relación interpersonal, consumo o profesión?—, hay otra noción que a Messi lo ha definido desde hace casi 20 años y por la cual levanta muchas sospechas y diatribas: la estabilidad.

“Messi es Maradona todos los días”, llegó a decir Jorge Valdano, campeón junto a Maradona en el Mundial de México 86. Ejemplos de esa estabilidad sobran: Antonella, su esposa y madre de sus tres hijos, es su novia desde la infancia. En 2001 decidió que su madre y hermanos regresaran a Argentina porque él quería quedarse con su padre a esperar la oportunidad de probarse en el club, algo inusual a los 14 años. Casi cada periodo vacacional vuelve a Rosario a verse con sus amigas y amigos de toda la vida. La obsesión por la pelota y el juego, por la dieta correcta, por ganar sin atender la infinidad de intereses en torno al deporte profesional que practica, son aspectos que lo han llevado a ser considerado autista y antisocial.

Es el hombre al que el escritor barcelonés Enrique Vila-Matas, Premio fil de Literatura en Lenguas Romances 2015, alabó alguna vez diciendo: “Me gusta mucho que no se sepa lo que piensa Messi. Me recuerda mucho a Miró, gente que hacía aquello que era lo suyo. Lo que me gustaba mucho de Messi es que fuera tan obsesivo, eso que se le ha reprochado, que sólo piensa en jugar. A mí me gusta también el escritor que es obsesivo, que persigue una idea hasta el fondo, hasta el final. La obsesión indica que hay algo que se hace de verdad”, sentenció el autor de Bartleby y Compañía.

Por su parte, el periodista británico John Carlin, en 2009, después de entrevistar dos veces a Messi, aseguró que si le ofrecieran una tercera charla, la rechazaría cortésmente: “Tiene poco sentido para un periodista sentarse a hablar con él y exigirle perlas de autorreflexión” (“Peter Pan en el Olimpo del futbol”, El País Semanal, 24 de mayo de 2009). Pero él mismo escribió después: “¿De dónde soy y de qué equipo? De Messi. No me entusiasma ninguna nación, ni ningún partido político o ideología (ya no, demasiadas decepciones) ni ningún equipo de futbol. Pero Lionel Messi, sí. Mucho. La conexión entre su cerebro y sus pies es mágica y única… me siento profundamente afortunado de estar vivo en la era Messi”.

Aunque, para millones de argentinos, la falta de drama y tragedia en su vida lo aleja del podio de “ídolo”, César Luis Menotti, campeón como entrenador en el Mundial de 1978 y uno de los principales pensadores en torno a este deporte, ha dicho que Lio “es un intérprete de una historia que es nuestra. ¿Podría aparecer un Messi en Corea? No, ni en Alemania”.

Otro argentino que aplaude la obsesión de Messi y se pasa horas viendo sus goles en YouTube (le recomendamos “Las narraciones más emotivas y emocionantes ante goles de Lionel Messi”) es Hernán Casciari, escritor, editor y dramaturgo. Su texto “Messi es un perro” es un clásico entre futboleros: “Se lo ve como en trance, hipnotizado; solamente desea la pelota dentro del arco contrario, no le importa el deporte ni el resultado ni la legislación. Hay que mirarle bien los ojos para comprender esto: los pone estrábicos, como si le costara leer un subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen”.

Foto: EFE / Alejandro García

“Més que un club”…

Pequeño paréntesis lingüístico-identitario: ¿por qué se les dice culés a los aficionados del club fundado en 1899 por un suizo llamado Joan Gamper?

En los años veinte del siglo pasado, el Barcelona jugaba en un pequeño campo sobre la calle Industria, que en poco tiempo resultó insuficiente para recibir a la audiencia, que se multiplicaba. Muchos se tenían que sentar en el muro perimetral y terminaban enseñando el “cul” a los transeúntes, quienes al pasar se mofaban de aquella parte que sobresalía gritándoles: “¡culers!”, es decir, culones. Con el tiempo, la r se perdió y quedó así, culés. A mucha honra.

“Soy español y catalán y estoy bien siendo ambas cosas”, o “¡Soy catalán, Catalunya es un país y quiero independizarme de España cuanto antes!”, son dos aseveraciones que resumen de manera bastante simplificada la profunda división que se ha agudizado en Cataluña en los últimos años, azuzada por amenazas mutuas, declaraciones de independencia que llevaron a la cárcel a varios políticos catalanes o al exilio en calidad de prófugo al expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.

Imposible ahondar más aquí en ese complejo caldo de animadversión compuesto por añejos conflictos bélicos, disputas tributarias, crisis económicas, desempleo, sentimientos nacionalistas, y que se refleja en las gradas del Camp Nou o el Santiago Bernabéu cada vez que se juega el Clásico español Barcelona-Real Madrid.

Sin embargo, a pesar de dicha rivalidad y como en tantos otros aspectos de la vida cultural, política o económica de Cataluña o Argentina, Messi se ha mantenido perfecta y casi indolentemente al margen, dedicándose a meter goles, ensañándose con el Real Madrid (26 goles en 45 partidos) y equilibrando desde su llegada la cantidad de ligas españolas (34 blancas por 26 blaugranas, diez ganadas con Messi).

Con todo esto, y a decir de numerosos colegas, periodistas, políticos, directivos y millones de aficionados, su trayectoria en el Barcelona elevó como nunca la autoestima de un club muy dado al victimismo, el derrotismo y las justificaciones.

Quizás el principal “barcelonólogo” de México sea el escritor Juan Villoro. El hijo del filósofo y académico catalán Luis Villoro es un apasionado de todo lo que ocurre en Can Barça (Can significa “la casa de”, “el ambiente que rodea a”) y un miembro más de la larga lista de personas a las que les dolió, aunque no sorprendió, la partida de Messi a Francia. Villoro escribió en Reforma, el 28 de agosto de 2020: “La cultura catalana fue reprimida durante el franquismo y el equipo pagó el precio de representar una identidad rebelde. Manuel Vázquez Montalbán lo describió como ‘el ejército desarmado de Catalunya’. De acuerdo con Javier Marías, en los años sesenta el Barça era una escuadra de ‘moral frágil’, ‘carácter indeciso y atormentado’, proclive a la depresión, que casi disfrutaba su ‘torcido sino’. Por su parte, los aficionados culés se referían a su ‘victimismo’ con una mezcla de queja y orgullo. Todo cambió a finales de los ochenta con el Dream Team de Johan Cruyff. El Barça y el Madrid rivalizaron en poderío, pero el club merengue no fue el peor enemigo; periódicamente, el Barça se suicida. El mejor jugador del mundo no merecía esa salida; la tragedia es que hubiera sido peor que se quedara”.

…siempre que resulte lucrativo

Toda su vida profesional, Messi ha sido un empleado; sí, multimillonario, pero un asalariado al fin y al cabo. Un par de conceptos muy simples del sistema capitalista explica que un futbolista de élite gane lo que gana: la ley de la oferta y la demanda y la escasez de un producto o servicio.

Millones de niñas y niños aspiran hoy en día a ser jugadores profesionales, y una ínfima porción lo conseguirá. De ésos, con suerte tres se acercarán al nivel de Messi o Cristiano Ronaldo, es decir, estadísticamente hay más competencia en el futbol que en la medicina, la abogacía o las ingenierías. Ni las marcas globales ni los clubes son almas caritativas; pagan lo que pagan porque los jugadores les dan a ganar mucho más. Y el fc Barcelona no es la excepción.

El club catalán ha tenido siempre el mismo interés por las ganancias económicas que su archirrival deportivo. No tuvo reparos en retirar a la UNICEF de su pecho, colocar a Qatar Airways y empezar a hacer negocios con la Qatar Foundation, extensiones de un gobierno que no respeta los derechos humanos, según Amnistía Internacional, Human Rights Watch o las Naciones Unidas.

El gusto por el juego ofensivo y los esquemas que privilegien “el respeto, el esfuerzo, la ambición, el trabajo en equipo y la humildad” tampoco le impidieron hacer negocios con Gulnara Karimova, hija de Islam Karímov, dictador de Uzbekistán.

“Si la butxaca no sona, els músics no poden tocar”, sostiene un refrán catalán. Traducción: “Si el bolsillo no suena, los músicos no pueden tocar”.

Programa de inclusión en el deporte de la Fundación Messi. Foto: Fundación Messi

El lado oscuro de la Luna

“Lo que sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol”.

Si no sabe quién formuló esta frase, le daremos algunas pistas: de niño le fascinaba jugarlo en su escuela, primero de delantero y luego como prometedor portero. Amante por igual de las salas de teatro y los estadios repletos, el Nobel de Literatura Albert Camus podría haberle dicho un par de cosas a Messi antes de que él y su padre, condenados en julio de 2016 por evasión fiscal, decidieran declarar, palabras más, palabras menos: “¡Nos engañaron, no sabíamos nada!”, cuando se reveló el entramado de empresas pantalla que montaron en Belice, Uruguay o Reino Unido para evadir impuestos y burlarle a la Hacienda española 4.1 millones de euros procedentes de los derechos de imagen del jugador.   

Ambos iban a pisar la cárcel, pero la Audiencia Provincial de Barcelona aprobó en 2017 conmutar aquellas sentencias de 21 meses tras las rejas para el hijo y 15 para el padre y optó por multarlos con 252 mil y 180 mil euros, respectivamente. De hecho, la Fiscalía de Delitos Económicos de Barcelona consideró que Messi no tuvo responsabilidad legal en el fraude, pero sí su padre. Una vez pagadas las multas, vino el carpetazo, y a seguir generando ingresos para España y Cataluña. 

Lio ha sido transparente a la hora de quitarse oponentes, y sumamente opaco cuando se trata de mostrar las facturas de sus contratos publicitarios o cuadrar los balances de ingresos/egresos de la Fundación Leo Messi, organización que también fue señalada por presunto lavado de dinero del narcotráfico mexicano mediante una serie de partidos benéficos denominados “Messi & Friends”.

La “indiferencia” que le recriminó la justicia española ante los ilegales manejos realizados por su padre, quien en 2009 creó la empresa Leo Messi Management sl, apenas afectó la imagen o los ingresos del delantero. Para él todo siguió al mismo ritmo, incluso tal vez mejor: salario multimillonario, infinidad de marcas pidiéndolo como embajador, inversiones inmobiliarias y en restaurantes, compras de departamentos de lujo, sociedades para producir vinos, cuantiosas donaciones y actos benéficos de su Fundación en la Franja de Gaza, Mozambique, barrios pobres, escuelas, hospitales o para la investigación de la leucemia y causas similares.

¿Que el crimen no paga? Quizá, pero cuando la responsabilidad recae en otros, deja buenos contratos publicitarios.

Programa de la Fundación Messi para combatir la desnutrución infantil en Mozambique. Foto: Fundación Messi

“Una máquina de crear incertidumbre”

Si hay un activo esquivo, difícil de medir, increíblemente rentable y raras veces impulsado y financiado de manera seria por las organizaciones humanas más allá de discursos demagógicos, ése es la creatividad, el tercer concepto que intenta explorar de manera transversal este perfil, después de felicidad y estabilidad.

Si consideramos que una de las tantísimas acepciones para la creatividad es “la capacidad de sorprender”, Messi la tiene a manos llenas, a decir de amigos y rivales.

Nike supo oler la excepcionalidad del argentino desde 2005, cuando lanzó un comercial para “presentar” al mundo a las nuevas joyas de las fuerzas básicas del Barça —incluso se ve por ahí a Jonathan Dos Santos, seleccionado mexicano—, y en el que un Messi con 17 años cerraba el video lanzando un tiro libre y decía: “Leo Messi. Recuerda mi nombre”.

En dicho comercial se ven calles, barrios y playas de Barcelona, santo y seña del mar Mediterráneo desde hace más de dos mil años y que abrazó a Messi a través de los asiduos al Camp Nou: escritores, filósofos, políticos, niñas con su playera, el vendedor de periódicos, millones de turistas, científicos y un tal Joan Manuel Serrat. El legendario cantautor catalán, barcelonista hasta la médula, le escribió en 2017 una emotiva carta al club —publicada por el periódico El País en la que pedía, casi demandaba, que lo renovaran de inmediato. “La gratitud de los aficionados del FC Barcelona a ti [Messi,] a pesar de lo efímeros que somos, será eterna”.

“¿Por qué Messi es un jugador tan grande? Primero, porque tiene técnica y automatismos y ya no debe pensar qué hacer para controlar la pelota; pero, sobre todo, porque es una máquina de crear incertidumbre en sus adversarios”, analizó el ya citado Wagensberg.

A Messi, el Barcelona le permitió explotar su creatividad, no por accidente o inspiración, sino por metodología. “Messi extrañaba a su madre y a veces lloraba mientras dormía. Sin embargo, muy pronto se sumergió en el estilo del Barcelona, que demanda creatividad, no mera utilidad”, publicó The New York Times el 21 de mayo de 2011.

De nueva cuenta Messi ha sido nominado para obtener el Balón de Oro, uno de los galardones más importantes del futbol de élite. En la imagen, posa con el trofeo que en 2012 ganó por cuarta ocasión. Foto: Reuters / Michael Buholzer

El argentino aprendió que está muy bien ganar, pero que es más importante cómo se gana, y que no, no todo se vale para obtener el “éxito”. De la mano de esta filosofía llegaron los mejores años en la historia del barcelonismo.

Un dato más. Gracias a un sistema desarrollado por la belga Universidad Católica de Lovaina y la firma SciSports, el prestigioso semanario británico The Economist determinó que Lionel Messi es el mejor goleador en la historia del futbol europeo.

“Se detectó que el astro argentino fue el futbolista más influyente con destino al arco rival. Entre las temporadas 2012 y 2020, el modelo calcula que Messi habría aumentado el margen de anotación de un equipo medio en 1.77 goles por partido. Cristiano Ronaldo quedó en el segundo puesto de la lista con 1.43”.

Más poéticas que científicas solían ser las aportaciones de Eduardo Galeano, futbolero de alcurnia y autor, entre otros libros, de El fútbol a sol y sombra. El escritor uruguayo apuntó: “Siempre se dice que Maradona llevaba la pelota atada al pie, pero Messi la tiene dentro del pie y eso, científicamente, es inexplicable”.

Al escribir este perfil, preferimos estar del lado de Mick, el octogenario y ácido personaje que interpreta Harvey Keitel en la película Youth, del director italiano Paolo Sorrentino —otro tifosi irredento—, quien en una escena casi grita: “Tú dices que las emociones están sobrevaloradas y eso es una mierda. ¡Las emociones son todo lo que tenemos!”.

Foto: Reuters / Susana Vera

Y emociones son, precisamente, las que genera Messi, que hoy corretea la pelota en París, juega en la Ligue 1, enfrenta al Metz, al Lorient o al Bordeaux y trata de encajar en la cultura del psg —equipo construido a partir de los petrodólares de Qatar—, mientras intenta reconectarse con su viejo amigo, el brasileño Neymar Jr., y armar uno que otro gol con la estrella francesa Mbappé, quien ya pidió irse de allí.

A unos mil kilómetros hacia el sur, el Barcelona es un equipo desdibujado que observa con infinita nostalgia a su máximo ídolo. 

Lionel es un tipo de rituales: los goles para su abuela, la familia, el mate, los asados, los amigos, la sobriedad. Considerando estos patrones, pocos dudan que pronto volverá a la Ciudad Condal con su Barça y que después se pondrá la rojinegra de su otro amor infantil, Ñuls (mote de cariño para Newell’s), y una tarde dominical rosarina se retirará del futbol profesional acompañado por las lágrimas y aplausos de millones mientras da la vuelta olímpica vitoreado por un inmueble cuyo nombre resultará familiar para mucha gente de Jalisco: Estadio Coloso del Parque Marcelo Bielsa. .

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