La más bonita
Raquel Castro – Edición 491
¿Puede un amor de secundaria renacer años después? Raquel Castro nos cuenta esta historia donde la música de fondo corre por cuenta de La Lupita
Gina era la más bonita del salón y nunca me atreví a hablarle. Era morena, de cabello negro y tenía los ojos claritos. Me intimidaba por eso y porque, además, era la de promedio más alto. Nunca se equivocaba cuando un maestro le preguntaba algo. Y siempre era la primera en terminar los exámenes.
Yo también era de los primeros, pero no porque lo supiera todo, sino porque me quedaba bien claro que lo que no recordara a la primera no lo iba a recordar nunca. ¿Para qué perder el resto de la hora sentado frente a la hoja en blanco? Mejor arrancarla y dársela al maestro en turno y salirme. Además, así podía ver un rato a Gina sin que nadie se diera cuenta.
La neta es que me daba miedo. Sobre todo cuando me tocaba sentarme junto a ella en los exámenes. Y peor, cuando iba el director a dar las boletas al salón y decía los promedios en voz alta. Obvio, yo hacía como que me valía madres, pero sí me daba un montón de pena porque iba justo después de ella en la lista: Mariles, diez; Marroquín, seis punto dos. Mariles, diez; Marroquín, seis punto cero. Mariles, diez; Marroquín, cinco punto nueve que sube a seis porque no queremos que repitas año. Puta madre.
La única vez que cruzamos palabra fue porque ella me habló a mí: un día, a la hora de la salida, olvidé mi cassette favorito de La Lupita en mi banca. Me di cuenta al llegar al patio, pero cuando regresé al salón ya no había nadie. Tampoco estaba el cassette. Pensé que alguno de mis cuates lo había escondido, pero al otro día, antes de entrar a clases, Gina se me acercó, sonriente, y me lo dio.
—Ayer se te olvidó y lo recogí —me dijo.
—Cámara —respondí.
Nos quedamos callados, incómodos. Ella torció un poquito la boca y sólo entonces me di cuenta de que me estaba portando como un imbécil.
—Chido… gracias —agregué, y ella destorció la boca, pero ya no dijo nada más: se dio la vuelta y se fue con sus amigas.
Alcancé a escuchar que una de ellas le preguntaba qué tenía que hablar con el tarado de Raúl, o sea, yo, y ella contestó que nada. Y nunca volvimos a hablarnos.
Acabé la secundaria de puro panzazo y entré al Colegio de Bachilleres. Igual era un relajo, no por nada le decían “el Vassiquieres”. Lo último que supe de Gina fue que había entrado a una prepa de esas nice. Y más o menos me olvidé de ella, aunque cada cierto tiempo me acordaba de sus ojos y de su sonrisa y me daban ganas de darme de topes contra la pared por haber sido tan pendejo la única vez que me habló.
Para sorpresa de todo mundo, terminé el bachillerato mejor que la secundaria y el promedio me alcanzó hasta para entrar a la Nacional de Artes Plásticas. Una vez que andábamos de práctica de campo en Oaxaca, me dieron una propa: iba a haber una tocada de tributo a La Lupita en un antrillo de allá. Tenía años que no escuchaba su música, así que me zafé del grupo y fui.
Era un bar chiquito pero con onda. Pagué el cover, me dieron una chela de cortesía y me senté a esperar. Y de pronto, en la mesa de junto, vi a una chava guapísima. Era la más bonita de todo el bar. Me recordó mucho a Gina, aunque tenía el cabello pintado de azul eléctrico y los brazos llenos de tatuajes. Ella se me quedó mirando un rato, como queriendo reconocerme, y me sonrió, pero luego luego volteó para otro lado. Así que la bolita estaba de mi lado: o iba y le decía algo o volvía a hacer mi pendejada de la secundaria.
En eso estaba cuando la banda salió al escenario. Empezó con aquella de “El Rey Leonardo”, que era también la primera de mi cinta de la secundaria, la que olvidé en el salón y que Gina me devolvió. No era exactamente una señal, porque es una rola típica para empezar una tocada, pero me hice un poco güey y lo tomé como que sí era una señal y fui a pararme junto a la bonita de los tatuajes. Estaba pensando en qué decirle, pero ella habló primero.
—Estás igualito.
Me dolió la panza: seguro me estaba confundiendo con alguien. Y yo que ya me había entusiasmado. Otra vez me quedé pensando en qué decir y otra vez ella habló primero.
—¿Otra vez te vas a quedar callado? Ahora no tengo un cassette que me sirva de pretexto para hablarte.
Seguro me quedé con cara de estúpido. Ella sonrió.
—Bueno, tengo una copia del cassette que te devolví aquella vez. Si quieres, podemos ir a mi casa a escucharlo. Cuando acabe el toquín, claro.
—¿Gina?
Sí, eso fue lo único que pude decir. Sí, soy un pendejo. Ah, pero ella se rio, y su risa era tan bonita como ella.
—¡Te acuerdas de mi nombre! —festejó, aplaudiendo como niña chiquita.
—¡Y cómo no me voy a acordar, si me pasé la secundaria enamorado de ti!
Ella volvió a reírse.
—No te burles, también los burros teníamos nuestro corazoncito.
—¡Tú no te burles! La que estaba muerta por ti era yo. Pero obvio nunca ibas a pelarme, por ñoña.
Y me dijo que esa vez que olvidé el cassette ella se lo había robado. Sí, robado: que vio cuando regresé a buscarlo y se escondió, con el cassette en la mochila. Que llegó a su casa a ponerlo para conocer la música que me gustaba. Que lo copió encima de su cinta favorita de Air Supply. Que al día siguiente se tuvo que armar de todo el valor que pudo para devolverme el cassette, pero entonces pensó que me caía gorda y por eso no insistió. Que se dio por vencida conmigo, pero le gustó La Lupita. Que se hizo fan y en la prepa fue perdiendo lo ñoña. Que se hizo el primer tatuaje al cumplir los dieciocho y se fue a vivir a Oaxaca para estudiar pintura.
—Nunca fuiste ñoña —le dije.
—Sí era —me contestó entre risas.
Insistí en que no y le conté mi lado de la historia.
—No te hablaba porque pensaba que nunca te ibas a fijar en un patán como yo.
—No eras un patán.
—Sí era —le respondí.
En el escenario, la banda le daba a “Tú y tus tatús”. Abajo, yo se la cantaba a Gina al oído, rozando con la punta de mis dedos la pintura de sus brazos.
—¿Todavía te gusta La Lupita? —le pregunté.
—Me trae recuerdos. Pero me gustan más en mi cassette —y me guiñó el ojo. Nos salimos antes de que acabara la tocada, mi corazón latiendo como si fuera la primera vez que me agarraba de la mano con una chava. A lo mejor en parte así era.
1 comentario
¡Maravilloso cuento! Muchas felicidades, Raquel. Sigue escribiendo.