La colonia Reforma
Juan Lanzagorta Vallín – Edición 404
La historia del patrimonio cultural en Guadalajara del siglo XX se ha considerado por la destrucción de muchas calles y edificios públicos antiguos para construir o remodelar zonas importantes de la ciudad o ampliar calles. En este artículo se nos habla acerca de este acontecimiento explicado por Federico Sescosse de la siguiente manera: la destrucción nació antes que la historia, pero la historia de la destrucción debería carecer de elementos para ser escrita.
La historia del patrimonio cultural del siglo XX de Jalisco y, mejor aún, de Guadalajara, bien pudiera ser la historia de la destrucción a la que se refiere Federico Sescosse. En especial, a partir de la segunda mitad de la centuria en la que se llevó a cabo el mayor número de demoliciones de inmuebles y espacios públicos de calidad: la Cruz de Plazas, la ampliación de las avenidas Juárez–Vallarta, Hidalgo y Federalismo, así como las nueve manzanas que fueron demolidas para construir la Plaza Tapatía, representan las cicatrices más visibles sufridas por la capital tapatía en tiempos de paz.
No obstante, la demolición del patrimonio histórico de Jalisco no se limita a los edificios y espacios públicos: la sustitución arbitraria de los nombres de las calles, por ejemplo, ha sido otra práctica equivocada que se suma a la serie de demoliciones de nuestro pasado reciente. Así, la avenida Lafayette, devino en Chapultepec; La Merced, por Hidalgo; Tolsa, por Enrique Díaz de León; Escobedo, por Avenida del Federalismo; Las Águilas, por Pablo Neruda; Acueducto, por Luis Donaldo Colosio Murrieta y, el Periférico Sur, por el de Manuel Gómez Morín.
Paralela a esta destrucción, la defensa del patrimonio histórico de Guadalajara se ha hecho presente, con mayor o menor intensidad en cada uno de los casos señalados, por medio de personajes de invaluable calidad y conciencia crítica, como José Cornejo Franco, la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística, y algunos ciudadanos organizados en asociaciones civiles, de las que Prohábitat fue la primera en la década de los setenta. Estos organismos han visto disminuida su capacidad de gestión durante las últimas tres décadas, ante el embate inmobiliario que ha sufrido la ciudad. No obstante, para quienes estamos interesados en la preservación del patrimonio histórico es esperanzador el hecho de que, a inicios del siglo XXI, el debate sobre el tema continúe vivo o latente en la ciudad y en el mundo.
A veces parece imposible que las partes en conflicto lleguen a acuerdos sobre el destino de las antiguas construcciones. Porque están presentes, por un lado, la sensibilidad humana y el conocimiento erudito de las personas y, por el otro, el interés económico que confronta, a su vez, los intereses particulares en contra de los colectivos, ya sean políticos, religiosos o culturales.
Éste es el caso de la colonia Reforma, hoy amenazada de muerte. Un lugar pleno de recuerdos urbanos, obras arquitectónicas trascendentes y personajes singulares que dejaron huella: Arnulfo Villaseñor, Enrique de Alba, Alfredo Navarro Branca, Enrique Choistry, Luis Barragán, Rafael Urzúa, Pedro Castellanos e Ignacio Díaz Morales. Esta colonia fue testigo del nacimiento de varias empresas tapatías que aún forman parte de la vida de Guadalajara, una de ellas, Los Otates (a cuya propietaria, por cierto, le apodaban La Popi), adonde concurrían precisamente los “popis” de la sociedad tapatía a comer los deliciosos tacos que entonces y ahora preparan en ese lugar; o los deliciosos lonches Gemma, lugar que —debo confesarlo aunque sea tildado de machista— nos servía de excusa a los adolescentes de entonces no sólo para calmar el hambre sino para echarnos, de paso, un buen “taco de piernas tapatías”.
El destino de la colonia Reforma depende de la visión de quienes tienen el poder de transformar la traza y la imagen de la ciudad —y por supuesto de la ciudadanía consciente del valor de la historia edificada de los pueblos—; quienes están en posibilidad de considerar la colonia Reforma como una oportunidad excepcional para rescatar un fragmento importante de nuestra historia urbana reciente, para edificar espacios de convivencia que nos conduzcan a mejorar la calidad de nuestra vida actual, o para considerarla, por el contrario, como tierra fértil o botín para la promoción inmobiliaria sin escrúpulos, las aspiraciones políticas equivocadas, el abandono de la historia que conlleva al desprecio de los jóvenes por su ciudad; por el encandilamiento de un urbanismo coyuntural centrado en el “síndrome de Barcelona” que azota a nuestras ciudades y escuelas de arquitectura; por la superficialidad de la vida rápida que nos caracteriza y que desestima las bondades que trae consigo la vida lenta, profunda y reflexiva, favorecedora del compromiso individual y social, del esparcimiento y del ocio. m.