La libertad que da un adiós
Juan Pablo Gil – Edición 484
Un breve ejercicio de toma de conciencia nos puede ayudar a decirle adiós a estos apegos que ya no queremos cargar; o que sí queremos cargar, pero sabemos que nos hacen daño
Escenas “hollywoodenses” donde se despiden dos enamorados para nunca más volver a verse; una mascota que espera a su dueño, que no llega ni llegará, en la estación del tren; una melodiosa canción, con harta dosis de nostalgia por lo que no pudo ser. Así, el dolor romantizado nos puede hacer desvirtuar los dolores reales, los propios y los ajenos.
Ignacio de Loyola tuvo varios dolores en su vida, algunos románticos, como el que representó no haber obtenido fama u honra en la corte de Carlos V, o al someterse a tortuosas modificaciones estéticas en su dañada pierna para portar con garbo mallas y botas de moda. Pero los dolores reales no le fueron ajenos, como la muerte de su madre biológica, sin la cual tuvo que vivir infancia y adolescencia.
El dolor es constitutivo en nuestra vida, está presente en el nacer y en el morir, en el esfuerzo por el logro de objetivos, en la difícil asunción de la realidad. Y a este dolor hay que hacerle frente, con sostenida respiración, para vivir cruces o duelos. Ahora bien, hay otro dolor más cotidiano que nos sigue como una sombra y no nos deja en paz; cada quien sea responsable de ponerle nombre a ese dolor —su propio dolor—, pero de común acuerdo podemos asegurar que ese dolor nace de un apego.
“Una cosa te falta”, le dice Jesús al mal llamado joven rico: “ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme”. En otras palabras, Jesús le está diciendo: “Amigo, no te falta nada; al contrario, tienes de sobra: desapégate para que puedas ser feliz”. Al no poder decirle adiós a sus apegos, aquel joven se marchó triste, continuó la vida con su dolor.
Esta recta final del año 2021 es un buen momento para ponernos delante de nuestros apegos. Un breve ejercicio de toma de conciencia nos puede ayudar a decirle adiós a estos apegos que ya no queremos cargar; o que sí queremos cargar, pero sabemos que nos hacen daño: ¿cuáles son mis apegos y para qué los cargo? ¿Mi valor como persona se demerita si me deshago de ellos? ¿Puedo vivir el 2022 con mayor libertad? ¿Deseo ser más auténticamente feliz?
En los años iniciales de la Compañía de Jesús, san Ignacio tuvo un ligero susto cuando Giampietro Caraffa fue nombrado Papa. No había confianza entre uno y otro. Ante esta situación, san Ignacio respondió que, si la Compañía fuera suprimida por el nuevo pontífice, le bastaría un cuarto de hora para recuperar la paz. Quizá san Ignacio habría demorado un poco más de quince minutos, pero su libertad, ciertamente, estaba cimentada en el llamamiento que le había hecho Jesús de Nazaret, el Rey Eterno, y no en la obra de sus manos. Era, pues, libre de sus apegos.
Que este año que finalizamos sepamos decirles adiós a nuestros apegos, para que con ellos se vayan los dolores, románticos o reales; pero, sobre todo, que lleguemos a vivir el 2022 con más libertad, esa que nos regala paz, felicidad y autenticidad, no para guardárnosla íntimamente, sino para compartirla con quienes nos rodean y con quienes más la necesitan.