La identidad personal en Cristo

La identidad personal en Cristo

– Edición 503

Foto: Ric Pérez Mont / Cathopic

Amar y existir son lo mismo en Dios. Estamos llamados a aprender experiencial y procesalmente eso en este mundo por medio de la entrega por amor de los dones que Dios nos ha confiado.

En nuestro artículo anterior describimos con mayor detalle el elemento principal de nuestra identidad personal en Cristo: la vocación personal. Básicamente es el modo particular de amar que yo tengo y que es irrepetible e insustituible. Es la faceta del misterio de Cristo que he recibido de manera personal.

La forma en que Cristo me ha amado dándome la existencia, redimiéndome, es la manera como estoy llamado a amar a mis semejantes. La mirada de Cristo que me sana/salva es la mirada con la que puedo amar/sanar a quienes me rodean.

Si bien la vocación personal es fundamental para entendernos, el camino de autoconocimiento en el Espíritu incluye otros dos elementos importantes que nos ayudan a completar y elegir nuestra identidad personal en Cristo: la misión personal y el apostolado/servicio concreto personal. Describo los tres, brevemente.

1. Vocación personal. Mi manera particular de amar. Es la manera en que Cristo ha querido encarnarse en mí, con unas facetas específicas únicas e irrepetibles. Es el elemento más estable de mi identidad personal.

2. Misión personal. Sustentada en mi vocación personal. Implica una serie de características, dones, talentos y fragilidades, que me confieren un perfil particular y una contribución específica en la construcción del Cuerpo de Cristo en este mundo. Hacen referencia a la necesaria complementariedad entre los que formamos este mismo Cuerpo. Puede variar durante el tiempo, si bien también tiene cierta estabilidad.

3. Apostolado/servicio personal. Lo que en la espiritualidad ignaciana conocemos como “misión recibida”. Es aquello que se nos confía a través del discernimiento, confirmado por nuestros superiores o directores espirituales como envío particular a servir al Cuerpo de Cristo. Debe estar basado en la misión personal. El apostolado personal es el componente que tiende a variar con mayor frecuencia.

El ideal es que estos tres elementos estén en armonía. El apostolado personal deberá estar en función del perfil de servicio que descubro como mi misión personal. Y la misión personal debe ser vivida como oportunidad de “en todo amar y servir” (vocación personal), de acuerdo con el modo específico de amar que el Señor me ha regalado y debo ejercitar.

Para entender nuestra misión personal es necesario tomar conciencia de los “cinco panes y dos pescados” que el Señor nos pide entregarle para alimentar a la multitud necesitada. Estos se traducen en talentos, dones/carismas y fragilidadesque se entretejen para concretar la manera en que “estamos en este mundo”. Son las notas constitutivas de nuestra identidad humana.

No debemos olvidar que todos ellos son “facilitadores”, “vehículos”, “oportunidades” para encarnar el Amor en este mundo. Nuestra vocación personal, la manera como Cristo vive en nosotros y nosotras (el “nosotros soy”), son el núcleo de nuestra persona. Amar y existir son lo mismo en Dios. Estamos llamados a aprender experiencial y procesalmente eso en este mundo por medio de la entrega por amor de los dones que Dios nos ha confiado.

Nuestro camino de santidad radica en entregar los cinco panes y dos pescados, que Dios nos ha dado, para alimentar a nuestros hermanos, poniéndolos constantemente en manos del Señor y esperando sus instrucciones precisas para “repartirlos” (discernimiento).

La misión personal es como mi manera de amar se concreta (encarna) a través de una serie características personales que me permiten encarnar el amor de Dios. Para conocer la misión personal, ayuda acercarnos a los siguientes conceptos:

• Todo, incluso la existencia misma, es un regalo de Dios, es Dios entregándose a/en nosotros de una manera particular. Todo es don,si bien estos dones se concretan de manera especial en cada persona.

• Tenemos talentos naturales (a veces heredados de nuestros padres o desarrollados mediante la educación formal y la experiencia de vida) que también nos ayudan a entender nuestra misión personal. Aquí podemos encontrar, por ejemplo, el estado de salud, la buena memoria, la sensibilidad artística, la empatía, la responsabilidad, etcétera. Todas aquellas características que recibimos por nuestra constitución genética, familiar y cultural.

• Dios nos ha otorgado también una serie de fragilidadesque son parte de su voluntad para nosotros, pero que históricamente nos ha sido difícil administrar de manera correcta.

• Cada persona, además, ha recibido del Espíritu Santo una serie de carismas sobrenaturales quele permiten realizar mejor su misión, al hacerla eficaz y eficiente.

Para acercarnos a nuestra misión personal vale la pena hacer un honesto inventario de nuestros talentos naturales. La siguiente lista podría ayudar:

1. Salud/condición física (nuestra constitución corporal).

2. Carácter (notas positivas de la personalidad).

3. Historia familiar (los elementos presentes en nuestro entorno familiar que nos capacitaron para hacer una contribución positiva a nuestros semejantes).

4. Valores propios de la cultura de origen (fruto de siglos de evolución adaptativa de los datos de supervivencia armónica propios de la cultura en la que nacemos y/o nos desarrollamos).

5. Educación (lo que hemos aprendido en procesos de educación formal y la manera en que los hemos aplicado en la vida de forma concreta).

6. Experiencia (saberes, aptitudes y destrezas que hemos desarrollado por la práctica, por los aprendizajes que nos transmiten situaciones vitales y por el ejercicio consuetudinario de actividades en las que desarrollamos una pericia especial).

Además de las “fortalezas”, Dios nos ha otorgado una serie de dones y talentos que a nosotros nos parecen “fragilidades”, porque nos cuesta trabajo aceptarlas. Una reflexión orante nos puede mostrar que son capacitantes para la misión personalque hemos recibido. Es decir, sin ellos no podríamos realizarla.

Estas fragilidades, si bien son buenas y necesarias, tienden a ser terreno propicio para que anide el pecado (el “autocentramiento”) si no las vivimos desde la referencia continua a Cristo y al proyecto del Reino. A esto puede estar haciendo referencia el texto paulino de 2 Co 12, 7-10, acerca del aguijón doloroso del que habla el apóstol, que él quisiera que desapareciera y que el Señor le revela que es su voluntad que se mantenga. En esta fragilidad se manifiesta la voluntad de Dios.

Todos tenemos fragilidades necesarias para nuestra contribución a la construcción del cuerpo, como la sensibilidad, el coraje, la reserva, el comedimiento, la parquedad, la parsimonia, el arrojo, la desenvoltura, etcétera. En sí son buenas. El problema es que, debido a nuestra historia personal de heridas y distorsiones afectivas, no las sabemos administrar correctamente. La sensibilidad se puede volver debilidad, el coraje se convierte en agresión violenta, la reserva en timidez incapacitante, etcétera.

Hay que integrar sanamente nuestras fragilidades. Es importante conocerlas y aprender a modularlas por medio del discernimiento (cuándo son pertinentes y hasta qué grado) para que nos ayuden a desempeñar nuestra misión.

El último elemento importante para conocer nuestra misión personal son los carismas/dones sobrenaturales, que nos son concedidos por el Espíritu Santo. El Espíritu permite a los discípulos de Jesús ser sus testigos(Hch 1, 8) y lo hace de manera particular a través de los carismas/dones que les distribuye.Pablo describe los carismas del Espíritu en sus cartas.

La palabra carisma viene del griego charis y significa “gracia”, “favor”, “regalo”, “don gratuito”. Ya decíamos que los talentos se pueden heredar, aprender y desarrollar, considerándoseles básicamente naturales, “explicables”. En cambio, los carismas se reciben de manera sobrenatural, del Espíritu Santo a través de los sacramentos. Son regalos sobrenaturales que capacitan al creyente a contribuir a la edificación del Reino, del Cuerpo Vivo de Cristo. Los talentos se mantienen en el orden de lo natural. Al operar, los carismas sobrepasan las habilidades humanas naturales. Por ejemplo, quien tiene el carisma de consolar lo hace de manera continua, su mera presencia “consuela”, muchas veces sorprendiendo a la misma persona que tiene el carisma. Igualmente sucede con quien tiene el carisma de la enseñanza o de la ciencia, etcétera.

Hay tres criterios básicos cuya presencia constante, por un periodo extendido de tiempo, apuntan a la presencia de algún carisma en nuestra vida:

1. Efectividad. Constatar que en la práctica el carisma está produciendo a través de mí el resultado que está llamado a producir. Por ejemplo, si se tiene el carisma de la enseñanza, las personas destinatarias del esfuerzo de enseñar, efectivamente aprenden; si se tiene el carisma de la curación, los enfermos sanan; en la presencia del carisma de dirigir, se percibe que otros le siguen y aceptan su dirección.

2. Naturalidad/espontaneidad/entusiasmo. Los carismas nunca son una carga. Quien ejerce un carisma se siente lleno de alegría, de energía, de satisfacción. Lo vive con espontaneidad, “se le da”, es su manera natural de ser. Esto se va agudizando conforme se ejercen los carismas durante mayor tiempo. A veces, en un principio puede ser difícil dejarlos fluir, pero conforme maduran se vuelven cada vez más naturales.

3. Tal vez el más importante es la confirmación de las personas que nos rodean. Puede ser directa, cuando las personas se acercan a uno y le revelan el don que han recibido a través nuestro. Por ejemplo: “Nunca había entendido esto con tanta claridad”. La presencia de muchas expresiones de este tipo, en la misma dirección y a lo largo del tiempo, permite confirmar que alguien ha recibido un carisma permanente. La confirmación también puede ser indirecta, cuando captamos que la gente “nos pide” algo de manera constante. Esto apunta a que el Espíritu les permite detectar que tenemos ese carisma para su beneficio. En nuestra próxima entrega hablaremos más de cómo reconocer estos carismas operantes. Recordemos que la suma de los talentos, carismas y fragilidades nos permite acercarnos a un “perfil” que nos ayuda a entendernos mejor y comprender con mayor claridad la aportación que nos corresponde hacer para la construcción del Cuerpo de Cristo.

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MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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