Juan Pablo Villalobos: “Lo que nos sucede no es tan interesante”
Gerardo Lammers – Edición 492
El escritor jalisciense, una de las presencias más destacadas de la actual literatura mexicana, platica acerca de lo que motivó su más reciente novela, que tiene por tema la posibilidad de la felicidad; también aborda, entre otros asuntos, su condición de migrante voluntario desde hace años, el supuesto auge de la autoficción y la política que más le interesa
Desde que publicó Peluquería y letras (Anagrama, 2022), parece que Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) no se ha cortado el cabello, como si quisiera rendirle tributo al Pibe Valderrama o al Tíbiri Tábara. Su abultada cabellera cubre buena parte de la pantalla en el enlace vía Zoom que hacemos para esta entrevista, él desde Barcelona, ciudad en la que vive desde hace años y en la que transcurre la historia de un escritor de nombre Juan Pablo, como él, que, una mañana cualquiera, en la semana previa al inicio del verano, es interrogado por su hijo acerca del nuevo libro que está escribiendo. “¿De qué va a tratar?”, le pregunta el adolescente, mientras el protagonista disfruta del primer café de la mañana, preparándole otro a su querida esposa brasileira. “De la felicidad, de las condiciones de la felicidad, creo”, le responde.
Desde Fiesta en la madriguera, publicado en 2010 por el sello español Anagrama, donde han aparecido todos sus libros —Si viviéramos en un lugar normal, Te vendo un perro, No voy a pedirle a nadie que me crea (Premio Herralde de Novela 2016), La invasión del pueblo del espíritu—, hasta Peluquería y letras, las novelas de Villalobos, breves todas ellas, se caracterizan por la levedad, un sentido del humor en ocasiones negro, en ocasiones absurdo (no en vano Kurt Vonnegut es uno de sus escritores favoritos) y, como se puede apreciar, un gusto por los juegos de espejos.
“Éramos felices y comíamos tacos, butifarras y feijoada. Éramos tan felices que yo me podía permitir escribirlo desvergonzadamente al inicio de un libro, como si fuera el final”.
Aunque las cosas se complican —páginas adelante los lectores encontrarán al protagonista cargando un frasquito con un dedo en su interior—, así comienza Peluquería y letras. En las antípodas de, digamos, Pedro Páramo, novela que, por cierto, Villalobos leyó en voz alta, se diría que feliz, en compañía de un puñado de amigos, en la planta alta de una cantina, el Salón del Bosque, durante su más reciente visita a Guadalajara, en honor del bicampeón Atlas, equipo de sus amores.
¿A quién se le ocurre escribir hoy en día sobre la felicidad?
Pues… [se toma unos instantes para pensar la respuesta] es una muy buena pregunta, porque además la novela la fui escribiendo en pandemia, en un momento en que habría parecido muy a contracorriente pensar en la felicidad. La verdad es que yo estaba trabajando en un proyecto que no era exactamente Peluquería y letras. Se trataba de otra novela donde yo trataba de explorar el tema de las utopías y de la felicidad, y a partir de ahí se desgajó Peluquería y letras, que era una parte de aquel libro. Me di cuenta de que aquel proyecto era muy desmesurado, muy barroco. Era muy difícil que todos los materiales que estaba tratando de combinar funcionaran juntos, así que decidí separar ese libro en tres, el primero de los cuales resultó ser Peluquería y letras, la parte donde aparecía más la autoficción, con un personaje muy parecido a mí, que incluso utiliza mi nombre, que tiene mis intereses personales y se plantea la pregunta de qué es la felicidad a partir de algo muy concreto, que es una crisis de la edad madura; está en un momento en que parece que la estabilidad llegó a su vida, que ya no hay grandes aventuras, que no sólo ya no espera grandes cambios, sino que ni siquiera los desea. Es alguien que se cuestiona justamente si ya no va a pasar nada: ¿de qué hay que escribir entonces? Y, si de lo que hay que escribir es de la felicidad, entendida como la comodidad burguesa, como ese estado de placer y de tranquilidad que viene dado, sobre todo, por una sensación de haber escapado de la precariedad, ¿qué significa eso? Y, narrativamente, ¿qué se puede hacer con eso? ¿Qué se puede hacer con la felicidad?
Da la impresión de que vas a contracorriente de algunas premisas que entendemos como ya dadas en la literatura.
Puede ser, pero también tengo que decir que es algo transitorio. Es decir, para mí cada libro significa un momento de mi vida, no es algo definitivo. Podría parecer contradictorio lo que voy a decir, pero lo que estoy escribiendo ahora va en otro sentido: vuelve sobre el conflicto, sobre el pasado. Peluquería y letras es un libro sobre lo que significa estar en el presente, sobre una supuesta plenitud que sólo es posible alcanzar si uno se aferra al instante. Ahora estoy escribiendo algo sobre la aparente imposibilidad de huir del pasado. Estoy volviendo a México en este libro nuevo, que es algo que hace tres libros no hacía. Mis últimas tres novelas están situadas en Barcelona. En este nuevo libro vuelvo a México, vuelvo a Lagos de Moreno, vuelvo a Guadalajara por unas cuantas escenas. Es algo que pensaba que ya no iba a hacer. Como que cada libro es una especie de huella de por dónde va en ese momento mi vida, mis preocupaciones, mis posiciones ideológicas, políticas, sociales. Podría parecer que lo que hice en Peluquería y letras va a contracorriente de una idea muy extendida de la literatura que tiene que ver con entender la novela y el proceso por el que pasa un personaje a partir del conflicto. Peluquería y letras plantea si es posible escribir sin conflicto. Pero insisto: fue un ejercicio y en mi próximo libro estoy hablando otra vez del conflicto. Es decir, que todo es pasajero para mí.
¿Tiene que ver esto con filosofías en boga, del tipo New Age?
No necesariamente con algo que podría identificarse con el mindfulness y todas estas corrientes que vienen de Oriente, relacionadas con el zen y el budismo. Lo mío nunca ha ido por ahí, creo. Ha ido más en un sentido de la experiencia real: ¿qué sucede cuando emigras? Yo me fui primero de Lagos a Guadalajara, de Guadalajara a Xalapa, de Xalapa a Barcelona. Todos esos movimientos migratorios le plantean a todo aquel que se ha ido un escenario en el que surge la nostalgia como una posibilidad de existir, sentimental, emocionalmente, en el pasado, en aquello que se ha dejado atrás. Por eso tenía mucha desconfianza de la nostalgia y del pasado. Mi defensa del presente venía más dada por decir: “Yo vivo aquí, estoy aquí, ésta es mi realidad y punto, no voy a volver atrás”. Mi desconfianza en el pasado viene de ahí, de querer habitar el presente a partir de una experiencia de migración. Lo que estoy escribiendo ahora, en cambio, tiene que ver con qué pasa cuando vuelves, aunque momentáneamente, como me sucede a mí. Yo vuelvo a México periódicamente y paso temporadas, a veces un par de meses, a veces unos cuantos días. Son como intervalos, como pausas en mi vida real. Me interesa mucho explorar qué sucede cuando vuelves a sabiendas de que te vas a volver a ir. A diferencia de lo que le ocurre a mucha gente, yo no migré forzosamente. Migré porque vine a estudiar (a Barcelona) y después me quise quedar. Encontré las condiciones ideales, materiales, para quedarme. No es lo mismo que alguien que ha migrado por cuestiones económicas, de manera obligada, alguien que ha migrado por la violencia, por estar amenazado políticamente. En estos casos, la nostalgia se entiende mucho más. Yo, en cambio, quería ser congruente con mi decisión. Digamos que esa defensa del presente, para mí, en términos vitales, ha estado definida por la experiencia de haber migrado voluntariamente.
¿Cómo se ve el México de la 4T desde Barcelona?
Pues… a ver, cuando estás fuera, tienes el lujo, y es un lujo verdaderamente, de analizar las cosas, reflexionarlas, sin que necesariamente estés viviendo las consecuencias. Si pensamos, por ejemplo, en la violencia [que se vive en México], puedes estar muy preocupado, muy informado, intentando incluso involucrarte con ciertas iniciativas, o escribiendo sobre el tema, pero no estás ahí viviendo el día a día y sufriendo las consecuencias de eso. Dicho esto, lo que percibo es un momento muy contradictorio. Como que hay ciertas señales y ciertos proyectos, programas, iniciativas, que parecieran ser positivos, pero al mismo tiempo hay otros muy negativos. Claramente, para mí el grado más problemático de lo que está sucediendo ahora tiene que ver con la militarización; el tema de la violencia pareciera que, lejos de atenuarse, de solucionarse, se recrudece. Tengo también una sensación extraña en cuanto a ciertos tics que tenemos los mexicanos cuando valoramos a nuestros gobiernos. Por ejemplo, el tic de automáticamente estar en contra, de pensar que todo es malo, lo tenemos súper instalado [risas] porque lo vivimos durante décadas, lo aprendimos, lo heredamos de nuestros padres. Ese tic de rechazar cualquier cosa que venga del gobierno, creo que es peligroso también, porque es antipolítico. En un momento dado se podría justificar esto, cuando no había democracia, cuando el pri era un partido de Estado; por lo tanto, me parece que era muy valioso ese rechazo, esa oposición. Pero ahora tenemos un juego democrático mucho más abierto, nos gusten o no los resultados. Después podemos cuestionarnos a dónde nos está llevando, pero me parece que este tic de decir que todo está mal es peligroso porque significa rechazar la democracia. Detrás de la antipolítica están los movimientos que ya sabemos, que hemos visto que en los últimos años están suponiendo una verdadera amenaza a la democracia: el trumpismo, el bolsonarismo, que vienen justamente de esa reacción de decir: “Todos los políticos son iguales, todos los políticos son corruptos, lo que necesitamos es gente que no sean políticos”. Ésos son peores, y lo hemos visto mil veces. Esos empresarios que vienen a decir que ellos saben cómo gobernar y luego resulta que no sólo no saben, sino que son igual de corruptos, igual de mentirosos. Lo que necesitamos son políticos buenos. Nuestra relación con el gobierno, con cómo criticarlo, analizarlo, valorarlo, está muy condicionada todavía con el priismo. Hay que pasar por el diván: ir a terapia y ver cómo vamos a entender y valorar a nuestros políticos.
¿Cómo vives la política desde donde estás, desde tu condición de ciudadano que vive en Barcelona?
Me siento mucho más interesado por la política municipal, es decir, por lo que sucede específicamente en mi ciudad, en Barcelona, y por lo que sucede en mi barrio: qué pasa con el parque, qué pasa con la recogida de basura, qué pasa con las políticas que afectan el espacio público —dice Villalobos luego de explicar un curioso fenómeno: cuando está lejos de México, trata de mantenerse al tanto e involucrarse, pero no está ahí; y estando en España hay algo que todo el tiempo le está recordando que no es de ahí—.
Creo que es en el espacio público donde se hace realmente la política. Vemos que en México y en América Latina hay una degradación del espacio público (siguiendo un modelo importado de Estados Unidos), ya sea por la privatización de éste, o porque se abandona para después justificar su privatización. El resultado es que cada vez hay menos espacios donde la gente se encuentre sin estratificaciones sociales de por medio, porque sólo se encuentra en lugares donde hay que gastar dinero; dependiendo de cuánto dinero vas a gastar, vas a un lugar o a otro. La gente no convive de manera horizontal. Soy tu jefe, soy tu subalterno, soy el mesero del restaurante, soy el cliente. Son siempre relaciones jerárquicas. A mí me interesa cómo el espacio público, la plaza, el parque, el jardín, son lugares democráticos a los que todos pueden acceder. Me siento más cerca de esa política que de la política catalana entendida como el gobierno de la región y sus luchas identitarias, que me parecen legítimas.
En Peluquería y letras, el protagonista plantea el dilema entre la literatura de la imaginación y la literatura de la experiencia. ¿Cuál es tu posición al respecto?
Bueno, lo hace contradiciéndose. Lo que yo creo es que son dos cuestiones que no se pueden separar. Se puede partir de una o de otra. Puedes decir: “Voy a escribir una novela que transcurre en un anillo de Saturno y tal”, pero en algún momento en ese anillo de Saturno va a haber un conflicto entre dos personajes, y ese conflicto, sin que te des cuenta, tiene que ver con estructuras emocionales y psicológicas que tienen que ver contigo, con tu infancia, con la relación que tuviste con tus padres, con tus amigos, qué sé yo. Es decir, pasa por la experiencia. O puedes partir de la experiencia, como hago yo muchas veces, de una anécdota, de algo que te sucede, pero esa experiencia, por sí sola, no sirve para hacer literatura. Necesitas la imaginación. En Peluquería y letras parto de una serie de anécdotas autobiográficas, por ejemplo, el episodio de la peluquería, que evidentemente no sucedió tal como lo cuento, distorsionándolo para que se vuelva ficción. Esa distorsión viene dada por el ejercicio de imaginar. Imaginación y experiencia se retroalimentan, se mezclan, se confunden, y por eso me interesa el género de la autoficción. En el fondo, cuando utilizas tu nombre y dices que es una novela autobiográfica, o un alter ego, o un seudónimo, a mí lo que me interesa es cómo se mezcla eso con la imaginación. Nunca es solamente la experiencia. Siempre hay que recurrir a la imaginación. Todos sabemos que lo que nos sucede no es tan interesante, hay que arreglarlo. Y al revés también. La imaginación por sí sola no es nada, sino que se construye a partir de la experiencia.
¿Cómo explicas que la autoficción haya cobrado este aparente auge?
Yo cuestionaría si es un auge o no. Creo que la etiqueta se empieza a usar en los años ochenta, hace mucho, ¿eh?, cuarenta años, en Francia. La literatura que parte de lo autobiográfico siempre ha existido. Lo que quizás haya tomado más fuerza es el discurso académico, crítico y teórico que la sustenta. […] También podríamos pensar si esto es algo que tiene que ver con la sobreexposición de nuestras intimidad y cotidianidad en las redes sociales: discursos autobiográficos que estamos consumiendo todos los días. Esto que hace la gente de contar su día a día, ya sea a través de fotografías en Instagram o de posts en Facebook, esa especie de autobiografía que se está haciendo en tiempo real, y que muchas veces es ficción. Uno nunca es tan guapo como cuando aparece en Instagram.
¿Alguna vez te interesó escribir crónicas en primera persona?
Escribí aquel libro de los niños migrantes (Yo tuve un sueño, publicado por Anagrama, crónica de las migraciones centroamericanas a Estados Unidos), pero justamente allí salí del mecanismo de la primera persona. No me sentí cómodo con colocar mi personaje, en este caso, el cronista que estaba allí entrevistando a esos niños. Me parecía muy problemático desde el punto de vista moral, ético, ponerme en el centro. Aunque todo lo metanarrativo y autobiográfico me interesa, hacerlo en este libro me incomodó muchísimo. Me pareció que lo más indicado era hacer un libro cercano al testimonio.
¿Te interesa la práctica del periodismo?
No mucho. Durante un tiempo escribí perfiles, notas de profundidad, opinión, ese tipo de cosas. Lo dejé porque había muchos conflictos que no sabía cómo resolver, que tenían que ver con el lugar desde el que se cuenta, con esto que estamos hablando. Todo el tiempo estaba muy incómodo. Estos conflictos me estaban bloqueando la escritura de ficción. Opté entonces por dar más clases y talleres para no tener que ejercer el periodismo. Me parece que la escritura periodística está llena de problemas de tipo narrativo que tienen que ver directamente con lo político, con lo ético. El libro de los migrantes es el ejemplo perfecto: cómo no caer en la banalización de esos temas, cuando parece que eres una especie de ser extraño que entra y sale de ese mundo sólo para contar lo que está sucediendo allí. No creo que el escritor necesite ser un activista, ni que el periodista tenga que ser alguien comprometido de por vida con una causa, pero sí hay un problema cuando entras allí, recoges unos testimonios, observas una realidad y sales de ahí con ese material, haces un libro, lo publicas y das charlas en las que la gente te trata como un experto. Hay una serie de implicaciones que tienen que ver con la explotación económica de eso que has escrito.
En este sentido, ¿qué te permite la escritura de ficción, la escritura de novelas, que no te permitió el periodismo?
Una aproximación a esos mismos temas, con una mayor libertad creativa, sin las restricciones impuestas por el testimonio, los datos, la observación de la realidad. La novela es un intento de llegar a una verdad, no digo a la verdad, pero no a través del registro, del archivo; no a través de la constatación y la confirmación de algo, sino a través de lo poético, de lo metafórico, buscando una verdad que está como en un nivel más profundo, y no en lo evidente. Creo que esto es lo que la ficción puede hacer.
2 comentarios
Lo que se pregunta y reflexiona a partir de al entrevista es muy interesante y valioso. Muchas gracias y felicidades por poner a nuestro alcance a este escritor laguense. Supongo que parte de su humor está emparentado con don Diego Romero, el famoso alcalde de Lagos
Excelencia en literatura!! lo mejor de lo mejor!