La vívida relación del cine con la realidad

La vívida relación del cine con la realidad

– Edición 486

Imagen de la película «El árbol de la vida».

La cámara es una especie de observador que, desde el punto de su emplazamiento, es testigo de lo que acontece frente a él. El registro que así se realiza no sabría eliminar la subjetividad.

Las primeras películas de los hermanos Lumière establecieron un nexo fundamental entre el cinematógrafo y la realidad, y en adelante ésta sería la materia prima del cine. La cámara es una especie de observador que, desde el punto de su emplazamiento, es testigo de lo que acontece frente a él. El registro que así se realiza no sabría eliminar la subjetividad. Por eso, las películas, incluso las más fantásticas, no escapan a esa doble liga: con la realidad y con la perspectiva del que la captura.

Desde su origen, el cine desarrolló formas diferentes de acercarse a la realidad. Para empezar, el documental; enseguida, la ficción con actores (live action), pero también la animación. En el registro ya hay una interacción. Por razones técnicas, pero sobre todo por razones creativas, la imagen que se obtiene en la impresión en una cinta o la que se descompone en una serie de datos, no es un fiel espejo de la realidad. Ésta adquiere un brillo y una coloración particulares. La cámara, la luz y el sonido están, así, en el origen de la viveza que puede captar el cine. En el séptimo arte, la cantidad es asunto de cualidad.

La interacción con la realidad es doble y hasta triple, pues habría que considerar que a  menudo las historias dan cuenta de las vicisitudes de la convivencia humana y de ésta con la naturaleza. La tercera correspondería al proceso de visión, a la posibilidad de conmovernos en la colectividad de la sala oscura. La realidad adquiere, así, una vivacidad que no es de suyo. Pero no todo lo que brilla es oro: la paleta de color del fenómeno humano es amplia, como podemos constatar en estas películas.

Casino (1995), Martin Scorsese

A partir de las actividades de un par de gángsters, Casino da cuenta del lado oscuro de Las Vegas. Scorsese se planteó hacer un gran espectáculo nocturno, como los que se escenifican en “la ciudad del pecado”. Para ello, anota, su apuesta se sustenta “en la iluminación y los movimientos de cámara”. El estilo tiende a la exageración y hace convivir con solvencia el glamur y la sordidez. Es tan brillante el estilo y tan vívida la experiencia, que el espectador siente que de la pantalla emana algo enfermizo, algo pegajoso.

Buen trabajo (Beau travail, 1999), Claire Denis

Claire Denis nació en París, pero creció en diferentes colonias francesas de África. De su memoria afectiva quedan huellas en Chocolate (1988), su ópera prima, y en Buen trabajo, entre otras. En esta última acompaña a un exoficial de la Legión Extranjera que recuerda sus labores en el Golfo de Yibuti. La brillantez de la luz y del color contribuye a exaltar el vigor de los cuerpos en acción e interacción, a dar fuerza al drama que vive el protagonista, cuya felicidad se apaga entre la competencia y la envidia.

Encuentros en el fin del mundo (Encounters at the End of the World, 2007), Werner Herzog

Con la infinita curiosidad que lo caracteriza, Werner Herzog aterriza en McMurdo, la base que Estados Unidos instaló en la Antártida. Allá convive con una fauna variopinta: humanos apasionados por diversos asuntos científicos, pingüinos con comportamientos singulares, extraordinarias bestias submarinas. El cineasta se une a otros exploradores que hacen comunidad para buscar respuestas a las particularidades de la vida, y las hostilidades climáticas no impiden la exploración ni nublan la vista ante la belleza.

Wall•E (2008), Andrew Stanton

La contaminación ha hecho que la Tierra sea inhabitable. Sólo quedan algunos robots recolectores de residuos, como el que da título a la cinta. Wall•E materializa un oxímoron, pues siendo de naturaleza mecánica y electrónica, en él residen rasgos humanos positivos (porque de que los hay, los hay, quiero creer). Su intervención en esa realidad permite conservar la vida y hace posible un futuro. Su terquedad y su capacidad para ver al otro empujan la esperanza… y llenan al planeta de un colorido visual y sonoro fantástico.

El árbol de la vida (Tree of Life, 2011), Terrence Malick

Terrence Malick tiende un puente entre lo físico y lo metafísico y hace visible lo invisible. La naturaleza, con su luminosidad y su colorido, ofrece la vía más propicia. En esta película plantea el que acaso es el conflicto humano por antonomasia: saberse material y finito y quererse inmaterial e infinito. El cinefotógrafo Emmanuel Lubezki da matices resplandecientes al asunto. El mexicano filma en un formato amplio y luego comprime a uno menor. Así incrementa la riqueza de la imagen: la espiritualidad en el cine también es asunto de técnica.

Para saber más

:: Buen trabajo,  completa y con subtítulos.

:: Introducción de Claire Denis a Buen trabajo.

:: Encuentros en el fin del mundo completa con subtítulos en CC.

:: Christopher Nolan y David Fincher hablan de El árbol de la vida.

:: Master class de Emmanuel Lubezki.

:: Diseño sonoro en Wall•E.

:: La técnica de Emmanuel Lubezki. Artículo y entrevista de la revista American Cinematographer.

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