Judith Butler: filósofa por el florecimiento humano
Rubén Martín – Edición 436
Sus conferencias llenan auditorios, sus libros han dinamitado las nociones tradicionales de lo masculino y femenino, y se han convertido en estandarte de los movimientos feministas y por los derechos de los homosexuales y lesbianas. El trabajo intelectual de Judith Butler rebasa los círculos universitarios y tiene una enorme influencia en el mundo de la acción política.
No sólo es difícil catalogar a Judith Butler, también sería injusto. Sería injusto para una precoz adolescente que empezó a cuestionar los roles que la marcaban; para una prometedora filósofa a quien le negaron su primera plaza académica por ser una activista comprometida con la comunidad lésbica; sería injusto catalogar a una autora feminista que trastocó los términos como las feministas y el movimiento lésbico-gay se concebían; para una hija de familia judía que ahora cuestiona las políticas del Estado de Israel; para una activista comprometida con criticar al poder.
Butler misma se siente incómoda con las clasificaciones, como admitió en un documental sobre su obra hecho por la realizadora francesa Paule Zajdermann, en 2006: “¿Soy filósofa? De cierta manera sí, pero no en el sentido convencional. ¿Soy feminista? Sí, la duda no se permite. Soy feminista, pero… ¿Es que soy queer? Soy esto, soy eso… la prensa me hace siempre preguntas personales sobre mi apariencia (…) Como mucha gente, me interesé por los travestis, drag-queens, en aquellos que juegan verdaderamente con las normas sexuales, ¡pero yo no soy así! Nunca encontré mi lugar y probablemente nunca lo encontraré (…) siempre he sido un poco desplazada en relación con las posiciones dadas. O encajo mal en las categorías establecidas”.
Pero si no se le puede (o debe) definir, sí se pueden describir los compromisos de Butler, y uno de los más relevantes es que ha luchado por hacer que la vida florezca, en particular para quienes han sido marginados y estigmatizados desde el poder y desde la estructura heterosexual dominante. “Mi compromiso supone una oposición a toda medida restrictiva y violenta usada para regular y restringir la vida de género. Hay ciertos tipos de libertades y de prácticas que son muy importantes para el florecimiento humano. La restricción excesiva del género mina, socava la capacidad humana para florecer”, dijo Butler a la académica catalana Fina Birulés en 2008.
Impulsada por este compromiso, Judith Butler ofrece herramientas para pensar, repensar y cuestionar las identidades. Todas. Las de género, pero también las de sexo, raza, clase, nación, ya que ofrece una perspectiva analítica que posibilita el cuestionamiento de todas las prácticas sociales instituidas.
Ella misma se define como “un yo consciente intelectual situado en la marginalidad” que ha dejado una huella tremenda en el movimiento feminista y de lesbianas, y que se ha extendido a toda la comunidad Lésbica, Gay, Bisexual, Trans e Intersexual (LGBTI) del mundo. Aunque tiene un sólido prestigio académico desde la cátedra Maxine Elliot de Retórica, Literatura comparada y Estudios de la mujer, en la Universidad de California, Berkeley, el impacto de Butler no se circunscribe a las universidades; es una connotada intelectual que tiene una enorme influencia en el mundo de la acción política, no sólo en la comunidad lgbti. Sus trabajos de filosofía y sus manifiestos políticos empiezan a ser tomados en cuenta también en sectores de la izquierda y del movimiento libertario.
Su vida
Judith Butler nació el 24 de febrero de 1956, en Cleveland, Ohio, en el seno de una familia judía de ascendencia húngara y rusa. “La familia de mi madre fue asesinada en Hungría a principios de 1940 y crecí con ese conocimiento y con una buena cantidad de desbordamiento traumático en mi familia de origen”, contó recientemente a Ray Filar, de Opendemocracy. Sus padres estaban involucrados en política disidente. Su madre era propietaria de salas de cine en su natal Cleveland. En el documental de Zajdermann, Butler reveló que una de sus motivaciones para escribir El género en disputa nace de esforzarse por entender cómo en su familia trataban de encarnar los roles de lo masculino y lo femenino que producía la industria cinematográfica de Hollywood.
Desde pequeña formulaba preguntas que incomodaban a quienes la rodeaban. Era indisciplinada en la escuela y fue considerada “niña problema” porque respondía a sus maestros, desobedecía las reglas y faltaba a clases. “Era, por tanto, bastante inteligente, pero no me percibía así”, se describió a sí misma. En sexto grado, con once años, la directora de la escuela donde cursaba le advirtió a la madre que la pequeña Judith estaba en camino de convertirse en “una delincuente”. Ya sabemos que la predicción de la directora fue completamente errónea y que Judith Butler se convirtió no en una criminal, sino en una de las pensadoras más influyentes de la actualidad.
Butler se licenció como filósofa en la Universidad de Yale y partió a Alemania para continuar sus estudios filosóficos, pero también se involucró en la militancia política. Había ahí un movimiento social muy fuerte y ella se vinculó con colectivos que buscaban ayudar a los migrantes de Pakistán para que adquirieran la ciudadanía alemana o la protección legal, “Por un lado iba a mis clases sobre Hegel y, por otro, trabajaba para que los paquistaníes obtuvieran ciudadanía o protección legal”. En 1984 se doctoró con una tesis sobre la recepción del pensamiento de Hegel en Francia durante el siglo xx. Butler ha contado que al regresar a Estados Unidos empezó a presentarse en su vida cotidiana más abiertamente como parte de una minoría sexual: “como una feminista yo proclamaba un tipo de política de izquierda no compatible con el discurso dominante”. Militancia que tuvo consecuencias en su vida profesional.
A partir de 1988 encontró empleo como profesora en la Universidad de Wesleyan (Middletown, Connecticut), en la Universidad George Washington, y en la Universidad Johns Hopkins. Durante su estancia en Washington se involucró más activamente en el trabajo político dentro del movimiento de lesbianas y gays. En ese momento, su foco de interés seguía siendo la filosofía política. Desde 1993 ingresó a la Universidad de California, en Berkeley.
Esta autora se adentró casi por accidente en la temática sobre feminismo, género, sexo y teoría queer, que le ha dado reconocimiento mundial, cuando una amiga le propuso dar una conferencia sobre feminismo. Butler todavía no se dedicaba a ese tema de manera profesional; había leído a Simone de Beauvoir —“era muy importante”— y a Gloria Steinem, a quien respetaba mucho. Estaba muy involucrada en los debates feministas, pero era la primera vez que se dirigía a un público feminista y universitario y no sabía muy bien qué decir. Entonces tomó El segundo sexo de Simone de Beauvoir y buscó la famosa cita: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Butler se preguntó entonces si ese devenir tiene un fin o no y se le ocurrió que lo mismo podría aplicarse al hombre: “No se nace hombre, se llega a serlo”.
Esta reflexión fue reveladora, ha admitido Butler. Luego pensó que se nace hombre o mujer, pero quizá no se llega a ser después hombre o mujer. Pensó que esa noción de devenir podría dispararse en todas direcciones. “Ahí es donde tuve que empezar a desarrollar la tesis que más tarde se convertiría en el argumento central de El género en disputa”.
Su obra y su teoría
Marcada por su propia biografía, su precoz reconocimiento de que sus afectos y deseos no cabían en la etiqueta “lesbiana”, Butler hizo un impresionante trabajo para repensar las clasificaciones del género y del sexo. “Lo que me inquieta son esas situaciones donde el género, en tanto norma, se ejerce de manera coercitiva”. Para dar sentido y fuerza a este argumento, Butler contó esta anécdota a la cineasta Paule Zajdermann: un chico de la ciudad de Maine tenía un paso un tanto contoneado, afeminado; otros chicos de la ciudad comenzaron a molestarlo, pero luego las agresiones subieron de tono y terminaron cuando lo arrojaron desde un puente.
El chico del contoneo femenino murió.
Luego de contar esta terrible historia, Butler reflexionó: “Nos debemos preguntar por qué alguien debería morir a causa de su caminar. Esa manera de caminar perturba tanto que los otros jóvenes sienten la necesidad de negar a esta persona, de borrar hasta las huellas. Ese vaivén debe desaparecer, pase lo que pase. Se sienten obligados a erradicar hasta la posibilidad de que esa persona se pasee de nuevo así (…) aquí; estamos confrontados con un pánico extremadamente profundo, a una angustia ligada a las normas de género. Cuando alguien dice: ‘Tienes que respetar la norma de masculinidad, si no, te vas a morir’, o: ‘Te voy a matar porque tú no obedeces’. Hay que al menos interrogarse sobre el vínculo entre sumisión y coerción”.
Esa terrible inquietud por las personas que sufren, son estigmatizadas o violentadas por su deseo y su forma particular de producir su cuerpo, ha sido un acicate para el trabajo intelectual y político de Butler. De esa inquietud nació El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad (1990), un libro de enorme trascendencia, no sólo en la comunidad lgbti, sino también en el pensamiento crítico.
Recientemente, para el proyecto de divulgación del pensamiento contemporáneo Big Think (2011) abundó sobre esta postura: “Pensemos cuán difícil es para chicos afeminados o para chicas marimachas funcionar socialmente sin ser hostigados en la escuela, sin soportar bromas pesadas, sin amenazas de violencia, o sin la intervención de sus padres diciendo ‘necesitas un psicólogo’ o ‘por qué no puedes ser normal’. Entonces, hay poderes institucionales como la normalización psiquiátrica y hay prácticas informales como el bullying, que tratan de mantenernos en nuestro lugar. Hay una cuestión acerca de cómo esas normas de género se establecen y son patrulladas, y cuál es la mejor manera de trastocarlas y superar su función policial. En mi opinión, el género es culturalmente construido, pero también un dominio de agenciamiento y libertad. Es muy importante resistir la violencia que se impone en las ideas de género, en especial contra aquellos que son de género diferente, aquellos que no conforman las reglas de género en su representación”.
Para algunas autoras, como la argentina Leticia Sabsay, con este planteamiento Butler propició un giro copernicano en torno al género y la sexualidad. Hasta antes de ella, el debate se dividía entre quienes entendían el género como la interpretación cultural del sexo y aquellos que insistían en la inevitabilidad de la diferencia sexual.
“Si yo soy interpelada por las autoridades existentes (…) como un género o a través de una categorización racial, debo luchar contra esta determinación social”, explicó a la académica catalana Fina Birulés (2008). El trabajo de Butler no es sólo de crítica al mundo patriarcal y heterosexual, sino que incluye el cuestionamiento hacia el propio movimiento feminista: “Si el feminismo sugiere que no podemos cuestionar nuestras posiciones sexuales o afirma no necesitar la categoría de género, entonces me estaría diciendo que, en cierto sentido, debo conformarme con determinada postura o con una determinada estructura —restrictiva para mí y para otros—, y que no soy libre para hacer y rehacer la forma o los términos en que he sido hecha”.
El planteamiento de Butler no elimina la realidad material de los cuerpos como entes biológicos y somáticos. “Existe este ente biológico, existe esta parte somática-biológica que es el cuerpo, pero este cuerpo es moldeado por la cultura y tiene que ver con esta discusión entre naturaleza y cultura. El cuerpo no es sólo naturaleza, sino que es cultura. Nuestro cuerpo está moldeado por nuestra ideología, por nuestros sentimientos y la historia y le damos forma”, de acuerdo con nuestras historias, nos dice Armando Díaz Camarena, doctor por El Colegio de México y activista por la diversidad sexual en Guadalajara.
“El texto plantea cómo las prácticas sexuales no normativas cuestionan la estabilidad del género como categoría de análisis. Cómo ciertas prácticas sexuales exigen preguntarse: ¿qué es una mujer, qué es un hombre? Si el género ya no se entiende como algo que se consolida por medio de la sexualidad normativa, entonces, ¿hay una crisis de género que sea específica de los contextos queer?”, planteó Butler en El género en disputa.
Justo para subvertir los conceptos que oprimen al individuo, Butler planteó la creación de actos performativos en torno a la identidad, como prácticas paródicas que acaban creando nuevos significados y se reproducen más allá de cualquier sistema binario hombre-mujer. En sus palabras: “Una cosa es decir que el género es una performance (se actúa), y otra que el género es performativo. Cuando decimos que es performance suponemos que tomamos un rol, que actuamos, y que esa actuación, o role playing, es crucial para el género que somos y el que le presentamos al mundo. Decir que el género es performativo es diferente porque para que algo sea performativo tiene que producir una serie de efectos. Actuamos, caminamos, hablamos de maneras que consolidan la impresión de ser un hombre o una mujer. Actuamos como si ese ser hombre o ese ser mujer fueran una realidad interna; o como si ese algo que es verdadero acerca de nosotros, fuese un hecho. Realmente se trata de un fenómeno producido y reproducido todo el tiempo. Entonces, decir que el género es performativo quiere decir que nadie es un género realmente, para empezar. Sé que es controvertido, pero eso sostengo” (Big Think, 2011).
Su trascendencia
En Butler hay una notable contradicción. A pesar de situarse desde la marginalidad que suponen sus ideas y la penetrante crítica que plantea al orden sexual y político, se ha convertido en un referente significativo, casi icónico. Sus conferencias en muchas partes del mundo llenan auditorios, no sólo universitarios. Sus presentaciones de libros convocan largas filas de lectores y seguidores que esperan pacientemente la firma de su autora.
México no escapa a este encanto por la obra e influencia de Butler. Su obra influye de manera notable en los programas de estudios de género tanto en instituciones académicas de la capital del país (como El Colegio de México) como en la Universidad de Guadalajara. Las ideas y el trabajo teórico ya dejan huellas en investigaciones sociales de distintas universidades del país.
Sin embargo, su influencia en el movimiento lgbti mexicano es más difusa, admite Armando Díaz, doctor por El Colegio de México y miembro del Grupo Diversidad Sexual de Guadalajara. “Me temo que como movimiento no se retoma mucho en directo”. No obstante, las ideas de Butler trascienden, no sólo en colectivos, sino que tienen la capacidad de dotar de sentido a ciertas biografías, especialmente las de sujetos de algunos grupos más estigmatizados. Armando Díaz contó el caso de los transexuales.
“En el caso de las compañeras transexuales hay una transición muy importante donde no necesariamente tengo que modificar mi cuerpo —que es parte de la performatividad—, sino que incluso puede pasar que haga una resignificación de ese cuerpo, y ese cuerpo, considerado femenino o masculino según lo biológico, no tenga menos conflicto en que lo convierta en femenino o masculino, sin necesariamente pasar por la cirugía, sino [por la] resignificación, y ése es un tránsito importante”. Aunque no se reivindique de modo directo, en esta performatividad de los cuerpos, en esta reescritura de las biografías, las ideas de Butler están presentes. Justo lo que ha motivado el trabajo de la autora estadunidense, que sujetos o grupos sociales estigmatizados por su representación del cuerpo vean en sus ideas y en su trabajo significaciones que les ayuden a resistir las normas que se les pretende imponer.
Activismo y militancia política
Como sucede con muchos grandes autores que han sido capaces de influir poderosamente en el cambio de estructuras sociales, en Butler no hay separación entre teoría y práctica; su trabajo académico e intelectual no está separado de su compromiso como activista y militante política. “Ser académica me ha significado cierto privilegio, pero con el privilegio surge una responsabilidad. Tengo compromisos políticos muy fuertes, con el feminismo, y las políticas lesbianas, gay, trans, queer, bi…”, declaró Butler en 2011 en Santiago de Chile.
Butler fue militante del movimiento de lesbianas desde la adolescencia y en su época de estudiante; durante sus estudios de posgrado en Alemania se involucró como activista a favor de los derechos para los migrantes paquistaníes. Nunca ha dejado de ser activa participante de la comunidad lésbica y del movimiento. “Entonces participaba en el movimiento de lesbianas y gays por los derechos sexuales de las minorías y me regresaba a mis clases de Kant y Leibniz”, ha contado Butler. Pero además se ha involucrado de modo muy comprometido con la crítica a la actuación de Estados Unidos, su país natal, en las invasiones emprendidas tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y especialmente por las invasiones a Afganistán e Irak.
Dos libros recogen su crítica y su postura ante estos temas: Vida precaria: el poder del duelo y la violencia (Paidós, Buenos Aires, 2006) y Marcos de guerra: las vidas lloradas (Paidós, Barcelona, 2010). A últimas fechas se ha involucrado de modo muy decidido en el debate sobre la ocupación de Israel sobre los territorios palestinos, tema que trata en su libro más reciente: Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism (Columbia University Press, 2012).
La crítica de Butler a la estructura de dominación heterosexual, a los postulados feministas y al movimiento por los derechos sexuales es de tal contundencia que alcanza a cuestionar todo el orden político. En ese sentido, sostiene que su lucha con respecto al género es precisamente una lucha que nace con “la labor paciente de dar forma a nuestra impaciencia por la libertad”.
“Creo que a lo que Hannah Arendt se refería cuando dijo que ‘no podemos elegir con quién convivimos en el mundo’, es que todas las personas que habitan el mundo tienen derecho a estar aquí en virtud de su mera existencia. A estar aquí significa que se tiene el derecho a hacerlo”, declaró a Filar de Opendemocracy.
Lo que busca Butler es el florecimiento humano: “el florecimiento humano es un bien (…) trato de desplazar la estructura moral hacia otro marco en el que podemos preguntarnos: ¿cómo sobrevive un cuerpo?, ¿qué es un cuerpo floreciente?, ¿qué necesita para florecer en el mundo? Y necesita varias cosas: ser nutrido, ser tocado, estar en ámbitos sociales de interdependencia, tener ciertas capacidades expresivas y creativas, ser protegido de la violencia, que su vida sea sostenida por medios materiales”.
Libros
:: El género en disputa (Paidós, 2001)
:: Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la sujeción (Cátedra, 2001)
:: El grito de Antígona (El Roure, 2001)
:: Cuerpos que importan (Paidós, 2003)
:: Lenguaje, poder e identidad (Síntesis, 2004)
:: Deshacer el género (Paidós 2006)
:: Vida precaria:El poder del duelo y la violencia (Buenos Aires, Paidós, 2006)
:: Marcos de guerra: Las vidas lloradas (Barcelona, Paidós, 2010)
:: Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism (Columbia University Press, 2012)