La sabia Sus scrofa domesticus
Vonne Lara – Edición 481
A PChan le gustan las caricias en la barriga y en el lomo. Los cerdos tienen un sistema nervioso complejo que les permite sentir placer y dolor
La mejor maestra que he tenido es una cerdita. Su nombre científico es Sus scrofa domesticus; nosotros le llamamos PChan cuando la adoptamos. Su presencia en mi vida tuvo —y tiene— alcances que ningún otro ser ha tenido. Esta exageración es precisa por la intensidad que siento cuando la evoco. Al principio pensamos que era macho, resultó ser hembra, lo cual evidencia mi absoluta ignorancia sobre animales de granja. Primera lección.
PChan ahora vive en un parque llamado La Laguna, junto a una manada de cerditos vietnamitas. La dejamos en ese lugar a cargo de un señor poco amable con los humanos pero responsable con los animales. ¿Cuántos sollozos en silencio y lágrimas enjugadas aprisa para que mis hijas no se entristecieran aún más caben en los 60 kilómetros que nos separan de PChan? Segunda lección.
Recién llegada a casa, aquella cerdita negra cabía acurrucada en mi antebrazo. No supe que era tan pequeñita hasta que la descubrí enorme en su nuevo hogar. Además, ahora está embarazada y tiene esa gordura feliz de las mamíferas preñadas. Hay algo en los días comunes que nos impide ver lo pequeños que son los seres que están a nuestro cuidado; sólo al mirar atrás descubrimos su verdadero tamaño. Los sostenemos en nuestros brazos sin dimensionar que esa oportunidad es dolorosamente corta y finita. Tercera lección.
En mis planes, PChan jamás tendría hijos, dormiría entre cobijitas de tela polar, tendría prendas de vestir y después del baño con champú no más lágrimas le untaríamos aceite de bebé. Ésos eran mis planes de citadina con una aberrante búsqueda de estatus por tener una mascota exótica, y no los de ella, mucho más sensatos, naturales y libres. Cuarta lección.
Dicen que los cerdos vietnamitas tienen la inteligencia de un niño de tres años. No estoy convencida de que esto sea un halago o acertado para describir lo sensibles y listos que son. PChan siempre buscaba acurrucarse en nuestras piernas y sentir el calor de cualquiera de su manada humana. A PChan le gustan las caricias en la barriga y en el lomo. Los cerdos tienen un sistema nervioso complejo que les permite sentir placer y dolor. Quinta lección.
La mordedura de un cerdo vietnamita es muy potente. Sexta lección.
Desprenderse de un ser querido es quizá la lección más difícil que existe, ya sea por lejanía o muerte —o porque se tiene apenas un patiecito sin tierra y con poco sol que no permite el desarrollo de una cerdita—. Dejar ir y quedarnos con la ausencia es un proceso penoso; la muerte, además, nos arrebata para siempre cualquier posibilidad de reencuentro. Separarse de alguien que amas, sobre todo en este mundo tan propenso al odio, es una herida de flecha de punta alada. Séptima lección. PChan me enseñó, a una edad en la que cualquiera se siente guía y no discípulo, que en realidad no sé nada, no sólo de cerdos, sino de animales, y que tengo capacidades emocionales alarmantemente limitadas para el desapego. PChan me demostró con su sabia indiferencia —como hacen los mejores maestros—, y esta desesperante ausencia de su caos, que sé muy poco de la vida, quizá nada.