“La información nunca es neutral”: Javier Dario Restrepo
Juan Carlos Núñez – Edición 405
¿Cómo puede hacer un lector, un televidente o un radioescucha para saber si la información que recibe es de calidad?, ¿cómo saber si el periodista hizo bien su trabajo y actuó éticamente? Javier Darío Restrepo comparte sus respuestas.
El periodista tiene la obligación de garantizar la calidad de la información que publica, tanto como el ingeniero de aguas garantiza a la gente la pureza del agua que beberá. Javier Darío Restrepo, periodista colombiano y experto en ética periodística, hace hincapié en esta comparación en cada uno de los talleres que imparte a comunicadores de toda América Latina. La información que difunden los medios de comunicación, recalca, entra todos los días hasta la conciencia de las personas, y eso implica una responsabilidad muy grande.
¿Pero cómo puede hacer un lector, un televidente o un radioescucha para saber si la información que recibe es de calidad?, ¿cómo saber si el periodista hizo bien su trabajo y actuó éticamente? Javier Darío Restrepo comparte sus respuestas. De visita en el ITESO, donde impartió un taller y una conferencia a principios de junio, este reportero, que ha sido testigo de seis guerras, afirma: “Ésa es una pregunta que hay que hacerse porque uno no sabe el momento en que el periodista va a actuar movido por intereses, va a distorsionar la realidad y va a comenzar a manipular al usuario de la información. Tal como están las cosas hoy, el destinatario tendría que poner una fe ciega en el periodista y ésa es una situación peligrosa”.
¿Cómo ponerse a salvo de tal peligro?
La situación que se considera ideal es aquella en que el destinatario está provisto de mecanismos críticos que le permitan saber cuándo una información es buena o es mala. Y esto tiene que ser el resultado de una formación que se llama alfabetización en medios. El usuario de la información debe distinguir primero el mensaje, y después al mensajero, y establecer diferencias entre el continente y el contenido. Muchas veces el continente es de una apariencia imponente desde el punto de vista tecnológico, y la mentalidad más primitiva del hombre lo lleva a inclinarse ante las máquinas porque no comprende su funcionamiento y lo relaciona con el misterio. Esto explica esa pasividad con que mucha gente recibe los contenidos que le llegan particularmente por la televisión y la internet. Muchas veces el destinatario de la información no está capacitado para examinar esos contenidos críticamente y para formularse preguntas en relación con ellos.
¿Qué preguntas hay que hacerse?
Son preguntas como: ¿Quién dice eso?, ¿con qué fundamento lo dice?, ¿a qué intereses puede obedecer?, ¿qué consecuencias puede tener esto? Y así, otras preguntas nacidas de una capacidad crítica frente a lo que está viendo y como resultado de una desmitificación de los medios. Mientras los medios se miren como un mito inalcanzable y misterioso, podrán ejercer una influencia dictatorial sobre las personas.
¿Cómo verificar la calidad de una información?
Cuando la persona tiene acceso a distintos medios, puede comenzar a comparar y a distinguir. Ahí ya hay un comienzo, no es el máximo deseable, pero sí es un punto de partida que la gente se dé cuenta de cómo la información depende de la forma de trabajar del reportero y del mismo medio. Eso generalmente comienza porque alguien le llama la atención al lector: “Mire, alguien comenzó la información señalando al gobernador; en cambio, en ésta, la misma información no señala al gobernador sino que describe la escena. ¿Por qué razón aquél va directamente al gobernador y éste describe la escena y el gobernador aparece en el tercer párrafo? Preguntas que le ayuden a descubrir la intencionalidad de la información.
¿Siempre hay una intencionalidad?
Siempre. No hay información que esté exenta de una intencionalidad. Y para examinar esas intencionalidades y orientarlas, tiene que haber dentro de los medios de comunicación consejos de redacción o algún otro mecanismo que señale la política editorial, que clarifique su intencionalidad. Muchos medios carecen de una verdadera política editorial y lo único que parece importarles es que no se les vaya a escapar ninguna noticia relevante. Ésa es la obsesión. Luego hay otra: tener noticias propias que no tenga la competencia. Ése es un comienzo rudimentario de política editorial que más parece una política comercial. La política editorial de verdad es aquella que se pregunta cómo va a enfocar la información y con qué intencionalidad.
Es preguntarse para qué difundo esa información y a qué intereses sirve…
Hay un poder que uno tiene como periodista, y es que todos los días entro a la conciencia de la gente. Y está el otro poder: yo entro en la conciencia de la gente para decirle: “Mire primero aquí, vea lo que pasó acá”. Ahí es donde aparece la intencionalidad. Si es puramente comercial, al redactor le importan un carajo las consecuencias que pueda tener la información, pero si es alguien convencido de que influye en la sociedad a través de los hechos que presenta, entonces será muy cuidadoso en la forma de hacerlo, de modo que su influencia beneficie a la sociedad.
¿Se puede intuir si el trabajo del periodista fue bueno, aunque no se tengan muchos conocimientos de periodismo?
Sí, cuando se ha sembrado en el receptor la inquietud de analizar y cuenta con algunos criterios para hacer la comparación. A mucha gente ni le importa si el periodista es éste o aquél. Alguna vez los lectores más críticos se dan cuenta de que un periodista sí ahonda, porque no se detiene en relatos superficiales sino que está respondiendo a muchas preguntas en el curso de su relato. Entonces la gente siente que ese periodista le gusta, tal vez no sabe por qué, pero le gusta cómo informa. Hay columnistas que gustan y otros que no; se suele rechazar a los que son muy apasionados o muy obsesivos con los mismos temas, en cambio, el lector se siente cómodo con un columnista que le da distintos puntos de vista y que se los explica. Por eso la importancia de fomentar una verdadera campaña alfabetizadora, muy similar a las campañas alfabetizadoras tradicionales y obedeciendo a los mismos motivos con que éstas se hacen.
¿Cuáles son esos motivos?
La convicción de que el manejo del alfabeto, que la capacidad de leer y escribir, le dan independencia a las personas, a la vez que les permite desarrollar su potencial. Mientras la persona sea incapaz de moverse en un mundo de símbolos, de alfabeto, es una persona que podrá ser manipulada y que, sobre todo, no va a ser capaz de desarrollar su potencial. Ésta es una tarea de formación, una tarea educadora, que tiene que ser entendida con la misma urgencia y con los mismos argumentos con que se emprende cualquier clase de educación.
¿A quién le toca impulsar esa educación?
Esa educación tiene que hacerse en las escuelas, en las familias, en las universidades, en todos los lugares donde sea posible hacer formación. La iniciativa tendría que partir de los gobiernos dentro de sus deberes para con la sociedad, pero como los gobiernos suelen ser ineficaces, tendría que ser la propia sociedad civil la que, consciente del mal profundo que representa el que la gente sea manipulada a través de los medios de comunicación, emprenda acciones en ese sentido.
Habría también otro origen para esa acción: la propia familia. Tal vez uno de los elementos que más contribuyen a la alfabetización en medios es la práctica de los padres de ver televisión con los hijos, que son muy propensos a absorber los mitos que se desprenden de las emisiones de televisión y ahora de la internet. Comentar con ellos los contenidos puede ayudar a asumir una posición crítica frente a los mensajes de los medios. Los esposos pueden comentar entre ellos las noticias, es un diálogo entre iguales muy fecundo.
¿Por dónde se puede empezar el acompañamiento a los niños?
Un buen comienzo es empezar a analizar los comerciales, porque en ellos suele estar siempre latente la mentira. Cuando el niño empieza a descubrir la mentira o la verdad incompleta que hay en un comercial, ya se está internando en el deletreo del alfabeto de los medios, entonces va a entender lo que significan las imágenes, la música, los movimientos, el juego entre secuencias distintas que genera un contenido; todos esos elementos van reemplazando la actitud pasiva ante los medios por una actitud activa que implica poner en duda lo que vemos, preguntarnos si es posible saber que eso es cierto.
Hablaba usted de la participación de la sociedad civil en la alfabetización en medios. ¿Cómo puede darse?
Hay muchas maneras. Una de ellas, que está cobrando fuerza, son los observatorios de medios en los que se analiza la información que difunde la prensa y luego se dan a conocer los resultados de esos análisis que suelen ser muy reveladores. Hay una vieja práctica que es la de los cine-foros. Esta práctica puede trasladarse a la televisión; la gente se reúne a ver algún programa y lo analiza. Ya existen en algunas partes los clubes de televisión y las ligas de televidentes que tienen este propósito. En muchos colegios trabajan la información en algo que han llamado la prensa-escuela. Utilizan periódicos en las clases y eso, al mismo tiempo, ayuda a los alumnos a volverse críticos de los contenidos de los periódicos. Se familiarizan con la forma en que se hace el periódico y con los mensajes que aparecen en las noticias. Eso es un comienzo excelente para la alfabetización en medios.
Algunos padres consideran que la prensa expone demasiada violencia y que eso no es bueno para los niños.
Hay padres de familia que no quieren que sus hijos se asomen a los periódicos por esa razón, pero ese niño tiene que aprender, con el acompañamiento de sus padres y sus maestros, a convivir con la hostilidad de la vida. Una forma de convivencia es enfrentar los hechos, buscar su explicación, aprender a rechazar visceralmente el mal y aprender a entender al malo. Esos son aspectos educativos que los van haciendo más personas y, sobre todo, los van haciendo más conscientes del mundo en que viven y de la interacción entre el mundo y su vida. m.